En el siglo XXIV, la fragata estelar “Horizon” surca las profundidades del espacio, una silueta metálica en la inmensidad estrellada. Su misión era investigar anomalías genéticas y biológicas, pero en los pasillos de la nave, otro tipo de anomalía se propagaba: los rumores. La tripulación murmuraba sobre un sistema planetario oculto, un enclave donde una civilización antigua y olvidada había alcanzado un dominio genético impensable. Algunos decían que los habitantes de ese mundo podían alterar su biología a voluntad; otros, que habían sido esclavizados por los vestigios de una raza extinta. Nadie lo sabía con certeza, pero la capitana Ana Solena entendía bien el peso de tales historias. Al llegar al sistema Helion, la Horizon recibió una señal de auxilio fragmentada. La comunicación estaba cargada de temor y urgencia, pero lo que más inquietaba a la tripulación era lo que no se decía: los silencios, las pausas entre las palabras. Como si alguien estuviera escuchando.
—“No confíen en los Supremos. No confíen en Malek Dorn” —advirtió la voz de la transmisión antes de cortarse abruptamente.
Los Supremos eran la casta dominante de los elenios, una sociedad dividida por habilidades genéticas impuestas siglos atrás por los Primigenios. Según las bases de datos de la Unión, los Supremos habían mantenido su estricto control, relegando a las castas inferiores a una existencia de servidumbre de por vida.
—“Son como dioses entre mortales” —murmura de manera sarcástica un técnico de comunicaciones mientras analizaba la señal.
Los susurros se intensificaron cuando la Horizon estableció contacto con la capital elenia. Recibieron a la tripulación con una hospitalidad medida, cínica, como si ocultaran sus aires de superioridad con cada cortesía. Sus líderes insistían en que la crisis era un asunto interno y que no necesitaban intervención. Pero en los rincones de la ciudad, lejos de los salones oficiales donde los oficiales de la Horizon estaban reunidos con los líderes, otros murmullos tomaban fuerza. La resistencia hablaba de Malek Dorn, un elenio renegado que afirmaba poseer el poder para derrumbar el sistema de castas reinante. Algunos lo llamaban salvador; otros, tirano subversivo. Se decía que había descubierto la tecnología de los Primigenios, artefactos capaces de reescribir el código genético de los Elenios. La doctora Elyse Korran, experta en bioingeniería, analizaba las bases de datos elenios y halló registros inquietantes. No era la biología lo que había dividido a los elenios, sino un código incrustado en su genética, una restricción impuesta artificialmente. Los archivos revelaban una llave, un individuo que podría deshacer la manipulación ancestral.
—“¿Podría ser Tarek Varen?” —se preguntó Elyse en voz baja, observando al oficial científico de la Horizon.
Tarek, un híbrido humano-elenio, había mantenido su pasado en secreto. Creció en la Unión, alejado de Helion, pero en sus pesadillas escuchaba las voces de los Silenciados, la casta más baja de los Elenios, aquellos que no podían hablar en presencia de los Supremos sin permiso. Ahora, ante las revelaciones de Elyse, entendía su verdadero papel. Si Malek Dorn se hacía con él, el futuro de los Elenios cambiaría para siempre. La habladuría sobre un arma secreta comenzaron a circular en la Horizon. Se decía que Malek Dorn poseía un dispositivo de los Primigenios, capaz de eliminar a los Elenios que no cumplieran con su criterio de perfección genética. Nadie sabía si era cierto, pero el miedo se extendió entre la tripulación y los diplomáticos de la Unión que estaban junto a los oficiales en el planeta.
—“Si Malek Dorn tiene ese poder, esta guerra civil podría convertirse más bien en un genocidio” —susurró la consejera Kara Nyro a la capitana Solena.
De repente, el enfrentamiento se desencadenó cuando Malek se presentó junto con los disidentes y activó el dispositivo. La Horizon debía actuar rápido. Tarek ató cabos y, al darse cuenta de lo que iba a pasar, decidió infiltrarse en el salón, arriesgando su propia vida. En un enfrentamiento tanto físico como ideológico, Malek en un momento le ofrece unirse a su causa.
