Los Siete Sellos. Una historia de valores.

Los Siete Sellos. Una historia de valores.

Capítulo 1.

Un Reino Dividido.

Hace muchos, muchos años, en el lejano y mítico reino de Isandur, había un viejo y sabio sultán llamado Fandir, quien en el ocaso de su vida y queriendo enmendar sus errores del pasado, convocó a los jóvenes varones del país para emprender una gesta heroica por su pueblo.

Desde hacía ya mucho tiempo que el reino se encontraba dividido. Un pequeño número de familias poseían el poder económico, político y religioso, mientras que la mayoría de la población padecía de hambre, inseguridad y miseria. La justicia estaba a favor de quien pagaba por ella y entre las autoridades reinaba la corrupción y la impunidad. Nadie podía salir a las calles sin ser víctima de la violencia y el gobierno ejercía un control total sobre una población sometida y prácticamente esclavizada.

Las personas habían pasado por una etapa de enojo y rebelión, pero ante un ejército que en lugar de proteger a su pueblo se había puesto al servicio del grupo dominante, habían perdido por completo la esperanza y caído en el desánimo total. Las prisiones estaban llenas de opositores al régimen, mientras que por las calles deambulaban tranquilamente asesinos, bandidos, estafadores, violadores y viciosos.

Aunque Fandir ya no ejercía un poder real sobre la población, dado que su cargo era solamente honorífico, aun poseía cierta influencia moral y el aprecio y respeto de muchos, principalmente de los más viejos, quienes llegaron a conocer la otrora grandeza de Isandur, por lo que en el salón principal de palacio se reunieron alrededor de medio millar de jóvenes de todos los rincones del reino y muchísimos curiosos interesados en conocer lo que el sultán tenía que decir.

La sala del trono o salón principal era un amplio recinto con piso de piedra labrada con motivos vegetales. Los altos muros de cantera amarilla estaban cubiertos por pinturas a la cal, que describían escenas de las grandes proezas de los héroes de antaño; como la “Batalla de los Espejos”, en donde el gran líder Baldehir ordenó a varios de sus soldados colocar enormes espejos en lo alto de los riscos, para reflejar la luz del sol el tiempo suficiente para lograr la victoria total de sus ejércitos antes de que cayera la noche. O la “Batalla de los Juncos”, en donde el legendario capitán Amhed Rashir y su ejército sorprendieron a sus enemigos al llegar hasta su campamento por el fondo del río, para no ser vistos, utilizando unos pequeños juncos para poder respirar estando bajo el agua.

Otra pintura representaba a Hassim Abur, quien con tan solo unos cuantos hombres, cruzó las montañas Azules para sorprender a los Blufianos por la retaguardia, mientras éstos dormían, y permitir así que el resto de su ejército los aniquilara.

Por último, había una pintura en la que la gran guerrera Zoraida, aprovechando sus encantos y atributos, después de interpretar la danza de los sables ante el rey de Serfia y dos de sus capitanes, acababa por decapitarlos, liberando a su pueblo de la invasión serfadita.

En la parte superior de los muros había siete ventanales, con igual número de vitrales, que representaban a cada uno de los siete hijos del gran sultán Bahunda.

El acceso al salón era una enorme puerta de madera de roble, labrada con las figuras de los siete hermanos y reforzada con herrajes. Desde ella partía una larga alfombra púrpura que llegaba hasta el hermoso trono de mármol con incrustaciones de oro y piedras preciosas. El salón se encontraba dividido en tres naves, gracias a una serie de altas columnas rematadas por arcos mozárabes de gran belleza.

El ambiente en el lugar era de gran expectación y desconcierto, pues nadie se imaginaba siquiera qué era lo que el viejo sultán les pediría, por lo que un enorme murmullo corría en todas direcciones. Sin embargo, en cuanto Fandir ingresó en el recinto, el silencio fue total y absoluto.

Lentamente y con la ayuda de su hermosa nieta Azira el viejo sultán tomó su lugar en el trono y comenzó a hablar.

– Mi abuelo Bahunda fue heredero de un gran reino, fruto de las proezas de hombres y mujeres valientes y sabios, como Baldehir, Amher Rashir, Hassim Abur y Zoraida, que con su valor y sabiduría fueron conformando el país de Isandur, en donde reinaba la paz, la armonía y el bienestar de sus habitantes. La prosperidad material de que se gozaba era tan solo el reflejo de la riqueza moral de sus habitantes, pues desde el sultán hasta el último de sus súbditos se trataban con respeto y fraternidad. – dijo Fandir, mientras recorría con su vista los sorprendidos rostros de todos los asistentes en el salón.

Algunos de los viejos ahí presentes se miraban entre ellos y suspiraban con nostalgia.

El sultán continuó: _ En todo el mundo el nombre de Isandur era sinónimo de majestuosidad y de prosperidad y las personas venían de todas partes para conocer cómo vivíamos aquí y tomándonos de ejemplo en todos los aspectos de la vida, fuera en lo económico, político, social o religioso… -dijo el anciano orgulloso. Luego, se quedó callado por unos instantes, su cuerpo cayó sobre el trono con pesadez y en su rostro se reflejó una gran tristeza. Después de unos momentos, retomando fuerzas, continuó con su relato.

_ ¡Mi abuelo era un gran sultán! Y para mostrar simbólicamente la grandeza del país mandó forjar un enorme escudo de oro, conformado por siete sellos que representaban los valores del reino: Generosidad, Paciencia, Valor, Libertad, Verdad, Justicia y Unidad. ¡Este escudo se encontraba aquí, detrás del trono! – Mencionó el sultán mientras señalaba con su dedo el muro posterior del salón.

_ Pero desafortunadamente todo llega a su fin, y a la muerte de mi abuelo, sus siete hijos, incluido mi padre, se comenzaron a disputar su lugar al frente de Isandur, rompiendo con ello la unidad y armonía del reino. ¡Ahí están ellos en cada uno de los vitrales!: mi padre Karim, Eleazer, Mohamed, Sammar, Zandur, Alí y Jaffet…

_ Después de mucho tiempo de peleas y discusiones, cada uno de los hermanos tomó del escudo uno de los siete sellos y decidieron formar su propio reino, llevándose consigo a parte de la población y del ejército. Mi padre, por ser el mayor, se quedó aquí con sus propios seguidores… ¡Ese fue el principio de la decadencia de Isandur!_.

El rumor que tiempo antes se había callado resurgió ahora pero con mayor intensidad. ¿Qué era lo que el viejo sultán esperaba al contarles todo esto? ¿Que esperaba de ellos?

Fandir volvió a tomar la palabra: _ ¡Ha llegado el tiempo de que el antiguo esplendor de Isandur se restablezca, de que la otrora gloria del reino vuelva a brillar! Y es por eso que los he convocado aquí. Los siete sellos que conforman el escudo de Isandur deben reunirse de nuevo y con ello nuestra grandeza volverá_.

Entre los asistentes se comenzaron a escuchar exclamaciones de asombro, de incredulidad y hasta risas y burlas:_ ¡Este viejito loco cree que con reunir esas piezas de oro perdidas todo en el reino se arreglará! ¿Qué es lo que le pasa? ¿Cree que no tenemos cosas más importantes por hacer? ¡Lo que hace falta para restablecer la grandeza del país es un líder que levante al pueblo en contra del grupo en el poder y lo derroque, no un puñado de inútiles buscadores de tesoros!_.

_ La recuperación de los siete sellos es el rescate de los valores que nos deben conformar como sociedad, y eso debería bastarnos como motivación para buscarlos._ afirmó Fandir con plena certidumbre, _Pero como no creo que a muchos de ustedes este simple anhelo los motive, he decidido otorgar mi palacio con todas sus riquezas a quien sea capaz de traer ante mí los siete sellos y, por si fuera poco, le otorgaré también en matrimonio a mi querida nieta Azira -.

La respuesta a las últimas palabras de Fandir fue de gran entusiasmo, pues todos los presentes se veían de repente ante la posibilidad de una mejora en su posición social y económica, y como lobos hambrientos miraban en la joven el gran trofeo, la hermosa joya que coronaría sus hazañas. Cabe aclarar que a la muerte de Fandir su nieta se convertiría automáticamente en sultana, y quien se casara con ella acabaría siendo sultán.

Azira, que no conocía los planes de su abuelo, al verse acosada por todas esas miradas codiciosas se ruborizó y no pudo más que sentirse como un objeto, como una mercancía en las manos de un ambicioso mercader que la ponía en subasta, a la disposición del mejor postor.

Estaba profundamente indignada y herida en sus sentimientos, mas la prudencia la obligó a quedarse callada. Su abuelo no habría hecho jamás algo así si no fuera por el bienestar del reino. Además lo quería muchísimo, se había encargado de ella desde niña, cuando a los seis años habían envenenado misteriosamente a sus padres.

Azira contaba ahora con 18 abriles y era una hermosa mujer de piel trigueña, finas facciones y unos enormes ojos color miel, enmarcados por unas largas y rizadas pestañas. Su nariz era menuda y recta. Los labios delgados y sonrosados. Por debajo de su bello rostro ovalado se podía apreciar un largo cuello que lucía a la perfección un elaborado collar de plata con zafiros. Su larga y lisa cabellera negra azabache llegaba hasta su angosta y delineada cintura. Sus manos eran delgadas y tersas, sus pies menudos y delicados.

Ese día en particular portaba una vaporosa vestimenta turquesa con unas zapatillas azules bordadas con piedras de colores, lo que la hacía lucir extraordinariamente bella. ¡No era entonces de extrañarse la gran emoción de los presentes ante la propuesta del sultán!

Quienes conocían personalmente a la princesa sabían además de su dulce y tierno carácter, la bondad para quienes la rodeaban y su generosidad con los más necesitados.

A pesar de ser la heredera al trono, no era una persona altiva y orgullosa, muy por el contrario, su humildad, sencillez y amor por su pueblo, hacían de ella la mujer más querida en Isandur.

_ Olvidaba decir_ comentó Fandir interrumpiendo la algarabía reinante_ que la recuperación de los sellos no es una labor sencilla y sin riesgos. Existe una serie de pruebas que hay que superar y en las cuales puede ir de por medio la vida misma, por lo que los valientes que decidan aceptar esta peligrosa misión podrán hacerse acompañar de quienes consideren necesario _.

El murmullo hasta entonces existente se convirtió en una enorme gritería como de mercado. ¡La aventura ya no era entonces tan atractiva como parecía en un principio! Algunos de los presentes comenzaron a salir decepcionados del salón y se escuchaban comentarios como:

_ ¡Te lo dije! ¡Este viejito está más loco que una cabra! _ o _ ¡Con razón ofrece tanto! ¿Quién en sus cinco sentidos se arriesgaría a tan semejante tontería? ¡Yo no arriesgaría mi vida ni por todo el oro y las joyas del mundo! -.

El sultán decidiendo poner orden ante el caos que se había generado, volvió a tomar la palabra y dijo:_ ¡Quiero saber si hay aquí, entre todos los presentes, algún valiente que acepte el reto! ¡Que den un paso al frente quienes irán en busca de los siete sellos! -.

La reacción de la mayoría fue apartarse de inmediato, perdiéndose en el anonimato de la muchedumbre, otros aun dudaban y se miraban unos a otros como esperando una señal que los ayudase a decidirse. Solamente cuatro jóvenes avanzaron sin dudar: Solimar, un valiente capitán de la guardia real; Mustafá, un ambicioso comerciante del mercado de Bagdag; Shing Ho, un brillante monje de Sandahar y Salim un humilde servidor del palacio quien desde su niñez había estado enamorado de Azira y veía en ésta la oportunidad de romper con la estructura de clases y poder casarse con su amada princesa.

Salim era un bello joven de facciones recias y larga cabellera castaña. Su condición de siervo había desarrollado en él una gran fortaleza tanto espiritual como física, lo cual se reflejaba en una musculatura bien definida. Su morena piel, fruto de largas jornadas bajo el inclemente sol, contrastaba con sus ojos verde aceituna, como un pequeño oasis en el desierto de su cuerpo. Complementando su cuadrado rostro unas cejas muy pobladas, una nariz recta y grande y unos gruesos y carnosos labios.

Aunque era parte de la servidumbre, el joven siempre había sido libre, pues cumplía sus obligaciones con un verdadero espíritu de servicio y nada ni nadie podían poner límites a su anhelo de ser mejor persona cada día.

Al ver a Salim ofrecerse para tal empresa, el corazón de Azira latió de emoción, pues ella también lo amaba y sabía que aquella era la única manera en que podrían estar juntos. Por un momento, los ojos de los dos jóvenes se conectaron y por solo unos instantes pudieron soñar con llegar a tener un futuro juntos.

Sin embargo, cuando todos pensaban que solo serian cuatro los voluntarios para buscar los sellos, un quinto joven pasó al frente. Se trataba de Iram, un arrogante y envidioso cortesano, hijo del Gran Visir, quien desde niño había deseado a Azira y odiaba a Salim.

El sultán, complacido ante la respuesta de los cinco valientes, les entregó algunos libros con información sobre los sellos y deseándoles buena suerte a todos los animó a partir cuanto antes.

Capítulo 2.

Los cuatro amigos.

Salim ya era sirviente en el palacio del sultán cuando Azira llegó a vivir ahí después de la muerte de sus padres. Desde el primer momento la princesa le agradó y se esforzó por hacer que ésta recuperara su alegría, pues como consecuencia del asesinato, la niña se había vuelto una pequeña triste y temerosa. Una vez terminadas sus obligaciones Salim la buscaba para jugar con ella y tenían cientos de aventuras explorando juntos los alrededores.

Fuera del palacio se les unía frecuentemente el pequeño y ágil Nasif, a quien apodaban “el mono”. El padre de Salim había muerto al salvarlo de ahogarse en el río, por lo que “el mono” consideraba que tenía una deuda de honor con su amigo, la cual pagaría al poder corresponder de igual manera.

Con cierta frecuencia Iram, el hijo del Gran Visir, visitaba el palacio y no le parecía que la princesa jugara con la servidumbre, mucho menos que saliera con ellos a las calles y al campo. Sin embargo, al no poder impedirlo terminaba uniéndose al grupo de amigos y sus actividades, más por estar cerca de Azira que por la simpatía que le pudieran causar los otros dos niños, a quienes consideraba indignos de su compañía.

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En cierta ocasión, caminando por el bosque, Iram atrapó una libre y se disponía a matarla, pues se jactaba de ser gran cazador; mas la niña, compadecida del pobre animal le rogaba que no lo hiciera. Salim y Nasif llegaron corriendo e insistieron a Iram que la soltara, pues habían encontrado la madriguera de la liebre con varias pequeñas crías.

_ ¿Piensas dejar huérfanas a esas pobres crías Iram?_ le dijo Salim.

_ ¿Y qué tiene eso de malo?_ contestó el joven, _ No son más que simples animales salvajes_.

Azira comenzó a llorar y le dijo: _ ¡Eres un insensible Iram! Salim y yo somos huérfanos. Si pudieras tan solo imaginar lo que es vivir sin papás_.

Iram se puso repentinamente muy serio y soltando al animal exclamó: _ Mis padres viven, pero nunca conviven conmigo. Están siempre tan ocupados en sus asuntos de Estado que no tienen tiempo para mí _. Y se alejó de ellos con gran amargura.

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En otra ocasión, paseando por las orillas del rio Bengalí, una enorme cobra se interpuso en su camino. Iram salió corriendo de ahí a toda prisa y en su huída dejó caer su turbante, mientras que Azira se quedó petrificada frente a la fiera serpiente que no la dejaba de mirar. Rápidamente Salim tomo el turbante de Iram que se encontraba en el piso y se abalanzó sobre la cabeza del animal, sujetándolo a manera de inmovilizarlo. Rápidamente Nazif entró en ayuda de su amigo y entre ambos arrojaron la cobra al rio, acabando con el peligro.

Cuando Salim y Nasif reclamaron a Iram por haber dejado sola a la princesa ante la cobra, éste se justificó diciendo que había pensado que la princesa también había corrido.

Las salidas del palacio que la princesa hacía con sus amigos le ayudaban para que Azira conociera la realidad de las cosas. No era lo mismo la vida en su castillo, llena de lujos y servidumbre, que la forma en que la mayoría de la población sobrevivía allá afuera, con todos sus temores y carencias. Y mientras Iram estaba de acuerdo con esa diferencia de clases tan injusta que se veía en la ciudad, la princesa creía que las cosas se podrían cambiar en beneficio de todos los habitantes del reino.

Casi todos los días los tres pequeños salían con comida o ropa del palacio para ayudar a alguna familia en apuros, o colaboraban con las personas para reconstruir sus casas. Azira acostumbraba llevar algún libro para leer a los más chiquititos interesantes historias, mientras que Salim y Nazif se ofrecían a realizar múltiples tareas en solidaridad con sus compatriotas. Iram sólo veía las acciones de los otros, pero no hacía nada por ayudarlos. Parecía una fría estatua de mármol, indiferente a las necesidades de los demás.

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En una cálida noche del mes de mayo, perfumada por el exquisito aroma de los azahares, Azira y Salim se encontraban echados sobre la hierba mirando al cielo, cuando vieron pasar una estrella fugaz…

_ ¡Rápido Salim pide un deseo! _ dijo Azira con emoción.

_ ¡Me gustaría ser libre como esa estrella! _ dijo Salim _ ¡Viajar por todo el mundo y conocer otras culturas! Ahora tú _.

_ Yo quisiera un reino de justicia y de paz, de bienestar y amor para todos sus habitantes. ¿Crees que algún día eso pueda ser realidad? -.

_ ¡Claro que sí princesa! En cuanto seas mayor de edad y sucedas por derecho a tu abuelo en el trono de Isandur, quitándole el poder a ese desgraciado y abusivo de Sadam. ¡Ya falta poco! Por lo pronto ¡no pierdas la esperanza!

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Cuando Azira llegó a sus quince años se había convertido en toda una bella jovencita y Salim suspiraba por ella. Nasif le decía entonces:

_ ¡Oye amigo! Nuestra Azira se ha vuelto toda una preciosidad. Pero no te hagas falsas ilusiones. Ella es una princesa y tú su sirviente. Nunca podrá haber nada entre ustedes. ¡Mejor hazle caso a mi hermana Salma!, ella está que se muere por ti_.

_ ¡Pero si tu hermana Salma está igualita a ti! ¡Sólo que con más barba y bigote!

_ ¿Y qué? _le respondió Nasif _ ¿Es que acaso no me encuentras lo suficientemente guapo?-.

Para ese cumpleaños en particular Iram llegó con Azira y le obsequió un valioso anillo con esmeraldas. Azira sorprendida y un poco apenada con tal obsequio le dijo:

_ ¡Pero Iram, el regalo que me haces es demasiado para mí!, ¡Es una joya muy cara y ostentosa!-.

A lo que Iram pomposamente contestó:

_ ¡Nada es demasiado para quien en un futuro no muy lejano llegará a ser mi esposa! Ya he comentado la idea con mis padres y están totalmente de acuerdo con nuestra unión _.

Azira sorprendida y molesta salió corriendo del lugar diciendo:

_ ¿Y acaso me has preguntado a mí si estoy de acuerdo con ello? ¿Piensas comprarme con tu fino regalo que no te ha costado más que pedírselo a tus padres? _.

Al anochecer de ese mismo día Azira se encontraba llorando en el jardín. Salim, una vez terminadas sus labores, que cada vez eran más abundantes y pesadas, se acercó a ella y le dijo:

_ ¿Qué tienes linda princesa? ¿Qué es lo que turba tu corazón en este dichoso día? _.

_ ¡No tengo nada Salim! Lloro por tonterías, no te preocupes.

_ Por cierto Azira, ¡Muchas felicidades por tu cumpleaños! He estado muy ocupado todo el día y no tuve tiempo para comprarte un regalo. Pero ayer en la noche escribí esto para ti _. Y junto con un ramo de jazmines entregó a su amiga un pergamino enrollado que decía lo siguiente:

“Dicen que no hay nada más bello que una noche de luna llena en Isandur. Mas tu belleza opaca esa noche. La luz de tu mirada con esos hermosos ojos color miel iluminan mi existencia, tu deslumbrante sonrisa exhalta mi dicha y tu linda y melodiosa voz llena mi alma de paz. Tu presencia en mi vida es como brisa fresca en al atardecer, como un oasis en medio de la aridez del desierto, como manantial de agua fresca que sacia mi sed de amar. Yo no tengo nada que darte, pero tú bien sabes que soy tuyo en cuerpo y alma”.

Azira estaba conmovida y mirando con ternura a Salim le dijo:

_ ¡Tantos años de amistad y nunca me imaginé que sintieras eso por mí! _.

_ ¡Te quise desde el primer día en que llegaste al palacio! Y aunque conozco mi condición y nuestra diferencia de clases no podía callar lo que desde hace muchos años late dentro de mi corazón _.

La princesa le sonrió y acariciando su pelo y su rostro le dijo:

_ ¡Yo no sé qué va a pasar en el futuro! Lo que sí sé es que también yo te amo y soy tuya _. Y acercándose suave y silenciosamente le dio un dulce beso en los labios.

Fue así que comenzó un hermoso romance entre Azira y Salim. Pero al poco tiempo, a pesar de la discreción de los novios, Iram se enteró de su relación y lleno de envidia corrió a decírselo al Sultán, quien tomó como medida para evitar este noviazgo, el enviar a su sirviente a trabajar con un amigo suyo al lugar más lejano de su reino, prohibiendo toda comunicación entre ellos.

Capítulo 3.

El Sello de la Generosidad.

En los días siguientes a la convocatoria del sultán cada uno de los jóvenes tomó la decisión de cómo iba a afrontar la difícil empresa que se les había encomendado, considerando no solo los peligros a los que se enfrentarían, sino sobre todo el largo y penoso viaje por los siete reinos que suponía el transcurso de cuando menos seis meses.

Shing Ho, acostumbrado a la soledad y a solucionar eficientemente sus propios problemas, decidió no hacer el viaje acompañado y partió del reino con lo más indispensable: un modesto equipaje que incluía apenas unos cuántos víveres, una muda de ropa y algunos instrumentos que requeriría en su búsqueda.

El capitán Solimar, conocedor de la importancia de moverse con rapidez y eficiencia por tierras extrañas y desconocidas, tomó a su servicio a cinco de sus mejores hombres, los de su plena confianza, y partieron a caballo al anochecer de ese mismo día.

Mustafá por su parte, tardó un poco más en salir de Isandur, pues integró primero una nutrida caravana de 20 personas a su servicio, entre hombres y mujeres ¡No estaba dispuesto a viajar sin las comodidades del hogar!, viendo en este viaje la oportunidad de hacer uno que otro negocio a su conveniencia.

Iram seleccionó los mejores caballos de su cuadra, los más fuertes y veloces y convocó a tres hombres de su guardia y al esclavo que se encargaba de su servicio personal. Aconsejado por su padre, el Gran Visir, se hizo acompañar de un hechicero, quien le ayudaría a descifrar los enigmas en la búsqueda de los sellos.

Por último Salim viajaría con dos personas más, Nasif su mejor amigo y el bibliotecario real. Este último se había presentado a última hora ante Salim argumentando la importancia de sus servicios, pues según decía, el conocimiento que él tenía de la leyenda de los 7 sellos era de vital importancia para conseguirlos. (En realidad, el pequeño bibliotacario Sidart no era sino la misma princesa Azira, quien en lugar de quedarse pasivamente esperando con angustia dentro del palacio, decidió participar activamente en busca de su felicidad ayudando a su amado Salim. Más como sabía que él no la dejaría ayudar, por los peligros que enfrentarían y por lo que para los demás competidores significaría que la princesa tuviera predilección por uno de ellos, se cortó su larga cabellera, se pegó barba y bigote, se puso unos sucios lentes y vistiendo con ropas holgadas asimiló su nuevo personaje).

Los tres aventureros salieron de Isandur en sendos camellos que fueron prestados a Nasif por el papá se su novia, después de que el “mono” le prometiera una buena recompensa a su regreso.

_ ¿A dónde es que tenemos que ir primero? _. Preguntó Salim desconcertado una vez que dejaron la ciudad.

A lo que el bibliotecario respondió:

_ Son seis los reinos que tenemos que recorrer, de cada uno de los hijos del sultán Bahunda, el más cercano se encuentra en el oasis de Isamabad a siete días de aquí cruzando por el desierto. Se trata del gran reino de Sirtael del finado sultán Eleazer_.

_ ¿Y qué sello es el que buscaremos ahí?_. Comentó Nasif con interés.

_ Según la leyenda _ comentó Sidart _ el sello que estamos buscando es el de la generosidad. Y da una pequeña pista que nos puede ayudar a su localización. Dice así:

Si quieres generosidad algo valioso has de dar. En Gibia lo encontrarás sólo él te podrá ayudar. Su aspecto no importará pues él sabe la verdad.

_ ¿Qué es lo que está en el desierto de Gibia? ¿El sello? _. Preguntó Nasif.

_ ¡No tonto! _. Respondió Salim. _ Se refiere a una persona que nos dirá como encontrar el sello, y a quien hay que dar algo valioso. ¿Pero qué tenemos nosotros de valor para ofrecerle?_.

_ ¿Quizás acepte uno de los camellos? _ Dijo Nazif con ingenuidad.

_ ¡Claro! Y tú seguirás a pié el resto del camino. ¿Te parece? -.

_ ¿Y si le das mejor tu camello? -.

_ ¿Y si le das mejor a tu hermana Nasif? -.

_ Estamos hablando de algo de valor, ni siquiera tú la quisiste cuando te la ofrecí -.

A Sidart la ganó la risa al escuchar la discusión. Nasif le dijo entonces:

_ ¿Y tú de qué te ríes? A ti ni siquiera te ofrecería a mi hermana. Es demasiado para ti. ¡La verdad es que estás bien feo hermanito!

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Mientras tanto, con la ventaja que le daban los caballos, Iram se encontraba cada vez más cerca de Sirtael y en medio del desierto se encontró a un viejo que le dijo:

_ ¡Oh gran señor! Me he quedado sin provisiones en el camino a mi casa y ahora soy víctima de las inclemencias de este desierto. ¡Ayudadme por Alá! _. A lo que Iram contestó:

_ Si ya sabías que cruzarías por este desierto ¿porqué no tomaste las provisiones necesarias? Tu problema no es mi problema ¡Apártate de mi camino! _.

Sin embargo, antes de que Iram pronunciara otra palabra el hechicero, que se llamaba Abdul le dijo:

_ Señor, la leyenda de los sellos dice que un acto generoso a un desconocido en el desierto de Gibia te dará la pista para encontrar uno de los sellos _.

Entonces, Iram, tomando un puño de monedas y arrojándoselas al viejo le dijo:

_ ¡Ten! Dime ahora lo que necesito saber -..

Y una vez obtenida la información continuaron rápidamente su camino a Sirtael.

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En medio de un sol abrasador Salim vió a lo lejos a una anciana que lo llamaba a señas. Al acercarse la vieja le dijo:

_ ¡Muchacho, ayúdame por favor! Me he quedado sin provisiones y aun me falta mucho para llegar a mi casa. ¡Y este tremendo sol está que me mata de calor!_. Salim contestó:

_ ¡Tenga señora! Le regalo mi agua -..

Sidart que veía todo a corta distancia le dijo:

_ ¡Pero si es toda el agua que tienes!_. A lo que Salim repuso:

_ ¡No importa, a ella le hace más falta que a mí _. Y luego dirigiéndose a la vieja le dijo: _ ¿Quiere que la llevemos a su casa?_. A lo que la vieja contestó:

_ ¡No muchas gracias, con el agua es suficiente! Además ustedes tienen algo más importante qué hacer, obtener el sello de la generosidad_.

Los tres jóvenes quedaron sorprendidos ante las palabras de la anciana, quien buscando entre sus harapientas ropas sacó un pequeño rollo de pergamino, el cual les entregó y en seguida se retiró.

