Serás la doncella, un clavel o azucena, una hortensia o jazmín. Seré el alegre fauno que te huela, que frecuente tus guirnaldas y presuma de la impregnación de tus fragancias. La racionalización será para los autómatas, el sentimiento servirá por siempre a los espíritus libres. Serás pubescente, una amapola o artemisa, una muguete o primavera. Seré el todo juvenil, el mancebo iniciático que sorberá tus doctrinas como capas de miel o como suspiros en estampida. Las lógicas se formularán para descolocarlas, las sensaciones se prosternarán ante nosotros, y nosotros lo haremos ante ellas.
Serás la virgen, una dalia o magnolia, una camelia o girasol. Seré el centauro libidinoso que sudará éxtasis y que desechará la invalidez de los argumentos cansinos. La sensatez adolecerá del enigma de lo equívoco, la sensibilidad nos conducirá hacia lo perenne. Serás la ninfa, un tulipán o crisantemo, un pensamiento o margarita. Seré el efebo clandestino que percibirá con pasión los miasmas de tus concavidades. El método será la muestra explícita de una prudencia errónea, la libertad constituirá el criterio de la nueva ciudad futura. Serás la ramera, una genciana o achicoria, un botón de oro o boca de dragón. Seré el bufido del bisonte, el morboso etéreo que proyectará sus masturbaciones sobre tus jardines de colores. Las prédicas amanecerán flotando sobre los basurales, nuestras transgresiones nos ascenderán hacia diversas atmósferas.
Tu arcoíris se mantendrá intacto como una nínfula que ocultará sus crótalos al sonido de mi flauta. Será el momento en que se destrozarán tus directrices. Te aconsejarán que te definas por el camino de los sumisos, pero tus formas no serán aptas para las alfombras de los pacatos, pues tu exuberancia no radica en los defectos de la modestia, sino en la delimitación de las carcajadas menos complejas. Será la desfloración, porque separaré tus pétalos color escarlata con el hálito de mis deseos, y tus suspiros más íntimos, tus ventiscas interiores, arremolinarán mis anacronismos. Vivirás en las visiones que invocaré en nombre de Dioniso, en la algazara de nuestra mascarada, en la aurora boreal que sonrojará tus cuatro cachetes cardinales.
Me arriesgaré a tañer la tonada de tus gladiolos que se rasgarán en ráfagas a la espera de tus profecías y predecirás las fortuitas confluencias de nuestras brisas, porque finalmente mi extrovertido colibrí le inyectará todo el oxígeno a tus huracanes.
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