En el auto, en la ruta, en el medio de la nada. Manejaba a 150 kilómetros por hora, mi mente no sabía distinguir la velocidad, solo sabía que estaba andando, ¿Qué podría haber hecho? Solo encendí un cigarrillo dejando que el humo entrara a mi cuerpo, estaba intentando distraer mis pensamientos con el humo. Estaba totalmente incomodo, mi saco negro estaba pegajoso, totalmente empapado de sangre, mi cara estaba manchada con sangre seca imitando la figura de dos manos tocando mis cachetes, haciendo que fuera incomodo gesticular, eran las manos de la persona que yacía dormida al lado mío. Aspire más humo de mi cigarrillo, lo que uno hacía por amor.
Era un detective perfecto, sin una mancha en el expediente, hasta que llegó él, un caso por resolver de los cientos acumulados en mi escritorio, pero algo era distinto; no supe definir exactamente que era, tenía una chispa que me obligó a seguirlo, un arte grotesco que me llamaba, o quizás solo era la dificultad de seguirle el paso. Tal vez siempre supe que estaba destinado para mí, era el único que veía arte en su matanza. Tapé cada uno de sus rastros con tal de tenerlo para mí, acorralado, que solo me mirara a mí.
Al final del día, solo éramos dos locos, uno por amor, el otro un simple psicópata, pero lo iba a convertir en un loco por amor, solo por y para mí. Sé lo que estarán pensando, solo me utilizó, y tal vez fue así, pero cada caricia, abrazo, beso, contacto, se sintió lo suficiente real que me aferré a esa idea de “amor”.
Ese amor fue escalando, de pronto ya no solo ocultaba evidencias, lo ocultaba a él, a sus planes, y a lo que terminó haciéndome hacer. Uno es capaz de hacer cualquier cosa por amor ¿verdad? Cuando me ofreció esa arma y me hizo elegir entre él o mi cómoda vida, supe que el amor era más poderoso que cualquier pensamiento cuerdo.
Empecé ayudándolo con su arte para terminar defendiéndolo de mis propios compañeros, ya no recuerdo sus caras antes de morir, eso fue tapado por el beso sangriento que le siguió, manchando mis mejillas y afianzando la idea de que yo era como él.
Por supuesto, tomé el auto de mis compañeros muertos para irnos y la caja de cigarrillos de quien había sido de mi colega, él ya no la necesitaría. Y así, es como nos dirigimos al fin del mundo, tal vez encontremos una vida juntos, tal vez nos matemos en el proceso, por ahora, seguiré fumando mi cigarrillo y manejando el auto. Hasta que la muerte nos separe.
OPINIONES Y COMENTARIOS