—“Juntos, podríamos crear una raza perfecta” —le dice Malek, con una voz que resonó como un eco de antiguas promesas de supremacía de muchas grandes civilizaciones del pasado.
Pero Tarek sabía que la perfección era un espejismo. Con ayuda de Elyse y Ana, desactivó el dispositivo. Para neutralizar la amenaza, Tarek, al ser influenciado por el dispositivo, se debilita físicamente, pero en un momento, emerge más fuerte en espíritu. Posteriormente, la Horizon se prepara para dejar la órbita de Helion; las facciones elenias acordaron desmantelar el sistema de castas como un primer paso para asentar las bases de una paz duradera. Sin embargo, los rumores persistieron. Algunos decían que Malek Dorn había muerto tras el enfrentamiento por influencia del dispositivo, otros que había escapado a las sombras del cosmos, esperando su momento para su regreso.
Y en los pasillos de la Horizon, los murmullos nunca cesaron. Porque en la vastedad del universo, los rumores eran a menudo más poderosos que la verdad y más dañinos que cualquier arma de destrucción masiva.
Los días posteriores al incidente en Helion fueron un torbellino de incertidumbre y reconstrucción. Las negociaciones entre las facciones avanzaban lentamente, con los Supremos reacios a ceder su control absoluto y los disidentes exigiendo el fin inmediato de la opresión. Tarek Varen, aunque agotado por la experiencia, se convirtió en una pieza clave en el proceso de transición. Su propia existencia como híbrido era la prueba viviente de que la genética no debía ser un límite impuesto por antiguas doctrinas. A bordo de la Horizon, la tripulación procesaba los eventos recientes. Elyse Korran pasó días enteros revisando los datos que había obtenido en Helion, tratando de descifrar más sobre la tecnología de los primigenios. Se descubrieron fragmentos de información inquietantes: el dispositivo de Malek Dorn no solo podía modificar la genética de un individuo, sino que también tenía la capacidad de despertar memorias latentes en su ADN. La pregunta era: ¿qué más podrían haber escondido los primigenios en la sangre de los elenios?. La capitana Ana Solena sabía que no podían quedarse en Helion para siempre. La Horizon era una nave de exploración y análisis, no un ejército de ocupación. Con el sistema de castas fracturado, Helion estaba al borde de una guerra civil o de un renacimiento. Todo dependía de cómo las facciones manejaran el vacío de poder.
—“¿Qué cree que pasará ahora?” —preguntó Tarek a la capitana mientras observaban el planeta desde el puente de mando.
Ana suspiró.
—Los rumores seguirán tejiendo su propio destino. Algunos dirán que fuimos los salvadores, otros que fuimos los responsables del caos. Pero al final, son los elenios quienes deben decidir qué hacer con su futuro.
La conversación fue interrumpida por una alerta en el sistema de comunicaciones. Era un mensaje encriptado, sin origen rastreable. Elyse lo descifró con cautela, y una voz familiar emergió de los altavoces.
—“Esto no ha terminado. No importa cuánto intenten borrar el legado de los primigenios. La verdadera evolución no puede ser detenida. Nos volveremos a encontrar”.
El mensaje se cortó abruptamente. Un escalofrío recorrió la sala.
—“Malek Dorn sigue vivo” —susurró Kara Nyro, la consejera.
Los murmullos se extendieron una vez más por los pasillos de la Horizon, pero esta vez, no solo hablaban de Helion o de Malek Dorn. Hablaban de otros mundos, de civilizaciones perdidas y secretos enterrados en el código genético de especies olvidadas. Hablaban de los primigenios.
Ana Solena se volvió hacia su tripulación, con la mirada fija en la inmensidad del espacio.
—“Es hora de seguir adelante. Establezcan nuestro próximo rumbo. El trabajo apenas comienza”.
Mientras la fragata Horizon
se alejaba del planeta Helion, los rumores viajaban con ella. Porque en el siglo XXIV, entre las estrellas y las sombras del cosmos, los susurros siempre precedían a una verdad.
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