Infusión…o intuición?

Infusión…o intuición?

Vina

03/09/2020

Abrí la reja del jardín. Un árbol de breva daba la bienvenida con su frondoso follaje y sus frutos al punto de la cosecha. El me observaba tras las cortinas. La inocultable alegría se le reflejo en los ojos, y la recompensa a una larga espera se dibujó en su boca. No abrió la puerta inmediatamente porque le gustaba jugar, como un pequeño llamando la atención de quien más le importa en el mundo. Reímos mirándonos a través del cristal.

Ante la poca resistencia a un inminente encuentro, abrió la puerta. Me extendió su abrazo largo y anhelado. Sentí, en el calor de su pecho, un aroma nunca antes conocido a mis sentidos. El aire parecía sazonado; inundaba la sala, destilaba sobre las paredes; emanaba tibieza y recibimiento. Maridaba justamente con la música de fondo. Pasaron los minutos que cobraron la recompensa a una espera desconocida.

Nos sentamos en el sofá, desde allí podía ver la puerta que daba al lugar donde los entendidos derrochan técnica y transforman lo simple en extraordinario; donde los aficionados desafían la creatividad con lo que tienen. La cocina, lugar de tradiciones, pasiones, y de gozo al paladar.

El se puso en pie, y después de un tiempo apareció con una taza muy bien servida, humeante y cálida. Tenía la medida de la intención; el dulzor y la acidez equilibradas. Una infusión del color del amor. Una versión superior a nuestro primer té porque su sabor era música, su olor era el de las palabras contenidas, y su aspecto era a tarde de sábado.

Estábamos allí, uno al lado del otro, con una taza entre las manos; embebidos en los sorbos del tiempo que parecía pasar despacio, compasivo y cómplice de una conversación que transitaba entre las palabras, los silencios y el galopar de dos corazones que se volvieron uno en un instante.

Las tazas vacías y las bocas sedientas por un poco más, fueron motivo suficiente para entrar en aquel lugar del que despedía tan magnífico aroma, y adentrarse en los secretos de un aficionado cocinero. Las manzanas de agua deshaciéndose como el algodón de azúcar en la boca de un niño; el clavo de olor flotando como entregado a su destino; las astillas de canela como pequeñas canoas a la deriva; fresas como tinta tiñendo el agua que se calentaba sobre la hornilla, y el toque secreto que no me fue revelado, pero que intuí desde que lo vi tras las cortinas y nos fundimos en un abrazo.

Mi mejor trago, mi mejor sorbo, mi mejor compañía. Cada taza servida tenía lo justo para ser inolvidable: Sencillez. Lo justo para ser única: Amor. Y una justa melodía: “My Sweet Lord”

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS