Niño, gato y salteado de verduras

Niño, gato y salteado de verduras

Josué Mares

21/08/2020

Niño se sienta en el patio de la casa a jugar con sus juguetes. Los oculta entre la maleza simulando que están perdidos en el bosque. Su madre, en la cocina, prepara una nueva receta. Nada le gusta más que cocinar. Es mediodía, y por las ventanas sale ese aroma reconfortante de la comida casera. El gato, a saber de dónde es, siente el olor. Del tejado salta al muro que separa la casa de la del vecino. Lo recorre a paso lento y vuelve a saltar, esta vez junto al niño. Niño se alegra de verlo, pero no por mucho tiempo. Sabe que a su madre no le gustan los animales. La última vez que lo sorprendió acariciándolo, lo regañó. «No le hagas cariño, que luego no hay cómo sacarlo». «No le des de comer, porque nunca dejará de venir». Siempre corretean a gato, pero insiste en volver. Camina erguido alrededor del niño y levanta la cola en busca de afecto. Niño lo acaricia culposo y luego le pide que se vaya. «Vete antes de que te vea madre». Gato responde con un maullido apenas audible, por suerte. 

Madre nota que su hijo está misteriosamente callado. «Seguro que está jugando con ese gato otra vez». Gato no da señales de querer irse. Niño le da un empujoncito suave, inútil. No quiere hacerle daño, pero tampoco quiere que se quede. No quiere que lo regañen. Madre es buena, pero ya le pegó al gato con la chancla una vez. El pobre huyó y se quedó mirando desde el techo. Una mirada de animal, sin resentimiento. Niño sabe que debe obedecer a madre, pero gato ronronea y lo coge «solo un segundo». Madre termina de moler las patatas justo a tiempo para retirar la sartén del fuego. Le gusta el crepitar de las verduras en el aceite caliente. Le salta una gota y siente como si le hubieran pinchado con un alfiler, pero no le da importancia. Ama cocinar. Niño y gato huelen el olor que viene de la cocina. Ambos salivan. A ambos les suena la tripa. «Vamos, vete. Huye de una vez o te harán daño». Gato levanta la cabeza para oler el aire, despreocupado. Al final es niño quien se va. Sigue el olor del salteado de verduras con carne y cierra la puerta tras de sí. Gato maúlla tristemente y queda a la espera de que, como tantas otras veces, el humano pequeño salga con algo de comida para él. 

Niño se sienta a la mesa y piensa en gato, con lástima. Madre pone los dos platos en la mesa con orgullo. Niño tritura la comida con la boca abierta y el jugo le corre por la barbilla. Está delicioso. Oculta dos trozos. Cuando termina de comer vuelve al patio. Gato no se ve por ninguna parte. Saca los restos aceitosos del bolsillo y los deja en el suelo. Llama a gato con un silencioso «cuchito, cuchito, cuchito», pero no viene. Gato se ha ido.

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