El pergamino decía lo siguiente:

Sólo ante la blanca luz de su plenitud la madre abrirá sus entrañas generosa y dará a quien sea digno de él su recompensa esplendorosa.

Donde brota el llanto de la tierra sólo una persona pasará y si para la aurora no ha salido sepultado por siempre quedará.

_ ¡Oye! Parece ser la clave para encontrar el sello Salim _. Dijo Nasif.

_ Sí, sólo que tenemos que descifrarlo primero _. Mencionó Sidart. Salim razonando un poco dijo:

_ A ver, la blanca luz se refiere a la luz de la luna, parece evidente…_.

_ Sí pero al hablar de plenitud tiene que ver específicamente con la luna llena_. Dijo Sidart.

_ ¡Mi madre es muy generosa! _. Comentó Nasif.

_ ¿Y abrirá entonces sus entrañas amigo?_.

_ ¡Bueno en realidad no creo que sea tan generosa!…De hecho, a veces es medio agarrada la pobre_. Sidart continuó con el razonamiento:

_ Más bien creo que al hablar de la madre se refiere a la tierra, nuestra madre tierra, y al referirse a sus entrañas habla del subsuelo, de una cueva_.

_ ¿Y dónde se encuentra esa cueva?_ dijo Nacif.

_ Pues donde llora la tierra _ exclamó Salim _en el manantial de donde brota el agua que alimenta al oasis_.

_ Ya entendí _ dijo Nacif. _El sello se encuentra en una cueva que se localiza en el manantial, pero esa cueva solamente se abre en noches de luna llena y si quien entra no sale antes del amanecer quedará atrapado ahí para siempre _.

_ ¡Muy bien Nasif! _ Dijo Salim _. ¡Tienes razón! Solamente me queda una duda. ¿Quién será digno del sello?

Sidart interrumpió para hacer una importante aclaración:

_ Si la cueva se abre solamente en luna llena nos queda hasta mañana para llegar al manantial. ¡Tenemos que darnos prisa!

_ ¡Vamos pues!, ¿Qué esperamos?_ Dijo Salim.

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Para ese entonces ya Iram les llevaba mucha ventaja e iba entrando en el oasis, cuando de pronto un niño llegó corriendo pidiendo ayuda:

_ ¡Auxilio! ¡Ayúdenos por favor! Nuestra caravana iba llegando al oasis cuando unos bandidos nos atacaron y han dejado heridos a varios de nuestros compañeros. ¡Socórranos, se los suplico!_.

Iram sin bajar de su caballo miró hacia el campamento del cuál surgían quejas y llantos. Se podían ver los rastros de la destrucción causada por los inhumanos pillos.

El hechicero se acercó de nuevo a Iram para aconsejarlo diciendo:

_ Señor. No podemos entretenernos. Si no nos vamos ahora tendremos que esperar un mes más para entrar en la cueva. Apenas estamos a tiempo. ¡Vámonos ya!_.

Y el grupo se dio media vuelta y continuó su camino sin apiadarse de las pobres víctimas.

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Cuando Salim y sus compañeros iban entrando al oasis pudieron ver a lo lejos los rastros de la destrucción de un campamento y antes de que nadie se los solicitara bajaron de sus camellos y comenzaron a ver en qué podían ayudar. Había muchos heridos y pocos recursos para atenderlos, lo que implicaba el tener que transportarlos hasta la ciudad de Sirtael para poder atenderlos de manera adecuada.

_ ¿Sabes lo que sucederá si nos quedamos a ayudar a estas personas? _. Dijo Nasif a Salim.

_ ¡Claro que sí! _ Contestó éste _ Pero estas personas necesitan de nosotros con urgencia. Ya veremos lo que nos depara el destino para la próxima luna llena. Por ahora ayúdenme, comenzaremos con los heridos más graves.

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Iram y su gente llegaron hasta la gruta a tiempo para verla abierta, sin embargo, por más que buscaron y rebuscaron por todos los rincones no encontraron ni rastros del sello. Poco antes del amanecer la cueva comenzó a cerrarse y asustados trataron de salir.

  • ¡Vámonos pronto Señor que la cueva se está cerrando! – le dijo el esclavo a su amo, pues se preocupaba por Iram. Más el hechicero Abdul, colocándose frente a él le dijo: – ¡Nosotros nos vamos!, ¡Tú te quedas aquí y sigues buscando el sello! – y diciendo esto último lo empujó fuertemente hacia la gruta, donde quedó sepultado por toneladas de tierra y rocas.

Minutos más tarde y reflexionando sobre lo ocurrido, Iran sacó por conclusión de que alguien se les había adelantado y partió junto con sus hombres al reino de las montañas.

A pesar de haber perdido a su esclavo de años, Iram no le reclamó nada al hechicero, pues estaba acostumbrado a ver a la servidumbre como si se tratara de objetos reemplazables o simplemente desechables.

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Mientras tanto Salim, Nasif y Sidart continuaron curando a los enfermos y trasladándolos a la ciudad. Una vez concluida su obra benéfica los tres amigos se dispusieron a marcharse, más el jefe de la caravana, que se llamaba José, los mandó llamar y les dijo:

_ Lo que han hecho por nosotros es algo que no tiene precio. ¡Quisiéramos corresponderles dándoles riquezas que no poseemos! Sin embargo queremos que acepten este pequeño presente. Se trata de una pequeña pieza de oro que un niño de la tribu encontró en una cueva cercana hace ya varias lunas _. Y diciendo esto, les extendió una hermosa caja rectangular de madera, en cuyo interior se encontraba el obsequio.

Al abrir la caja los tres amigos quedaron sorprendidos al ver su contenido y más cuando Sidart les comunicó que se trataba del sello de la generosidad que tanto habían estado buscando.

Capítulo Cuatro.

El Sello de la Paciencia y de la Tolerancia.

Desde su salida de Isandur, Shing Ho había emprendido el camino hacia las montañas, donde se encontraba el reino de Amánn, fundado por el sultán Sammar. Conocedor a fondo de la leyenda de los sellos él sabía que en ese lugar podría encontrar el sello de la paciencia y la tolerancia. La pista que venía en los libros decía así:

Como chinche a ti pegado nunca se te apartará y si tratas de alejarlo pronto te enloquecerá.

Si el sello quieres hallar sólo una virtud valdrá, la del santo Job podrá lo que quieres alcanzar.

La clave no representaba un acertijo y parecía muy simple. Al llegar al lugar donde se suponía estaría el sello se encontraría con una persona bastante molesta, a quien debía tenerle muchísima paciencia.

De hecho, conforme se iba acercando al lugar, podía ver una serie de letreros lo bastante vistosos que decían cosas como:

“Si buscas el sello vas en la dirección correcta” o “Sello a tan sólo veinte millas”. También se podía leer: “Si buscas el sello vira a la derecha y cruza el puente” o “Si tienes alguna duda pregunta a cualquier habitante del reino, el te orientará hasta el sello”… ¿Qué era lo que sucedía?, ¿Porqué todo parecía tan fácil?

Al cabo de un rato de camino llegó hasta donde se encontraba un laberinto, una intrincada red de senderos y túneles entre los riscos y el bosque de la montaña, que pasaba por cuevas, barrancos, espesuras de plantas, cascadas, arroyos, etc. La entrada del laberinto era una gran puerta dorada junto a la cual había un hombrecito negro de baja estatura que recibió a Shing Ho de la siguiente manera:

_¡Hola pelón! ¿Tú también quieres el sello? ¡Adelante, sólo tienes que cruzar el laberinto! Aunque déjame decirte que miles lo han intentado y se han desesperado. Y eso que se veían más inteligentes que tú. ¿Crees que eres mejor que esos miles de hombres, flacucho?_.

_ ¡Hola hombrecito! ¿Cómo te llamas? _.

_ ¿Cómo que hombrecito? ¡Si soy más hombre que tú lagartija! Me llamo Simbad y a partir de este momento soy tu peor pesadilla_.

Shing Ho comprendió que ese era el personaje a quien tendría que tolerar sus insultos e impertinencias, y tratando de ignorarlo por completo se sentó en el suelo, en posición de flor de loto para iniciar su meditación.

_ ¿Y ahora quién te crees? ¡Un santo? Si vas a rezar tienes toda la razón en hacerlo. Necesitas prepararte para morir. ¿Sabías que cientos de hombres han perdido la vida dentro del laberinto y muchos otros han enloquecido?_.

Como el hombrecillo veía que Shing Ho no le hacía caso, comenzó a cantar con una tremenda, fuerte y chillona voz, totalmente desafinada y estridente:

Un joven quiso el sello conseguir no tenía un pelo de tonto pero tampoco de listo pues era calvo y el pelón tuvo que huir.

Al llegar, llegó sonriente mas su sonrisa perdió. Cuando al laberinto enfrentó se quedó sin un solo diente.

Y así siguió el hombrecito por el lapso de tres horas, durante las cuales el monje ni se inmutó. Muy por el contrario, se levantó de su lugar, hizo una profunda inspiración y sacó de su morral una brújula, una pluma, un tintero, pergamino y una delgada cuerda enrollada en un palo.

Poco a poco y de manera metódica el monje comenzó a explorar el laberinto, acompañado siempre del hombrecillo que no dejaba de insultarlo y fastidiarlo. El joven iba tomando relación en el pergamino de lo caminado en cada ocasión y de los cambios de dirección que iba realizando, anotando también los diferentes peligros a los que se enfrentaba como: serpientes venenosas, abejas, escorpiones, plantas tóxicas y espinosas, arenas movedizas, charcos con sanguijuelas, tramos del laberinto en lo que apenas de podía pasar por ellos por su angostura, etc. Durante el día el monje tenía que soportar el intenso calor y por las noches el frío taladraba sus huesos, un par de jornadas tuvo que realizar su búsqueda bajo una persistente lluvia. A pesar del orden seguido el laberinto cambiaba continuamente su estructura y hacía que el monje llegara siempre a los mismos lugares, sin embargo el joven mantenía la serenidad y la calma, para volver a empezar una vez más si fracasaba.

En cierta ocasión el joven llegó aparentemente al centro del laberinto y tras buscar detenidamente encontró una caja de madera. Al abrirla lo único que había dentro de ella era una nota que decía “¡Creías que habías encontrado el sello! Pues te equivocas, fracasaste una vez más. Eres tan tonto que no puedes ser capaz de encontrar ni la punta de tus narices.”. Ante la mirada sorprendida de Simbad que esperaba que se diera por vencido. El monje volvió al punto de partida y comenzó de nuevo.

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Mientras meditaba Shing Ho recordó una hermosa lección sobre la paciencia que le habían enseñado los monjes cuando niño. El maestro Tao había pedido a sus discípulos llevarle una manzana dorada del manzano que se encontraba en el jardín del monasterio y el primero que se la llevara tendría un premio especial. La única condición era que el fruto no tenía que ser arrancado ni estar golpeado o maltratado, por lo que los alumnos tendrían que esperar a que éste cayera por sí solo y atraparlo antes de que cayera al suelo.

Al principio todo el grupo observaba pacientemente el árbol y estaba atento a lo que pudiera suceder, pero con el paso de los días el tedio y el cansancio acabó por desesperar a muchos de ellos. Shing Ho preguntó entonces al monje Tao.

  • Maestro ¿y es seguro que el fruto caiga del árbol? -.
  • ¡Segurísimo! – dijo Tao – Existe una fuerza invisible que jala todas las cosas hacia el piso-.
  • ¿Y eso cuándo sucederá? – preguntó el niño.
  • ¡Cuando tenga que suceder! ¡Sólo es cuestión de esperar! -.
  • Algunos de los niños fueron perdiendo la paciencia y trataron de obtener la manzana con trampas. Uno de ellos sacudió el manzano sin éxito. Otro empezó a lanzarle piedras, descalabrando a un monje. Otro más utilizó una larga vara mas no consiguió obtener el fruto. Otros por el cansancio perdían la atención y dejaban que el fruto pegara contra el suelo maltratándose. Sólo Shing Ho se mantuvo expectante todo el tiempo, hasta que por fin, después de cinco largos días, vio como la manzana se desprendía de la rama y se lanzó tras de ella para atraparla intacta.
  • Más que el premio material que le dieron los monjes su mayor recompensa fue la enseñanza que desde ese entonces obtuvo sobre el valor de la paciencia y que ahora aplicaba en su búsqueda del sello.

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Pasaron dos semanas, en las que Shing Ho día y noche intentaba y volvía a intentar llegar al centro del laberinto, al cabo de las cuales Simbad le preguntó:

_ ¿Nunca vas a desistir de llegar hasta el sello verdad? -.

_ ¡No! ¡Nunca! -.

_ ¡Caray! ¡Pero qué testarudo eres! ¿Y por qué ni siquiera me has contestado los insultos o te has violentado contra mí? Así me habrías dado el pretexto perfecto para destruirte con mi dominio de las artes marciales. ¡Hasta me metí con tu madre y tus hermanas y nunca te enojaste!_.

_ Yo no tengo nada contra ti. No eres mi enemigo. Sólo haces tu trabajo y lo haces muy bien.

_ ¿En realidad crees que realizo bien mi trabajo?

_ ¡Claro que sí! Ahora entiendo por qué esos miles de hombres desistieron de conseguir el sello._.

_ T tú ¿por qué lo haces? ¿Qué es lo que te motiva a conseguirlo?

_ Desde muy pequeño fui criado en el monasterio Hainú y ahí he recibido una educación privilegiada por parte de los monjes, que muchos de los niños de mi pueblo hubiesen querido tener. He sido preparado en las ciencias y en las artes, en lo físico y en lo espiritual, y al llegar a los veinte años decidí salir a buscar mi propio camino_.

_ Pero salir ¿a dónde? ¿Acaso no estabas a gusto en el monasterio?

_ Todos tenemos una misión en la vida. La tuya ha sido proteger que este sello no caiga en las manos equivocadas. La mía es poner al servicio de los demás todo lo que he recibido en estos veinte años. Y sentí que lo que el sultán Fandir proponía era loable y digno.

_ Entonces_ dijo Simbad_ ¿Es que a ti no te interesa la recompensa?

_ Me educaron para no buscar la riqueza material, por lo tanto no me interesa el palacio ni sus múltiples joyas. En lo que respecta a Azira es una joven muy bella, pero no hay mujer más hermosa que la que está revestida con la túnica del amor y la verdad yo no creo que ella me ame a mí. De hecho por más guapa que sea la princesa es otra la mujer que reina en mi corazón e inspira muchas de mis acciones_.

_ ¿Sabes qué mi pelón? ¡Me caes muy bien! Y a pesar de que no tienes el tipo de héroe que yo esperaba creo que te mereces esto. _ Y sacando una bolsa de su taparrabos se la entregó al monje, quien abriéndola cuidadosamente le dijo:

_ Pero ¡si es lo que estaba buscando! ¿Cómo es que guardabas el sello en tu taparrabos? -.

_ ¡Quée! ¿Se te ocurre un mejor lugar para esconderlo? ¿Crees que a alguien en sus cinco sentidos se le ocurriría buscar ahí? ¡Nooo! ¿Verdad?_.

_ Y entonces ¿el laberinto?_.

_ ¡Sin comentarios quieres! Por cierto, regrésame la bolsa. _.

_ ¡Con gusto! ¡Ehh! Voy a tener que lavar y desinfectar el sello _.

_ ¡Pues claro! ¿Pensabas acaso que todo iba a ser tan fácil? ¿En dónde crees que está el sacrificio mi hermano?

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Mientras tanto, en el campamento de Iram reinaba la molestia y la incertidumbre:

_ Pero ¿quién pudo haber llegado antes que nosotros a la cueva?_ Decía Iram lleno de cólera.

Baruc, uno de sus hombres le comentó:

_ Me enteré antes de salir que Shing Ho tomó el rumbo de las montañas, por lo que él no pudo ser, tampoco Mustafá pues tardaría varios días en conformar su caravana. Al cruzar por el desierto dejamos muy atrás a Salim por lo que creo que fue Solimar quien se nos adelantó Señor _.

_ Si se trata de Solimar no será ningún problema quitárselo. Recuerden que el capitán está a las órdenes de mi padre y si se lo pido me lo tendrá que dar -.

Capítulo 5.

El sello del valor.

Solimar y su gente habían decidido viajar hacia el sur, al reino de Nambodia fundado por el sultán Mohamed en la desembocadura del gran río Guadaria. Al no tener información previa sobre la localización del sello, envió por delante a sus hombres para que indagaran. Una de las noches, mientras descansaban en el campamento Moroc, uno de sus soldados le preguntó:

_ Capitán ¿Por qué decidió participar en esta contienda? _ A lo que Solimar respondió:

_ Cuando de adolescente me inscribí en el ejército real era porque quería ayudar a mi pueblo y traté de actuar siempre basado en los principios de honor y justicia. Pero después de la trágica muerte del sultán Haffa y su esposa Fahara, los padres de Azira, el Gran Visir quedó al frente del gobierno, y los miembros del ejército quedamos a las caprichosas órdenes de unos cuantos, como viles marionetas al servicio de personas ruines y deshonestas. El mismo Visir Sadam y su esposa Rania me enviaron como espía a la reunión con Fandir. Pero al escuchar al sultán quedé convencido de que se puede ayudar a nuestro pueblo y que lo que estamos haciendo puede cambiar el destino del reino_.

_ ¿Y qué pasará cuando regrese y tenga que darle cuantas a Sadam?_.

_ ¡Un día a la vez Moroc! Esta aventura apenas comienza y no sabemos lo que pueda llegar a suceder _.

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Según la información recabada por la avanzada enviada por el capitán, el sello estaba escondido en la “Selva Gris”, pero era prácticamente imposible el conseguirlo, pues estaba resguardado por el gran ejército de Rajatán, un famoso guerrero que se había convertido ya en toda una leyenda.

Muy de mañana, Solimar y sus hombres partieron a enfrentar su destino. A eso del mediodía ingresaron en la “Selva Gris”, y pudieron constatar el porqué de su nombre. A pesar de que el sol se encontraba prácticamente en el cenit, la espesura de la vegetación bloqueaba la luz, haciendo que todo color se perdiera y las cosas se miraran tan sólo en diversas tonalidades de gris. A medida que penetraban más en la selva ésta se volvía más densa y entramada, por lo que tuvieron que desmontar sus caballos y avanzar prácticamente en fila india por los incipientes senderos en busca del sello del valor.

Después de largas horas de penoso trayecto la comitiva se detuvo unos instantes en un claro del bosque para descansar.

  • ¿No te parece que hay demasiado silencio aquí Moroc? – dijo Solimar.
  • ¡Tiene razón capitán! Ni siquiera se pueden escuchar los sonidos de los animales. ¡Aquí hay algo raro! – dijo el soldado.

Poco a poco, y sin que pudieran impedirlo, se vieron rodeados de una gran cantidad de soldados que salían de entre los árboles y las rocas, encabezados por un hombre de recias facciones y complexión robusta, que usaba una pequeña barba de candado. Sobre su rostro era claramente visible una gran cicatriz que cruzaba su ojo izquierdo. Sonreía burlonamente dejando a la vista tres dientes de oro al centro de su boca. Se trataba de Rajatán, el bravo guardián del sello del valor.

_ ¿Qué es lo que están haciendo por aquí jovencitos? ¿Acaso se perdieron? ¿No les dijo su mamá que entrar en el bosque era peligroso? – dijo Rajatán burlonamente, mientras que sus hombres le festejaban sus palabras.

A lo que Solimar respondió con sinceridad:

  • ¡Venimos en busca del sello del valor para el sultán Fandir y no nos iremos de aquí hasta conseguirlo! -.
  • Pareces muy decidido a ello – dijo Rajatán – pero ¿no te parece que estás en condiciones de manifiesta desventaja? ¡Ustedes son sólo seis y nosotros mil! ¿Cuánto crees que puedan aguantar tú y tus hombres antes de caer muertos bajo nuestras armas?-.
  • Si fueras justo y nos permitieras luchar uno a uno – contestó Solimar – ¡Estoy seguro que los venceríamos!-.
  • ¿Crees que soy injusto?- bufó Rajatán enfrentando con furia a Solimar- ¿Piensas acaso que el guardián del sello es una persona sin honor? ¿Quién te crees que eres para juzgarme de ese modo?-.
  • ¡Perdona si te he ofendido! – Dijo Solimar tratando de corregir su imprudencia al hablar- Pero entonces ¿qué es lo que propones para que podamos luchar por el sello? -.

Rajatán reflexionó por un momento y luego dijo:

-Escoge a tres de tus mejores hombres para pelear cuerpo a cuerpo con tres de mis guerreros. Si logran vencer en los tres combates, no en uno o en dos, sino en los tres, apenas obtendrán el derecho para ver al oráculo -.

  • ¿A qué te refieres con eso? – Dijo Solimar. – ¿Cuál oráculo? -.
  • ¡No te adelantes!- Lo interrumpió Rajatán- Si de verdad deseas el sello tendrás que seguir la prueba paso a paso. ¡Aquí soy yo quien pone las reglas!
  • Luego, dirigiéndose a su subalterno le dio en voz baja una serie de indicaciones que el soldado rápidamente se dispuso a ejecutar abriéndose paso entre la multitud de soldados. Después de un rato regresó en compañía de tres imponentes guerreros.
  • Mi ejército está conformado por los mejores guerreros del mundo. – Dijo Rajatán con orgullo. -Cachahunte es un feroz guerrero de Norteamérica, un indio Siux experto en el manejo del hacha y el cuchillo. Escoge a alguien de tus hombres que peleé contra él y lo haga rendir para poder pasar a la siguiente etapa -.
  • Solimar seleccionó a su fiel Moroc, quien ante el feroz embate del guerrero americano realizó una inteligente y fina pelea, utilizando la misma fuerza del indio para revertirle sus ataques y a fin de cuentas vencerlo.
  • Para el segundo combate Rajatán escogió a Xian Yi un soldado chino experto en artes marciales, mientras que Solimar encomendó la tarea de combatirlo a Darío, un soldado robusto y alto, cuya virtud era la de soportar bastante el castigo. Aunque en un principio la lucha parecía desigual, pues el chino golpeaba y golpeaba a Darío sin misericordia, en la medida que el soldado chino se iba cansando Darío recobraba fuerzas, reponiéndose de tal forma, que acabó noqueando a Xian Yi de un solo y certero golpe en el centro del rostro.
  • ¡Ya estuvo bueno de jueguitos!- dijo Rajatán bastante molesto – El siguiente combate será con espadas y a muerte. ¡Aquí si veremos en realidad quién es mejor! He escogido para esta lucha a Rodrigo, un excelente soldado español invicto en cientos de combates. ¡Escoge quien morirá a manos de él!

Solimar, con toda la tranquilidad del mundo, dio un paso al frente y dijo a Rajatán: -¡Yo combatiré!-.

  • ¿Y por qué has de combatir tú teniendo soldados bajo tus órdenes que lo hagan por ti? – Dijo Rajatán extrañado.
  • Porque yo puedo decidir sobre mi propia vida o mi muerte, más no tengo el derecho de hacerlo sobre la vida de los demás. Yo escogí libremente buscar los sellos. Mis hombres me acompañan por lealtad, pero yo soy el responsable de esta lucha -. Y diciendo esto último desenvainó su espada y se dispuso para el combate.

La lucha fue muy pareja desde un principio, pues nadie parecía mostrar debilidad alguna y ambos eran bastante diestros en el manejo del arma. Cuando uno atacaba con manifiesta habilidad el otro paraba los ataques con gran variedad de recursos y talento. En cada nuevo embate los espadachines se rasgaban la ropa o se provocaban algún leve rasguño, pero nada de gravedad. Por fin, la gran exhibición concluyó ante un descuido de Rodrigo, quien después de un excelente mandoble de Solimar perdió su espada, quedando a merced de su oponente.

  • ¡Adelante capitán! ¡Reconozco mi derrota! – dijo Rodrigo – ¡Matadme! ¡Estáis en vuestro derecho!-.

Sentenció entonces Solimar:

-Ningún hombre tiene derecho a quitar la vida de otro ser humano. Pero si tiene el derecho de decidir con libertad sobre sus actos, y yo he decidido no matarte, pues no eres mi enemigo y nadie me puede obligar a hacerlo -.

Rodrigo se acercó a Solimar y le dijo:

  • Ha sido un gesto muy noble de vuestra parte capitán. Pero ahora me siento fuertemente comprometido. Tengo una deuda de honor con vos, por lo que pongo mi vida y mi espada a vuestro servicio.

Solimar le dijo:

– En realidad no me debes nada, pero si quieres acompañarnos en esta empresa de conseguir los sellos, tu valor y tus destrezas nos serán de gran ayuda.

  • Todavía te falta algo para conseguir el sello -. Dijo Rajatán interrumpiendo la escena. – En lo alto de aquélla montaña, la montaña sagrada de Sanctúm, se encuentra el oráculo de Omar. Él te espera ahí para mostrarte tu destino. Una vez que lo conozcas se sabrá si eres merecedor o no del sello del valor -.

Solimar caminó hacia la montaña y subió hasta el templo del oráculo. El templo era sencillo, conformado por una serie de columnas clásicas con capitel corintio y frontispicio triangular. En el interior del recinto se encontraban miles de velas, algunas de ellas recién encendidas, otras a la mitad y un buen número a punto de extinguirse. Al fondo, sentado sobre varios cojines de terciopelo rojo y oro, se encontraba un niño sentado en posición de flor de loto, vestido sencillamente con una túnica de seda blanca y que tenía en su frente un tercer ojo que se mantenía siempre abierto.

Al llegar ante él Solimar le dijo:

  • ¿Omar? – El niño asintió con la cabeza. – He venido ante ti para que me digas: ¿Qué tengo qué hacer para obtener el sello del valor? – A lo que el niño respondió:
  • ¡Conocerás tu futuro! Y una vez que esto suceda tendrás la oportunidad de elegir. Si quieres cambiar tu destino bastará con que salgas de aquí y desistas de continuar en la búsqueda del sello. Si decides continuar obtendrás el sello, pero nada de lo que te haya predicho podrá ser cambiado jamás -.

Solimar estuvo de acuerdo en continuar, por lo que Omar le dijo entonces:

  • Para restablecer la grandeza de Isandur no bastará reunir los siete sellos. Será necesario que un grupo de hombres, como buena semilla en la tierra, mueran para poder ver los frutos de un reino de justicia y de paz.

Tú eres uno de esos hombres y aunque logres tu cometido de cambiar las cosas, tus ojos jamás podrán ver la nueva gloria de Isandur. Enfrentarás a un hombre poderoso, revestido con la armadura del mal, y cuya única forma de vencerlo estará en cortar su cuello de un tajo. La decisión es clara, si continúas te dirigirás a una muerte segura, si renuncias ahora mantendrás tu vida -.

Solimar meditó por un momento, al cabo del cual dijo con firmeza -¿Y para qué quiere un hombre una vida sin sentido? Vale más morir por una causa justa, que vivir una larga vida de cobardía y deshonor-.

Al salir del templo el capitán se encontró frente a un paisaje hermosísimo. Desde la altura de la montaña podía divisar valles, poblados y ríos; y en cada respiración podía sentir más intensamente la vida. El aire era fresco y puro, y el aroma de los pinos del bosque cercano lo envolvía por completo. Le acababan de decir que moriría y eso hacía que pusiera una mayor atención a todo cuanto le rodeaba. Sus cinco sentidos habían despertado de pronto, tratando de captar hasta el más pequeño detalle a su alrededor: el canto de los pájaros, la forma y el color de las flores, el vuelo de los insectos, la caricia del viento…

Después de unas cuantas horas Solimar bajó de la montaña con el sello del valor en la mano. Sus hombres lo vitorearon y Rajatán comentó:

  • No hay mayor valor que el del hombre que decide enfrentar con decisión su propio destino – y dirigiéndose a sus soldados les dijo: – ¡Nuestra misión ha terminado aquí! El hombre digno del sello por fin apareció y ya no tenemos nada que proteger. ¡Vuelva cada uno a su casa! ¡Regresen a su tierra, con su gente! -.
  • Pero antes de que su líder los despachara, Solimar tomó la palabra y les dijo:
  • ¿Cómo es posible que los mejores guerreros del mundo regresen a casa sin haber combatido la batalla de sus vidas. Luchen junto a mí y compartiré con todos ustedes la gloria y el honor de liberar a un pueblo de su opresión. Luchemos por la justicia, por la igualdad y por todos aquéllos valores que hacen de nosotros mejores seres humanos…

A lo que todo el ejército respondió con un: ¡Siiii! Lucharemos una vez más! -.

