El amor es antojadizo y juguetón,
tierno y también fiero,
cuando se atrinchera en el corazón
no hay conjuro que lo desaliente;
se marcha cuando quiere,
y cuando menos lo esperamos
pero cuando decide quedarse es para siempre
hasta que la muerte lo afirme más.
Como todos los días, desde hacía un año y a la luz del alba, Doña Celia salió a lavar ropa en el caño común del callejón donde vivía.
—Mujer, es muy temprano, ven a la cama—le dijo Don Fidel, desde su catre desvencijado.
— No hay cola, está vacío— le contestó Celia y el chasquido de la puerta de madera vieja pareció blindarla.
Una vez frente al caño, sin importarle enjuagarlo de los restos de comida de la noche anterior, tiró la ropa dentro, abrió y dejó correr el agua, presurosa a su mayor preocupación: acomodarse los senos, bajar el escote y contornear las caderas hasta colocarse en la posición que sus, aún frescas ganas, le indicaban, mientras su calzón, seco de toda una noche sin pasión, empezaba lentamente a humedecerse.
Se abre la puerta del ventidos y sale Boby moviendo la cola. A los pocos segundos hace su aparición Toño con su uniforme de colegial, camisa tatuada de recuerdos de promoción y su bolsa de tela para el pan. Toño, el Toñito, el Toño, clava los ojos en los de Doña Celia mientras su sexo se acalambra suavemente:
—Hola madrina
—Hola Toñito
—No debería mojarse tan temprano — Ella se sonroja y baja la mirada:
—Hay que hacerlo pues Toñito para no perder la costumbre.
Toño, el hijo de los compadres, el ahijado que hacía un año era un enclenque, estaba frente a ella. Moreno, de huesos largos, ojos color café y una piel con olor a caña brava; picante y dulzona cuando más próximo estaba.
De pronto, un mandato matinal los sacó de su embeleso:
—Toño, no olvides dos soles de mantequilla.
En ese momento el delantal de cintura de Doña Celia cayó, él se apuró a levantarlo y ubicándose detrás de ella se lo vuelve a colocar. Ella no atinó a nada, en ese momento pensó que cualquier cosa podría suceder y no habría compadrazgo en el mundo que lo evitara.
— ¿Se siente mal madrina?
—No Toñito, estoy bien, mejor que nunca.
Cómo no iba a estar bien si el ahijado había crecido avivando sus apetencias de mujer, gracias a él le volvieron las ganas de cepillarse los dientes, de remendarse la ropa, de vender marcianos para arreglarse el cabello. Toño le había devuelto la vida.
Tiempo atrás era una mujer envejecida para su edad, arrastraba chancletas y había olvidado la mirada ardiente de un hombre. Celia nunca pudo tener hijos, así que se conformó con criar a dos del primer matrimonio de su marido, contemporáneos con Toño. Don Fidel hacía ya mucho tiempo que solo recordaba que tenía mujer cuando su cuerpo le pedía sexo, entonces ella cerraba los ojos, enmudecía y rogaba que la humillación pasara pronto, y claro, pasaba prontísimo.
Cuando Toño, después de saludarla, corrió en busca del pan, ella calculó 10 minutos, tiempo casi preciso que tardaba para volver otra vez a su lado:
— ¿Le ayudo en algo Doña Celia?
— No Toñito, ya hiciste bastante, ve a tomar tu desayuno para que vayas a tus clases.
— Todavía tengo tiempo, le ayudo a colgar los trapos, por favor madrina. Ella accedió, aunque fuera ropa mal lavada y casi sin enjuagar.
Diciembre ya se había asomado al calendario. Toño estaba terminando secundaria y en enero empezaría a trabajar en el muelle de Chorrillos con el tío Juvenal.. Más adelante, cuando hubiese algo de dinero, estudiaría por las noches, para ser mecánico.
Y sucedió.
No fue una mañana, ni Doña Celia se había preparado para nada, ni Toño lo había pensado. Fue un 14 de diciembre, Toño volvía de su fiesta de promoción, había bebido algunos vasos de guinda colegiala. El callejón estaba oscuro y Doña Celia que había estado durmiendo salió a orinar, con los cabellos revueltos, el aliento a cebolla y a atún, última cena de la noche; los senos estaban descuidadamente colocados en el lugar que se ubican llegados los 40 si no hay sostén que los sostenga. Estaba acomodándose el calzón, cuando la puerta del baño se abrió. Era Toño.
