Un beso en la nuca

Un beso en la nuca

Sofia Kosenko

17/08/2020

    Rocé sus labios con los míos, sentí un ligero sabor a mar: una mezcla perfecta a brisa, libertad, sudor y pasión. El chiringuito de la playa donde nos sentamos era simple y vacío; al entrar, lo llenamos de color. En aquella terraza estábamos solos y distraídos del mundo entero. Solo nos interesaba la magia de dos cuerpos unidos por el destino y los espetos que tanto deseábamos.

    El sabor de aquellos pescaditos nos devolvía a los tiempos de vacaciones, pasiones playeras y ganas de sentirnos más cada día. El camarero nos atendió y en menos de 10 minutos ya estaba servida la esperada docena.

    El primer bocado sabía a gloria y un plateado ahumado. Enseguida surgieron los recuerdos de nosotros dos sentados en esta misma terraza hace diez años, mucho más jóvenes, ilusionados, con ganas de comernos el mundo y uno al otro. El segundo bocado nos devolvió a la realidad de tal modo que sentimos algo de sabor agrio y leñoso, lo que nos hizo entender que en estos años cambiaron tantas cosas, pero nuestros sentimientos y el sabor de los pescaditos seguía intocable. ¿Cuánto más seríamos capaces de mantener este amor? ¿Se mantenía solo o con la ayuda del cielo y la brisa del mar?

    Estábamos comiendo en silencio y pensando en lo nuestro; yo estaba pensando en él y él, seguro que estaba pensando en la comida. Me gustaba su forma de ser tan simple y directa: pensaba en las cosas de ahora, vivía el momento sin suponer nada; siempre estaba ahí, a mi lado, apoyando mi mano en la suya y alimentando mi imaginación y mi estómago con sabores deliciosos de sus cenas de viernes, comidas especiales de domingo y manjares de entresemana. El sabor seguía llenando la boca con una esencia jugosa llena de olor a playa, leña y algo de arena entre los dientes.

    Acabamos de comer y nos miramos tan satisfechos. Nos sentíamos como si hubiéramos hecho el amor, pero fue algo mejor: volvimos a recordar el sabor a juventud, libertad, amor racional, fuerte, y nuestras primeras vacaciones juntos. Volvimos a enamorarnos.

    Pagamos y nos levantamos. Seguimos hablando de cosas poco significantes y al mismo tiempo importantes para nuestro universo común que compartíamos desde hace tantos años. Dimos unos pasos más hacia las olas – yo un paso más adelante; las olas lamiendo mis pies y él detrás de mí con las palabras mudas en la boca. Me dio un beso en la nuca y susurró:

    – Gracias por seguir a mi lado. El año que viene será otro más.

        Sonreí. El año que viene ya no cumpliré más años – al igual que desde hace tres – pero lo seguimos festejando en sus sueños, en el mismo sitio donde hace tanto lo hicimos juntos por la primera vez. Donde por primera vez probé espetos. A su lado.

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