En un muy buen día de tantos en la vida de su servidor, llegó a mí la más entretenida historia, está refería cómo un analfabeto burló a una gigantesca entidad crediticia.
En éste casó, la anécdota la inicia dando un nombre, y lo he llamado Arnubal al protagonista, para efecto de éste remedo de cuento; él era un conductor de volquetas, o mejor lo conocí en esa profesión. Cuándo ya habíamos trabajado por varias obras y una vez ya entrados en confianza, él me contó muchos anécdotas de su vida, pues ya era un abuelo, de ésos abuelos de antes llenos de vida, y de vivencias, de los que comenzaron desde abajo, los qué después de salir del campo pará vivir en la ciudad, buscaron alguna profesión.
El era un viejo de amplía risa en su rostro trigueño, regordete y con un amplió vientre, así era el simpático Arnubal.
Entre risas una semana de agosto, comenzó a narrar una de sus historias, las cuales hacían amena los desalojos de tierra con su volqueta vinotinto modelo 59. No sé porque en una de esas jornadas de trabajo, un día me contó que está vinotinto modelo 59 era ya su tercera volqueta, y qué de las anteriores; una se despeñó en una de las muy malas vías de las zonas recónditas de mi maravilloso país, llamada «el trampolín de la muerte»; la otra se la había quitado el banco, por incumplimiento en los pagos, de los intereses y capital incumplidos de varios años. Y ¡Allí! en un instante pícaro de su rostro, y con la boca llena de risa, dijo: —¡Vera don! Ése sí que fué un casó, esa volqueta me la quitó el banco, pero los dejé viendo un chispero. Esto me llenó de intriga, y quise que me contara más; don dijo, ¿se acuerda de la primera volqueta?, (don, así me llamaba el buen Arnubal). Y justo ahí, cuando se colocaba interesante la anécdota, se acababa el día de labores, el último viaje con tierra, arrancaba a manejar el pícaro volquetero y me dejaba con el bichito de la curiosidad, ansioso por saber cuál era la historia de la jugada al banco, así finalizó ese día de agosto.
Después de varias semanas, ya era el siguiente mes, volví a necesitar al muy amistoso Arnubal y a su volqueta; yo, en esa semana de labores debía saber más de la jugada al banco. Comenzó el trabajo de desalojo de tierra, que era cargada a pala por la cuadrilla del viejo zorro de las volquetas, ahí se contaban toda clase de historias y chascarrillos. Aunque llenó de curiosidad y ansioso, no pregunté directamente, mejor comencé picando la lengua del pícaro Arnubal con otros temas, y al fin llegamos a hablar de la tercera volqueta que manejaba, la 59. Me contó cómo le había cambiado el motor, aumentado el volcó, renovado el gato. Así de una cosa en otra llegamos y retomamos la historia que me interesaba; el casó fué qué cómo me lo contó él, había una série de saltos de historias, malas cronologías y carencias de argumentación. Por lo que decidí escribir un borrador de los fragmentos de la historia, de la mañosa jugada que le propinó el analfabeto volquetero al banco.
Ya en limpio, comenzare, todo inicia con la volqueta que se despeñó, ya hacía muchos años atrás, un vehículo que compró con mucho esfuerzo en 1954 y que luego de su desafortunado destino en las carreteras de mi bella Colombia, quedó olvidada por varios años en las profundidades del trampolín. Pasamos a la segunda volqueta comprada con un crédito de un famoso banco en 1977, justo un año después del siniestro de la primera; crédito que honro religiosamente durante 5 años pagando peso por peso puntualmente, pero la mala fortuna volvía a lapidar a el amigó Arnubal, y está segunda volqueta azúl fué hurtada y desaparecida, con lo cuál el pícaro, pero iletrado chófer pensó que su deuda también se acabaría. El tiempo pasaba, ya más de una década desde el hurto de la azul, en el año de 1996, a nuestro risueño volquetero le llegó una citación de un juzgado, eso era debido a la falta de pago al banco, el monto que reclamaban era casi un centenar de millones de pesos; nuestro amigo confiado y por falta de conocimiento, pensó que con mostrar la denuncia resolvería el entuerto. Pero de la cita en ese juzgado salió con una cruz muy pesada a sus espaldas, era muchísima plata. Más las cosas se ponían a su favor un poco, pues le llegaban noticias que habían rescatado parte de la primera volqueta, si la que se había derrumbado; de mejor ánimo procedió a encontrar los restos de está, ya viéndola en persona, supo que era poco lo que podía servir y procedió a guardarla en un parqueadero de un amigo .
Ahora triste y preocupado, sabía sin duda que no había mucho por lo que celebrar, pues el embrollo con el banco, requería de la plata o la volqueta para cesar todo el casó contra él, y tener la chatarra de la primera volqueta no lo mejoraba.
Y un día, uno de esos, y cuándo más desesperado y acorralado estaba el volquetero; llegó un compañero de ofició con las placas de la azul, ¡Sí! un compañero del gremio las había encontrado en una chatarrería, las reconoció, recuperó, y las presentó a nuestro desafortunado o afortunado Arnubal; qué al ver las placas sonreía pícaramente, y con un gesto fué cómo si un mundo cayera de sus hombros.
En la mente del truan y recorrido chófer, se origina una estafa, (cómo cuando haces un trato con un pirata; si no específicas, ni mencionas los términos en el trató, te estafaron). El banco reclamaba la volqueta azul, en el parqueadero estaba el chasis de la derrumbada y ahora tenía placas y también los papeles de la azul robada. Y así se fraguó el ilícito, se alteraron los números de chasis, se colocaron ruedas y repuestos de segunda, todos inservibles, y cómo en la película la estrategia del caracol, ahí está su volqueta; y esos restos en ese polvoriento parqueadero, se entregó un Frankestein con lo único original, las placas, así la recibieron el juez y el banco que desconocían de volquetas, no les quedó más que recibir la pila de chatarra armada cómo real; y así el pícaro Arnubal entregó un chasis con unas placas y estafó a ese gran banco, está fue la jugada de Arnubal. Y además le quedaron repuestos buenos como el motor y el gato hidráulico con los que acondicionó una volqueta vinotinto del año 59.
Y con éste cuento acabó ese desalojo de tierra también, ya tenía todas las partes de la historia que les narre, resumiendo, cómo un analfabeto venció a un Goliat bancario e incluyendo a un juez; y sin más finalizó el trabajo con su volqueta vinotinto, y Arnubal entre risas se marchó hasta un próximo anécdota.
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