Capítulo 6.

Las preocupaciones de Fandir.

Aunque Azira había dejado una carta a su abuelo Fandir explicando sus planes, éste no había quedado conforme y mucho menos tranquilo. Por una parte sabía del riesgo que corría su nieta al ir tras de Salim y por otra el terrible problema que se generaría si ésta fuera descubierta. Tal situación era bastante complicada, pues no podía enviar por ella a riesgo de descubrirla y por otro lado era casi imposible ocultar su ausencia en el palacio real.

Los primeros días ante las preguntas sobre su nieta, mencionaba como pretexto que la princesa se hallaba indispuesta, pues se encontraba un poco enferma, cosa que sorprendía grandemente al médico real pues ni siquiera habían requerido de sus servicios. Con el paso del tiempo familiares, amigos y hasta la misma servidumbre notaban grandemente su ausencia, por lo que el sultán tuvo que inventarse la mentira de que la había enviado con un pariente a un reino vecino, con tal de que se recuperara más pronto de su enfermedad.

La excusa de Fandir para justificar la desaparición de la princesa era poco creíble, principalmente para el Gran Visir Sadam, quien muy contarrio a su costumbre, decidió hacer una visita de cortesía al viejo sultán e indagar por sí mismo qué era lo que sucedía. Así pues, en compañía de su esposa Rania llegó al palacio real durante la noche.

  • ¡Sadam! ¿A qué debo el honor de tu visita?- dijo Fandir sorprendido.
  • ¡Sólo quería saber cómo se encontraba majestad!- respondió Sadam hipócritamente.
  • ¿Y desde cuándo te preocupas tanto por mi salud?- dijo Fandir asombrado.
  • Yo siempre me he preocupado mucho por usted Señor. Sólo que las múltiples ocupaciones que he adquirido desde la muerte de su hijo y su nuera, me han impedido visitarlo con la frecuencia que yo quisiera. Por cierto, me enteré que convocó a los jóvenes para la búsqueda de los sellos. – dijo Sadam inquisitivo.
  • Pues sí, les he hecho un llamado para la recuperación de los siete sellos. Al reunir los sellos la gloria de nuestro reino volverá.- aceptó Fandir.
  • Pero si nuestro reino se encuentra bien majestad. ¿Qué espera usted que cambie? O ¿Es que no está usted de acuerdo con nuestra administración?- Comentó Sadam volteando a ver maliciosamente a su esposa.
  • ¡Tú bien sabes que no! Ve cómo sufre nuestro pueblo a causa de tantas injusticias. ¿Es que tu ambición no tiene límites?- mencionó enérgico Fandir.
  • Sultán ¡usted me ofende! Si todo lo que yo hago no es más que servir a mi gente -. Luego, viendo que las cosas se iban por otro camino del que él había planeado originalmente cambió drásticamente de tema.
  • Por cierto majestad –dijo Sadam volteando hacia todos lados- ¿Dónde se encuentra la princesa Azira? ¡Tengo mucho tiempo sin verla!
  • Azira está un poco enferma por lo que la mandé con mi primo Belmar a pasar unos días. – dijo el sultán.
  • Pero si se veía muy sanita. ¿No será que se sintió mal al saber que la quiere casar a la fuerza, en ese afán suyo por recuperar los sellos? ¿Para qué la hace sufrir? Usted bien sabe que mi hijo Iram siempre la ha querido. ¡Harían una buena pareja! ¿No le parece? –comentó Sadam con una falsa sonrisa en los labios.
  • Ya he dado mi palabra de honor y la mano de mi nieta será para quien traiga los sellos…
  • Que igual será Iram, sólo que le complicó un poco más las cosas.
  • O bien para cualquier otro de los participantes en esta justa-. Corrigió Fandir de inmediato.
  • Majestad, no vaya a hacer algo por lo cual luego se vaya a arrepentir, tenga en cuenta de que ya usted no es tan joven, y la vida se lo puede cobrar.
  • A mi edad Sadam la vida y yo ya hemos hecho las paces, es por eso que no le temo a la muerte por cercana que esté para mí. La muerte no es el fin sino el principio de una vida en plenitud.

Sadam consideró que ya no tenía nada que hacer ahí. Se despidió y salió del palacio junto con su esposa. No sin antes llamar a uno de los cocineros que le servía de espía desde hacía años. Éste le informó que nadie había visto salir del palacio a Azira, pero sí a un pequeño y delgado joven de lentes que nadie había visto antes. Preguntando a otro de sus espías supo que Salim se había hecho acompañar de un joven con esa descripción, quien supuestamente era el bibliotecario real. A lo que Sadam dijo:

  • ¡Si no existe una biblioteca real, mucho menos un bibliotecario real! ¡El bibliotecario es la princesa Azira disfrazada!

Rápidamente escribió un mensaje y llamando a uno de sus sirvientes le ordenó que se lo hiciera llegar cuanto antes a Abdul, el hechicero que acompañaba a su hijo Iram. El mensaje decía lo siguiente:

Abdul:

El supuesto bibliotecario que acompaña a Salim es nada más y nada menos que la princesa Azira. Esta es nuestra gran oportunidad de deshacernos de ella. No la descubras aún hasta que la eliminemos y encontremos a quien culpar de ello. Ella solita nos facilitó las cosas para ya no tener quien nos estorbe en nuestro camino. El sultán ya está muy viejo y con la muerte de su nieta seguro se muere de la pena. Te tocará nuevamente el honor de servirme, así como lo hiciste al envenenar a sus padres.

Sadam.

No olvides quemar el mensaje en cuanto lo leas.

Madián, la hermosa y fiel dama de compañía de la princesa, había escuchado tras la puerta la conversación entre Sadam y su sirviente, por lo que, al ver el peligro que corría su ama, se apresuró a tomar un caballo de los establo reales para ir cuanto antes a prevenirla.

Desafortunadamente para la doncella su salida del palacio no fue lo discreto que ella hubiese esperado. Al enterarse Sadam de lo sucedido mandó inmediatamente a uno de sus hombres para eliminarla.

Capítulo 7.

El Secuestro de la princesa.

El mensajero de Sadam no tardó mucho en localizar a Iram y su comitiva y de manera discreta, para no despertar las sospechas del joven que nada sabía de las atrocidades de su padre, entregó el mensaje al hechicero, quien lo leyó e inmediatamente arrojó el mensaje a la hoguera para que se consumiera.

  • ¿Qué es lo que desea el mensajero Abdul? – comentó Iram intrigado.
  • El Gran Visir me pide que le haga un servicio Señor, por lo que tendré que regresar a Sirtael. Pero en cuanto termine la encomienda lo alcanzaré de inmediato – dijo el hechicero.
  • ¿Y qué clase de servicio es el que te pide mi padre? – dijo Iram con algo de molestia.
  • Asuntos diplomáticos, ya sabe usted, negociaciones aburridas pero no por ello menos importantes -.
  • ¿Y no puede eso esperar para después? – Reclamó el joven.
  • ¡Usted sabe bien cómo es su padre! ¡Además yo sólo obedezco! – Y diciendo esto se retiró en compañía del mensajero. Una vez que se hubo retirado del campamento le dijo a su acompañante:
  • ¡Tenemos que movernos con rapidez! Supe que Salim se entretuvo en Sirtael, tal vez aún lo encontremos en el oasis de Isamabad.

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Una vez obtenido el sello, Salim, Nasif y y el bibliotecario Sidart acamparon en el Oasis de Isamabad. Sidart preguntó:

  • Salim ¿qué fue lo que te motivó a embarcarte en esta aventura? -.
  • Lo mismo que a todos: quisiera ayudar a Fandir a restablecer la grandeza del reino – dijo Salim mecánicamente.
  • ¡No, pero ya en serio! Aquí entre nosotros –dijo Sidart – ¿Deseas el palacio y sus riquezas?
  • No hay mayor riqueza que yo ambicione que el cariño de mi amada Azira. Además de tener un corazón de oro, no hay joya en todo el mundo que se compare con la hermosura de sus ojos. ¡La amo Sidart! ¡Siempre la he amado! Y ahora Fandir me ha dado la única oportunidad que puedo tener para estar con ella -.
  • ¿No crees que has puesto tus ojos muy en alto? ¡No eres más que un sirviente! – dijo Sidart malicioso.
  • ¡Yo sé que ella me corresponde! – dijo Salim convencido – Si no fuera así desde hace mucho tiempo que hubiera perdido ya todas mis esperanzas. Su amor alienta mi lucha y si en esta búsqueda perdiera la vida, con gusto la entregaría -.
  • La princesa estaba conmovida. Le daban ganas en esos momentos de arrancarse el disfraz, lanzarse a sus brazos y llenarlo de besos. De pedirle en ese mismo instante que huyeran lejos y vivieran felizmente su amor pero…se convertirían entonces en unos fugitivos, perseguidos constantemente, teniendo que ir de un lugar para otro sin poder establecerse y…su abuelo, ¿qué pasaría con su abuelo al enterarse? Además ya habían esperado mucho y si ya habían conseguido un sello ¿no serían capaces de conseguir los restantes?… De sus ojos brotaron lágrimas de emoción. Salim, al darse cuenta de ello preguntó a Sidart:
  • ¡Pero qué pasa Sidart!, ¿Por qué lloras? -.
  • ¡Es el humo de la fogata! – respondió Sidart con rapidez – no sé a cuál de ustedes se le ocurrió echarle leña verde al fuego -.
  • ¡No seas delicado Sidart! – dijo Nasif entrando en la conversación – Mejor vente a dar un baño con nosotros, que bastante falta nos hace -.
  • Azira, controlándose ante el temor que esta invitación le generó, retomó la calma y desistió diciendo:
  • En un momento más los alcanzo, tengo algunas cosas muy personales qué hacer antes. ¿Ustedes me entienden no? – A lo que Nasif sólo dijo:
  • A parte de feo eres un cochino. ¡Por eso no tienes novia! ¡Deberías darle la oportunidad de vez en cuando al agua y al jabón! ¿No crees? -.
  • ¡De verdad, ahorita voy yo! ¡Adelántense y disfruten su baño! – y diciendo esto último se retiró rápidamente a su tienda.

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La noche en el oasis de Isamabad era calurosa y húmeda. Azira deseaba con ansias un buen baño en esas tibias y claras aguas cercanas al manantial. Nunca había dejado que pasara un día sin bañarse y perfumar su piel con los más exquisitos perfumes del oriente. Ahora, después de varias jornadas a través del desierto, bajo el inclemente sol y aquéllas terribles tormentas de arena, se sentía como una estatua de piedra a punto de resquebrajarse.

Pasada la media noche tomó un cambio de ropa y caminando sigilosamente fue hacia la tienda de sus compañeros para verificar que dormían profundamente. Enseguida, se apartó lo suficiente del campamento para poder bañarse tranquilamente sin ser descubierta.

Al llegar a la orilla se quitó los lentes, su barba y su bigote postizos. Lentamente y con precaución se desprendió de su sucia vestimenta, dejando al descubierto la hermosura de su cuerpo desnudo. Poco a poco se fue adentrando en el agua quien a la vez que acariciaba su tersa piel la limpiaba de toda inmundicia devolviéndole su delicada apariencia. La luz de la luna delineaba con pinceladas plateadas sus bellas y curvilíneas formas, tan exquisitas, tan perfectas… Pero, no muy lejos de ahí, ocultos en la maleza, dos pares de ojos observaban atentos la escena del baño. Se trataba de Abdul, que junto con el mensajero del Gran Visir, esperaban el momento propicio para cumplir con sus órdenes.

  • ¡Señor! – Dijo el mensajero al hechicero con voz casi imperceptible – ¿Ya vio que cuerpazo el del bibliotecario? Nuestro amo Sadam tenía razón, se trata de la princesa -.
  • ¡Claro que es la princesa! – dijo Abdul embelesado – yo no la hubiera confundido nunca, ni aunque se hubiese disfrazado de sapo -.
  • ¡Aprovechemos ahora que está sola y ahoguémosla! – dijo el mensajero viendo la ocasión. Pero Abdul, que tras la escena del baño ya se había llenado de lujuria le dijo:
  • ¡No seas tonto! ¡Deja que la disfrute un poco antes de matarla! Al Gran Visir no le importará si acabo con ella hoy o dentro de una semana. ¡Además jamás se enterará de ello! ¿Verdad?

El mensajero, entendiendo los planes del hechicero le sonrió maliciosamente. – ¡Vayamos por ella! – dijo.

Azira se estaba vistiendo cuando por detrás de los árboles aparecieron los dos pillos y se abalanzaron sobre ella. Mientras uno de ellos la sujetaba con fuerza el otro trataba de amarrarla y de amordazarla. Sin embargo y a pesar de tratarse de una débil mujer que luchaba contra dos hombres fuertes y rudos, la princesa logró propinarles varios golpes en ciertas partes del cuerpo donde el dolor suele ser bastante agudo, y emitir en varias ocasiones algunos gritos desesperados de auxilio.

Por tratarse de un lugar solitario, los gritos llegaron con toda claridad al campamento, en donde Salim y Nasif despertaron sobresaltados. Se levantaron con rapidez, tomaron sus armas y al no encontrar en su tienda a Sidart supusieron que era él quien se encontraba en peligro. Rápidamente se dirigieron al punto de donde provenían los gritos, encontrándose al llegar con la sorpresa de ver a Azira atada sobre el caballo del hechicero, mientras que un hombre, armado con una espada los atacaba con furia. Apenas tuvieron tiempo de parar el primer ataque, cuando el hechicero ya se alejaba con la princesa.

Los dos amigos no tardaron en someter entre ellos al mensajero, a quien derribaron sobre las ropas de Sidart, que se encontraban en el piso junto con los demás elementos del disfraz.

  • ¡Sidart era Azira! – dijo Nasif sorprendido.
  • Y ahora se encuentra en un gran peligro. ¡Qué tonto he sido! ¡Tenemos que alcanzarlos!… ¿En qué habrán llegado éstos hombres? -.
  • ¡Por ahí escucho un caballo! ¡Tómalo y ve tras ellos Salim, yo te alcanzo en un camello! – dijo Nasif a la vez que ataba fuertemente al mensajero.
  • Salim salió a toda velocidad sobre las huellas del hechicero, culpándose de lo sucedido y esperando poder llegar a tiempo para impedir que le hicieran daño a la mujer de su vida.
  • Abdul que ya presentía que no tardarían en perseguirlo se dirigió a una formación rocosa para tenderle una trampa a sus perseguidores.
  • Al cabo de unos minutos, Salim entraba confiado en el sendero entre las rocas, cuando una gran avalancha lo derrumbó de su cabalgadura. Un poco golpeado subió con gran agilidad por las peñas, alcanzando al hechicero que ya lo esperaba espada en mano. El combate fue feroz y muy parejo, hasta que Salim pudo finalmente desarmar a Abdul y derribarlo de un fuerte golpe.
  • ¿Por qué querías llevarte a la princesa desgraciado? ¡Contéstame! ¿Quién te ha enviado? – Dijo Salim colérico.
  • Abdul, comenzó a reír a carcajadas y mientras tomaba con una mano el medallón que colgaba de su cuello, con la otra generaba en el aire una serie de rayos que poco a poco comenzaba a controlar. Salim miraba sorprendido a su adversario. Al concentrar la suficiente energía Abdul le lanzó un poderoso rayo con la intención de destruirlo, pero antes de que éste llegara a su destino alguien se interpuso, absorbiendo la terrible descarga con su cuerpo. Se trataba de Nasif, que de esta manera pagaba su deuda de honor y caía muerto a los pies de su amigo.
  • Salim se quedo petrificado y comenzó a mover el cuerpo de Nasif tratando de hacerlo reaccionar, pero sin ninguna respuesta. Enseguida volteó a ver a Abdul quien se carcajeaba de lo que acababa de hacer y con una enorme ira se abalanzó hacia el hechicero tratando de vengar la muerte de su amigo. De un primer golpe derrumbó a Abdul y con una fuerza descomunal arrancó de su pecho el medallón y lo arrojó lo más lejos posible.
  • Se encontraban entrelazados dándose de golpes cuando fueron levantados en vilo por un par de hombres enormes y de gran musculatura. Eran de tez morena y vestían con túnicas y turbantes blancos. Tras de ellos llegaron una docena más quienes ya traían consigo a Azira y a una veintena de personas atadas unas con otras de manos y pies. Se trataba de los “Esclavistas Namibianos” que en esos instantes se dirigían al reino de Filae del finado sultán Zandur.
  • Abdul reclamó inmediatamente:
  • _ ¡Suéltenme! ¡No saben con quién se están metiendo! Soy el consejero del Gran Visir Sadam. Más vale que me liberen si no quieren meterse en graves problemas-.
  • Todos los esclavistas soltaron de carcajadas y su líder, llamado Gedeón le dijo:
  • Vivimos constantemente en problemas y a partir de ahora tú no eres nadie, ni siquiera tienes un nombre. El valor que puedas tener te lo pondrá tu comprador en el mercado de Filae y si en el trayecto te atreves tan siquiera a pronunciar una palabra serás alimento para los chacales y los buitres-.

Ante tal situación a Abdul no le quedó otra salida que quedarse callado mientras lo ataban junto con todos los demás prisioneros. Con el rostro lleno de tristeza Salim miró fijamente a los ojos de Azira, como diciéndole:

  • Ahora no es el momento de decir nada. Ya llegará la hora para actuar y tratar de escapar-. Por lo pronto no convenía que nadie supiese que la joven que acababan de capturar era una princesa. Y tanto esclavistas como esclavos continuaron su camino hacia Filae.

Durante la confusión generada por la captura uno de los prisioneros se fue alejando poco a poco del grupo hasta desaparecerse entre las rocas. Era tan poca cosa el pobre aldeano que nadie notó en ningún momento su ausencia.

Una vez que se alejaron los esclavistas, el hombre salió de su escondite y quitándose sus ataduras se acercó al cuerpo inerte de Nasif para tratar de revivirlo.

Capítulo 8.

El Sello de la Libertad.

Era una bella y clara noche de verano tapizada de estrellas. El viento soplaba fresco y limpio en el desierto de Gibia, lo que motivó a Mustafá a salir de su tienda y dar un paseo por los alrededores del campamento. Estaba cerca del pozo de Tahor cuando alcanzó a mirar cómo dos jinetes se acercaban a toda prisa, pero no venían juntos, más bien uno perseguía al otro.

A pocos metros de él, el primer caballo cayó exhausto, rodando su jinete por los suelos. Mustafá se pudo dar cuenta de que se trataba de una linda joven. En su rostro se reflejaba un gran cansancio y preocupación. Unos instantes después llegó el segundo jinete, bajó de su cabalgadura aún en movimiento y se abalanzó sobre la joven con intención de matarla. Se trataba de uno de los soldados del Gran Visir quien sacando una daga de su cinto pretendía cumplir de inmediato con sus órdenes. La muchacha era Madián la dama de compañía de Azira.

A punto estaba el soldado de asestar el golpe mortal contra la joven, cuando Mustafá tomando una enorme roca le partió en dos la cabeza. Luego acercándose a la joven le ayudó a levantarse mientras le preguntaba:

_ ¿Pero qué fue lo que hiciste para que este hombre te quisiera matar?-.

_ Es un antiguo patrón a quien robé unas joyas – mintió la joven.

_ ¡No te lo creo! ¿Sabes? Además ya recordé donde te había visto antes- Dijo Mustafá sonriente_ ¡Tu trabajas en el palacio de Fandir! Eres la dama de compañía de la princesa ¿No es así?

_ Usted me confunde _ dijo Madián temerosa.

_ Yo nunca olvido un rostro, y menos tratándose de alguien tan hermosa como tú. _ Dijo el comerciante mirándola con ternura _Pero ¡tranquila! Ya me platicarás lo que haces aquí. Por supuesto, si tu así lo deseas_. Y caminando con ella hacia el campamento ordenó a sus sirvientes que la atendieran debidamente para que se diera un baño y se cambiara de ropa. Después, la esperaría en su tienda para cenar y platicar un rato, mientras la joven recuperaba fuerzas tras su largo y penoso camino.

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Al cabo de un rato Madián entró en la tienda de Mustafá con una hermosa vestimenta de seda blanca. Su pelo estaba completamente limpio y recogido con una serie de hermosos prendedores de carey adornados con perlas color de rosa. Los sirvientes habían puesto a su disposición, por orden de su amo, una gran variedad de finísimos perfumes, de los que él estaba acostumbrado a comerciar en el mercado de Persia, de los cuáles ella escogió uno dulce y suave, muy acorde a su personalidad.

_ ¿Tienes hambre? – le dijo Mustafá sonriente – ¡Sírvete a tu gusto! Y le mostró el banquete que había mandado preparar especialmente para ella.

Sobre la mesa, junto a los cojines, había una exquisita variedad de platillos para satisfacer el paladar de la doncella que, al estar siempre al servicio de Azira, ahora se sentía como si ella misma fuera la princesa. ¡Mustafá la estaba halagando demasiado! ¡Y apenas si la conocía!

La chica se sentó en uno de los cojines y preguntó tímidamente: -¿Puedo? -.

  • ¡Claro! – respondió Mustafá – Siéntete como en casa y descansa, aquí estarás segura. Te lo prometo. ¡Me llamo Mustafá! Y soy comerciante del mercado de Bagdag. Estuve hace algunos días en el palacio de Fandir y me di cuenta que eras la dama de compañía de la princesa.
  • Me llamo Madián y sí, soy quien tú dices – comentó la doncella mientras probaba una deliciosa pierna de faisán en salsa de dátiles – No puedo negar la verdad a quien me ha salvado la vida _.

_ Y ¿qué haces tan lejos del palacio y de tu ama? Si se puede saber _. Dijo Mustafá dando un sorbo a su copa de vino.

  • Azira no está en el palacio. Se disfrazó de hombre y se fue con Salim para ayudarlo -.
  • ¡Vaya pero que mujer! ¡Nunca pensé que fuera capaz de algo así! -.
  • El Gran Visir descubrió la verdad y mandó a su gente tras ella. Yo creo que se encuentra en un grave peligro. Por eso vine a buscarla, para advertirle _.
  • Y la que acabó corriendo un gran peligro fuiste tú. Eso habla muy bien de ti. ¡Además de hermosa eres una mujer leal y muy valiente! -.

Un poco apenada con los piropos de su anfitrión Madián casi se atraganta con un pedazo de pan de centeno que en esos momentos estaba masticando. Después de dar unos tragos a su copa de vino tomó la palabra nuevamente.

_ ¡Te pido Mustafá que esto que te he contado quede como un secreto entre nosotros! ¡Imagina lo que puede llegar a suceder si alguien más se entera! Sé que esta situación te afecta directamente. Sé que quieres a Azira y la recompensa pero…

Mustafá la interrumpió. _ En realidad sí quiero a una dama del palacio de Fandir, pero no a la princesa. ¡Hay alguien mucho más interesante para mí! Con lo que respecta al premio estoy acostumbrado a conseguir mis propias riquezas regateando aquí y allá. Cuando decidí participar fue más bien por la aventura que esto implicaba, más las oportunidades de hacer nuevos e interesantes negocios -.

  • ¡Parece que te gusta mucho lo que haces! – dijo Madián.
  • Desde niño me dedico a esto – dijo Mustafá con orgullo.
  • ¿Y cómo es que te volviste comerciante? – preguntó interesada la muchacha.
  • Fui el cuarto y último hijo de una pobre familia de Bagdag. Mi madre murió al darme a luz y para mi padre representó un gran peso el quedarse sólo a cargo de nosotros. De hecho siempre me culpó de haber matado a su hermosa esposa -.
  • ¡Pero eso es una injusticia! ¿Cómo te culpó de algo así? Esas cosas pasan a menudo – mencionó Madián.
  • Pues sí pero ¿cómo podía convencerlo de lo contrario? Cuando tenía siete años llegó a Bagdag un famoso comerciante llamado Baltazar. Su fama le precedía en cualquier sitio al que llegaba. Mi padre estaba muy necesitado y fuimos en su busca para venderle una lámpara que había robado. Para nuestra sorpresa el comerciante nunca se interesó en aquella antigüedad y por el contario le ofreció a mi padre 30 monedas de plata por mí. La respuesta inicial de mi progenitor fue de indignación: -Pero ¿cómo se atreve? – dijo – ¿Qué le venda a mi propio hijo? ¿Con quién cree usted que está tratando? -. Baltazar sonrió y le dijo tranquilamente a mi padre: – Usted bien sabe que su hijo estará mejor conmigo que con usted. Cuando menos tendrá algo de comer cada día ¿no le parece? -.
  • Mi padre tomo la bolsa de monedas, la sopesó y, mirándome por última vez me dijo: – ¡Buena suerte hijo! – Luego dio media vuelta y se marchó. Esa fue la última vez que vi a mi padre.
  • ¡Tu propio padre te vendió! ¿Pero cómo fue capaz de hacer eso? – expresó Madián indignada.
  • Hay un dicho que reza: “No hay mal que por bien no venga” y eso fue lo que sucedió conmigo. El crecer al lado del mejor comerciante del mundo me enseñó a valorar las cosas, a regatear cuando hacía falta regatear y a no discutir cuando la oportunidad ponía a mi alcance objetos maravillosos, a retener lo atesorable y a deshacerme de lo de poco valor. Me enseñó a negociar, a buscar lo bueno, que digo lo bueno, lo mejor. A viajar por el mundo para conocer lo que en cada país había de extraordinario, de bello, de original… Sin embargo, y a pesar de todo lo aprendido, aún existe una pregunta para la cual aún no tengo respuesta: ¿Cuánto vale un ser humano? ¿Será que todos pueden ser comprados por treinta monedas como sucedió conmigo? -.

Madián compadecida de Mustafá le dijo:

  • ¡Ni con todo el oro y las joyas del mundo se podría comprar una persona como tú! ¡Tu valor es infinito! Las personas no se compran ni se venden, valen por lo que son, por sus pensamientos, por sus sentimientos, por sus acciones -.
  • Mustafá se quedó callado y respondió a Madián con una tierna sonrisa, luego la muchacha dirigiéndose a él le dijo:
  • ¿Y qué fue de Baltazar? -.
  • Conforme pasaba el tiempo el comerciante se hacía de más y más riquezas, acumulando tesoros incalculables que escondía por las diversas ciudades por las que pasaba. Llevaba siempre consigo una relación detallada de los mismos y se había convertido en un viejo muy avaro y desconfiado. Solamente yo conocía sus secretos. Con el tiempo Baltazar adquirió una rara enfermedad ocasionada por los vapores desprendidos de los metales y aunque se encontraba muy grave se aferraba a la vida con tal de evitar que alguien se quedara con sus posesiones. Era terrible ver cómo sufría y a la vez cómo se resistía a morir. Por fin, un día, le saqué la relación de entre sus ropas y frente a él y los demás presentes le dije: – No te preocupes más de que alguien encuentre tus tesoros. Ve lo que hago con tu relación-. Enseguida tomé una vela y la destruí -. En cuanto el pergamino quedó reducido a cenizas el viejo se quedó dormido para siempre -.
  • Y entonces ¿qué pasó con todos aquéllos tesoros Mustafá? – dijo Madián asombrada.
  • Aunque la relación quedó destruida su contenido estaba perfectamente grabado en mi mente, por lo que sabía perfectamente en donde se hallaba cada tesoro y en qué consistía cada uno de ellos. En todas aquéllas ciudades donde se encontraban ocultos existía mucha pobreza. Fue así como decidí buscarlos y repartirlos entre los pobres a nombre de Baltazar pidiéndoles a cambio que oraran por la salvación de su alma -. Después de escuchar ésto a Madián no le quedó la menor duda de que Mustafá era un hombre bondadoso y se atrevió entonces a pedirle:

_ ¡Ayúdame a encontrar a Azira! Y te estaré eternamente agradecida -.