Desde la casa de Don Pachín, el vecino de quien lo único que se sabía es que vivía solo y que escuchaba boleros, valses y radio La Crónica, el cubano Bola de Nieve con su voz hechicera entonaba Alma mía: “Si yo tuviera un alma como la mía cuántas cosas secretas le contaría…” haciendo de banda sonora para aquel inolvidable encuentro.
Doña Celia lo miró, cual jovencita asustada, se levantó el calzón y su Toño se volvió más hermoso que nunca, ya sin borrachera y con los ojos calientes como el ponche que le preparaba su madre, con leche, canela y un toque de ron para la gripe.
—Celia— Así la llamó Toño por primera vez.
—Toñito— dijo ella pensando en el cepillo de dientes, en sus senos caídos, en su ropa, en su cabello, menos en su marido, en sus hijos, ni en los compadres, ni vecinos y ni por asomo en el futuro.
Él, la tomó entre sus brazos, le cogió el rostro y sin dejar de contemplarla, la besó. En ese beso todos los sabores y temblores del mundo se unieron. Beso tierno, pausado, tembloroso, – lava – incendio – pacto. Sin mayores preámbulos sucumbieron, sin ruegos, ni rechazos, sin temores ni vergüenza, cerca al caño de todas las mañanas y arropados por el manto de la noche.
Lo que haya de venir bienvenido sea que se haga el diluvio y se aticen los fuegos.
Cada uno fue directamente a su cama, a peinar los sueños, a acariciarse las ansias. Toño, acompañado de su hermano y Celia del hombre que ya no amaba más. Amaneció y por primera vez en el viejo callejón se escuchó el canto de los pajaritos, el olor a pan caliente inundó las casas¸ los vecinos lucían otras sonrisas, sus trajes ya no eran tan feos y hasta parecía que del musgo verde de la humedad del caño empezaban a brotar flores.
Un día, antes que amanezca, a tiempo para que la vecindad no estalle de asombro, los amantes concretaron un plan gestado frente a un chorro de agua cómplice y todo.
Celia, antes de atravesar por última vez la puerta de su casa se quedó mirando por un momento a los hijos de Don Fidel, a quienes nunca los quiso como suyos. Una carta sobre la mesa explicaría su ausencia y la dura verdad: Perdóname, me voy, te abandono, me voy con el Toñito, nuestro ahijado, para vivir lo que dure y si es mejor lo que me resta de vida. Adiós Fidel, si alguna vez me amaste, gracias. Me voy como llegué a tu vida, no me llevo nada.
Y así fue.
El Toñito guardó en su mochila su camisa de colegio garabateada por sus compañeros de promoción, cuatro polos, dos pantalones, su cepillo de dientes, algunas fotos y La Romana, de Moravia, heredado de un tío lejano y loco. Sin miedo, ni remordimiento dejó un sobre con una carta para su madre en la que le decía: “me voy madre para amar libremente a la mujer que elegí para mi vida: la comadre Celia. Acarició a Boby y salió para encontrarse con su amada, que ya esperaba junto al caño, como siempre, hermosa cual flor abierta en el claro de luna.
Cuando los sobres fueron encontrados y abiertos, no pasó mucho tiempo para que toda la vecindad se enterara de lo sucedido: “Ese Toño que mal paga a su madre y a su padrino”, “par de sinvergüenzas los dos”, “mal terminará ese par” y un largo etcétera, pero también hubo silencios cómplices, siempre los hay.
El caño, testigo de este amor tuvo que escuchar durante mucho tiempo los afanes de la gente por saber cómo y cuándo sucedieron las cosas. Nadie supo a dónde fueron, tampoco nadie se dio la molestia de buscarlos y cuando el tiempo inexorable fue dando paso al recuerdo se convirtieron en leyenda.
Cuarenta años después, doña Celia yace tendida en una cama humilde, limpia y bonita, de una casita en una quinta sin caño para todos, esperando que su único amor tardío le ponga el mejor traje para partir. Él llora silencioso y mientras la acicala y viste le renueva su amor eterno y la contempla con el mismo amor del primer beso. Recuerda el viaje a Canta, el olor a limas jugosas, a las flores y a la ruda del jarrón que nunca faltó a la mesa, el vino de los domingos, el miedo y el triunfo de haberlo vencido, pero, sobre todo, el caño que los unió, el caño de callejón, el caño desde donde brotó el amor.
Lo que pasó después pocos lo saben…
FIN
MQN
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