Ójala pudiera enmarcar cada olor que me ha acompañado durante toda mi vida como si de una fotografía se tratase. Esos olores que me llevan, transportan y sumergen en recuerdos.
Ese olor a cocido que hacía mi madre cada invierno y que embriagaba toda la casa. Ese cocido que nos
reunía alrededor de la mesa a contarnos cómo nos había ido la semana.
El olor a café, ese aroma intenso que debería tener cualquier hogar y me recuerda a las comidas
familiares que se juntaban con la cena.
El olor a tierra mojada, que acompañó a la reconciliación más dulce del mundo, con el mejor abrazo que puede existir, por la espalda y un beso en el cuello.
El olor del mar del norte. No sabría explicarlo, pero es diferente al del resto de España, esa brisa que te acaricia la cara mientras ves las olas crear una nube de espuma plateada al chocar contra las empinadas rocas del desfiladero.
El olor a los naranjos, que me transportan a los largos paseos por los campos valencianos, disfrutando de sus paisajes, sus inmensos mares verdes con naranjas.
El olor de la gasolina, que me mete directamente en el coche para empezar un viaje a cualquier lugar, lleno de música, de conversaciones profundas al caer el sol y de comidas a deshoras.
No sabría quedarme con uno sólo de todos ellos.
Hay aromas que incluso podrían llegar a hacerme llorar…
Cada olor se corresponde con un momento, un lugar, un sentimiento…
Tu perfume, el olor de nuestra casa, nuestro coche, nuestras sábanas. Esos nuevos recuerdos generados en ésta, nuestra nueva etapa. En la que el miedo al qué pasará, la ilusión, los nervios, las risas, tienen nombre y olor propio. Ójala pudiera enmarcarlos todos.
Ahora toca oler a mayor, a pareja, a mujer, a luchadora; oler a ti, a mi misma, a nosotros.
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