_ Basta con que me mires de la forma en que lo haces ahora y me sonrías de nuevo con esos preciosos labios que son una constante invitación a los míos. ¡Claro que te ayudaré! Pero ¿por dónde empezamos la búsqueda?

En esos momentos uno de los sirvientes entró a la tienda y dijo a Mustafá:

  • Señor, hemos encontrado en los alrededores del campamento a dos hombres, uno sólo está un poco deshidratado, pero el otro se encuentra muy mal herido, tal vez no sobreviva la noche _.
  • ¡Atiéndanlos cuanto antes! Despierta pronto a Ibrahim y ve que puede hacer por ellos. En un momento estoy con ustedes _. Luego, dirigiéndose a la muchacha le dijo: – Ve a dormir hermosa Madián, que ya mañana comenzaremos la búsqueda, y haciendo una reverencia salió de la tienda.

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Cuando Mustafá entro en la tienda de los heridos se encontró con los dos hombres tendidos en unos camastros. Uno de ellos estaba consciente, el otro apenas si respiraba y estaba lleno de graves quemaduras, principalmente en el pecho.

_ ¡Señor! – le dijo el sirviente a su amo – El quemado estaba con Salim cuando salimos de Isandur -.

El otro hombre, aunque débil le dijo a Mustafá:

_ El joven se encuentra así por salvar la vida de su amigo. Un hechicero lanzó un potente rayo y, cuando estaba a punto de alcanzarlo, este muchacho se atravesó recibiendo toda la descarga.

  • ¿Y qué fue de su amigo?
  • Todos fueron atrapados por los esclavistas namibianos: el amigo, el hechicero y la muchacha. Y dentro de toda la confusión, aproveché para escaparme.
  • Y ¿sabes a dónde se los llevaron?
  • Tanto a ellos como a varias personas de mi pueblo los llevan al mercado de Filae para venderlos al mejor postor.
  • Muy bien. ¡Descansa! Nos veremos por la mañana. Y dirigiéndose a Ibrahim le dijo:
  • ¡Haz todo lo posible por salvar a este muchacho! No te apartes de él en toda la noche e infórmame de cualquier cambio que veas en su salud -. Y diciendo esto último se retiró a su tienda.

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El mercado de Filae era uno de los más concurridos por los esclavistas, pues en ese reino la esclavitud era permitida. Incluso el Rey, llamado Nerum, tenía un gran número de esclavos a su servicio, los cuales eran seleccionados por su mayordomo Jamal.

La venta de la gente se daba a través de la subasta, dirigida la mayoría de las veces por el veterano Jassem, un gran conocedor de la calidad y utilidad que podían tener las personas que le eran traídas a la plaza por los esclavistas de todas partes del mundo.

La primera selección era primicia para el rey y aunque éste confiaba ciegamente en su mayordomo, en ocasiones le gustaba acudir personalmente para ver las novedades que llegaban a sus tierras y ésta vez era una de ellas.

Al pasar revista entre los aproximadamente 300 esclavos que había en la plaza Nerum no pudo pasar inadvertida la presencia de Azira. Inmediatamente ordenó que la llevaran a su harén y dejó que Jamal continuara con el resto de la selección. Cuando Salim vio que se llevaban a la princesa trató por todos los medios de hacerse notar para que el mayordomo lo seleccionara, pero el malvado Abdul siempre se interpuso entre ellos para que no fuera visto ni escuchado.

Una vez otorgada la primicia al soberano se inició la subasta. Los principales compradores eran grandemente conocidos por su poderío económico y su crueldad. El primero de ellos era el gran arquitecto Sanfair, constructor de grandes templos, pirámides y monumentos, prodigiosas obras realizadas con la fuerza de los esclavos quienes regularmente dejaban ahí sus vidas. El segundo llamado Henoc poseía grandes extensiones de terrenos de cultivo junto al río, constituyéndose en el mayor proveedor de alimentos de la región. Su riqueza se entendía fácilmente al contar con una mano de obra bastante barata, pues apenas si alimentaba y protegía a sus esclavos. El tercero llamado Tiberio era todo un artista, dedicado a la diversión del pueblo a través de espectaculares eventos en donde enfrentaba a sus esclavos entre sí y con bestias feroces. Conocedor de lo que los romanos hacían en su circo, él lo había perfeccionado y sublimado, haciéndolo todavía más cruento y despiadado.

La subasta comenzó con un gran dinamismo y Jassem, haciendo uso de toda su experiencia, gritaba con entusiasmo a todos los posibles compradores acerca de las cualidades y posibles usos de la mercancía que se ofrecía. El primer esclavo en venta era un joven enano de apenas noventa centímetros de estatura.

  • ¡Señores! – decía Jassem – ¿Cuánto pueden ofrecerme por este peculiar ejemplar? -.
  • ¡Pero si no es más que un enano! – Vociferó Sanfair – A ese nadie lo quiere, ni regalado -.
  • Creo que no han valorado debidamente la mercancía – Dijo Jassem – ¡Es precisamente en el defecto que ustedes ven, donde se encuentra su mayor utilidad! ¿Quién mejor que este ser para lavarles los pies al llegar a casa después de un largo viaje? ¡Imaginen el rendimiento de este esclavo en las cosechas! Pues mientras los demás esclavos estarán cansados por estar agachados todo el día, él habrá recogido la mies totalmente erguido. Y ¿qué me dicen del aspecto de la economía? Además de comer menos que los demás, les ocupará poco espacio en las habitaciones…

Los presentes no tuvieron otro remedio que reconocer la gran astucia y habilidad del vendedor, quien de inmediato recibió decenas de ofertas por el enano.

Cuando tocó el turno de una débil y anciana mujer judía los compradores comenzaron a chiflar y abuchear a los vendedores e incluso algunos empezaron a lanzar frutas y verduras contra Jassem. Éste, con toda la tranquilidad del mundo pidió calma al público presente y les dijo:

  • Pero ¿es que acaso no me conocen? ¿Creen que voy a ofrecerles algo sin valor? ¡Qué poca confianza tienen en mí! Ésta judía es buenísima para los negocios. Domina los números de manera que ni se imaginan. Y no sólo eso, habla y escribe cinco idiomas… ¡Pensándolo bien creo que me la voy a quedar yo! ¡Me hace falta alguien así a mi servicio!…

Ante el ingenio del vendedor el público terminaba sonriendo y los compradores acababan por pujar en busca de conseguir a la esclava. Ni siquiera los niños se salvaban de ser ofrecidos en este mercado, tanto para el servicio doméstico, el trabajo dentro de las minas o para el placer de uno que otro pervertido de los que concurrían ahí con asiduidad.

Cuando llegó el turno de Salim, no hizo falta siquiera que Jassem lo promocionara, pues de inmediato surgieron ofertas por sus servicios. Quien primero pujó fue uno de esos pervertidos de los que acabamos de hablar, pues quedó cautivado por sus hermosos ojos verdes. Pero su oferta sucumbió de inmediato por el acecho de los tres poderosos que empezaron a competir por comprarlo ofreciendo fuertes sumas de dinero.

Sanfair ofreció cien dracmas por él, imaginándolo como un fuerte obrero en sus construcciones. Henoc lo visualizó como un eficiente trabajador en sus campos, augurándole una vida útil de cinco años y ofreció por él 150 dracmas. Tiberio en un principio no había mostrado un gran interés en Salim pero, para mala fortuna del muchacho, Abdul se encontraba cerca del comprador y le dijo al oído que el joven era un gran guerrero que haría todavía más grande su espectáculo. Fue así que Tiberio acabó por llevarse a Salim por 250 dracmas, ¡claro! después de un buen rato de ofertas por parte de los tres poderosos.

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La primera noche en el harén Azira conoció a Tamara, la segunda esposa de Nerum, quien a pesar de que su esposo tenía tantas mujeres todavía lo amaba. Le habían ordenado a la princesa ponerse un hermoso y vaporoso vestido rojo y esperar al Rey en sus aposentos, cuando llegó la mujer y comenzó a platicar con ella.

  • ¡Tú eres la nueva en el harén! Por lo tanto el rey querrá estrenarte y hacerte el amor, como lo ha hecho con todas las demás muchachas que has conocido aquí. Eres el nuevo juguete, su adquisición más reciente. Él piensa que cada vez que lo hace, la nueva joven le dará una satisfacción mayor. ¡Pero se equivoca! Lo que obtiene es puramente físico, pues la mayoría ha estado con él de forma obligada, sin amarlo, como tú ahora…O ¿me equivoco?-.
  • ¡Por supuesto que no! El hombre a quien amo ha sido también vendido como esclavo y no sé su paradero. Yo no quiero tener nada que ver con el rey. ¡Ayúdame por favor! -.

Después de platicar por un largo rato, las dos mujeres se hicieron amigas y urdieron un plan para evitar que Azira fuera víctima de Nerum. De este modo Tamara mezcló en el vino un fuerte somnífero, advirtiendo a la princesa que sólo fingiera beber mientras el rey la cortejaba. Una vez vencido por el sueño ellas cambiarían sus vestidos y Tamara ocuparía el lugar de Azira en la cama.

Afortunadamente para la princesa los planes funcionarían y los repetirían mientras fuera necesario, dándole con ello más tiempo a Azira para pensar en alguna forma de escapar de ese lugar. Mientras tanto seguía guardando en secreto quien era en realidad. Más valía que todos la consideraran como una pobre mujer que habían hecho esclava a que descubrieran su verdadera identidad.

La agradable forma de ser de Azira hizo que poco a poco se ganara el afecto de sus compañeras y no sólo eso, sino la amistad de uno de los eunucos encargados de cuidarlas llamado Asías. Aprovechando esta buena relación la princesa pidió a su nuevo amigo le informara sobre el paradero de Salim. Después de unos días Asías le comunicó a Azira la mala noticia de que el joven había sido comprado por Tiberio para ser gladiador en sus espectáculos por lo que sus expectativas de vida eran muy pocas. La princesa, al escuchar la información sobre Salim, cayó al piso desalentada y con una gran tristeza se apartó a un rincón de sus aposentos y se puso a pedir a todos los dioses que se lo protegieran.

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Mientras tanto, en un campamento no lejos de ahí Tiberio ponía a entrenar fuertemente a sus esclavos. A pesar de que sabía que tarde o temprano morirían, era mejor que lucharan y sobrevivieran el mayor tiempo posible por el bien del espectáculo. Les enseñó a combatir con la espada, la lanza y las redes. A defenderse con el escudo y con la sola fuerza de sus manos. A luchar sin temor, pues constantemente les repetía a sus esclavos que había solo 2 formas de morir en combate: como valientes llenos de honor o como cobardes.

Como la gente de Filae estaba bastante aburrida, comenzó a exigir a Tiberio que organizara cuanto antes uno de sus acostumbrados y sangrientos espectáculos. Por tal motivo el empresario mandó traer del norte de África y de la India a las 50 más salvajes bestias jamás vistas en la región, entre los que se hallaban tigres de Bengala, leones, jaguares y panteras. Luego, mandó decorar la arena con plantas exóticas, creando un ambiente selvático, ubicando las jaulas estratégicamente escondidas, como trampas mortales para quien caminara por los senderos formados a su capricho y que se podían admirar desde el graderío. Una vez que tuvo listo todo mandó pregonar por cada rincón de la ciudad: “¿Qué especie dominará la tierra en el futuro? ¿Serán los hombres o las bestias? ¿Qué armas serán las más poderosas, las de los valientes gladiadores o los colmillos y garras de los felinos? ¡No falten el día de mañana a la arena de Filae para que tengan la respuesta a estos cuestionamientos!

Por la mañana del día de la lucha Tiberio pasó con sus gladiadores a comunicarles de que se trataba el espectáculo. Algunos de los hombres ya eran todos unos maestros en combate y podían presumir de su experiencia a través de las múltiples cicatrices expuestas a lo largo de sus cuerpos. Sin embargo, la mayoría de ellos eran nuevos, como Salim, y algunos estaban pálidos de miedo, pues presentían la cercanía de un gran sufrimiento y su inminente muerte.

Las palabras de Tiberio fueron breves y concisas:

  • Esta noche, al ponerse el sol, enfrentarán bestias salvajes. Éstas cuentan con su fuerza y con las herramientas que los dioses les dieron para atacar y defenderse. Ustedes cuentan con su inteligencia y su entrenamiento, y tratarán de mostrar al público su superioridad frente a los brutos. Por lo mismo no les daré muchas armas. Cada uno de ustedes contará con una daga y un palo, y con ello deberán tener lo suficiente. ¡Actúen con valor! Y así, si mueren, podrán recibir la gloria que se merecen -. Y dicho esto último se retiró.

Al quedarse solos Salim tomó la palabra y se dirigió a sus compañeros:

  • ¡Nadie tiene por qué morir esta noche! El mismo Tiberio nos ha dado la clave. No sé a cuantas bestias tengamos que enfrentar, pero tenemos el intelecto para vencerlas. Otra cosa importante es que nuestra fuerza es inferior, por lo que tenemos que permanecer unidos. Una vara se rompe fácilmente, pero cuando se juntan varias varas es muy complicado quebrarlas. Cuando salgamos a la arena lo haremos todos juntos, y cuidaremos unos de otros. ¡Sólo de esta manera sobreviviremos! ¿Están conmigo? -.

A lo que todos respondieron con un rotundo ¡Siiiiii!

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Cuando llegó la hora del espectáculo la arena de Filae se encontraba a reventar. El pueblo, sediento de sangre, se apretujaba en el graderío esperando el momento de ver cómo las fieras destrozarían a los esclavos, dispersando sus órganos por todo el terreno. A una orden de Tiberio los soldados soltaron a las bestias, ante el rugido frenético de la muchedumbre que veía como comenzaba aquella carnicería. Unos minutos más tarde, la puerta principal que daba a las celdas se fue abriendo lentamente y por ella, para asombro de todos los espectadores que esperaban ver otra cosa, aparecieron los esclavos en un compacto y sólido grupo que se protegía hacia todos los flancos. Mucha gente comenzó a abuchear y desaprobar esa forma de enfrentar la situación por parte de los gladiadores.

A medida que el grupo avanzaba las bestias empezaron a dejarse ver y a acercarse con sigilo. Salim alentaba a los esclavos para avanzar con valor y no deshacer la formación. Pero el pánico se apoderó de uno de los hombres quien salió del grupo y corrió tratando de saltar el muro más cercano. Casi de inmediato una gran pantera se abalanzó sobre él y entre ella y un gran tigre de Bengala lo destrozaron en un dos por tres regando sus restos sangrientos por la arena. Esto enardeció mucho al público, pues ya habían comenzado las emociones y gritando como locos pedían más, pues anhelaban ver una masacre total.

Salim aprovechó entonces el incidente para consolidar su plan de defensa…

  • ¡Ya ven lo que les puede suceder si rompen la formación! ¡Sólo juntos podremos salir de ésta!-.

Aunque los felinos ya se habían acercado más a ellos, al verlos todos juntos no se animaban a atacar. Salim dio la orden a su gente de aproximarse hacia donde se encontraba una gran antorcha y haciendo una pirámide humana se apoderaron de ella y encendieron sus palos. Una vez con la posesión del fuego los gladiadores tuvieron una notoria ventaja sobre los animales. Pues uno a uno los fueron acorralando y acabando con ellos. Desde las gradas la gente abucheaba y lanzaba objetos, acusando de fraude a Tiberio, pues lo que había sucedido en la arena, no era para nada, lo que ellos habían esperado que sucediese. Muchos de los ahí presentes comenzaron a exigir la devolución de su dinero, lo que provocó un gran caos que apenas pudieron contener los guardias.

Una vez terminada la lucha los esclavos regresaron a su celda y ahí celebraban el estar vivos, cuando de pronto llegó Tiberio, notoriamente alterado y molesto…

  • ¿Pero qué es lo que han hecho? ¡Me han dejado en ridículo! ¡La gente esperaba un gran espectáculo y ustedes me dan una miserable comedia! ¿A quién se le ocurrió que los gladiadores trabajan en equipo? ¡Nunca en toda mi vida había presenciado algo semejante ni pasado una vergüenza de tales dimensiones! A partir de hoy trabajarán el doble de tiempo y se esforzarán más. Ya no habrá más lucha en grupo, pues la siguiente vez que se enfrenten será entre ustedes, hasta que solamente quede uno vivo. – Y diciendo esto último se marchó, no sin antes ordenar a sus soldados que castigaran a los esclavos con cincuenta azotes para cada uno.

A pesar de los azotes los esclavos estaban felices, pues el sufrimiento causado por los mismos no era nada comparado al hecho de haber perdido la vida en la arena. No importando su condición actual habían logrado oponerse a un supuesto destino fatal que los aguardaba. No sabían cuánto tiempo más seguirían vivos, pero ese día había brillado entre ellos la hermosa y diáfana luz de la esperanza.

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En el campamento de Mustafá, después de varios días de cuidados intensivos por parte de Ibrahim, Nasif volvió en sí y les platicó a todos como el hechicero había secuestrado a la princesa Azira y tratado de destruir a Salim. Complementando la información con la del otro hombre rescatado concluyeron que tanto Salim como la princesa Azira habían sido llevados como esclavos a Filae, y ante la petición de Madián, a quien Mustafá no podía negarle nada, levantaron el campamento y se dirigieron en su busca para tratar de rescatarlos.

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Lejos de ahí, en la Bahía Verde, Iram y sus hombres llagaban en busca de un barco que los llevara al reino de Havania del finado rey Alí. El joven estaba lleno de cólera, pues había llegado tarde también a Amánn, el reino de las montañas, en donde un odioso enano llamado Simbad se había burlado cruelmente de ellos al darles la noticia de que el sello de la paciencia pertenecía ya a un joven mucho más listo que ellos, llamado Shing Ho.

La impotencia que sentía en su interior había provocado que durante todo el viaje Iram hubiera maltratado duramente a sus acompañantes, culpándolos del fracaso que hasta esos instantes había representado su aventura en busca de los sellos. A los pobres soldados nos les quedaba más que aguantar los insultos y en ocasiones hasta duros golpes que les propinaba el hijo del Visir.

Durante horas trataron de conseguir la embarcación que necesitaban, más sin embargo, y a pesar de la buena cantidad de dinero que Iram les ofrecía, ninguno de los capitanes quería arriesgar sus naves en cruzar por aguas que ellos bien sabían eran bastante peligrosas. Al anochecer, estando en la taberna del “Cuervo Graznador”, escucharon el rumor de que una pequeña embarcación saldría a la mañana siguiente hacia el mismo destino que ellos pretendían. Preguntando por aquí y por allá dieron con el nombre del barco: el “Mala Fortuna” del capitán Abdalá, a quien todos apodaban “el loco” por sus imprudentes y arriesgadas travesías por los más complicados e ignotos mares del mundo.

Llegó el grupo al barco poco antes de que zarpara e Iram pidió hablar con el capitán…

  • Capitán Abdalá, ¡Sé que se dirige para Havania! ¡Queremos que nos lleve también con usted! –dijo Iram a el loco.
  • ¡Le saldrá muy caro el pasaje! – dijo Abdalá.
  • ¡No me importa, le pagaré lo que me pida! -.
  • Además no hay garantías de llegar a nuestro destino. ¡Usted me entiende! ¿Verdad? -.
  • ¡Claro! ¿Podemos abordar?
  • ¡Adelante! ¡Pónganse cómodos! Mis hombres les ayudarán con sus caballos…

Mientras Iram y sus hombres se acomodaban en la embarcación el “Mala Fortuna” zarpó y salió de la bahía. En el extremo de la proa se encontraba una figura conocida. Se trataba de Shig Ho que daba la bienvenida al sol del nuevo día mientras disfrutaba a plenitud de la fresca y delicada brisa marina.

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Cuando Mustafá llegó a Filae junto con su comitiva, lo primero que hizo fue distribuír a su gente por toda la ciudad para que, discretamente, averiguaran el paradero de Salim y de la princesa Azira. Así, platicando con la gente, a partir de las señas que se les daba de ellos, supieron que la princesa había sido incorporada al harén del Rey y que el pobre de Salim era ahora uno de los nuevos gladiadores del famoso Tiberio.

El problema para el rescate era que los jóvenes habían quedado en dos lugares distintos, en situaciones muy diferentes. Mientras que Tiberio sometía a sus esclavos con una legión de soldados, es decir cincuenta hombres, el rey tenía a todo un ejército bajo sus órdenes. Era obvio que la estrategia de rescate no podía ser la misma.

Volviendo a su campamento, que habían establecido a las afueras de la ciudad, Mustafá se reunió con Madián, Nasif y toda su servidumbre para organizar detenidamente las estrategias para la acción. Después de varias horas de deliberación, llegaron a la conclusión de salvar a Salim por medio de la fuerza y la lucha directa, mientras que para rescatar a la princesa tendrían que hacerlo por medio de la negociación.

En Filae ya todo mundo sabía que durante la noche del jueves los gladiadores de Tiberio se matarían unos a otros, hasta que solamente uno quedara en pié. Fue por eso que Mustafá y su gente tenían que actuar de manera eficiente y contundente. Sacarlos de las mazmorras era prácticamente imposible, había demasiados riesgos. Las acciones tendrían que darse en la misma arena el día de la lucha. Sin embargo, parte del éxito del plan era la colaboración de Salim y los demás gladiadores, por lo que alguien tenía que participarles de lo que se pensaba hacer. Nasif se ofreció como voluntario, por lo que se hizo pasar por esclavo y uno de los hombres de confianza de Muatafá se lo fue a vender a Tiberio con el argumento de que se trataba de un gladiador sobreviviente de más de una docena de combates. Aunque en un principio el empresario romano dudó, quedó plenamente convencido de su compra cuando el vendedor quitó la túnica a Nasif para mostrarle las múltiples cicatrices que éste tenía en el pecho y que según él aseguraba, eran las huellas de la batalla.

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Al interior de las mazmorras Salim platicaba con los demás esclavos:

  • ¡Tiberio no puede obligarnos a que nos matemos unos a otros! – Decía el joven bastante molesto.
  • ¡Pero si nosotros no lo hacemos ordenará a sus hombres que nos ejecuten en el instante! – Comentó uno de los prisioneros.
  • ¡Pero es preferible que muramos peleando contra ellos y luchando por nuestra libertad que como simples bestias mansas en el matadero, dando el esperado espectáculo a toda esa chusma impía sedienta de sangre -.
  • Pero ¿qué oportunidad tenemos de vencer? ¡Apenas tratemos de subir al graderío nos atacarán con sus lanzas y sus flechas! -.
  • ¡La oportunidad es para quien la busca! – Dijo una voz que a Salim le pareció conocida. Y al voltear a ver de dónde procedía, no pudo evitar la enorme emoción de ver a su amigo Nasif vivo, ante sus propios ojos que en ese momento se humedecieron de alegría.
  • Rápidamente Salim corrió a su encuentro y dándole un gran abrazo decía:
  • ¡Estás vivo amigo! ¡Vivo! ¡Pensé que ese hechicero te había matado! ¡Qué bueno que eres tan correoso y aguantador! Pero, ¿qué es lo que haces aquí? ¿Los namibianos también te atraparon?
  • ¡Nada de eso! – Contestó Nasif – Todo es parte de un plan que hemos preparado para salvarlos a todos ustedes. ¡Claro! Si están dispuestos a recibir la ayuda y a participar en su liberación-.
  • ¡Por supuesto que sí! – Asintieron todos al unísono.

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El día de la contienda de los gladiadores todo el pueblo se volcó en la gran arena para presenciar la terrible masacre que ahí se desarrollaría. Poco a poco el graderío se iba llenando con la chusma insensible y sedienta de sangre. Mezclados entre ellos los sirvientes de Mustafá se fueron acomodando estratégicamente de manera de quedar cerca de los soldados. Llevaban bajo sus ropas discretamente escondidas, las armas que les servirían a sus propósitos. Mustafá, usando sus mejores ropas y joyas, se acercó al palco de Tiberio y dirigiéndose cortésmente al mismo le dijo:

  • ¡Oh gran Señor! ¡Qué fortuna tiene de presenciar el espectáculo desde este hermoso y cómodo palco! Si me permitiera acompañarlo a usted y su apreciable familia, lo consideraría un gran honor para mí y podría ofrecerle lo mejor de mi cava, junto con algunos frutos secos y deliciosos dulces que he traído desde el Turquestán, – y diciendo esto último llamó a Madián y a dos de sus sirvientes quienes se acercaron llevando jarras de vino y los prometidos manjares.

Tiberio, al ver todos los deliciosos obsequios que el extraño le ofrecía no objetó en sus deseos y muy por el contrario lo invitó a pasar diciendo:

  • ¡Con gusto y gran placer aceptamos su compañía! Y ya que estaremos presenciando juntos a mis gladiadores me gustaría saber el nombre de quien tan amablemente nos comparte su vino y sus frutos -.

– Mi nombre es Mustafá, ciudadano del mundo, digo esto pues me paso la vida de aquí para allá haciendo los más fabulosos negocios que nadie pudiese imaginar. Tengo en mi haber los más extraordinarios objetos, cuyo valor va más allá de lo simplemente material, comprados o intercambiados a los más disímbolos personajes: ricos y pobres, famosos y desconocidos, de la realeza y de la plebe, jóvenes y viejos, hombres y mujeres…

– En eso nos parecemos mucho – dijo Tiberio – ¡Yo también soy comerciante! -.

– Creo que los artículos que usted comercia no están dentro de mi giro. Pero ¡Gracias por su hospitalidad! _ y se acomodó en el palco junto con sus compañeros.

En esos momentos la puerta de gladiadores se abrió, y aparecieron 15 parejas de hombres con sus armas e instrumentos de defensa. Siguiendo el protocolo que este tipo de eventos tenía entre los romanos, se pararon frente al palco de Tiberio y Salim, tomando la palabra a nombre de todos pronunció:

  • ¡Los que vamos a morir te saludamos! -.

En seguida se distribuyeron por la arena, pero curiosamente, ninguno de ellos en el centro, sino cercanos al redondel en todas las direcciones. La lucha comenzó sin que ninguno de los gladiadores acometiera al otro a la primera. Parecía que cada quien observaba a su adversario con precaución, como tratando de adivinar cuál sería su primer golpe. Todos jugaban un juego de especulación en el que ocasionalmente hacían una que otra finta como para provocar al adversario, pero sin lastimarse, sin ni siquiera tocarse.

Ese comienzo no gustó al público, quien inmediatamente comenzó a chiflar y a gritar ofensas a los luchadores. Tiberio, quien no quería quedar nuevamente en ridículo, les gritaba desde el palco:

  • ¡Pero qué es lo que esperan cobardes! ¡Peleen! ¡Parecen un grupo de conejos miedosos saltando en un corral! -.

A pesar de la presión que la chusma ejercía los gladiadores se tomaban su tiempo, y sólo soltaban uno que otro golpe que iba a parar al escudo de su adversario.

Entonces Nasif gritó: – ¡Alto!-. Salim, lanzando su espada al suelo caminó hacia el palco principal y dirigiéndose a Tiberio le dijo:

  • ¡No lucharemos más! ¡Tú no eres dueño de nuestras vidas! Y aunque hayas gastado tus dracmas con nosotros no nos puedes obligar a matarnos los unos a los otros -.
  • ¡Pero qué rebeldía es ésta! – dijo Tiberio encolerizado -. ¡Continúen peleando o le ordeno a mis soldados que los maten en este mismo instante -.
  • ¡Haz lo que quieras! Pero nunca jamás nos someteremos a nadie. – Dijo con orgullo Salim -. La libertad es el más precioso don que un ser humano pueda tener. ¡Prefiero morir aquí y ahora que vivir una larga vida como esclavo! -.

