Taisha Brown era una hermosa joven afroamericana de 19 años de edad, estudiante de la carrera de Derecho de la Universidad de Minnesota. Esa tarde, junto con muchos compañeros de su facultad, había decidido salir a las calles de Minneapolis a manifestarse en contra de la violencia policiaca, a raíz de la muerte del ciudadano negro de 46 años George Floyd.
Gracias a las redes sociales, todos habían sido mudos e impotentes testigos del asesinato de ese hombre cuando, a pesar de que la gente le pedía a gritos a los oficiales que lo dejaran en paz, el policía blanco Derek Chauvín siguió presionando su cuello con la rodilla, mientras estaba inmovilizado en el piso, hasta prácticamente asfixiarlo. George, antes de quedar inconsciente, llegó a decirles a los “agentes del orden” que no podía respirar, que le dolía el cuello y el estómago, y llamó a su mamá desesperadamente. Los policías, indiferentes, indolentes y crueles mantuvieron su tortura.
El mismo alcalde de la ciudad, Jacob Frey, en conferencia de prensa había expresado: «Ser negro en Estados Unidos no debería ser una sentencia de muerte. Durante cinco minutos vimos como un oficial blanco presionó su rodilla en el cuello de un hombre negro. Durante cinco minutos …cuando escuchas a alguien pedir ayuda … se supone que debes ayudar. Este oficial falló en el sentido humano más básico «.
La indignación de la sociedad era enorme y se manifestaba por todas partes de muy diversas maneras. Para ellos, como estudiantes que se preparaban para impartir y procurar justicia y, particularmente para ella, descendiente de generaciones de afroamericanos víctimas del esclavismo y posteriormente de la segregación racial, el acontecimiento era profundamente significativo.
¿Cómo era posible que en pleno siglo XXI y viviendo en el país de las libertades y oportunidades, se siguieran presentando este tipo de abusos y atrocidades? ¿De qué había servido la abolición de la esclavitud por Abraham Lincoln en 1863 y las luchas y sacrificios de Martin Luther King, Malcolm X y Rosa Parks en los años 50 y 60 del siglo pasado, si se seguía tratando a los negros como inferiores?
Caminando con sus amigos, Taisha era parte de un enorme contingente de miles de ciudadanos que se manifestaban pacíficamente y tenían como destino final las oficinas del condado en el centro de la ciudad. Portaban carteles y mantas con frases como: “La vida de los negros es importante”, “No puedo respirar”, “Justicia para George Floyd”, “Prisión para los asesinos”, “El silencio es complicidad” o “Justicia para todos por igual”. Unos traían instrumentos musicales o altavoces, otros simplemente ramos de flores. Los participantes gritaban pidiendo justicia y levantando su puño derecho, algunos con guante negro, a usanza de aquél partido de antaño: “Pantera Negra” y que representaba “The Black Power” (El Poder Negro).
Rememorando aquélla Marcha por la Libertad y los Derechos Civiles de la Gente Negra de Washington, en 1963, varias personas cantaban: “We shall overcome” (Venceremos), que fue muy popular en la voz de Joan Baez.
En cierta parte de su trayecto se les empezaron a unir varios grupos, con pinturas en aerosol y armados con piedras, palos, cadenas y bombas molotov, quienes comenzaron a destruir vehículos y a vandalizar y saquear negocios. La mayoría de sus integrantes cubría sus rostros, ya fuera con bufandas, pasamontañas o máscaras. El contingente principal trataba de detenerlos, pero estaban incontrolables, no podían pararse, eran como un tornado que arrasa todo a su paso, su motivación era otra. Tal vez no querían justicia, sino venganza. Pero ¿de quién? ¿acaso los dueños de los locales o automóviles eran culpables de lo que había pasado?
Poco antes de llegar a su destino los manifestantes se toparon con un enorme problema. La policía antimotines bloqueaba las calles de acceso a la sede del gobierno y, por si fuera poco, la Guardia Nacional se encontraba también ahí, a petición del gobernador del estado Tim Walz.
Una suave brisa soplaba desde el norte, llevando a Taisha Brown aromas a mar, lúpulo tostado, roble y jerez.
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Patrick O ‘Sullivan era un policía blanco, pelirrojo y pecoso, de 27 años de edad, que por su complexión robusta y gran fortaleza física había sido recientemente asignado a la Unidad Antimotines de Minnesota. De origen Irlandés, representaba la cuarta generación de policías dentro de su familia. Era un joven disciplinado y partidario del orden. Desde niño había sido formado en valores éticos y sociales, pues su madre, profundamente religiosa, había decidido convertirlo en un “hombre de bien”.
