Caminé por las calles solapadas
el infinito de muros cuadriculados
aquel cuadernillo de matemáticas
que me negaba a llenar de niña
aquel juego a la chapa
salta y acierta
con mis dos piernas lánguidas
de paludismo eterno.
Me colgué de mi mochila para que
me diera su mano de tela temblorosa
a la salida.
La puerta del museo susurraba: tranquila
niña, todo pasa. Nada te turbe.
Pero la sombra de la santa me acosaba
como torrencial de lamentos.
Ninguno de mis ángeles eran míos
Se vendieron al merolico de la esquina
que se acercó a salvarme cuando tu voz
taladraba.
Ya no puedo más.
Ya callo.
El silencio que sea mi verdugo
mi escolta
mi morada
Ya no escribo
No soy yo
ni soy ninguna
Vomito aire
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