Tiberio estaba a punto de explotar y con una señal, dio la orden a sus legionarios de matar a los esclavos. Pero para sorpresa suya, ninguno de sus soldados ejecutó su orden. Detrás de cada legionario, un sirviente de Mustafá amagaba con un arma a su enemigo, lo que les imposibilitaba a hacer cualquier movimiento.

Al darse cuenta de la situación Tiberio trató de huir, pero era demasiado tarde, su familia había sido capturada por Madián y los otros sirvientes, y él mismo se hallaba ya en manos de Mustafá, quien tomándolo por el cuello y uno de sus brazos lo arrojó a la arena diciendo:

  • ¡Tal vez el gran Tiberio nos quiera dar un ejemplo de valentía, ya que ha llamado cobardes a estos gladiadores! -.

Uno de los esclavos le aventó su espada y su escudo para que se defendiera. Salim le dijo entonces:

  • ¡Vamos! ¡Demuéstrame tu valor! -.

Tiberio, lleno de ira se abalanzó sobre Salim, y aunque intentó por todos sus medios de acabarlo, la habilidad del muchacho le hizo rechazar los ataques y con la fuerza que da la serenidad de luchar por lo justo paró en seco los ataques y colocó su espada en el cuello del romano.

La gente que presenciaba la lucha comenzó a gritar despiadada:

  • ¡Mátalo! ¡Mátalo! -.

Los ojos de Tiberio se llenaron de terror ante su inminente muerte. Pero para sorpresa de todos Salim dijo:

  • El hombre es libre cuando puede decidir sobre sus propias acciones y hacerse responsable de ellas. ¡Yo no quiero matar a este hombre y nadie me puede obligar a hacerlo! Y aunque todos ustedes me lo pidan, no lo haré, pues tampoco soy su esclavo. –

Y así, perdonando la vida a Tiberio, se lo llevaron junto con sus hombres a las mazmorras, ante las aclamaciones de gran parte del público y los abucheos de algunos pocos, principalmente los esclavistas que se encontraban grandemente indignados y preocupados ante los hechos.

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La noticia del escape de los gladiadores de Tiberio corrió rápidamente como un reguero de pólvora entre la población de Filae, sirviendo como aliento y esperanza a los demás esclavos del reino, quienes comenzaron a organizarse entre ellos para luchar por su libertad. Sin embargo, para los esclavistas, entre los que se encontraban Sanfair y Henoc eso no eran buenas noticias. De inmediato alertaron a su guardia ante una posible rebelión, pero sabiendo que el número de esclavos en la ciudad era mucho mayor que el de sus soldados decidieron ir con el Rey en busca de ayuda.

Cuando los esclavistas llegaron ante Nerum éste ya se había enterado de lo sucedido con todo detalle, por lo que ofreció involucrar a su ejército ante cualquier brote de rebeldía por parte de los esclavos. Una vez que hubo despachado a los esclavistas mandó traer a su presencia a Salim a quien la gente identificaba como la mecha que había encendido todo el revuelo que ardía en la ciudad. La verdad era que el rey tenía miedo. A pesar del poderío de su ejército su reinado se veía gravemente amenazado, por una parte con los esclavos que anhelaban dejar de serlo, pero por otra con la reacción de la mayoría del pueblo en contra del esclavismo, pues habían simpatizado con Salim y sus hombres y estaban hartos de los abusos de los poderosos.

La invitación de Nerum a Salim se veía a todas luces como una trampa, por lo que todos le recomendaban que no acudiera a la cita. Sin embargo, desde el día de la liberación cientos de ciudadanos acudían diariamente al campamento para mostrarle su simpatía y solidaridad, dándole al joven cierta tranquilidad. Previendo cualquier tipo de contingencia Salim pidió a toda esta gente lo acompañara a su cita. Así, el día de la reunión con Nerum acudieron Salim, Nasif, Mustafá y Madián, pero fuera del palacio los esperaban alrededor de mil quinientas personas, que pedían al rey abolir la esclavitud en el reino.

_ ¡Sean bienvenidos! – Dijo Nerum a la pequeña comitiva en cuanto éstos ingresaron al salón del trono. – ¡Siéntense! ¿Gustan algo de beber? -. Los amigos, desconfiados, se negaron. El Rey prosiguió:

  • La acción que realizaste en la arena de Filae contra Tiberio fue muy imprudente y ha traído consecuencias muy graves para mi reino. Aquí se permite el esclavismo y tú has despertado en la gente la inquietud por abolir la esclavitud. ¿Sabes lo que eso significa?
  • ¡Significa Su Alteza que es el tiempo de cambiar, por el bien de su pueblo!- dijo Salim con toda calma.
  • Pero ¿cómo es que te atreves a decirme lo que yo debo de hacer? Muchos de los poderosos del reino han venido a verme para exigirme protección en contra de la rebelión de sus esclavos. Esto acabará transformándose en una terrible lucha en la que se derramará muchísima sangre – dijo el rey preocupado – ¡Mejor es que te vayas de aquí con toda tu gente! Pues tu liderazgo sobre los esclavos me daña gravemente -.
  • Y ¿si me niego?
  • ¿Sabes que te puedo mandar matar en este instante y acabar con el problema?
  • ¡Si quisiera matarme ya lo hubiera hecho! Si usted acaba conmigo ahora toda esa gente que se encuentra fuera del palacio reaccionará en su contra. ¡Mejor hágales caso y decrete la abolición de la esclavitud! ¡Sea un rey digno de su pueblo y gánese con ello su aprecio y respeto! -.
  • Pero los esclavistas me exigirán una indemnización muy fuerte por lo que han invertido en sus esclavos -.

Mustafá tomó entonces la palabra y dijo:

  • Durante años, en mis múltiples viajes por el mundo, me he hecho de muy valiosas joyas: zafiros, rubíes, diamantes, amatistas, ópalos, esmeraldas y perlas…que constituyen mi principal tesoro. ¡Con gusto se lo daré a cambio de ese decreto! -.
  • Pero si proclamo ese decreto yo también me quedaré sin servidumbre y sin mi harén. ¡Me quedará sólo! -.

Tamara que escuchaba escondida tras la puerta salió súbitamente y le dijo:

  • ¡Nunca quedarás sólo mi Señor! ¡Siempre he estado a tu lado y lo seguiré estando pase lo que pase! ¡Libera a toda esta gente y vuelve a ser el grandioso monarca que eras en otras épocas!
  • ¡No puedo Tamara! – dijo Nerum – los dioses ya no están conmigo. Desde aquél robo que hubo en el templo de Rac. Es por eso que he tenido que ceder a las presiones de los esclavistas, para mantener mi posición -.
  • ¡Mi Amor! – dijo Tamara – tú eres un buen gobernante y no necesitas de ningún cetro divino para hacer las cosas bien -.

Mustafá, quien escuchaba con atención el diálogo, recordó algo importante y se inmiscuyó en la plática:

  • ¡Disculpen que los interrumpa! Pero creo que lo que les voy a platicar les será de mucho interés. Hace aproximadamente diez años cruzaba con una pequeña comitiva el desierto de Somasa, cuando vimos a lo lejos a un pequeño hombre con una túnica blanca y un tocado turquesa. Llevaba tatuajes que delineaban sus ojos y su boca. Colgaba de su cuello un medallón circular con la figura de un halcón que quemaba su pecho. Se llamaba Ramfir…
  • ¡Ramfir! ¡El sacerdote de Isis! – Exclamaron a la vez Nerum y Tamara.
  • Veo que lo conocen. Pues bien, ese tal Ramfir me pidió ayuda, diciéndome que me daría todo lo que yo le pidiera. A cambio solamente quería algo de beber y que lo lleváramos a la población más cercana, pues llevaba varios días en el desierto sin probar agua ni alimento. En lo que he considerado el negocio más grande de mi vida me dio un hermoso cetro de oro con forma de cobra. Los ojos de la serpiente eran de obsidiana y la parte de atrás de su cabeza estaba recubierta de piedras preciosas. El trabajo de orfebrería era finísimo y delicado, obra de verdaderos artistas.
  • No tuve ningún problema ni inconveniente en darle toda mi agua y llevarlo al poblado más cercano, pues en su desorientación y desesperación no había notado que se encontraba a escasas 15 leguas de la ciudad de Petra.

Esa hermosa pieza aun la tengo en mi poder y creo que es lo que a ustedes les robaron. Si usted considera abolir la esclavitud en sus tierras no creo tener inconveniente en devolvérselo -.

El rey emocionado abrazó fuertemente a Tamara y ésta recordando algo salió de la sala, regresando unos momentos después…

  • Creo que todos tenemos algo que amamos y que hemos perdido: algunos un cetro de poder, otros un rey y alguien más a una princesa secuestrada – y diciendo esto último hizo entrar en el reciento a Azira.

En cuanto la princesa vio a Salim corrió a sus brazos y se besaron con gran emoción. Enseguida se acercó Nasif y los tres amigos lloraron de alegría por el reencuentro.

Mientras esto sucedía el rey llamó aparte a Mustafá y le pidió que lo acompañara a otra de las habitaciones. Ya estando ahí, de un escondite que tenía en el muro, sacó una bella caja pintada con muchos colores y le dijo:

  • Desde que yo era un niño mi padre tenía en su poder esta caja, la cual guardaba con mucho recelo. Al preguntarle qué era lo que había ahí me dijo que se trataba de un pequeño sello que alguien, su auténtico dueño, vendría a buscar algún día. Le pregunté entonces ¿cómo era su verdadero dueño?, ¿cómo se llamaba? Me respondió que nadie sabía su nombre ni cómo era, pero se trataba de una persona capaz de entregar sus más valiosos tesoros por poseer el más grande don que cualquier ser humano pudiera poseer: la libertad… Yo creo que esa persona ha llegado ya – Y tomando la caja con el sello se la entregó a Mustafá con una sonrisa diciendo:
  • El dueño del sello ha llegado hoy, para reclamar lo que le pertenece -.

En los siguientes días, en una ceremonia pública, Nerum, adornado con todas sus galas y mostrando el cetro real en su mano derecha, proclamó la abolición de la esclavitud en su reino. Lo que provocó una reacción de gran entusiasmo en la población y la reconciliación de esta con su rey. A su lado se encontraba Tamara, como única reina de esa nación.

Los esclavistas fueron indemnizados y desterrados del reino bajo la advertencia de que si volvían a él serían ejecutados. La mayoría de los esclavos, a manera de agradecimiento, decidieron acompañar a Salim y a Mustafá en su búsqueda de los sellos y a luchar por restablecer el orden y la paz en Isandur.

Una vez libre, el hechicero Abdul regresó rápidamente con el Gran Visir Sadam para advertirle sobre todo lo que había sucedido en Filae y que representaba una gran amenaza para su permanencia en el poder.

Capítulo 9.

El Sello de la Verdad.

Una vez que hubieron salido de Bahía Verde, Abdalá se acercó a Shing-Ho y le dijo:

_ Todos en el puerto me apodan “el loco”, solamente porque asumo riesgos que la mayoría no quiere tomar. Los marineros ya no son los de antes. ¡Se han vuelto una bola de cobardes! ¡Marineros de agua dulce! ¡Son una deshonra para la profesión! – a lo que Shing-Ho le contestó:

  • No solamente entre los marineros pasan estas cosas. La mayoría de las personas han tomado una actitud muy pasiva y cómoda ante la vida. Nadie quiere asumir riesgos, tomar la iniciativa o comenzar con alguna empresa. Son pocos los que piensan en los otros y no solamente en ellos mismos, los que actúan a favor de los demás -.
  • Tengo toda una vida navegando por los mares más peligrosos y desconocidos, enfrentando tormentas, piratas y monstruos marinos sin dejar de cumplir ni una sola vez mis compromisos. Por eso los demás marinos me odian, me tienen envidia. Porque enfrento diariamente mis temores y desafío a la muerte con valor -.
  • Eres el mejor marinero de la región. Por eso he venido directamente contigo. Tu fama es grande de donde yo vengo… – Shing-Ho miró hacia el frente y comentó: -¡Por cierto, la mar está muy tranquila! -. A lo que Abdalá respondió:
  • No te confíes, puede ser la calma que precede a la tempestad. El océano es muy traicionero. Estate atento por cualquier cambio en el clima, apenas comenzamos con el viaje -.

Una vez que hubieron descansado, Iram y sus hombres subieron a cubierta para respirar el fresco y salado aire de mar. Al ver a Shing-Ho, uno de los soldados dijo a Iram:

  • ¡Mire Señor! Ahí está el monje. – A lo que Iram contestó:
  • Investiguen rápidamente dónde tiene sus cosas y busquen el sello mientras él se encuentra aquí arriba. ¡Rápido! -.

Después de unos minutos los sirvientes regresaron jadeando a informarle:

  • Señor, el único equipaje que trae el monje es el que lleva consigo mismo. Según los marineros desde que subió al barco solamente cargaba con el morral que lleva colgado -. Iram se quedó pensando por unos instantes y dijo a sus hombres:
  • No tenemos la plena certeza de que lleve consigo el sello. Ya esperaremos el momento más oportuno para saberlo y poder quitárselo. Por lo pronto es un buen momento para ganarnos su confianza y no despertar sospechas -. Y diciendo esto último se acercó al monje saludándolo cortésmente:
  • ¡Hola Shig-Ho! ¿Cómo te ha ido? -.
  • ¡Hola Iram! ¡Muy bien gracias ¿Y a ti? -.
  • Regular, hasta el momento no he podido encontrar ninguno de los sellos y tú… -.
  • Ya encontré uno: el de la paciencia. ¡Por cierto que me costó muchísimo trabajo! Había un enanito llamado Simbad que me hizo la vida imposible durante días, hasta que por fin pude conseguirlo -.
  • ¿Quisieras mostrármelo? -.
  • ¡Claro! Tuve que lavarlo y desinfectarlo muy bien, luego te cuento el por qué de ello. – y mientras platicaba sacó de su morral el sello. Iram lo miró con asombro y tomándolo entre sus manos comentó:
  • La verdad no sé cómo espera Fandir conseguir algo con tan sólo reunir estas piezas de oro. ¡Son hermosas en verdad! Pero ¿De qué pueden servir? ¿Acaso poseen algún poder mágico o algo así? -. Shing-Ho tomo la pieza en sus manos y contestó:
  • Lo interesante de toda esta aventura es precisamente eso. No podemos ni imaginar cuando todas esas 7 piezas estén reunidas. ¿Qué pasará? No lo sabemos, pero la búsqueda en sí misma ya vale de por sí la pena. ¡He aprendido mucho en lo que va de este recorrido! ¿Y tú?-.
  • …¡Ah sí! Yo también he aprendido cosas- dijo Iram fingiendo. En esos momentos el clima comenzó a cambiar. Shing-Ho guardó el sello en su morral y se aprestó a ayudar a los marineros. Una gran tormenta se aproximaba.

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La suave brisa que hasta esos momentos habían disfrutado los navegantes se transformó de repente en un fuerte viento huracanado que picó el mar, provocando grandes olas que hacían parecer a la embarcación como una frágil cáscara de nuez dentro de un remolino. De igual manera la lluvia comenzó a caer a raudales complicando las labores de los marineros, que se esforzaban al máximo por mantener a flote al “Mala Fortuna”.

Todos los hombres trabajaban coordinadamente bajo las órdenes de Abdalá. Shing-Ho para poder moverse con libertad, dejó el morral con sus cosas dentro de un tonel cercano al timón. Esa acción no fue inadvertida por Iram, quien en la primera oportunidad y aprovechándose de la confusión reinante se acercó y extrajo cuidadosamente el sello ocultándoselo entre sus ropas. Los marineros recogían las velas con agilidad, los mástiles crujían, las olas arrastraban todo lo que había en cubierta y no se había amarrado previamente. Abdalá daba órdenes a gritos y sostenía con fuerza el timón buscando siempre la estabilidad de la nave. Después de aproximadamente una hora de batallar contra la tormenta ésta se alejó permitiendo a la gente descansar un poco, antes de ponerse a realizar las reparaciones necesarias.

  • ¡Buen trabajo muchachos! – dijo Abdalá satisfecho – Hemos superado esta prueba. Pasen abajo para tomar agua y algo de alimento. Y tal vez, después de comenzar con las reparaciones podamos disfrutar de un poco de vino ¿Les parece? -.

Ya por la noche, mientras todos descansaban, Iram juntó a sus hombres y les dijo:

  • Ya conseguí el sello de la paciencia y Shing-Ho aún no se ha dado cuenta. Necesito que nos deshagamos de él con discreción. Busquemos la ocasión de tirarlo al mar sin que se entere la tripulación -.

A la mañana siguiente la embarcación avanzaba a muy buena velocidad hacia Havania. El día era magnífico y parecía que nada impediría que llegaran a su destino en cuestión de horas. Shing-Ho subió a cubierta y comenzó a realizar sus ejercicios matinales, Iram y sus hombres subieron también a disfrutar de la mañana y ya tenían en mente algunas formas de eliminar al monje de manera que pareciera un accidente.

Al pasar cerca de las islas Brumosas la embarcación golpeó fuertemente contra algo. Rápidamente el capitán Abdalá urgió a sus hombres para revisar el casco de la nave y ubicar el objeto contra el que habían golpeado, pero nada, no se veía ninguna roca o algo que pudiera haber causado tan estruendosa colisión. Sin embargo, no tardarían mucho en darse cuenta de la causa, pues unos segundos después un nuevo golpe tambaleó al “Mala Fortuna”, se trataba de una enorme serpiente marina que embestía con nuevos bríos.

Todos los hombres buscaron sus armas para contraatacar y vencer a la bestia, desde espadas, lanzas y el enorme arpón ubicado en la proa. La serpiente destrozaba poco a poco la nave y los marineros apenas si rasgaban la piel del animal, pues contaba con una fuerte coraza escamada que cubría todo su cuerpo. Por fin, y después de varios intentos, Abdala logró acertarle con el arpón en plena cabeza, lastimando gravemente al monstruo que comenzó a huir jalando tras de sí al barco.

Era tal la fuerza con que la serpiente jalaba la embarcación que si no se rompían las cuerdas que los unían, lo más seguro era que la nave quedara totalmente destrozada o se precipitaría hacia el fondo del océano tras el animal. Shing-Ho, comprendiendo lo que tenía que hacer, tomó una espada y trepándose en el bauprés del “Mala Fortuna” comenzó a cortar las fuertes sogas que los ataban al arpón. Iram al ver que nadie miraba al monje, y que éste estaba distraído en su intento por liberarlos, pensó que era la ocasión para lanzarlo al mar. Sin embargo al intentar aventarlo fue él quien no pudo mantener el equilibrio, cayendo estrepitosamente al mar. Shing-Ho siguió cortando hasta que pudo liberar la nave por completo. Inmediatamente después corrió hasta la popa buscando en el mar el paradero de Iram. Todos lo miraban sorprendidos pues no sabían qué era lo que sucedía. Shing-Ho gritó que Iram había caído del barco. Entonces todo mundo se movilizó para encontrarlo. El capitán Abdalá giró la nave para poder rescatar al joven. Uno de los marineros trepó a la cofa y ubicó a Iram. Sin embargo, la bestia mal herida regresó y antes de dirigirse a morir a las profundidades quiso llevarse consigo, como premio de consolación, a Iram, quien agitaba fuertemente sus brazos pidiendo ayuda.

Al ver la gravedad de la situación Shing-Ho se ató una cuerda a la cintura, dando la indicación a los marineros que lo jalaran con fuerza en cuanto tuviera al hijo del Visir. Acto seguido se lanzó al mar y nadó con gran agilidad hacia el joven. Ya el monstruo abría sus fauces cuando el monje alcanzó a Iram y tomándolo fuertemente chifló a sus compañeros. Todos los marinos jalaron con fuerza a la vez, arrebatando su presa a la serpiente, quien se hundió lentamente en las brillantes y agitadas aguas del océano.

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Abdalá dirigió su nave hacia las islas Brumosas. Después de la tormenta y el ataque de la serpiente marina el “Mala Fortuna” necesitaba de reparaciones mayores, pues en las condiciones en que se encontraba el único lugar al que podría llegar sería a las arenas de las profundidades marinas.

Una vez que la nave hubo anclado cerca de una hermosa y extensa playa el capitán dio libertad a sus pasajeros de bajar a la isla, mientras él y su tripulación se abastecían de los materiales para el arreglo de la embarcación. Queriendo colaborar en algo con Abdalá, pero sobre todo para quedar a solas con Shig-Ho, Iram ordenó a sus hombres que fueran en busca de agua y comida para poder continuar el viaje e invitó al monje que lo acompañara a explorar los alrededores.

La verdad era que al hijo del Visir le remordía la conciencia, pues después de haber tratado de acabar con Shing-Ho éste lo había salvado de morir devorado por el monstruo marino. Cuando se hubieron encontrado lejos de los demás Iram se dirigió al monje y le dijo:

  • ¡Eh! Shing-Ho…Este…Bueno…Yo sólo quiero agradecerte lo que has hecho por mí. Arriesgaste tu vida por salvarme y si no fuera por eso ahora estaría reposando en la panza de esa serpiente -.
  • ¡Me da mucha alegría el poder haberte ayudado!-.
  • ¿Sabes? Uno no valora tanto la vida hasta que se está a punto de perderla -.
  • ¡Es bueno que sigamos aquí! ¿No te parece? -.
  • ¡Por supuesto! Y ¡Gracias de nuevo! Te debo una -.
  • ¿Sabes? – dijo Iram completamente apesadumbrado – ¡Quiero confesarte algo!
  • ¡Dime! – respondió Shing Ho.
  • Cuando caí al mar fue por tratar de tumbarte. ¡Trataba de eliminarte de la competencia por la mala! Y ahora me odio a mí mismo por todo esto. No sé en realidad en lo que estaba pensando. Mi vida en estos momentos te pertenece por partida doble, pues traté de matarte y todavía tú me salvaste. ¿Podrás perdonarme algún día? -.
  • Yo creo firmemente – dijo Shing Ho – que las personas pueden cambiar. Sobre todo cuando les toca vivir situaciones que marcan profundamente su alma. Me di cuenta desde el primer momento de lo quisiste hacer y el lanzarme al mar por ti fue la señal de que ya te había perdonado. Puedes estar en paz contigo mismo, que yo lo estoy conmigo.

Iram estaba conmovido por las palabras de Shing Ho y con los ojos cubiertos de lágrimas por la misericordia del monje estrechó fuertemente su mano y lo abrazó en señal de amistad.

Siguieron caminando por la playa cuando vieron a lo lejos una hermosa joven que jugaba con las olas. La escena en su conjunto brindaba a los visitantes una visión bastante estética, en donde el inmenso mar azul contrastaba con el verde follaje de una vegetación selvática que bordeaba la playa. Entre ambos, la muchacha entrelazaba los dos elementos con sus ágiles movimientos que parecían como un baile. Su radiante sonrisa todo lo iluminaba. Iram de inmediato quedó prendado de ella y se acercó para saludarla.

La joven no se asustó y siguió jugando a la orilla del mar como invitando a los recién llegados a participar de su alegría.

Iram quien quería conocer a la joven le dijo:

  • ¡Hola! Me llamo Iram y mi amigo es Shing-Ho -.

La joven solamente les sonrió. Iram continuó:

  • Tuvimos problemas con nuestro barco, por lo que nos hemos detenido en tu isla para hacer algunas reparaciones. ¿Cómo te llamas? -.
  • Me llamo Mara y pertenezco al pueblo Aojí. Originalmente estas islas se conocen como las islas Atlhili, que significa lugar de los mil lagos, pero a los marineros les ha dado por llamarlas islas Brumosas, pues constantemente nuestra tierra está cubierta por la bruma. ¿Ya tienen todo lo que necesitan?
  • La tripulación está en eso – dijo Iram – nosotros hemos salido a conocer la isla.
  • ¡Si gustan les puedo mostrar el lugar! – Dijo la muchacha con entusiasmo.

Iram no podía dejar de mirarla. Además de su cautivadora sonrisa Mara tenía unos profundos ojos cafés que miraban siempre de frente, sin desviarse por pena o por temor. Para Iram eso era solo el reflejo de una inocencia y pureza inigualables. La sencillez de la nativa lo embriagaba y le hacía olvidar todo por lo que ahora se encontraba ahí: los sellos, el trono… Azhira. Al encontrarse ante aquella mujer de mejillas sonrosadas y pelo ensortijado de color castaño claro, el joven se llegaba a cuestionar si lo que sentía por la princesa era realmente amor o siempre había sido tan solo un capricho, pues nunca antes había experimentado lo que ahora sentía por Mara. Había algo en esa chica que lo arrastraba irremediablemente hacia ella, como un pequeño pedazo de hierro ante la fuerza magnética de un poderoso imán.

Shing-Ho como buen observador que era, solamente sonreía al darse cuenta de la empatía que había entre ambos jóvenes y de cómo la presencia de Mara transformaba por completo el comportamiento del hasta entonces soberbio y egoísta Iram. A medida que recorrían la isla la cercanía entre Iram y Mara era cada vez mayor y pareciera como si se tratara de dos amigos que se conocían desde hace muchos años. ¿Será que Iram encontró por fin a su alma gemela? Se preguntaba el monje en silencio. Y recordaba el mito de la media naranja que años atrás había leído en el libro “El Banquete” del famoso filósofo griego Platón, según el cual, para alcanzar la perfección los seres humanos tenían que encontrar a su complemento, su otra mitad.

Cerca del anochecer los jóvenes se despidieron de Mara, prometiéndole Iram a la nativa que volvería a buscarla al día siguiente. Como la nave seguía en reparaciones, durante la siguiente semana el hijo del Visir continuó frecuentando a Mara y no pudiendo resistirlo más le declaró su amor incondicional. Iram se sentía como en un sueño, como dentro de una cápsula que lo aislaba de lo que había sido anteriormente su vida. Se encontraba prácticamente en un paraíso y por primera vez en su vida experimentaba lo que era sentirse realmente amado. Por fin, en una cálida noche plagada de estrellas, entre el arrullo de los animales de la selva y cobijados tan solo con sus cuerpos Iram y Mara consumaron su amor. Alma con alma, piel con piel, dos personas en un solo ser gracias al milagro del amor.

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Mientras tanto, Shing-Ho seguía explorando los alrededores. Un día, encontrándose el sol en lo más alto, vio que la playa terminaba ante un numeroso conjunto de rocas que parecían bufar. El agua golpeaba fuertemente contra la formación, haciendo que parte de ella saliera fuertemente por un hueco en la parte superior de las piedras. Escaló la formación encontrándose ante una amplia caverna que parecía ser la desembocadura de un río subterráneo. El agua dentro del lugar era totalmente cristalina y conforme se adentraba en el recinto pudo observar que en el fondo del agua había esqueletos y restos momificados de mujeres, adornadas con oro y piedras preciosas. Shing-Ho se dio cuenta entonces que se hallaba en una especie de tumba o receptáculo, derivado de algún tipo de ritual que incluía como parte de sus costumbres el feminicidio. Avanzando hacia el interior de la caverna había partes totalmente bajo el agua, por lo que decidió regresar y platicarles a sus amigos del hallazgo.

Caminaba hacia el barco cuando se encontró a Iram que venía un poco cabizbajo y triste.

  • ¿Qué te pasa Iram, que te ves tan agüitado? _.
  • Quedé de verme con Mara en el lugar de costumbre, pero a pesar de que la esperé por dos horas nunca llegó -.

