Por más que parezca increíble, ha pasado mucho tiempo desde que inicié esta historia de amores y desamores con esta parte del mundo, veinte años para ser exacta y poner un número al relato.

Ubicar esta calle se hace difícil sin hablar del lugar, un pueblo pequeño, tranquilo y con no más de unos miles de habitantes, General Campos, donde se desarrolló mi vida y transitan sus destinos mis hijos.

En lo que respecta a su aspecto visual, la calle en si es una avenida con espesa arboleda, donde se destacan en la época de floración el inconfundible color rosado de la flor del palo borracho, mezclado con el intenso verde oscuro de los fresnos quienes ofrecen una tupida sombra en los días de intenso calor. En el verano esta característica los transforma en la playa de estacionamiento ideal para el parque automotor de los vecinos.

El ripio que cubre su calle lo hace ideal para esas caminatas de conversaciones y confesiones en donde en forma disimulada vamos pateando piedras, quizás para descargar tensiones o tomar coraje para contar esas historias que suelen estar atragantadas y se hacen difíciles de largar.

Por la avenida 8 de junio se mueve una parte importante de la monotonía lugareña, situada a solo dos cuadras de la terminal de ómnibus, da su inicio de oeste a este en la intersección de Tratado del Pilar, casi, casi en mi domicilio…si la caminamos a solo doscientos metros nos encontramos con el almacén de ramos generales de Ricardo y Amanda, lugar de encuentro obligado de quienes buscan precios bajos, en estos tiempos que corren sin lugar a dudas que va allí el humilde y el adinerado, o sea, el lugar ideal para tener noticias completas del pueblo: Quien murió, quien dio a luz o como esta de salud tal o cual enfermo.

De ahí a la plaza, solo te separan unos pasos.

Ya estamos en el centro de la localidad, para que tengan una idea del tamaño de la misma.

Pero como les conté, voy a detallar ese lugar….el mío….el propio.

Sobre esta calle levante mi hogar, el nido, en el momento en que me afinque ya éramos cuatro, mi pareja, mi primogenita Tamara, mi segunda hija Tatiana y yo. Luego llegaron a completar mi historia Ricardo y Franco.

Una cantidad infinita de anécdotas cubren el espacio físico de la calle, desde el sacar los sillones por las mañanas de calor en la época veraniega para sentarnos a la sombra de nuestro hermoso árbol de el frente, allí tomar mate y realizar sociales con los vecinos hasta aprovechar la brisa reparadora en las tardecitas, dónde mesa ratón en mano, solemos degustar alguna picada y un buen trago de cerveza o fernet. Esto gracias a las nuevas luminarias que engalanan y le dan un aspecto de ciudad.

En las fiestas de navidad y fin de año se transforma en una pista de baile, convergen todos los vecinos, en ese momento la risa y las salutaciones se confunden con la música alegre de los distintos equipos musicales.
Como toda avenida, tenemos el privilegio de tener mano y contramano, y entremedio de ambas, un espacio en donde mis hijas mujeres desarrollaron durante su infancia un sin fin de juegos, incluso fue el marco ideal para las fotos alegórica de los cumpleaños infantiles. Dicho lugar pasaba de ser una cocina a un hospital, en solo los pocos segundos que tarda la imaginación de una niña.

Y qué decir de los varones….gastada debe estar de los interminables picados futboleros, nunca importo que no tuviera un mullido césped, el ripio de la calle fue, es y sera el mejor campo de deporte para quien se precie de vivir en una pequeña localidad.

Tránsito esta calle con distintos estados de ánimos, cuando estoy triste la veo oscura, tenebrosa, llena de fantasmas que pujan por salir de recorrida. Si me siento alegre me parece el lugar más bello. Basta solo detenerme un minuto y observar, para darme cuenta que a pesar de saber que existen lugares hermosos en otras partes, no cambio por nada este, mi lugar en el mundo.

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