A pesar de que estaba acostumbrado a obedecer, esa mañana se sentía a disgusto ante la tarea que le asignaban. No era lo mismo trabajar de patrullero combatiendo al crimen en las calles, que enfrentarse a la población civil que se encontraba molesta ante una injusticia. Él mismo, siendo policía, estaba enojadísimo y avergonzado ante la conducta criminal e irresponsable de sus compañeros.
La orden había sido impedir el paso de los manifestantes a las oficinas del condado, bloquear y resistir, hasta donde fuera posible. Pero si eran provocados o atacados tenían la instrucción de someter a sus agresores a como diera lugar. ¿Cómo iba a ejercer la fuerza en contra de sus conciudadanos? ¡La violencia siempre engendra violencia! Decía su madre. ¡Y el Amor es la fuerza que mueve al mundo!
Ya al mediodía, antes de salir del precinto, Patrick revisó su equipo personal antes de ponérselo: casco, máscara anti gas, chaleco anti trauma, coderas, rodilleras, guantes, botas y escudo. También, aunque esperaba no usarlos, revisó su bastón, su taser, su spray de gas pimienta y su rifle con balas de goma. Algunos de sus compañeros portaban además lanza granadas, tanto de humo como de gas lacrimógeno. Se vistió, tomo su equipo, se encomendó a Dios, pidiendo regresar con bien y no lastimar a nadie, y se trepó al camión que los llevaría al punto de reunión. Además de los vehículos de transporte llevaban con ellos algunas unidades blindadas y una camioneta con cañones de agua.
El panorama no era muy alentador. En su paso por diferentes calles y avenidas podían ver negocios y vehículos destrozados, incluso autobuses del transporte público y patrullas incendiadas. El paisaje reinante evocaba prácticamente una “zona de guerra”.
Al llegar al sitio convenido se formaron en dos filas, la Guardia Nacional había acudido también con un buen número de elementos, lo que les daba cierta tranquilidad. Todo parecía estar bajo control, hasta que comenzaron a llegar las hordas de ciudadanos. La situación comenzaba a adquirir tintes dramáticos y poco esperanzadores.
Un suave viento, proveniente del sur, llevó a Patrick O’Sullivan aromas de café, maíz y ron.
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El grupo de manifestantes se detuvo a unos 20 metros de la policía antimotines. Nunca dejó de gritar y exigir justicia. Algunos, más envalentonados, encaraban a los policías y hasta se animaban a insultarlos y a acusarlos de criminales.
Taisha se sentía incómoda. Frente a ella, las filas de los antimotines se le asemejaban a las stormtroopers, o tropas de asalto del Imperio Galáctico de la película: “La Guerra de las Galaxias”, que estaban ahí para lastimarlos, todos igualitos, como clonados, conformando un negro muro impenetrable.
Desde su perspectiva, Patrick estaba bastante nervioso, no sabía como iba a proceder toda esa multitud. Aquélla masa humana lo intranquilizaba hasta que, sin poder evitarlo, su mirada quedó atrapada en la figura de Taisha. Aquélla chica era preciosa, su cuerpo como de modelo y su rostro; perfecto. Su piel era tersa y sedosa, sus ojos: brillantes, grades y negros, enmarcados por unas cejas abundantes y unos pómulos muy finos. Su nariz era pequeña y respingada, sus labios: rosados y carnosos, que al esbozar continuamente una sonrisa, evidenciaban unos hermosos dientes aperlados. Su pelo negro y ondulado caía abundantemente sobre sus hombros. Iba enfundada en unos ceñidos jeans deslavados y usaba una ligera y vaporosa blusa carmesí. Llevaba escaso maquillaje, si acaso, un poco de pintura labial y delineador de ojos, pero, para el gusto del policía antimotines, ni siquiera le hacía falta.
Patrick quedó atrapado como en una burbuja. Todo el sonido y movimiento fuera de la hermosa niña no tenía ya importancia. Las acciones corrían como en cámara lenta y el ruido pasó a un segundo plano. Su escena principal era la linda afroamericana que se manifestaba frente a él y, hasta podría jurar que en esos momentos, se escuchaba música en el ambiente.