Shing-Ho tuvo un mal presentimiento y contó a Iram sobre su hallazgo. En eso alcanzaron a escuchar a lo lejos el sonido de unos tambores y, con toda la velocidad que les daban sus piernas, se adentraron en la jungla en busca de la aldea de la muchacha. Al cabo de una hora, llegaron hasta una meseta desde donde pudieron divisarla. El espectáculo que se presentaba ante sus ojos era terrible. Detrás de una larga hilera de mujeres y niños que caminaban hacia un enorme cenote, tapizando el camino con pétalos y plumas, llevaban a Mara, hermosamente ataviada y adornada con joyas de oro y de piedras preciosas. La joven no se resistía pues parecía estar bajo el efecto de algún tipo de droga. Tras ella, el jefe de la tribu junto con tres sacerdotes, llevaban incensarios de piedra para comenzar un ritual sagrado y al final, los hombres de la tribu danzaban dando brincos y gritos al son de los tambores, llevando sus armas de guerra en las manos.

Iram quiso lanzarse cuanto antes a detener aquella locura, pero el monje lo contuvo con un ademán, indicándole que ese no era el momento ni el lugar preciso para hacerlo. Escondidos entre el follaje se acercaron hasta el cenote, en la parte opuesta a donde se realizaba la ceremonia y ahí esperaron, en silencio, el momento oportuno para poder actuar.

Después de que los sacerdotes purificaron con incienso a la víctima y entonaron un canto dirigido a sus dioses, el jefe de la tribu habló con autoridad, recalcando la importancia de los sacrificios para mantener el bienestar de su pueblo y para que los dioses los protegieran de todo tipo de catástrofes. Por fin, llegó el momento de la ofrenda. Algunos nativos arrojaron al cenote frutas y flores, otros algunos animales previamente escogidos para tal fin, y por último, como acto culminante, amarraron los pies de Mara a una enorme piedra para tirarla al cenote. Sin embargo, en ese mismo instante, el efecto de la droga desapareció y la joven comenzó a gritar aterrorizada. Iram sintió que el corazón se le salía del pecho al escuchar aquellos gritos, que fueron sofocados cuando uno de los sacerdotes la amordazó. En seguida la empujaron hacia el tranquilo espejo de agua, que tras la caída de la nativa, dejó tras de sí una serie de círculos concéntricos y un silencio absoluto entre todos los presentes. Esa fue la señal para que Iram y Shing-Ho se lanzaran al rescate. Ya bajo el agua cortaron la soga que ataba a Mara a la piedra e intentaron salir, pero los nativos, sorprendidos al ver la intromisión de los dos hombres, comenzaron a aventarles sus lanzas y algunos arqueros los atacaron con flechas, haciendo imposible su regreso a la superficie.

Shing- Ho hizo una señal a Iram para que lo siguieran, internándose por una cueva bajo el agua, y tras nadar algunos metros encontraron un hueco con aire en donde pudieron respirar.

  • ¿Recuerdas del hallazgo que te platiqué? – Dijo Shing-Ho a Iram – Estoy seguro de que este cenote se comunica con la gruta de la playa, si no, ¿cómo es que los cadáveres de aquéllas mujeres llegaron hasta allí? -. Yo iré por delante y luego regresaré por ustedes para indicarles el camino a seguir ¿de acuerdo? -.
  • ¡Claro! Nosotros te seguimos. ¡Oye! ¿Crees que los nativos nos persigan?-.
  • No te preocupes por eso Iram. El cenote es sagrado para ellos. Entrar dentro de él significa una ofensa para sus dioses y su muerte segura -.

Siguiendo por el rio subterráneo nuestros tres personajes avanzaron lentamente, nadando en pequeños trayectos, desde un lugar con aire hasta otro donde pudieran respirar. Así fue su camino, hasta que después de varias horas pudieron llegar por fin a la playa. Ya era de noche cuando salieron de la caverna, llevando consigo algunas de las joyas rescatadas de las víctimas. La oscuridad los protegió para poder escabullirse sin ser vistos hasta donde se encontraba su barco.

Al subir a bordo el capitán Abdalá quedó sorprendido al ver que traían consigo a una nativa. Los tres jóvenes arrojaron a la cubierta los tesoros recuperados e Iram, tomando la palabra le dijo:

  • Capitán, ¿cree que este pequeño tributo le sea suficiente como pago para llevar con nosotros a una nueva pasajera?

Abdalá simplemente sonrió y haciendo una reverencia los invitó a pasar dentro de su nave.

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El resto del viaje hacia Havania transcurrió sin ningún contratiempo. Al entrar al puerto una gigantesca estatua de mujer portando una antorcha le daba la bienvenida a los visitantes con un texto en letras de oro que decía: “La verdad os hará libres”.

Abdalá se despidió de sus pasajeros deseándoles buena suerte y sugiriéndoles que subieran hasta el templo de la diosa Rea si es que querían tener información sobre el sello.

Al desembarcar tuvieron que pasar por el pueblo. Tratándose de una ciudad portuaria la actividad comercial era abundante y variada. En los locales y puestos callejeros que cruzaban por su camino se podía ver todo tipo de artículos y productos del mundo entero.

Mara se encontraba fascinada. Nunca había estado en un lugar tan concurrido e interesante y quería tocar y probar todo cuanto la rodeaba. Iram se divertía mucho al verla tan contenta y le dijo que si quería probar o comprar algo lo hiciera, que él pagaría. Fue así que la muchacha comió todo tipo de frutas y comidas exóticas, se probó decenas de vestidos y preguntó el uso y funcionamiento de cuanto aparto se hallaba en los comercios. Por fin y después de saciar su curiosidad escogió un sencillo pero atractivo vestido estampado que la hacía lucir mucho más bella de lo que ya de por sí era.

Caminaron toda la mañana hasta llegar a la base de un enorme acantilado, sobre el que se encontraba el templo de Rea. La única manera de subir era por un estrecho y peligroso sendero que serpenteaba por los riscos. Shing-Ho sugirió entonces que para evitar un penoso accidente se ataran los unos a los otros con una cuerda previniendo una caída. Una vez amarrados el monje fue por delante e Iram en la retaguardia, Mara quedaba al centro para su mayor seguridad. A medida que subían el sendero se volvía más estrecho y el piso más resbaladizo y flojo. Aunque la vista desde las alturas era muy hermosa, la cercanía del vacío y la fuerza del viento provocaban vértigo y temor en los tres valientes jóvenes. Casi para llegar a la cima el piso bajo los pies de Iram se desmoronó y cayó al vacío con todo su peso, jalando consigo a la pobre de Mara, quien no pudo detenerlo. Si no fuera porque Shing-Ho se sujetó fuertemente a una roca, atorando la cuerda a la misma, los tres jóvenes se hubieran despeñado estrellándose contra el fondo. Después del tremendo susto continuaron su camino, ascendiendo con mayor precaución a cada paso que daban.

Por fin y para tranquilidad de los visitantes llegaron hasta la cima, en donde se encontraba una escalinata de mármol flanqueada por estatuas de pensadores y científicos de la antigüedad, principalmente griegos, como Sócrates, Aristóteles, Platón, Anaxágoras, Arquímedes, Pitágoras, Tales de Mileto, Hipócrates y muchos más. Al final de la misma había una hermosa puerta con adornos de oro y de plata en cuya parte superior se encontraba un letrero que decía: ¿Quién puede poseer la verdad?: “El de corazón sincero, el de intenciones puras, el que actúa coherentemente y sin hipocresía”.

Al llegar frente a la puerta ésta se abrió de par en par, permitiendo el acceso de los visitantes a un amplio recinto cilíndrico de mármol blanco, bellamente iluminado por haces de luz que penetraban por una serie de vitrales en su parte superior. Labrados sobre los muros una gran variedad de motivos florales y animales adornaban el lugar, junto con roleos, rocallas, trofeos y conchas. El cilindro se encontraba dividido por doce columnas clásicas de capitel jónico y en las entrecalles se podían observar doce pedestales con estatuas de grandes pensadores y científicos de la antigüedad.

Una alta y delgada mujer de pálida tez y ojos profundamente azules, vestida con túnica blanca y ceñida con un listón dorado salió a su encuentro diciendo:

  • ¡Bienvenidos al templo de la diosa Rea! Yo soy Tera, una de sus sacerdotisas. ¿Qué es lo que los trae por acá? -.

El monje, tomando la palabra le respondió:

  • Mara e Iram, mis amigos, y un servidor, Shing-Ho, hemos venido hasta aquí por encargo del sultán Fandir en busca del sello de la verdad. El marino Abdalá nos dijo que aquí podríamos encontrar información que nos lleve hasta él.
  • Todo el que busca encuentra, – dijo la sacerdotisa – solamente hay qué saber dónde y cómo buscar. Pero, ¿para qué necesitan el sello? -.
  • Según Fandir – dijo Iram – el sello forma parte de un importante escudo que representa los valores del reino de Isandur, como el valor de la verdad…

– ¿Y qué es la verdad? – Dijo Tera mirando inquisitivamente a los tres jóvenes. Shing-Ho, Mara e Iram se miraron unos a otros con incertidumbre.

– El Anekantavada jainista – comentó Tera –cuenta la siguiente historia:

Se le pidió a seis ciegos que determinaran como era un elefante palpando diferentes partes de su cuerpo. El hombre que tocó la pata dijo que el elefante era como un pilar, el que tocó su cola dijo que el elefante era algo parecido a una cuerda, el que tocó su trompa dijo que era como la rama de un árbol, el que tocó la oreja dijo que era algo semejante a un abanico, el que tocó su panza dijo que era como un muro y el que tocó el colmillo dijo que el elefante era como una lanza. ¿Cuál de todos ellos tenía la razón? -.

Iram se aventuró a responder:

  • Pues ninguno de ellos. El elefante es más que solamente la parte que tocaron –
  • ¡Y sin embargo cada uno de ellos estaba en lo cierto, ninguno mentía! – Complementó Tera – Nadie posee la verdad absoluta pero cada uno de nosotros nos acercamos a ella desde diferentes perspectivas y experiencias personales. Es por eso que aunque tengamos muy fuertes nuestras convicciones, tenemos que aprender a escuchar, pues tal vez solamente conozcamos la trompa del elefante y con la visión del otro nos acercaremos a un conocimiento más profundo de la totalidad del paquidermo -.
  • Entonces ¿no podemos llegar a conocer la verdad en su totalidad? – Dijo Mara a la sacerdotisa.
  • Nuestra vida es una búsqueda constante de la verdad, la cual se nos revela día a día como aquello que permanece inalterable y da certeza a nuestra existencia. ¡Nunca llegaremos a poseer toda la verdad de las cosas! Pero si la suficiente como para guiar nuestras vidas y poder convivir con los demás. Muy importante para llegar a esa verdad es tener la mente y el corazón abiertos, actuar con sinceridad y honestidad, con coherencia, sin engañar jamás a los demás y mucho menos a nosotros mismos.
  • ¿Sabes en dónde se encuentra el sello Tera? – preguntó Iram.

La sacerdotisa respondió:

– Al final de este pasillo se encuentra una caverna con muchas ramificaciones. A la entrada de cada una de ellas aparecerán imágenes de sucesos y personas relacionados con hechos verdaderos y falsos. Su corazón los ayudará a seguir la verdad, descubriendo así el camino hacia el sello. Pero si se equivocan al elegir la entrada, se perderán en estas cavernas para siempre -.

Los tres jóvenes caminaron por el pasillo hacia la caverna, llegando a un amplio espacio desde donde comenzaban varios caminos, túneles más pequeños que se comunicaban internamente a modo de una intricada red que los podría llevar al sello o a su perdición.

Conforme se acercaban a la entrada de cualquiera de los túneles una serie de imágenes aparecía frente a sus ojos para ayudarlos o bien, confundirlos en su búsqueda.

Una de las imágenes mostraba a una humilde mujer caminando en la obscuridad, llevando entre sus brazos a un pequeño bebé que dejaba a las puertas de un monasterio. Un anciano monje de rostro cordial y bondadoso era quien protagonizaba el hallazgo y compartía con sus compañeros la llegada del niño a su comunidad.

_ ¿Fue así como ingresaste al monasterio? – preguntó Iram a Shing Ho.

  • Desde que tengo memoria el monasterio ha sido mi hogar – dijo Shing Ho conmovido – ¡Nunca conocí a mi madre! Pero el corazón me dice que me amó mucho y por eso hizo lo que hizo. Fue tal vez, la mejor manera que tuvo para protegerme de la pobreza y quizá hasta de la muerte misma. El crecer entre los monjes fue lo mejor que pudo haberme pasado en la vida -.
  • Entonces ¿crees que debemos comenzar nuestro camino por aquí? – preguntó Mara al monje.
  • Sí – dijo Shing Ho – Creo que es un buen comienzo -.

Caminaron aproximadamente por veinte minutos y llegaron a una encrucijada. Ante uno de los túneles aparecía Shing Ho con el sello de la paciencia y en el otro Iram, también con el sello de la paciencia.

Sin dudarlo siquiera el monje estaba por tomar el primer camino, cuando Iram, apenado profundamente lo detuvo diciéndole:

  • ¡Espera Shing Ho! Tú no tienes el sello. Durante la tormenta en el “Mala Fortuna” te lo he robado. ¡Perdóname! ¡Aquí lo tienes! – Y buscando entre sus ropas sacó el sello y se lo entregó a su legítimo dueño. De inmediato la imagen de Iram con el sello desapareció dejando como única opción de camino en donde aparecía el monje.

El siguiente tramo fue más largo, y al final de él se mostraban tres caminos: en el primero aparecían las imágenes de los padres de Iram tratándolo con gran cariño. El joven sólo hizo un gesto de burla y se pasó a la siguiente entrada, en ella el pueblo de Isandur vitoreaba y aclamaba al Gran Visir y a su esposa. Sin dudar, Iram se pasó directamente al tercer camino. Frente a él se mostraba una escena terrible; Sadam y Rania entregaban al hechicero Abdul un frasco con veneno y le daban una serie de indicaciones. Luego se veía al hechicero vaciando el contenido del veneno en un par de copas, para luego ir a ofrecérselas a los padres de Azira, quienes momentos más tarde caían muertos frente a un grupo de amigos que quedaban conmocionados ante la tragedia.

Iram quedó mudo ante lo que acababa de ver y fue tanta la impresión que se llevó que las piernas se le doblaron y cayó de rodillas en el suelo.

  • ¿Pero qué es lo que te sucede? – Preguntó Mara asustada.
  • Déjenme explicarles – dijo Iram un poco sofocado. – Las primeras imágenes muestran a mis padres siendo cariñosos conmigo. Cosa que es mentira, puesto que de lo que más he sufrido en esta vida es de su terrible indiferencia y descuido. Por eso pasé por alto esa opción. Las segundas imágenes son del todo falsas también, pues el pueblo de Isandur no ama a mis padres, mucho menos para aclamarlos y vitorearlos, por lo que tampoco es una opción. Si consideramos que alguna de las imágenes es verdadera, esa tendría que ser la tercera, aunque esto implique creer que mis padres mandaron asesinar a los padres de Azira.
  • Tal vez también esas imágenes sean falsas, quizá sea como algún tipo de broma o algo así – Dijo Mara tratando de tranquilizar a Iram.
  • Desafortunadamente a veces nos damos cuenta de la verdad de la manera más inesperada y sorpresiva. Aunque nunca nadie me lo dijo, el corazón me dice ahora que estas últimas imágenes son ciertas y me explican muchas cosas que he vivido desde niño: reuniones secretas, espías al servicio de mis padres, ausencias inexplicables… Simplemente bastaría con ver quiénes fueron los beneficiados con la muerte de los padres de Azira para encontrar a los culpables. El móvil siempre fue muy claro.

Mara y Shing Ho no tuvieron palabras ante las afirmaciones de Iram, quien decidido, se puso de pié y dijo:

  • ¡Síganme! Este es el camino correcto -.

Unos metros más adelante se encontraba la siguiente división. Las imágenes eran muy sencillas y claras. A la izquierda aparecía Azira y a la derecha Mara. La muchacha, que no conocía de la obsesión que por años tuvo el hijo del Visir por la princesa se le quedó mirando con cierta inquietud. Pero antes de que la joven hiciera ninguna pregunta Iram ya cruzaba por la entrada que representaba a su verdadero amor: Mara-

Al cruzar esa última puerta se hallaron de nuevo en el punto de partida, el espacio cilíndrico de mármol en donde ya los aguardaba Tera con una enorme y afable sonrisa.

  • Es duro aceptar ciertas verdades, pero es preferible recibir algunos golpes de honestidad que vivir cómodamente en la mentira. – Dijo Tera a los tres jóvenes – Y extendiendole una pequeña caja a Iram le dijo:
  • ¡Ten! Creo que te has hecho merecedor de este sello -.

Capítulo 10.

El Sello de la Justicia.

La comitiva con la que Solimar había comenzado su aventura se había transformado radicalmente. Del pequeño grupo de seis hombres ahora era un enorme ejército de mil seis soldados que cruzaban por valles y poblados ante la admiración y temor de la gente que los veía pasar.

Se dirigían al reino de Breff del finado rey Jaffet, en busca del sello de la justicia. Cabalgando al frente de sus soldados Solimar y Rajatán se preguntaban cómo encontrarían el sello, cuando de pronto se toparon con un par de pastorcillos que se disputaban la propiedad de una oveja. La verdad era que uno de los niños se había quedado dormido en plena jornada y había descuidado su rebaño, por lo que uno de sus animales se había desbarrancado y ahora quería recuperarlo a la mala, con una de las ovejas del otro pastor. Al ver a los capitanes los pastorcillos corrieron a pedir su ayuda para poder resolver su querella.

  • ¡Señor ayúdeme por favor que este desobligado me quiere robar una oveja! -.
  • ¡Tú eres el que me la quiere robar! Traía cincuenta animales cuando salí de casa y con cincuenta he de regresar!
  • ¡Pero no con una que no sea tuya!
  • ¡Demuéstrame que es tuya y te la devolveré!
  • ¡Claro! Mi oveja es blanca, tiene dos orejas y cuatro patas…y dos ojos en la cara!…
  • ¡Ya ve señor, este pastor es un tramposo y mentiroso!

A pesar de lo molesto de los dos pastores Solimar no pudo más que reír ante la disputa que había entre los niños diciéndoles:

  • ¡Tráiganme la oveja que dicen que es suya y resolveremos el problema! -.

Una vez que le acercaron el animal, Solimar sacó su espada y dijo:

  • Dado que los dos afirman que la oveja es suya, lo más justo es dar a cada uno de ustedes la mitad – Y levantando su espada amagó que iba a partirla en ese mismo momento.

Con la cara llena de terror ante lo que iba a pasar uno de los pastorcillos llamado Pedro gritó desesperado:

  • ¡No por favor! No mate a Blanquita. Deje que él se la lleve, viva -.

Solimar bajó el borrego al piso. El otro pastor, feliz ante su triunfo, se disponía a llevarse la oveja consigo. Pero Solimar lo detuvo diciendo:

  • ¡Alto! ¿Quién te dijo que podías llevarte la oveja? Ese animal no es tuyo, pues cuando la iba a matar no te importó. A ti no te preocupa tu rebaño sino el castigo que pueda darte tu patrón. El otro pastor es el verdadero dueño pues se preocupa por sus ovejas. Así que dale a él la oveja y lárgate cuanto antes de aquí, antes que me moleste y decida ponerte un severo castigo. Ve y enfrenta a tu patrón con la verdad. Hazte responsable de tus errores y no quieras que otros sean los que paguen por ellos.

El pastor tramposo al verse descubierto se fue de ahí a toda velocidad. Pedro, el otro pastorcillo dijo a Solimar agradecido:

  • ¡Gracias señor! Ha actuado con sabiduría y con justicia, mas si el sello quiere conseguir esto no bastará. Al llegar a la ciudad de Breff tendrá dificultades para entrar, por lo que deberá aclarar perfectamente sus intenciones y deberá ser el abogado de un pobre hombre que para la mayoría ya está condenado a muerte. Su nombre es Elim y no hay en todo el reino quien quiera abogar por su causa. Esa será su verdadera prueba, buscar la justicia en un caso complicado y con todas las circunstancias en su contra -. Y diciendo esto último se acercó a su rebaño y se fue con sus ovejas a la pradera.

Rajatán estaba sorprendido de la facilidad con que el capitán había solucionado el problema entre los pastores y le comentó:

  • Solimar, de verdad me ha maravillado la forma en que solucionaste el problema. ¿Cómo se te ocurrió eso de fingir que partirías en dos a la oveja? -.
  • La idea no es mía. – Dijo Solimar con honestidad. – En el libro sagrado de los israelitas se menciona a un justo y sabio rey llamado Salomón. En cierta ocasión dos mujeres comparecieron ante él con dos bebés, uno muerto y otro vivo. Ambas mujeres afirmaban que el niño vivo les pertenecía, y decían que el muerto pertenecía a la otra. Una de ellas declaró: ¡Oh señor! Ambas dormíamos con nuestros hijos en cama. Y esta mujer, en su sueño, se acostó sobre su hijo y lo ahogó. Luego puso su hijo muerto junto al mí mientras dormía y me quitó el mío. Por la mañana vi que no era mi hijo, pero ella alega que éste es mío, y que el niño vivo es de ella. Ahora, oh rey, ordena a esta mujer que me devuelva mi hijo. La otra mujer declaró: ¡Eso no es verdad! El niño muerto le pertenece, y el niño vivo es mío, pero ella trata de arrebatármelo. El joven rey escuchó a ambas mujeres y al fin dijo a uno de sus sirvientes: ¡Empuña esta espada, corta al niño vivo en dos y dale una mitad a cada una! Entonces una de las mujeres exclamó: ¡Oh mi señor, no mates a mi hijo! Que la otra mujer se lo lleve, pero déjalo vivir. Pero la otra mujer dijo: No, corta al niño en dos, y divídelo entre ambas. Entonces Salomón declaró: Entregad el niño a la mujer que se opuso a que lo mataran, pues ella es la verdadera madre. Y el pueblo se maravilló de la sabiduría de su rey… Es gran virtud el aprender de la historia, ésta está llena de ejemplos a seguir de personas que han actuado con sabiduría, como el caso de este rey, pero también de valentía, de abnegación, de sacrificio, de honestidad, de paciencia y de justicia.

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El reino de Breff era una gran ciudad amurallada que ocupaba la mayor parte del valle de Celin, atravesada en su mitad por el apacible y cristalino rio Drubio. Aunque la población era pacífica, cuando Solimar y su gente llegaron a sus puertas un enorme ejército los aguardaba amenazante sobre las murallas.

  • ¡Alto! No den ni un paso más y regresen por donde vinieron. – Dijo el capitán de la guardia breffiana. – ¡No son bienvenidos! -.
  • ¡Venimos en son de paz! – Respondió Solimar sorprendido ante tal recibimiento.
  • Pues no fue eso lo que nos dijeron. Fuimos advertidos por un emisario del Visir Sadam de que venían a atacarnos -.
  • ¡Eso es mentira! – dijo Solimar – Lo único que queremos es el sello de la justicia y estoy dispuesto a hacer lo que sea con tal de conseguirlo -.
  • Pero no necesitas de todo ese ejército para buscarlo. El sello pertenecerá a quien lo merezca por virtud, no a quien trate de llevárselo por la fuerza -.
  • De hecho mi ejército aguardará acá afuera, sólo entraremos Rajatán y un servidor. ¡Claro! Si te parece justo – dijo Solimar.
  • ¡Está bien! – dijo el capitán – Los llevaré ante nuestro rey Alcibiades. Pero tendrán que dejar aquí todas sus armas -.

Enseguida, una de las puertas se abrió y un grupo de soldados salió para escoltar a los capitanes ante el rey.

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El suntuoso palacio de Alcibíades contrastaba enormemente con su persona. Se trataba de un hombre de mediana estatura, tez morena y abundante barba negra. Sus facciones eran amables y su mirada limpia y sincera. Se trataba de una persona sencilla, tanto en su manera de vestir como en la forma de hablar con los demás. Ello se podía notar fácilmente pues a pesar de ser el rey siempre se dirigía a sus sirvientes con amabilidad y pidiendo las cosas por favor.

  • ¡Bienvenidos a mi palacio! – dijo Alcibíades a sus visitantes. – Me han dicho que desean obtener el sello de la justicia -.
  • Así es su majestad. Venimos por encargo de Fandir.
  • ¡El viejo Fandir! Solamente a él se le pudo ocurrir algo así. ¿Sabían ustedes que por muchísimos años nadie ha buscado el sello. Pocos saben del valor real del mismo más allá del oro de que está hecho. Hay una familia que por generaciones se ha encargado de su cuidado, a manera de guardianes del sello. Ellos son los que decidirán si tú eres digno de poseerlo… Por cierto, para conseguir el sello ¿necesitas de ese enorme ejército que te acompaña? -.
  • No Señor, ellos eran los guardianes del sello del valor, quienes han decidido venir conmigo para restablecer el orden en Isandur -.
  • Entonces Sadam tenía razón en temer y en advertirme que tomara mis precauciones -.
  • ¡Tú no tienes por qué temer nada! No soy un conquistador. Mi interés está guiado por restablecer la justicia en mi pueblo y a él regresaré en cuanto consiga el sello -.
  • ¡Está bien! ¡Te creo! – Dijo Alcibíades a sus visitantes, luego, dirigiéndose a uno de sus sirvientes le dijo:
  • ¡Rápido Menelao, tráeme por favor a Talita y Aristarco, los guardianes del sello! Que aquí hay alguien muy interesado en obtenerlo -.

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Un terrible terremoto sacudió Isandur a la media noche. En los jardines reales un par de tumbas se partieron a la mitad surgiendo de ellas dos muertos vivientes, un hombre y una mujer elegantemente ataviados, pero con la piel seca, oscura y pegada fuertemente a los huesos ya sin carne. Cruzando por la ciudad y ante el asombro de todos los ciudadanos que corrían por las calles despavoridos se dirigieron a la residencia de Sadam. Llenos de temor los guardias huyeron de sus puestos dejando libre acceso a los zombis, quienes con toda la calma del mundo subieron hasta la habitación de Sadam y su esposa Rania quienes a pesar del sismo seguían profundamente dormidos. Los muertos tomaron de entre sus ropas sendas dagas adornadas con joyas y las hundieron en pleno corazón del Visir y de su esposa.

En ese preciso instante Sadam despertó dando un terrible grito. Su corazón latía a gran velocidad amenazando con salírsele del pecho y sudaba copiosamente. Su esposa despertó sobresaltada al escuchar el alarido e inmediatamente preguntó al Visir:

  • ¿Otra vez esa pesadilla? -.
  • ¡Si mujer! Son ya muchas veces en este mes. Haffa y Fahara, los padres de Azira salieron de sus tumbas para asesinarnos brutalmente -.
  • ¡Sadam, los muertos no resucitan! – Dijo Rania para tranquilizarlo.
  • ¡Lo sé! Sin embargo ese sueño recurrente es para mí una advertencia de que debemos de cuidarnos. En todos estos años nos hemos hecho de muchos enemigos y debemos de proteger nuestras espaldas. ¡Tengo que hablar con Abdul cuanto antes y pedirle consejo!
  • ¡Tienes razón! Es momento de cerrar filas y poner las cosas en orden para evitar cualquier sorpresa.

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Cuando Talita y Aristarco llegaron a la presencia del rey Alcibíades ya habían sido advertidos de las intenciones de Solimar y Rajatán, por lo que después de haberse presentado formalmente fueron al grano:

  • Para obtener el sello de la justicia se tiene que ser merecedor de él – Dijo Talita con toda claridad. – Esto implica actuar con justicia o hacer que ésta prevalezca dentro de una situación complicada. Ayer aconteció en el reino un terrible crimen. Yasser, el ministro de relaciones exteriores ha sido apuñalado en su propia habitación por su sirviente Elim y, por tratarse de un personaje tan importante, no ha habido quien quiera defender al pobre hombre. Así que si quieren obtener el sello tendrán que ser sus abogados. Contarán tan sólo con tres días para demostrar su inocencia y si no son capaces de hacerlo el sirviente será decapitado en la plaza pública -.
  • ¿Y qué tipo de apoyo tendré para realizar mi labor? – Dijo Solimar con cierta inquietud.
  • Todo el que cualquier abogado tiene en el reino. Nuestro rey respalda todas las acciones a favor de la justicia. – Dijo Aristarco con convicción. – Así que si están de acuerdo les proporcionaré todos los documentos del caso -.
  • ¿Y puedo hablar con el acusado? -.
  • ¡Claro que sí! Los conduciremos cuanto antes a la prisión de la ciudad -.

