Elemental (Fuego)

Elemental (Fuego)

Diego Maenza

08/05/2018

Llegas al cenit y puede que no sea tarde para volver a empezar esto que aún ni siquiera se extingue pero cuyo final se presiente. Lo admito con enojo: la culpa es mía por sulfurarme ante tus provocaciones, por inflamarme en múltiples estallidos para sentir tu calor.

Aglutinas el fervor mientras piensas. Asesina del absoluto que enciendes el momento. Tus ideas deben colgar en el aro de fuego que traspasa el león para el espectáculo de los dóciles.

No hay dudas, pues desde el palco Prometeo aplaude tu acto y te obsequia la lumbre; a cambio, un ave de fuego le desgarra el hígado para beneplácito de tus detractores. Mujer antorcha. Tus iluminaciones son más calientes que los rayos de Hefestos.

Cuando activas tus soflamas desde los palcos menos absurdos, estableces la combustión de filosofías caducas. Mujer lumbrera.

El ritual de los cuerpos se disipa al encender la sustancia que incinera nuestros labios; y hablando, nos derretimos en la radiación de nuestros propios espejismos.

Juegas a la pirotecnia: flamas tus ojos, magma tus muslos, fuego tu vientre. Ardor que estremece: incandescencia de las formas. La canícula sobre nuestras espaldas desnudas. Heme aquí de cuerpo entero queriendo extinguirme, porque también soy la ceniza de lo que apenas me queda, de lo que sonroja mis mejillas que derraman lágrimas de sangre, impotencia, furia. Soy un incendio latente.

Me acoges en tu regazo y friccionas mis partículas. Me fusiono desde tus poros. Crepito dentro de ti, fundiéndome en el vaivén de tus caderas que dislocas a tu antojo. Ahora soy el ave enardecida que abrasa tus arbitrios y se eleva para hacerte el amor, para probar los primeros hervores de tus líquidos, consumar el ritual definitorio del coito, el encarnamiento en la relación sexual, el empotramiento a fuego lento de la cópula que ejecuto desde tus espaldas y que hace declinar tus pasiones, porque el furor de mis bestias llena tu vientre y te carboniza en la erupción de mis dragones.

Al final, vuelvo a ser la alimaña que te extrae la bilis. Te reconozco en esa belleza que propicia la ignición de mis ojos, en tus pensamientos que ilumina a los bastardos. Disemino improperios sobre tu carne lacerada que acoge mis golpes en la deflagración de mis diatribas.

Entonces, extinguida y cenicienta, te transformas en el fénix que se aleja y forcejea por escapar de este infierno, porque te has liberado de mi fuego y ahora vuelas incendiaria. Y yo me quedo solo. Solo y apagado.

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