Aquella tarde Don Víctor se sentía demasiado cansado y, muy contrario a sus costumbres, recostó su cabeza sobre la mesa de trabajo, quedándose profundamente dormido. Al despertar su molestia fue enorme, apenas había pestañeado un poco y algún bromista le había desordenado toda la hemeroteca. Para un personaje como él, tan organizado, tan responsable, tan pulcro, tan cuidado aún en su misma persona, este amontonamiento de revistas y periódicos sobre el piso era toda una ofensa. Más que un área de consulta, ahora el sótano de la Biblioteca Central de la Universidad Autónoma de Aguascalientes, parecía una bodega de todo lo inservible y lo olvidado. Se acercó a los materiales que habían botado en su lugar de trabajo y, para su sorpresa, tenían fechas posteriores a la del día. Los contenidos, describían sucesos supuestamente acontecidos en un pasado aún sin existir. ¡Era toda una locura! Lentamente, el bibliotecario comenzó a recorrer con su vista el lugar tratando de encontrar al culpable de aquellos desmanes. De pronto, dos de las lámparas se apagaron, dejando el sitio en penumbra. Don Víctor escuchó entonces unos pasos que provenían de la escalera y un poco temeroso, se sentó sobre una columna de periódicos. De entre las sombras, apareció una silueta que poco a poco, al pegarle la luz , fue cobrando forma ante sus ojos. Era un joven moreno y delgado con un altero de folletos que colocó sobre la mesa. Don Víctor saludó: -¡Buenas tardes! ¿Le puedo servir en algo?-. A lo que el joven contestó: -No ¡Gracias! ¡Yo trabajo aquí!-. Pero, ¿desde cuándo? ¿Porqué nadie nos ha presentado?-. Soy Israel Corona y tengo apenas dos semanas de haber entrado… ¡Bueno! Con su permiso, voy a seguir-. La molestia de Don Víctor aumentó ante las desatenciones que su jefe inmediato había tenido con él en relación con su nuevo compañero y decidió subir para hablar con él. Durante el trayecto notó cierta indiferencia por parte de sus compañeros, quienes ni siquiera volteaban a verlo, y hasta su gran amiga Laurita López, no había querido responder a su saludo. Al llegar a la oficina de Carlos Domínguez, su jefe inmediato, el bibliotecario se detuvo ante la puerta al escuchar que éste platicaba con el joven que recién había conocido. Israel comentaba: -¡Oye Carlos! Ahorita que bajé al sótano me encontré con un señor sentado en una pila de periódicos. Era un hombre muy atento, como de 60 años, bien vestido, de tez morena, ojos cafés, nariz recta y el pelo blanco, perfectamente peinado para atrás con gel, me dijo que ¿porqué no nos habías presentado?-. ¡No la chingues! – Dijo Carlos sorprendido. – Acabas de describir a una persona que trabajó con nosotros hace unos años. ¡Vamos rápido al sótano!-. Las dos personas pasaron junto a Don Víctor sin ni siquiera mirarlo. Ël intentó seguirlos pero apenas había avanzado unos cuantos metros cuando ya venían de regreso, notoriamente preocupados. Carlos le decía al muchacho: – ¡Vamos rápido con la Señora Irma! Tienes que platicarle lo mismo que me has dicho-. ¡Te juro Carlos que ahí estaba hace un momentito, no pudo haberse ido tan pronto!-. Víctor, que cada vez entendía menos lo que sucedía, se acercó a la oficina de la Directora, quedándose en la puerta, y siendo testigo mudo de lo que ahí se comentaba. Israel volvió a contar lo que le había pasado, a lo que la Directora, con sabia prudencia, le dijo: -Señor Corona, vea por favor esa imagen, es la foto de un curso que tuvimos aquí en 1998. Identifica en ella a la persona que vio en el sótano-. Sí Señora, es ese de ahí, el del lado izquierdo. –. ¡Está usted seguro Israel! -. ¡Segurísimo! Hasta me parece que traía esa misma ropa. -.Eso no puede ser Señor Corona, la persona que usted dice haber visto murió en el año 2000, se llamaba Víctor Esquivel González y era el encargado de la hemeroteca-. Las tres personas quedaron mudas, mientras intercambiaban sus miradas llenas de sorpresa y temor. Don Víctor no podía creer lo que estaba presenciando, y acercándose a sus compañeros les decía una y otra vez: a gritos: ¡Eso no es cierto!, ¡Yo no estoy muerto! ¡Aquí estoy! ¡Señora Irma! ¡Carlos! ¡Estoy vivo! Pero nadie se daba cuenta de su presencia. Con un esfuerzo sobrehumano Don Víctor pegó un grito desesperado: ¡No estooooy muueeerto!…La foto cayó entonces de la pared y los papeles volaron del escritorio. Las tres personas que se hallaban en la oficina se santiguaron y salieron corriendo del lugar. Durante todo el mes siguiente ninguno de los empleados quiso bajar al sótano, hasta que por las necesidades del trabajo tuvieron que irlo haciendo, mas nadie volvió a ver jamás el fantasma de Don Víctor.
En memoria de Don Víctor Esquivel González, gran amigo y trabajador ejemplar del Centro de Información Bibliográfica de la UAA.
Jorge Humberto Varela Ruiz.
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