Los visitantes acordaron representar a Elim, por lo que se despidieron cordialmente del rey y se encaminaron a la prisión, asistidos por Talita y Aristarco.

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Elim se encontraba tirado en un rincón de su celda cuando llegaron a buscarlo. Por más que lo habían torturado tratando de que confesara su culpa él se había mantenido firme defendiendo su inocencia. Solimar, antes que otra cosa, le dio a beber un poco de agua, lo abrigó y atendió algunas de sus heridas. Enseguida habló tranquilamente con él y le dijo:

  • Elim, tengo tan sólo tres días para demostrar tu inocencia. Así que necesito que me digas todo lo que sabes de lo que ha sucedido -.
  • Mi familia ha servido por generaciones a la del ministro Yasser. Así que desde que yo tengo conciencia ya atendía a las necesidades de sus abuelos, padres y hermanos mayores. Cuando él nació le tomé un gran afecto y al no tener uno propio lo quise como si se tratara de mi hijo. Lo estuve cuidando y atendiendo en cada etapa de su vida y cuando se casó me llevó para seguirlo sirviendo en su nueva casa. Su esposa Betsabé al principio era amable conmigo, pero con el tiempo, pareció molestarse de la confianza que había entre Yasser y yo, por lo que cuando él no estaba me mandaba fuera de la casa a realizar labores externas, pues mi presencia le molestaba. Tenían un amigo en común: Muffat, tesorero del reino, que los visitaba frecuentemente y pasaba largas horas con ellos en alegres veladas que terminaban muchas de las veces cerca del amanecer.
  • Cuando Yasser fue nombrado Ministro de Relaciones Exteriores su cargo le comenzó a exigir frecuentes y a veces prolongadas ausencias por lo que me encargaba cuidara mucho de su esposa y de su casa.
  • Así lo traté de hacer pero a cierta hora la señora prescindía de mis servicios y me enviaba a mis aposentos, al fondo del jardín. Desde ahí pude observar algo inusual. La alcoba de mi amo tenía una ventana que daba al río y al otro lado del mismo una de las ventanas de la casa del tesorero quedaba de frente. Cuando mi amo salía por un día, la señora ponía en su ventana una lámpara, si la ausencia era por dos, colocaba dos lámparas y así sucesivamente. Cuando el viaje era de una semana, en la ventana aparecían invariablemente 7 luces.
  • Después, de la casa de enfrente salía una discreta barca en la que llegaba el tesorero, cuando yo ya me había retirado a mis habitaciones y no se iba hasta poco antes del amanecer.
  • Todo eso que observaba decidí comentárselo a Yasser en privado, sin hacer juicio alguno, pues sentía que era mi obligación para con él después de la confianza que me había manifestado al dejarme a cargo.
  • Yasser no dijo nada, sólo me agradeció y me indicó que no se lo comentara a nadie más.
  • Cuando iba a realizar su siguiente viaje nos informó que tardaría tres días, se despidió de su esposa y me encargó de nuevo el cuidado de su casa. Por la noche se prendieron tres lámparas en la habitación de Betsabé; de rato llegó el tesorero. Pero para sorpresa mía una hora más tarde mi amo regresó sin que nadie lo esperara entrando rápidamente a su casa. Preocupado de que hubiese olvidado algo me apresté a ponerme a su servicio entrando en la casa solo unos minutos después. Todo estaba en silencio. Escuché ruidos en la parte superior y subí de inmediato. Mi amo se encontraba tirado en el piso inmóvil, bañado totalmente en sangre. Me acerqué para reanimarlo pero era demasiado tarde, sólo alcanzó a balbucear parte del nombre de su esposa y cayó muerto en mis brazos. En eso entró su esposa y comenzó a gritar horrorizada, diciéndome que qué era lo que había hecho, que por qué había matado a su esposo. Momentos después entró el tesorero con un soldado y la señora me acusó de asesinato. Por más que les dije la verdad nadie me creyó, me apresaron y todos dan por hecho de que maté a Yasser.
  • ¿Hay algún testigo de todo esto que me has dicho? – Preguntó Solimar al pobre de Elim.
  • Tal vez el barquero que cruzaba al tesorero por el río. Nunca le comenté a nadie más, por discreción -.
  • ¿Y alguien revisó el cadáver para determinar la causa de muerte? -.
  • No Señor. ¡Cómo cree! Todos dieron por hecho que yo lo había matado para robarlo. ¡Cómo iba yo a robarlo si en esta casa tenía ya todo lo que necesitaba! ¡Yo era muy feliz a su servicio! -.
  • ¿Y ya lo enterraron? – Le preguntó Solimar.
  • No Señor. Le hacen funerales de estado para que todo el pueblo se despida de él. Lo tienen en el palacio de la tesorería. Lo enterrarán el mismo día de mi ejecución -.
  • ¿Crees que pueda revisar algo de la ropa u accesorios que Yasser llevaba el día de su muerte? -.
  • ¡No lo sé Señor! Eso habrá de preguntárselo a las autoridades. Cuando un personaje importante muere lo visten con sus mejores galas y algunas de sus joyas. Lo único valioso que llevaba mi amo cuando murió era un dije de oro en forma de corazón, igual al que tiene su esposa. Lo llevaba siempre consigo para recordarla en sus viajes. Tiene un curioso mecanismo que permite abrirlo y guardar algún detalle importante del ser amado -.
  • ¡Gracias por tu sinceridad Elim! Ahora Rajatán y yo haremos todo lo que está de nuestra parte para liberarte. Si recuerdas algo importante háznoslo saber -. Y diciendo esto último comenzaron a indagar por su cuenta.

Lo primero que hicieron fue buscar testigos que confirmaran la versión de Elim y encontraron muchos que afirmaban haber visto las lámparas en la ventana. Pero en cuanto se les pedía dar testimonio en el juicio nadie quiso, pues temían algún tipo de represalia. Una mujer había platicado con Rajatán de que estaba casi segura de que Betsabé y Muffat eran amantes pues se había dado cuenta de las frecuentes visitas del tesorero a la casa de Yasser en su ausencia. Eso le dio mucho gusto a Solimar, pues sabía que aún con un solo testigo su defensa cobraría fuerza. Buscó luego al barquero pero ni siquiera en su casa lo habían visto desde la noche anterior. Eso preocupó muchísimo a los capitanes quienes inmediatamente hicieron una búsqueda exhaustiva por el río. Para su mala fortuna, al atardecer del segundo día encontraron su cadáver flotando en una de las rejillas para evitar que la basura que llevaba el río pasara a los canales dentro de la ciudad. Según la guardia el hombre había caído de su barca y se había ahogado. La información del hallazgo corrió rápidamente por todo el pueblo. Cuando por la noche Rajatán llevó a Solimar para que conociera a su testigo la señora ya había huido de la ciudad con toda su familia. ¡Ya habían pasado dos días y estaban de nuevo en cero!

Ese día por la noche, mientras los capitanes dormían, la ventana de su dormitorio fue rota por una roca lanzada desde la calle. Envolviendo la piedra había un pergamino con la siguiente nota:

“No se metan en lo que no les importa. No defiendan lo indefendible si es que no quieren enfrentar la cólera de un pueblo indignado”.

Solimar dijo entonces a Rajatán:

  • Los cobardes siempre se esconden en el anonimato y ponen en boca de los demás lo que solamente ellos piensan o creen. Quien ha lanzado esta piedra tiene mucho que esconder y teme por que saquemos a luz la verdad. Esto me ha dado una gran idea. Mañana iremos a visitar al muerto. ¿Qué te parece? -.
  • ¡De acuerdo Solimar! Pero antes platícame tu plan -.

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A la mañana siguiente los capitanes se presentaron en el palacio de la tesorería con una orden para revisar el cadáver. La reacción de Muffat fue de indignación y se negaba a que el muerto fuera tan siquiera tocado. ¡Y qué decir de la viuda, que se soltó llorando amargamente por el ultraje que los extranjeros intentaban cometer. Con toda la calma del mundo Solimar explicó que no se trataba de una autopsia sino de una leve revisión superficial que era parte del protocolo dentro del proceso de juicio y que incluso todos ellos podían estar presentes para ver que no se haría nada malo al pobre muertito.

Así pues, mientras Rajatán removía parte de la ropa del cadáver, Solimar sacaba una enorme lupa y analizaba el cuerpo, principalmente alrededor de la herida y se concretaba solamente a decir:

  • ¡Ah!, ¡Mmmm!, ¡Ajá!, ¡Siiii!, ¡Ah ya!, ¡Ummmm!, ¡Bien!, ¡Este..!, ¡Comprendo! -.

Con mucho cuidado, Rajatán apartó un poco el dije con el pretexto de dar espacio a su compañero para seguir analizando. Solimar presionó entonces una parte del cuerpo cerca de la herida e hizo saltar un chorro de sangre sobre los presentes, que se hicieron para atrás horrorizados. Fue ese el instante que aprovechó Rajatán para abrir el dije, meter discretamente un pedazo de pergamino y volverlo a cerrar.

Los ahí presentes se molestaron muchísimo y exigieron a los capitanes que se marcharan cuanto antes. Rajatán solo miró a Solimar dándole a entender que la tarea había sido cumplida por lo que éste último ya sólo dijo:

  • ¡Les pido mil perdones por este accidente! Nuestra labor aquí ha concluido. Sigan con sus funerales. Y presentando sus respetos a la viuda salieron de ahí tranquilamente¡

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Solimar convenció al rey para que el juicio se realizara en el palacio de la tesorería, pues la presencia del cadáver era importante como parte de las evidencias. El juicio era público por lo que el recinto se encontraba a reventar. La primera persona que fue llamada al estrado fue Betsabé, la viuda de Yasser. El fiscal le preguntó entonces:

  • ¿Fue usted quien encontró a su marido muerto en la habitación? -.
  • ¡Sí Señor! Yo lo encontré en manos de su asesino -.
  • ¿Y nos puede hacer el favor de identificar al asesino entre los aquí presentes? -.
  • ¡Claro que sí! – Dijo Betsabé y utilizando su dedo índice señaló a Elim. – ¡Es él, el sirviente de mi esposo! -.
  • Es todo por mi parte-. Dijo el fiscal y dio paso a que el defensor interrogara también a la testigo.
  • ¡Señora! – Dijo Solimar con seguridad. – Cuando entró a su cuarto ¿el sirviente estaba apuñalando a su esposo? -.
  • ¡Pues no! ¡Pero estaba completamente lleno de sangre y esculcaba a mi marido para quitarle sus pertenencias! -.
  • Por cierto señora ¿cómo era el puñal que mató a su esposo? -.
  • ¡No lo sé! Ya no lo tenía en el pecho cuando llegué -.
  • Y si no lo vio como puede afirmar tan siquiera que su marido fue apuñalado, que tal si lo mataron con una botella o un utensilio de cocina…-.
  • Su herida corresponde a la de un puñal…
  • ¡Oh perdón! No sabía que usted fuera experta en heridas – Gran parte del público soltó una irremediable carcajada – Por cierto, cuando su esposo llegó a su habitación usted debería estar dormida ahí ¿en dónde es que usted se encontraba en el momento del asesinato? -.
  • Me tuve que levantar al baño y cuando escuché que regresaba a casa me dirigí a la habitación a recibirlo y fue entonces cuando…. – Betsabé no terminó la frase y se soltó llorando amargamente.
  • Ya por último, para no hacerla seguir sufriendo con el recuerdo de tan grave acontecimiento. Si vio al asesino de su esposo ¿por qué no salió corriendo en busca de ayuda y para poner a salvo su propia vida? -.
  • Lo hice pero para mí buena fortuna Muffat había escuchado mis gritos y venía con un oficial de la guardia -.
  • ¡Vaya! ¡Qué oportuno! Tal vez el tesorero tendría un mejor puesto si se desempeñara como capitán de la guardia. – Gran parte de los asistentes prorrumpieron en risas y rumores por lo que el juez tuvo que llamar al orden en la sala. – Por mi parte es todo Señoría – dijo Solimar y tomó su lugar en la defensa.
  • El fiscal llamó entonces al estrado al tesorero real, quien se mostraba molesto e incómodo por como hasta ese momento se habían llevado las cosas.
  • ¿Nos podría contar Excelencia, cómo fue que llegó en auxilio de la señora Betsabé el día del crimen? – Dijo el fiscal con evidente sumisión.
  • Me encontraba paseando por la rivera del rio cuando escuché a lo lejos unos terribles gritos pidiendo ayuda. Soy amigo del occiso y su esposa, por lo que identifiqué inmediatamente de quién se trataba. Cerca de donde estaba vi al oficial y lo llevé conmigo. Cuando llegamos vimos al malagradecido sirviente todavía tratando de robar a su amo. Entre el oficial y un servidor lo sometimos y lo pudimos apresar, a pesar de su férrea resistencia.
  • ¿Logró ver algún otro sospechoso en los alrededores? -.
  • ¡A nadie más! Es evidente de que se trataba de un asesino solitario. Si no llego a tiempo de seguro que este hombre también hubiera matado a la pobre de Betsabé -.
  • Es todo su señoría-. Dijo el fiscal y tomó su lugar.
  • ¿Acostumbra el Tesorero Real pasearse a las orillas de río a tan altas horas de la noche? – Dijo Solimar dirigiéndose a Muffat.
  • ¡Hacía mucho calor y no podía dormir! -.
  • ¿Y acostumbra cruzar al otro lado del río de donde está su casa para hacer sus paseos? -.
  • Es más agradable esa parte de la ciudad.
  • Antes de seguir adelante ¿podría ponerme su nombre en esta hoja?
  • Y ¿para qué? – dijo Muffat.
  • Es parte del desahogo de las pruebas -. Muffat tomó el pergamino y puso su nombre con la mano izquierda, ya que era zurdo. – ¡Gracias tesorero! Entre el grito de la Señora y su llegada salvadora ¿Cómo cuánto tiempo cree que transcurrió? -.
  • Aproximadamente siete minutos.
  • ¡Vaya que rapidez! Eso implica que no se encontraba usted muy lejos -.
  • Mire, para nadie es desconocido que mis amigos y yo somos vecinos. Sólo nos separa el río. Yo ya regresaba de mi paseo cuando ocurrió lo del grito. ¡Ojalá hubiese podido llegar antes y salvar a Yasser! -.
  • Por cierto ¿cómo hace usted para pasar el rio? -.
  • ¡Hay barqueros que tienen ese trabajo! -.
  • ¿A esas horas de la noche? ¡Ah! Olvidaba comentarle. Esa pintura que cuelga de esa pared del palacio lo representa bastante bien.
  • ¡Gracias! Es un excelente regalo de un gran artista amigo mío.
  • Tan bien lo representa que hasta aparece en su cintura ese bello puñal con incrustaciones de joyas, que según me comentan es una herencia de familia. ¿Por qué ya no lo trae consigo? -.
  • ¡Me lo robaron! -.
  • Es lo malo de salirse a pasear por el río a altas horas de la noche -.

El juez interrumpió el interrogatorio diciendo:

  • ¡Bien! ¡Bien! Sé hacia dónde se dirige la defensa pero no podemos trabajar en base a puras conjeturas. Reconozco que hasta el momento se ha logrado evidenciar la falta de argumentos en contra de Emir. Los testigos no acreditan haber visto el asesinato y la ausencia del arma homicida complica la situación. Por otra parte el motivo tampoco es claro, pues no hubo robo alguno y la intencionalidad de llevarse algo que perteneciera al occiso es difícil de probar. Considero que hay que dar un poco más de tiempo para esclarecer la verdad de lo ocurrido -.
  • ¡Con todo respeto Señor Juez! No creo que eso sea necesario. Todavía tengo un testigo que nos dirá quienes son los culpables -.
  • Bien pues ¡Adelante! ¿Quién es su testigo? -.
  • El mismo Yasser Señor – dijo Solimar sin titubear. Un gran murmullo se escuchó entre todos los asistentes.
  • Pero ¿cómo? – Se aprestó a declarar el juez. ¿De qué manera un muerto puede ser testigo sobre su propia muerte -.
  • Verá su señoría. Cuando se analiza el cadáver de una persona éste nos puede revelar muchas cosas sobre la forma en que fue asesinada la persona. Por ejemplo, el tipo de herida, como lo dijo nuestra experta Betsabé, es de un puñal, eso lo podemos ver por el tamaño, la forma y la finura de la misma. La profundidad de la herida tiene que ver con el tamaño del arma y con la fuerza del atacante. Las marcas en el pecho de la víctima pudieron haber sido causadas por un puñal, como el que podemos ver en esa pintura. Otro aspecto importante es la trayectoria de la puñalada. Cuando revisé el cadáver de Yasser me di cuenta de que mostraba una trayectoria de arriba hacia abajo y de izquierda a derecha. Todo mundo sabe que Elim era mucho más bajo que su amo y es derecho, por lo que sería difícil que pudiera acertar un golpe de este tipo. Sin embargo el tesorero es alto y como pudieron observar, al pedirle que escribiera su nombre lo hizo con la izquierda puesto que es zurdo. Él pudo haber atestado perfectamente ese golpe…

Muffat encolerizado e indignado se paró de su asiento y gritó al juez:

  • ¡Su Señoría! ¡Este hombre está tratando de inculparme sin prueba alguna, deténgalo cuanto antes! -. Pero el juez estaba tan interesado en las palabras de Solimar que hizo caso omiso a la réplica del tesorero.
  • Si hablamos de motivo Elim no tenía ninguno. Al servicio de Yasser tenía asegurado su futuro y el de su mujer. ¿Para qué habría de robarlo? Muy por el contrario, Yasser sospechaba que su mujer lo engañaba con Muffat y ese día regresó sin previo aviso sorprendiéndolos en el engaño…
  • ¡Calumnias! No son más que viles mentiras. – Dijo Muffat rojo de rabia – ¡Pruébalo o atente a las consecuencias de difamar a un funcionario del rey! -.
  • No necesito probarlo. Elim me contó que cuando llegó ante su amo éste aún vivía y tuvo la fuerza suficiente para escribir con su propio puño y letra el nombre de sus asesino en un pequeño pergamino que guardó cuidadosamente en el dije que cuelga de su cuello -.
  • Eso es mentira, su señoría, otra de tantas que ha dicho este extranjero en este juicio. ¿Cómo puede prestar oídos a semejantes estupideces? -.
  • No me parece estúpido lo que el abogado dice. Salgamos de dudas y revisemos ese dije -. Y ordenó a uno de los soldados que quietara al cadáver la joya y se la hiciera llegar. Muffat y Batsabé se miraron por un instante llenos de temor y zozobra. Cuando el juez trató de abrir el dije no pudo y comentó:
  • ¿Pero cómo es que se abre esta cosa? -.
  • Solimar intervino rápidamente y dijo al juez:
  • Señoría, tal vez la Señora Betsabé nos pueda ayudar. Ella posee un dije gemelo de éste que le obsequió su esposo el día de su boda -. El guardia llevó el dije a Betsabé quien con las manos temblorosas tomó el objeto diciendo:
  • A ver si me acuerdo cómo se abre. Hace mucho tiempo que no lo hago -.

Todas las miradas estaban expectantes sobre ella. Empezó a girar el objeto y a manipularlo hasta que éste dejó a la vista un pequeño pergamino en su interior, totalmente arrugado y manchado de sangre. Instintivamente, en cuanto comenzó a sacar el pergamino del dije fue presa del pánico y con un rápido movimiento trató de quemarlo en una de las antorchas que había cerca de ella diciendo:

  • ¡No es cierto! ¡Aquí no puede haber nada! ¡Es mentira! – De inmediato algunos de los guardias fueron a apresarla y al darse cuenta de que ella misma se había delatado gritó para defenderse:
  • ¡Yo no lo maté! ¡Fue Muffat! ¡Él lo apuñaló con su daga incrustada de diamantes! El arma está en el jardín, debajo de los rosales -. Muffat trató de huir pero un grupo de personas lo detuvo y lo llevó ante el juez. Desesperado gritaba a Betsabé:
  • ¡Víbora traicionera! Tú fuiste la causante de todo esto, con tus coqueteos y provocaciones constantes. ¡Eres tan culpable como yo! -.

Tranquilamente Solimar apagó el pedazo de pergamino y se lo mostró a la viuda y al tesorero.

  • Como pueden observar el pergamino está vacío, el nombre de los culpables lo han escrito ustedes mismos -.

El juez liberó entonces a Elim y mandó decapitar a los culpables. Y ante la inteligente maniobra de Solimar, Talita y Aristarco no tuvieron ningún inconveniente en entregarle al capitán el sello de la justicia.

Capítulo 11.

El Sello de la Unidad.

En las mazmorras del palacio el Gran Visir se reunió con Abdul, el hechicero, y con todos sus espías que seguían la pista de los buscadores de los sellos. De acuerdo a la información que cada uno le iba dando todo parecía ser malas noticias. Azira vivía y se había encontrado con Salim, Solimar se había vuelto en su contra y ahora regresaba al reino con un gran ejército y su hijo, su único heredero, se había enamorado de una chica común y corriente y había hecho amistad con el monje Shing-Ho. Ahora se daba cuenta de que la inocente convocatoria del pobre viejo Fandir se había transformado en una peligrosa chispa de insurrección que amenazaba con derrocarlo.

Desesperado, Sadam pidió consejo y ayuda a su gente, a lo que el hechicero respondió con una brillante pero perversa idea:

  • ¡Señor! – dijo Abdul – Aunque nuestro ejército dobla en número al de Solimar, la gente que lo acompaña son soldados con una gran preparación y valor. ¡Tenemos que asegurar nuestra victoria a base de ingenio! Jugando con las cartas que tenemos a nuestro favor.
  • ¿A qué te refieres con eso Abdul? – dijo Sadam.
  • Solimar nunca atacaría a su propio pueblo ¿verdad? – dijo Abdul con malicia.
  • ¡Claro que no, su problema es con nosotros! – mencionó Sadam sin darse cuenta aun de las intenciones del brujo.
  • Pues bien ¡Tomemos al pueblo por rehén! -.
  • Pero ¿cómo? ¿Es que te has vuelto loco? ¿Cómo podemos controlar a toda la población de Isandur? -.
  • ¡A través de sus hijos Señor! – argumentó el hechicero con una sonrisa deminíaca.
  • ¡¿Cómo?!
  • ¡Vea Visir! Coordinaremos una redada sorpresa de los niños de la ciudad y los concentraremos en la fortaleza de Beloc. Ahí los tendremos en constante vigilancia de varios destacamentos. Luego, bajo amenaza de matar a sus hijos si no nos obedecen, armaremos al pueblo para que enfrente al ejército de Solimar y Rajatán. Así, ni siquiera estaremos arriesgando a nuestros hombres. Aún y cuando Solimar decidiera ir contra la población, que no lo creo, todavía tendríamos a nuestros soldados que enfrentarían a un grupo ya diezmado de atacantes y la garantía de los niños presos en la fortaleza.
  • ¿Pero eso es inhumano?
  • ¡En la guerra y en el amor todo se vale! – dijo Abdul con aires de suficiencia.
  • ¡Tienes razón! – Comentó el Visir – y llamando aparte al hechicero le dijo:
  • ¡Pídeme lo que quieras! Pero necesito que me proveas de una armadura indestructible, con la que nadie me pueda dañar. ¡Usa tu magia para ello! ¿Crees que puedas hacerlo? -.
  • ¡Claro que sí mi Señor! ¡No dude nunca de mis poderes! Y, con toda humildad, quisiera pedirle algo a cambio: Me gustaría que capturara con vida a la princesa Azira para mí. ¡Yo me encargaré de someterla para siempre y de eliminarla cuando usted me lo pida! ¡Sólo quisiera disfrutarla un poco! -.
  • ¡Está bien Abdul! – dijo Sadam – Que así se haga -.

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Sadam mandó apresar a todos los niños entre los 8 y 12 años aproximadamente y como parte de su estrategia decidió también tomar como rehén a Fandir. Sin embargo, cuando sus hombres llegaron al palacio ya no había ni rastros de él. A pesar de que el gran Visir nunca lo había considerado como una amenaza Fandir contaba con personas leales a su servicio, entre los que se encontraba uno que otro espía cercano a Sadam, quienes le advirtieron con tiempo para que pudiera escapar.

El palacio real no solamente era hermoso, sino también muy antiguo y contaba con una serie de pasadizos secretos por los que Fandir, junto con dos de sus sirvientes, pudo salir sin ser visto hacia las montañas de Mizrath, a un antiguo puesto militar ubicado entre el pico Ubestán y el Monte del Viento. Desde ahí, envió a sus mensajeros para localizar a los jóvenes buscadores de los sellos, ponerlos al tanto de la situación del reino y urgirlos para que regresaran.

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Después de un par de semanas ya todos se encontraban en presencia de Fandir: Salim con el sello de la Generosidad, Shing-Ho con el de la Paciencia, Mustafá con el de la Libertad, Iram con el de la Verdad y Solimar con los del Valor y la Justicia. Faltaba solamente uno, el correspondiente al reino de Isandur. El sultán explicó entonces a todos los presentes:

  • Al inicio de esta aventura les comenté que para restablecer la grandeza de nuestro reino era necesario reunir los sellos, que representaban los valores que nos daban sentido como pueblo. Pero los valores no pueden existir por sí solos, son necesarias las personas que los vivan. En esta búsqueda cada uno de ustedes ha tenido que mostrar ser merecedor de cada sello. La GENEROSIDAD de Salim ante aquella anciana y sobre todo, con la caravana en desgracia lo hizo merecedor del primero. Y ¿qué me dicen de la PACIENCIA que tuvo que demostrar Shingh-Ho ante el fastidioso Simbad para conseguir el segundo? Mustafá como buen comerciante nos demostró que la LIBERTAD bien vale todos los tesoros del mundo, y el impetuoso Iram dio un enorme salto hacia la madurez con su HONESTIDAD y con su valentía al aceptar la VERDAD de las cosas. Solimar no solamente demostró ser un VALIENTE capitán, sino un hombre JUSTO para con los demás, al resolver aquel conflicto entre pastorcillos, pero sobre todo al defender aquél pobre sirviente a quien ya habían condenado a muerte -.

