Empeñó
todo su metal, sus anhelos,
cifra
y clave de esperanza, horizonte
por
atar a sus huesos potestad
en vínculos, aunque rudos,
fiables.
Lazos
de amor sin objeto, sin
patria,
besos sin dueño, piel sin
mapas,
abrazos al pairo y caricias de
lluvia,
empeño del alma toda -esa
quimera
por atajar el implacable paso.
El implacable paso.
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El aleteo ajetreado de los
conceptos aventa sueños,
sin amo, sin permiso.
En ellos huye, vuela
libre
la frágil luz que el pensador
errante
se afana, madrugada tras
madrugada, por prender
en su vieja, inútil linterna.
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Me mira
me busca
me encuentra
y yo le pregunto.
Me mira
me busca
me encuentra
y espera, paciente,
a que yo encuentre y mirarnos.
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Los corazones muertos de las
gaviotas alimentan peces. ¡Victoria!
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Nos prometimos
en aquel roquedal,
¿recuerdas?
…y cumplimos
¡Aleluya!
días y días. Y más días.
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Suena a madera el recuerdo
de tu abrazo de abedul; evoca
la savia
los besos de arena y luna
que la distancia robó…Y en
las ramas
de tus brazos pendula aquel
deseo
de resina, raíz y tierra.
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Fueron gesta aquellos golpes
con que rajaste
la losa de mi existencia.
¡Ven siempre entre tambores
y despiértame, alma mía!
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En aquel ático de humo y
nostalgias
se perdió
toda esperanza.
Curada de los abrazos, rendida
a la distancia,
la vieja amiga se escondía
del frío bajo el gabán,
sin sueños ya,
aterida.
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Cien mil garzas saludaban
el silencio en la noche,
tronaban ásperos los abrazos
que no damos y, secreta,
enviaba la tierra su olor a
muerte y vida al cielo vacío
etéreo
soñado.
Brazos que no logran asirte,
cintura amada que, esquiva,
se oculta,
cabello que muta en madurez,
carácter.
Dulce son de alborada y
licores, anhelo nuevo…
Sueña la fugitiva su
despertar y te llama.
Sueña la fugitiva su
despertar y te llama.
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Poética I
Hacer del sentir oficio.
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En aquella anciana soledad de
ausencias
sólo
la memoria de las voces
permanecía muda.
Fotos, pasquines, pancartas,
pintadas
traían rostros, expresiones,
miradas…
Pero la pertinaz angustia se
esforzaba,
noche tras noche,
en traer al recuerdo voces.
De los hijos.
De los hermanos.
De los esposos.
De los padres.
De amigos y compañeros…
De gente.
Gente nuestra.
Nuestra gente.
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Fue naufragio y es irredento,
a la espera de los nietos
y los bisnietos.
A la espera de los pájaros
para alzar el vuelo.
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No alcé la mano que blandiera
laja afilada a su sangre
consagrada.
No dije, grito ni sollozo, la
pena,
dolor y rabia de aquel adiós.
No tatué en mi pecho símbolo
de aquel destierro,
huella de los zarpazos, marca
de golpes sin ley. “No digo
nombre ni seña”,
sólo digo que nos fueron.
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Al abuelo
En sueño
pasó el viejo
desapego
de sus hermanos;
para
siempre entre tinieblas pisaba
losa
negra, losa blanca, búsqueda.
No
por durmiente aletargado: bien sabía
que
toda hermandad
tiene
su Caín.
Pero
él callaba.
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El
miedo toma la calle.
Las
paredes oyen, ¡shhh!
Se
entierran libros, se queman carnés…
y
el abrazo del abuelo se convierte
en
ruido de teléfono a través del cristal.
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Innúmeras
voces clamaban
por
el fin de las clausuras;
sus
inaudibles ecos quebraron la noche,
la
riqueza de sus timbres y colores se perdió a lo lejos,
mientras
desangraban los pueblos un río entero de plata.
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Cabo
San Roque, 1975
Estaba
gris la ciudad y calma la mar.
Los
barcos partían rompiendo abrazos
y
resonaba en las sienes
volveré,
volveré
vuelvan, vuelvan…
Montevideo era un llanto
y el océano su cauce.
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Si callase a los árboles el
viento,
dejándonos sin el crujido de
ramas,
sin el murmullo de las hojas
en las altas copas
descubriríamos, tal vez, en el
bosque el lamento
de antiguos llantos
que nadie oyó.
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Poética II
Hacer del amor panfleto y
lírica de la lucha.
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Te quise siempre
vivo en la memoria, padre.
Trabajo duro
por restaurar tu voz.
Nunca bastan
las palabras
la memoria
ni el ayer.
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Toc-toc
Toc-toc
El tiempo llama a puerta fría.
Nadie responde:
descarrilan trenes,
alaridos difuntos quiebran
el amanecer
y los ojos secos hieren
laceran…
Hacen su juego las morias
y hay parto de versos.
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Tanta alarma, tanta ansia
atrapa el alma. Clama
que anochecen los párpados
y
huye la luz
tras su antifaz de
miedo.
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Llamé a tu puerta
y no me abriste.
Sé que allí, en tu cuarto,
te consumías de amor.
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Con su pátina de vaho el
espejo
devolvía en risas la vanidad
a quien procura galones
con que ocultar heces,
vómitos,
discurso:
humus, sustrato
de la Identidad.
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Apuras el vaso de whisky
y allá en el fondo
grita una gaviota.
Rompe el día
y el café revuelve
las llagas
con azúcar y luz.
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El aliento de los esposos
en la noche nupcial se
acompasa.
¡Que no se pierdan uno en el
otro
disueltos en bruma!
¡Que no se fundan!
¡Que no se entreguen!
Que el aliento sincopado sólo
muestre
su ilusión inversa en el
espejo.
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Se demora en su implacable
paso el olvido
retado por artilugios de lo
audiovisual,
pero, ¡no os engañéis,
amigos!
No existe aún treta que pueda
abolir esa sombra
distancia
del inasible
presente nuestro
same old blues
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Entre el mar, la laguna, aquel
monte y su sombra
cazaba estrellas viajeras,
paseantes, repentinas, audaces.
Trazaba en su piel espirales
de espuma,
redondeles de algas,
mapas de nácar y cuarzo.
Robaba al tiempo vida,
permanencia y sueño,
guardaba en la sangre memoria
de la tribu
y danzaba
la llamada cíclica de la
luna nueva.
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¿Qué sortilegio nos ha
traído a esta isla?
Hemos llegado y pisado
la arena blanca de la
orilla;
están ahí, simétricas
y desiguales, nuestras
huellas, tuyas, mías…
Caminamos juntos
por el sol y la brisa.
Suena, en torno, el mar
antiguo.
Nuevos pájaros, cantos
libres.
Arrojados al Edén y desnudos…
Poderosa magia nos gobierna:
haré de este puerto mi casa
y toda la vida será un
regreso.
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Poética III
Retumbar en el inmisericorde silencio.
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