Incluso si decidimos contener el aire por unos momentos, adentro, el cuerpo, rebelado, sigue respirando.
Hoy abrimos los ojos como los abren los gatos que recién nacen, no como las personas. Varios días tardan para dejar atrás la segura oscuridad del útero materno. La luz del mundo es una boca de lobos: famosa concentración del peligro.
Y tarde ya es y somos la urgencia todavía de unos bichos que sobrevivieron en el arca. El calor de una mañana y la brisa que mueve las banderas, no son la cuna del heroísmo magnánimo sino dos que se quitan el vestido y los maquillajes dejando al descubierto de este lado de la poesía, un basural a libro abierto.
Porque sabemos, sabemos y a pesar de saberlo. No temíamos a los colmillos si escribíamos la Caperucita, entendés, como Pedro Navaja, hasta que la sangre en el suelo.
Porque ignoramos, ignoramos y a pesar de ignorarlo. Si hasta la curiosidad nos mata en un dicho, entendés, como un gato en una caja.
Si nadie sabe todos creen. Si todos creen, está loco alguien que sabe, a menos que te meta un tiro entre las cejas. Y es inaceptable. Pero pensar, pensar piensan pocos. Muchos sin pensar en esto viven y mueren sin que haga cosquillas. Mueren, entendés, pasan, puf, se terminó.
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