Todos los ahí presentes se miraban unos a otros con asombro. Fandir continuó:

  • No amigos, no se sorprendan. Aunque viejo y medio ciego aún tengo leales sirvientes que hacen las veces de mis ojos y oídos, y que me tienen al tanto de todo lo que sucede a mi alrededor. Gracias a ellos también he podido ser testigo de la LEALTAD de Madián para con mi nieta y del AMOR de Azira para su querido Salim. Me he enterado también del HONOR y DIGNIDAD de Rajatán y Rodrigo, y de la gran AMISTAD de Nasif que expuso su propia vida por salvar la de Salim…Todo esto nos demuestra que en el reino no solamente hay gente egoísta y malvada. Existen muchísimas personas valiosas como ustedes y que sueñan con una vida mejor para ellos y para sus hijos.
  • Todo esto que les estoy contando es un claro signo de ESPERANZA para Isandur. ¡Pero aún falta un sello de vital importancia para nuestros propósitos: el sello de la UNIDAD!
  • ¿Usted tiene ese sello Fandir? – Preguntó Solimar.
  • ¡Sí! – Respondió Fandir – Pero a diferencia de los otros, para poder obtenerlo e integrar nuevamente el escudo de oro, deberán ceder los sellos obtenidos a uno solo de ustedes, quien se constituirá como nuestro líder en la batalla. La situación nos lleva forzosamente a una lucha, por nuestro pueblo, por nuestros niños, por nuestro futuro.
  • Pero si de todas formas hemos de luchar ¿qué valor tendrá entonces el escudo? – Preguntó Iram.
  • Quien lo porte en la lucha tendrá la FORTALEZA y la ENTEREZA fruto de la INTEGRIDAD, y una protección especial que lo defenderá contra las armas enemigas. Para obtener este último sello no es necesario que pensemos de la misma manera o que pertenezcamos a una misma clase social, podemos ser de distintas razas y hasta profesar religiones radicalmente opuestas, quizá no coincidamos en gustos o preferencias… Lo importante es que compartamos algo que nos una tan estrechamente que supere todas nuestras diferencias y ese algo es el amor a nuestra patria: Isandur -.
  • Fandir sacó entonces el sello que faltaba y lo puso al centro de la mesa. Salim, Shing-Ho, Mustafá, Iram y Solimar sacaron cada uno sus correspondientes sellos y armaron el escudo, que en cuanto estuvo completo adquirió una forma sólida, de una sola pieza y un brillo áureo tan intenso que deslumbró a todos los presentes.
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  • Haciendo uso de todos sus conocimientos y habilidades mágicas Abdul, el hechicero, creó para Sadam una maravillosa armadura que poseía, entre muchas otros poderes, el de no permitir ser traspasada por ningún arma y dar a quien la utilizara una fuerza sobrehumana.
  • ¡Señor! – Dijo Abdul a Sadam a la vez que le entregaba su hermosa armadura negra. – ¡Aquí tiene lo que me ha pedido! Sólo quiero hacerle una observación muy importante: Mientras esté en combate no se quiete para nada el yelmo ni deje al descubierto ninguna parte de su cuerpo. La armadura ha sido creada para protegerlo, pero sin ella Su Excelencia puede ser vulnerable -.
  • ¡Muy bien! – Dijo Sadam complacido mientras se colocaba la armadura mágica. – Es momento que cobres tu recompensa. Lleva contigo a un grupo de mis mejores soldados y captura a la princesa. La oscuridad de la noche te protegerá y si todavía tú le ayudas creando un poco de mal tiempo será más fácil que logres tu propósito.

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Abdul conjuró al viento del norte y a las nubes provocando una terrible tormenta que azotaba sin piedad las montañas de Mizrath. La mayoría de los hombres se encontraba todavía en la fortaleza militar, resolviendo quién sería su líder, por lo que las mujeres y algunos de los soldados descansaban en el campamento y se turnaban para hacer guardias. Cuando la lluvia y el frio comenzaron a calar un poco más, la mayoría se metió en las tiendas para guarecerse. Los hombres de Sadam observaban escondidos en la oscuridad esperando el momento de actuar. Una vez que ubicaron a la princesa se acercaron a donde el ejército tenía algunos de sus caballos y los soltaron. Esto sirvió de distractor para alejar momentáneamente a algunos de los hombres y actuar con mayor libertad. Al entrar a la tienda sólo había dos guardias a quienes fue sencillo eliminar. Sólo quedaban Azira y Madián quienes trataron de resistirse. Al cabo de unos instantes fueron sometidas y atadas, y las treparon a sus caballos para llevarlas a la presencia de Abdul en la fortaleza de Beloc. Mientras galopaban velozmente a su destino Madián sacó cuidadosamente de entre sus ropas una pequeña daga regalo de Mustafá y comenzó a cortar sus ataduras. Una vez libre, tiró de la cabalgadura a su captor regresando al campamento como un rayo. Además de ser buen jinete la muchacha era muy ligera, por lo que los hombres de Sadam desistieron de perseguirla. Al fin y al cabo habían cumplido con su encomienda, la princesa se encontraba ya en su poder.

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  • Considero – dijo Salim – que si bien cada uno de nosotros consiguió un sello, Solimar tuvo la inteligencia y la entereza para obtener dos. Además, la situación actual nos lleva forzosamente a enfrentar una batalla, por lo que creo que no puede haber discusión. La persona más indicada para liderarnos y llevar el escudo es el capitán de la guardia. Aunque todos queremos ayudar sólo hay uno entre nosotros que tiene las cualidades y la experiencia suficiente para manejar la situación: Solimar -.

Todos estuvieron de acuerdo y entre aplausos y aclamaciones de júbilo entregaron el mando al joven capitán. Sin embargo, mientras aún celebraban, apareció en la puerta la joven Madián notoriamente cansada y alarmada:

  • ¡Han secuestrado a la princesa! – dijo, y cayó al suelo desvanecida.

Mustafá y algunos de sus hombres acudieron inmediatamente a socorrerla. Solimar, asumiendo el mando que le acababan de otorgar, llamó inmediatamente a Salim, Shing-Ho, Iram, Nasif y Rajatán externando con claridad su punto de vista:

  • ¡Ese desgraciado de Sadam ha enviado al pueblo a combatirnos, manteniendo como rehenes a los niños y ahora también a la princesa! Las personas no tienen otra salida que atacarnos, pues han sido amenazadas de matar a quienes más quieren si no obedecen. ¡Pero nosotros no podemos hacerles daño, pues es por ellos que luchamos! Mientras esta situación prevalezca estamos prácticamente con las manos atadas. La clave del triunfo para nosotros está en la liberación de los rehenes, que parece ser una misión casi imposible -.
  • ¿Qué es lo que propones entonces Solimar? – dijo Salim.
  • La acción más importante es el rescate de los rehenes. Pero no lo podemos hacer a la fuerza, poniendo en riesgo la vida de los niños. Un pequeño grupo de nosotros tiene que entrar a la ciudad sin ser visto y liberarlos. El resto del ejército ayudaremos como distractor colocándonos a una distancia considerable de las murallas, simulando que pronto atacaremos, hasta recibir una señal que nos indique que los niños y Azira están a salvo.
  • Nasif y yo conocemos muy bien la ciudad – dijo Salim – el único inconveniente es entrar sin que nos vean -.
  • ¡Eso no será problema! Pueden utilizar el pasaje secreto que lleva hasta mi palacio – comentó Fandir.
  • ¡Yo también los puedo acompañar! – Dijo una voz chillona que provenía de la parte de atrás de un grupo de soldados. Cuando éstos se movieron apareció la pequeña figura de Simbad que dijo:
  • ¡Puedo pasar fácilmente desapercibido! – Y dirigiéndose a Shing-Ho le dijo: – ¿Y qué me dices tú flacucho? ¿Nos acompañas? He visto tus habilidades al tratar de conseguir el sello. ¡Serías de mucha ayuda muchacho! -.
  • ¡Con gusto Simbad! ¡Claro que les ayudaré! – Dijo Shing-Ho sonriente.

Altamente complacido Solimar pidió a Moroc, uno de sus mejores hombres, que los acompañara, mientras que Rajatán completó el grupo al enviar a Cachahunte y Xian Yi. Inmediatamente después Solimar propuso dividir al ejército en tres frentes, uno dirigido por Iram, otro por Rajatán y otro por él mismo.

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Durante el resto de la noche Solimar se estuvo organizando con sus capitanes. Además de los mil guerreros que conformaban el ejército de Rajatán, se habían unido a ellos alrededor de novecientos hombres, que habiendo obtenido su libertad en Filae gracias a Mustafá y Salim, ahora luchaban junto con ellos contra el Gran Visir. En su trayecto hacia Isandur también se les habían unido personas de varios pueblos quienes años atrás habían dejado el reino por razones de inseguridad y hambre. En total eran aproximadamente dos mil quinientas personas, mientras que solamente en el ejército de Sadam había tres mil soldados, sin contar que en la primera línea de ataque todos los hombres del reino habían sido forzados a luchar contra ellos.

Aún así se conformaron los tres frentes que sitiaron la ciudad por el oriente, el sur y el poniente. Hacia el norte el reino estaba protegido de manera natural por las montañas, ahí se encontraba el palacio de Fandir, por lo que al salir de los pasajes secretos, el pequeño grupo de rescate se encontró con todas las facilidades del mundo. La mayoría de las calles estaban desiertas y además Salim y Nasif, conocían el reino como la palma de su mano, cada barrio, cada callejón, cada mercado. Muchas veces desde su niñez lo habían recorrido, brincando por sus azoteas, pasando por debajo de sus puentes, utilizando todos los atajos que con el tiempo habían descubierto.

A unas cuantas calles de la fortaleza de Beloc el pequeño grupo se detuvo para definir la estrategia para la liberación de los niños. Salim y Nasif la conocían tan solo por fuera, de lo que habían alcanzado a ver desde las azoteas de algunas casas, pero nunca habían entrado y mucho menos bajado a sus calabozos.

A pesar de la discreción que guardaban el grupo era observado por tímidas miradas que provenían de detrás de las ventanas. Poco a poco un conjunto de sombras los fue rodeando hasta acorralarlos; se trataba de un gran número de mujeres que imploraban a los guerreros que salvaran a sus hijos. Salim les dijo a las madres que eso era lo que intentaban, pero que tenían que ver la manera segura de sacarlos, para que ningún niño fuera dañado, pues eran muchos los soldados que los custodiaban.

Una de las mujeres les comentó que existía una salida poco conocida de la fortaleza. Se trataba de un desagüe que iba del patio central hasta el río. El único inconveniente es que era muy pequeño, pero aunque un hombre normal no cupiese, los niños podrían utilizarlo.

Nasif, quien desde que salieron había estado pensando en la manera de sacar a los niños de la fortaleza de Beloc, al ver a las mujeres, propuso un plan que podría resultar efectivo.

  • ¡Tal vez las señoras nos quieran ayudar en nuestro plan – dijo el joven -.

Las mujeres asintieron de inmediato, con la mayor disposición. Nasif continuó:

  • Simbad que es pequeño y Shing-Ho que es menudo y delgado pueden ingresar por el desagüe desde el río hasta el patio de la fortaleza y esperar ahí a los niños. Pero entonces todos los demás tenemos que encargarnos de encontrarlos, liberarlos de sus celdas y llevarlos hasta ahí sin ser vistos. ¡Es en este punto en el que estas hermosas damas entrarían en acción! Para distraer a los guardias tendrán que acercarse por la entrada principal, llevando comida para sus hijos, pero también para los guardias -.

El plan fue del agrado de todos. Así, el grupo de mujeres se abasteció de alimentos y varias jarras de vino y fue hasta la entrada principal de la fortaleza. Inmediatamente la mayoría de los guardias acudieron en parte por el antojo de la comida y la bebida, pero también por ver a las mujeres, algunas de las cuales inteligentemente les coqueteaban. Por la parte posterior Salim, Nasif, Moroc, Cachahunte y Xian Yi trepaban a las murallas e ingresaban a la fortaleza, eliminando con gran habilidad y facilidad a los pocos soldados que se habían mantenido en sus puestos.

La fortaleza de Beloc era un vetusto edificio de piedra y adobe de forma rectangular, de aproximadamente 80 metros de frente por 120 metros de fondo. Sus murallas tenían 10 metros de altura y contaba con torreones de vigilancia en las esquinas y a cada 20 metros. A nivel del piso tenía varios cuartos, utilizados normalmente por los guardias, y bajo el piso, en tres niveles, se encontraban las celdas y algunos pequeños espacios utilizados para el castigo y la tortura. Para acceder a las celdas había que pasar forzosamente por tres puestos de vigilancia, uno por cada nivel, con carceleros que se turnaban durante el día.

Para buena suerte del equipo de rescate, la algarabía provocada por la llegada de las mujeres hizo que los celadores del primer nivel abandonaran sus puestos para dirigirse a la entrada principal. Esto facilitó que el grupo se hiciera de las llaves y sacara de sus celdas a los niños que ahí se encontraban. Cachahunte y Xian Yi se encargaron de encaminar con seguridad a este primer grupo hacia el patio. Cuando iban de salida, Nasif detuvo a uno de los niños y le pidió les ayudara a salvar a sus compañeritos del siguiente nivel. Kendra, que así se llamaba el niño, respondió que sí, llenándose de una gran emoción y preguntando qué era lo que tenía que hacer.

  • Solamente tienes que bajar las escaleras hasta el siguiente nivel y dejarte ver por los guardias – Dijo Nasif malicioso – Y en cuanto traten de atraparte te regresas rápidamente con nosotros -.

Así lo hizo Kendra, y conforme los guardias subían persiguiéndolo, Moroc, Nasif y Salim los dejaban fuera de combate. Luego, con mucho cuidado, entraron en el segundo nivel y comenzaron a sacar a los prisioneros que ahí se encontraban. Uno de ellos antes de salir les advirtió de tres guardias que se hallaban en los baños, por lo que tuvieron que entrar ahí e inmovilizarlos. El mismo niño que les avisó de los guardias les dijo que en el tercer nivel ya no había niños, tan sólo una importante prisionera que habían llevado ahí hacía poco tiempo. Salim supo inmediatamente de quién se trataba y pidiendo a Nasif y a Moroc que llevaran a los niños hasta el patio les dijo:

  • Yo liberaré a la prisionera, me corresponde, estoy seguro que se trata de Azira. – Y diciendo esto último bajó al siguiente nivel.

En una de las mazmorras del tercer nivel se encontraba el hechicero Abdul, feliz por haber atrapado a su presa y tenerla por fin para él sólo.

  • Princesa – le dijo a Azira – ¡Por fin nos volvemos a encontrar! Ansiaba con todo mi ser estar con vos -.
  • Pues yo era lo último que hubiese deseado en la vida – exclamó la princesa con enfado.
  • ¡Es muy hermosa majestad! Si no fuese por ello ya usted estaría muerta, desde el día en que la encontré en el oasis. El Gran Visir me dio la orden de asesinarla, al igual que lo hizo con sus padres, pero yo he querido darle una oportunidad de vivir -.
  • ¡A sí! ¿Y a cambio de qué? – preguntó la princesa.
  • De que os sometáis a mi voluntad y accedáis en todo lo que yo os pida, claro está -.
  • ¡Antes prefiero morir que ceder a sus miserables deseos! -.
  • Pues si no cooperas voluntariamente peor para ti – dijo Abdul con suficiencia – De todas maneras acabarás haciendo lo que yo te diga -.

Y diciendo esto último se acercó a ella para besarla a la fuerza. Sin embargo y a pesar de estar atada, Azira se defendió violentamente, acertando a darle una mordida en la nariz que lo hizo sangrar. Abdul enfurecido le pegó entonces una fuerte bofetada que dejó el rostro de la princesa enrojecido, mientras gritaba:

  • ¡Perra infeliz! ¡Has escogido el peor de los caminos, ahora lo pagarás! -. Y se abalanzó nuevamente hacia ella.

En ese preciso instante se abrió la puerta de un fuerte golpe y apareció tras ella Salim con su espada en la mano, la ira lo hacía parecer agigantado. Era como un toro de lidia dispuesto a embestir y atravesar con sus cuernos a un temeroso hechicero que trataba de esconderse tras la princesa. Salim dijo entonces:

  • ¡Qué cobarde eres! Golpear de esta indefensa mujer -.
  • ¡Indefensa! – dijo Abdul a modo de queja – ¡Pero si casi me arranca la nariz! ¡Es una salvaje! -.
  • ¡Me las pagarás desgraciado! – Dijo Salim y fue tras él con su arma.

Pero apenas el hechicero había empuñado su espada, cinco guardias entraron en su ayuda atacando a Salim. La lucha era desigual, pero el joven combatía con fiereza y agilidad. Aprovechando la confusión Abdul salió corriendo de la mazmorra para pedir ayuda a más soldados. Uno a uno Salim se fue deshaciendo de los guardias, sin embargo, el último de ellos, al verse en desventaja tomo a la princesa como escudo amenazando con matarla. Salim no sabía qué hacer, la princesa era lo que más amaba en la vida. Azira miró con firmeza a Salim y con un rápido movimiento de safó de los brazos de su captor, dejándolo a merced de Salim, que no lo pensó dos veces para matarlo.

  • ¡Pronto! – Dijo Salim a la princesa. – Tenemos que asegurarnos de que todos los niños salgan de aquí antes de que Abdul de la alarma y nos atrapen a todos -.

Ya para esos momentos Simbad y Shing- Ho encaminaban a los niños por el desagüe hacia la salida en el río, y los últimos prisioneros eran ayudados por Moroc, Nasif, Cachahunte y Xian Yi a bajar por el hueco del patio, cubriéndoles en la fuga. Cuando ya todos los niños habían salido el grupo se encontró frente a frente con el hechicero que salía al patio pidiendo ayuda a gruitos. Trató de acercarse a dar la alarma en una campaña que se encontraba en uno de los corredores, pero Cachahunte con una gran destreza le lanzó un cuchillo que atravesó su mano. Adolorido y lleno de pavor Abdul corrió entonces hacia la entrada principal. El indígena americano trató de perseguirlo, pero en ese momento Salim, que venía con la princesa, lo detuvo diciéndole:

  • No tiene caso que te arriesgues al perseguirlo. Ningún soldado podrá seguir a los niños en el desagüe. ¡Tenemos que salir de aquí y alcanzar a los demás en el río antes que lleguen los guardias y nos atrapen! Y diciendo esto corrieron a la parte posterior de la fortaleza y saltaron el muro hacia la ciudad.

Cuando Abdul llegó a la entrada principal de la fortaleza de Beloc encontró a los guardias comiendo y bebiendo alegremente, en lo que parecía ser una verdadera fiesta. Lleno de rabia y de frustración gritó entonces a los soldados:

  • Pero ¿qué es lo que están haciendo bola de inútiles? Mientras ustedes están aquí tragando y emborrachándose ¡ya los niños se les han escapado! ¿Qué esperan para seguirlos? -.

Rápidamente los sorprendidos soldados tomaron sus armas y corrieron hacia el interior de la fortaleza con la esperanza de encontrar todavía a alguien, pero era inútil, los prisioneros se habían esfumado. En mazmorras y pasillos solamente quedaban cadáveres de sus compañeros y uno que otro afortunado que aún vivía para contar lo sucedido.

Ante la impotencia de perseguirlos uno de los soldados propuso vaciar combustible por el drenaje y encenderlo, mas el capitán prudentemente lo impidió, recordando a sus hombres que muchos de los niños que habían huído por ahí eran también hijos suyos.

Abdul se quedó solo ante el grupo de mujeres que veían con extrañeza cómo sangraba profusamente de mano y nariz. Una de ellas reconociendo a Abdul le comentó en secreto a las demás:

  • ¡Ese es el hechicero que tuvo la idea de secuestrar a nuestros hijos! -.

Y al ver la ocasión otra de ellas lo atrajo hacia el grupo diciéndole:

  • ¡Señor! ¡Venga con nosotras para que podamos curar sus heridas!

Abdul asintió y se acercó a las mujeres. Pero una vez entre ellas, lo fueron arrastrando por las calles hasta las afueras del palacio del Gran Visir. Entre todas decidieron hacer justicia por su propia mano, atando una fuerte cuerda en su cuelo, en cuestión de minutos Abdul se movía como un péndulo, colgando muerto de una de las ramas de un árbol.

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En el frente de batalla el Gran Visir había ordenado ya varias veces a los ciudadanos atacar a sus adversarios. Estos ataques se reducían al lanzamiento de flechas encendidas que no llegaban a provocar ningún daño en el ejército de Solimar, pues era mucha la distancia aún que los separaba de las murallas.

Hacia el amanecer un jinete solitario se acercó a Solimar, se trataba de Moroc quien le daba la grata noticia de que los niños ya se encontraban a salvo, lo mismo que la princesa. Fue entonces que el capitán mandó, para sorpresa de sus adversarios, ondear una bandera blanca y se acercó para hablar con los soldados de la primera línea, que eran los ciudadanos. Ya cuando estuvo frente a ellos les dijo:

  • ¡No tenemos por qué luchar entre nosotros! Mis hombres han liberado a sus hijos. Así que, cuando aparentemente vayamos contra ustedes, salgan por los flanco y diríjanse a la caverna del río. ¡Ahí están sus hijos! Aprovechen las armas que les han dado para defenderlos. Nosotros nos encargaremos del ejército del Gran Visir.

El plan corrió como reguero de pólvora entre los ciudadanos y solamente fue cuestión de tiempo para el intercambio de señales que daría por comenzada la maniobra. Al cabo de dos horas el ejército de Solimar se abalanzó sobre las murallas en los tres frentes. Para sorpresa de Sadam y sus hombres que miraban desde las murallas, los ciudadanos en lugar de ir hacia el frente corrieron hacia los lados y salieron por un costado del ejército atacante, dejándolos al descubierto.

En los tres frentes la batalla fue sangrienta, los más ágiles y disciplinados salían airosos ante aquéllos que solo tenían la fuerza bruta. Los soldados de Rajatán, haciendo honor a lo que se decía de ellos, que eran los mejores guerreros del mundo, avanzaban a pié firme entre un mar de soldados temerosos y desorganizados. Un grupo de cien soldados del Visir se acercó a Solimar y despojándose de sus uniformes le dijeron:

  • ¡Capitán! Nosotros somos leales a sus órdenes. Nunca hemos estado de acuerdo con el Visir. ¡Lucharemos a su lado hasta la muerte! -.

Solimar agradeció su gesto y se fueron abriendo paso hasta el palacio mismo de Sadam. El Gran Visir, gracias a su armadura impenetrable y a la fuerza descomunal que le proporcionaba, se iba deshaciendo uno a uno de todos sus adversarios, con una facilidad como si estuviera segando cañas. ¡Había que detenerlo! Pues las bajas que estaba ocasionando en el ejército de Solimar eran enormes.

Solimar decidió entonces tomar acción directa contra el Visir y, empuñando fuertemente su escudo fue a enfrentarlo con decisión. Recordó entonces la profecía del oráculo, en donde le dijo que enfrentaría a un hombre revestido con la armadura del mal, al cual vencería cortándole la cabeza. Pero también recordó que él mismo no sobreviviría a aquélla batalla.

Con paso firme se aproximó a Sadam quien al ver a su antiguo capitán del ejército se lanzó contra él lleno de furia. Solimar resistió con fortaleza las embestidas del Visir, pero se dio cuenta que sus contraataques no le hacían ningún rasguño. La armadura negra era impenetrable. Dándose un segundo aire Solimar emprendió de nuevo contra Sadam, burlando sus defensas y yendo directamente con su espada al pecho de su oponente. El resultado del ataque derivó en que la espada del capitán acabara partiéndose en dos mitades, provocando la burla de Sadam.

  • ¡Es todo lo que tienes Solimar! ¡Pero qué patético te ves, con tu escudo de oro y esa pobre espada de latón! En verdad pensé que tenías algo mejor como oponente! -.

Y aprovechando que el capitán había roto su arma se lanzó con todo para acabarlo. De un mandoble le hizo una gran cortada en el muslo y luego arremetió hacia su tórax. Un buen manejo del escudo le permitió a Solimar salvar la vida. Sadam empujó entonces con gran fuerza a Solimar quien cayó derribado a unos metros de él. Cuando el Gran Visir de disponía a dar el golpe final contra el muchacho Solimar levantó el escudo. A esas horas del combate el sol ya se encontraba en lo alto, y el reflejo que provocó en el escudo fue tan intenso que cegó momentáneamente al hombre de la armadura. Ese instante fue la oportunidad para que Darío, uno de los hombres de confianza de Solimar, abrazara por la espalda a Sadam tratando de inmovilizarlo. El Gran Visir reaccionó con enojo, golpeando con gran fuerza al soldado, que aguantando el dolor, se resistía a soltarlo. Cuando ya no pudo más, con sus últimas fuerzas, Darío se aferró al yelmo del Visir, por lo que al caer, se lo llevó consigo.

Sadam hundió su espada en el hombro de Darío y regresó a rematar a Solimar quien ya lo esperaba de pié con su media espada y, haciendo un ágil movimiento, giró por completo sobre su eje, rebanando de un tajo el cuello del Visir. Su cabeza rodó colina abajo, hasta donde los ejércitos combatían. Al reconocer a su líder en aquella testa sin cuerpo el ejército de Sadam emprendió la huída y muchos de ellos rindieron sus armas aceptando la derrota. ¡El triunfo era absoluto!

Solimar se acercó a ayudar a Darío, quien trataba de detener el sangrado de su hombro. El capitán comentó entonces a su amigo:

  • ¡No entiendo! Cuando hablé con el oráculo me dijo que mi destino era vencer al caballero del mal, pero que yo no viviría para ver el triunfo de nuestro ejército, y…no me ha pasado nada. Se supone que debería estar muerto.
  • ¡Eso es lo bonito de la vida capitán! Ninguno de nosotros estamos pre destinados. Nadie puede conocer su futuro. El destino de cada uno se forja con las decisiones y acciones que tomamos a cada momento de nuestra existencia -.
  • Tienes razón Darío, pero en este caso, la decisión que tomaste de arriesgar tu vida al sujetar al Visir, ha salvado la mía. En todos estos días hemos estado en la búsqueda de unos sellos que representan los más altos valores del ser humano. Siento que en el escudo de Isandur faltan muchos más, como el de la GRATITUD. ¿Cómo agradecerte lo que has hecho por mí el día de hoy y en todo el tiempo que has estado bajo mis órdenes? -.
  • ¡Tranquilo capitán! Lo que hemos hecho ha sido con gusto y sin esperar nada a cambio. Como se dice entre nosotros en la milicia: ¡Siempre nos queda la satisfacción del deber cumplido! -.
  • Lo que tú has realizado va más allá del simple cumplimiento del deber y amerita cuando menos la medalla del valor -.
  • ¿Y qué le parece capitán si en lugar de una medalla mejor me invita una buena cena? En los últimos días he pasado un hambre como no se imagina…-.
  • ¡Está bien Darío! ¡Cuenta con ello!

La alegría de la población después del triunfo fue grande. Después del emotivo encuentro de los niños con sus padres, todos en Isandur se lanzaron a las calles a vitorear a sus libertadores e hicieron una gran fiesta popular que se prolongó por varios días. Pasadas las celebraciones los ciudadanos de Isandur se comenzaron a reunir en asambleas para organizar la futura vida del reino y conformaron una Constitución basada en principios de LIBERTAD, JUSTICIA, EQUIDAD y SOLIDARIDAD, para garantizar así el bienestar de todos los habitantes del reino.

Epílogo.

Los jardines del palacio de Fandir estaban atestados de invitados para la boda de Salim y Azira, tanto de otros reinos como del mismo Isandur. Entre ellos se encontraban Nerum y Tamara, los reyes de Filae, Alcibiádes rey de Breff y Tera la sacerdotisa de Havania. La princesa, para no variar lucía lindísima en su albo vestido de bodas y el joven novio lucía guapísimo, usando por primera vez en su vida un elegantísimo traje, muy distinto a los humildes atuendos que estaba acostumbrado a usar como parte de la servidumbre. La ceremonia tuvo su punto culminante cuando después de tantos años su amor quedó consagrado para siempre. Momentos después y como parte del protocolo, la princesa fue coronada como la nueva sultana, y su recién consorte como el nuevo sultán de Isandur. Acto seguido y como primera acción realizada en calidad de nuevos mandatarios hicieron el nombramiento de sus colaboradores en el gobierno:

Solimar como ministro de Justicia, Mustafá como ministro de Comercio y Tesorero Real, Shing-Ho como presidente del Consejo de Asesores, Nasif como ministro de Desarrollo Social, Rajatán como autoridad máxima del ejército, Iram como Ministro de Educación, Mara al frente de Relaciones Exteriores y Madián en el ministerio de Cultura.

Los siete sellos reunidos en el escudo de oro ocuparon nuevamente su lugar en el salón del trono, pero eran solamente un símbolo, pues los verdaderos valores se vivieron otra vez entre la gente, haciendo de Isandur un reino de prosperidad, de justicia y de paz.

FIN.

Jorge Humberto Varela Ruiz.

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