Tan abstraído y embelesado estaba con la muchacha que casi ni se dio cuenta de la lluvia de piedras y objetos pesados que impactaban contra su casco y escudo. Minutos después algunos grupos de manifestantes comenzaron a empujarlos para hacer ceder el bloqueo, pero ellos resistían estoicamente.
Cuando la cantidad de civiles fue superior a la de la Guardia y la Policía, estos últimos comenzaron a retroceder. De pronto, un fuerte estruendo se escuchó a espaldas de Patrick, seguido de una serie de detonaciones que indicaban que sus compañeros había comenzado a lanzar granadas para dispersar a la población. El humo y el gas lacrimógeno se empezaron a expandir por el aire, provocando la huida de la gente, como cuando se pisa en medio de un hormiguero y las hormigas corren sin ton ni son en todas direcciones. Todo se volvió confusión y desorden. Era un tremendo caos.
Los manifestantes más radicales fueron entonces hacia el frente del contingente, tomando las granadas y regresándolas, aventando todo tipo de objetos y lanzando bombas molotov contra los guardias.
Un fuerte viento, proveniente del oeste, concentró aún más los olores del humo, la gasolina, los gases lacrimógenos, el sudor y el temor de la gente.
Taisha trataba de correr para protegerse, pero chocaba constantemente con otras personas sin poder avanzar. Inesperadamente, una molotov mal dirigida se estrello en el piso cerca de ella. El fuego alcanzó su ropa y comenzó a incendiarse. Patrick, que no le había quitado los ojos de encima, al ver la situación, rompió filas y rápidamente corrió en su auxilio. Aventó todo lo que le estorbaba y tiró a la chica en el suelo para apagar el fuego. La rodó un poco y luego él mismo usó su cuerpo para sofocar por completo las llamas.
Algunos compañeros de Taisha y otros manifestantes que no habían visto lo de la bomba incendiaria, pensaron que el policía agredía a la joven y se lanzaron contra él, golpeándolo sin misericordia.
Inmediatamente un grupo de policías acudió en su auxilio, armándose la trifulca. Taisha, quien apenas reaccionaba del trauma de lo que le acababa de suceder, al ver lo que pasaba comenzó a gritar:
- – ¡Alto! ¡Deténganse ya!…¡El policía no me estaba atacando!…¡Acaba de salvar mi vida!…
Los ánimos se empezaron a enfriar mientras oían las palabras de la joven que se aproximaba. Los rijosos dejaron de pelear y ayudaron a Patrick a levantarse. Se veía bastante lastimado. Al llegar frente al policía, la chica se vio reflejada en sus profundos y sinceros ojos azules, y envuelta en su tierna y cálida mirada. Se acercó lentamente, y con una sonrisa que volvería loco a cualquier hombre le dijo:
- – ¡Gracias por salvarme! ¡De verdad! ¡Si no hubieras llegado tan pronto de seguro me hubiera quemado toda! ¿Cómo hiciste para llegar con tanta oportunidad?
- – ¡Es que estaba al pendiente de ti! ¡No podía dejar de mirar lo bonita que eres! -.
Taisha sonrió nuevamente y dio a Patrick un suave y prolongado beso en la mejilla. Luego le dijo:
- – ¿Sabes? ¡Eres muy valiente…y muy tierno! -.
Patrick sentía que flotaba y hasta el dolor de la golpiza se le olvidó.
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Sentados en la ambulancia los jóvenes seguían platicando:
- – ¿Cómo te llamas? -.
- – Taisha Brown ¿y tu? -.
- – Patrick O’Sullivan…¡Oye! ¡Te gustaría salir a algún lado conmigo? -.
- – ¿Cómo una cita?…
- – ¡Ajá! -.
- – ¡Sí, con gusto! Aunque me parece que nuestra primer cita será en el hospital -.
- – ¡Eso no sería raro! Nos conocimos en una batalla. En la que los dos salimos ganando…
Un suave y cálido viento, proveniente del este, esparció por todo Minneapolis aromas de paz y de esperanza.
Jorge Humberto Varela Ruiz.

Protestas contra el asesinato del ciudadano norteamericano George Floyd (dw.com).

Policías antidisturbios (dw.com).

Incendio de vehículos con bombas molotov durante los disturbios (diariodesevilla.es).

Leisha Evans, enfermera de N.Y. protestando pacíficamente contra la violencia policial (granma.cu).
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