Una estrella para Rufina.

Rufina tenía dos años y una sonrisa tan grande que parecía iluminar toda la casa.

Cada noche, antes de dormir, se quedaba mirando la ventana, señalando el cielo oscuro.

–Papá… yo quiero una estrella. —decía con su vocecita dulce.

Él la miraba sorprendido, porque Rufina no pedía muñecas ni caramelos. Ella quería una estrella, brillante y suya.

Así que, cuando se acercó su cumpleaños, el papá se prometió lo imposible…haría que las estrellas cayeran para Rufina.

Probó de todo, subió a la escalera más alta del galpón, estiró la mano hacia el cielo… pero las estrellas estaban muy lejos. 

Compró frascos transparentes y salió de noche, intentando atrapar la luz que titilaba… pero esta se escurría entre sus dedos como si fuera risa.

Entonces, pensó distinto, si no podía traer las estrellas al suelo, haría que el cielo bajara a Rufina.

Con cartulinas brillantes recortó estrellas grandes y pequeñas.

Con luces diminutas hizo un cielo propio en el patio, colgó guirnaldas luminosas en los árboles, y escondió sorpresas que brillaban cuando se abrían.

Llegó el cumpleaños!!! Rufina salió al patio de la mano de su papá… y abrió los ojos muy grandes. 

El jardín entero era un cielo bajito, cientos de estrellas colgaban sobre ella, otras titilaban en los arbustos, algunas parecían bailar con el viento.

—¡Estrellaaaas! —gritó Rufina, levantando los brazos…

En ese momento, el papá encendió un último secreto…unos globos de papel que, al soltarlos, volaron alto, encendiendo lucecitas que trepaban hacia el cielo.

Parecía que las estrellas caían… y al mismo tiempo subían.

Rufina aplaudía feliz, convencida de que el universo había venido a celebrar con ella.

Y su papá, mirándola reír bajo aquel cielo inventado, entendió que había logrado lo que parecía imposible; regalarle a Rufina sus estrellas.

Porque hay deseos tan grandes, que ni el cielo puede negarse a cumplirlos…

#adrianablanche 

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