Enya. Capítulo 4. La llave

Enya. Capítulo 4. La llave

El sol había descendido ocultándose tras los edificios hacía rato. Tras la ventana circular de la habitación de Enya, podía verse cómo la ciudad iba reduciendo su ritmo a medida que anochecía y el cielo iba adquiriendo un tono plomizo.

En su mesa de trabajo, había esparcidas herramientas que Enya tenía de sus años de formación en ciencias y biotecnología y algunos utensilios que había ido adquiriendo en establecimientos del Núcleo Alternativo 3 como sus gafas de transcripción de datos. Funcionaban igual que las lentes de contacto que usaba en el laboratorio, pero, aunque eran más básicas, estas no filtraban datos directamente a la UEG ni a Eclipta y permitían a Enya trabajar con total seguridad y tranquilidad.

Del fragmento, sabía que reaccionaba con ella pero no cómo.

Había estado haciendo pruebas durante horas sobre aquel trozo de metal sin obtener resultados concluyentes.

No podía volver a conectarlo al sistema de su casa. Aquella vez, el sistema se reinició sin emitir ninguna alerta, pero no podía permitirse otra casualidad afortunada.

Con las ideas agotadas, masajeó sus cejas en un intento de evitar el colapso mental.

—Necesito un té —dijo finalmente mientras se levantaba de la silla y se dirigía a la cocina.

Al volver, con la taza aún humeante entre sus manos, varios golpes sonaron tímidamente en la puerta de la entrada.

—¿Enya? —la voz inconfundible de Isel la llamaba desde el otro lado.
—Eny, ¿estás ahí? Soy yo, abre. Me tienes preocupada.

Enya no dijo nada. Se apresuró a dejar la taza en la mesa de la sala de estar y cerró la compuerta de su habitación. Una vez sellada, la pared quedaba totalmente lisa e indistinguible. Nadie diría que ahí detrás había una estancia. Era cierto que Isel conocía su casa, ya había estado allí muchas veces, pero no tenía porque echar de menos entrar en su habitación.

—Enya, por favor, sé que estás ahí y no pienso irme hasta que me abras —insistía Isel.

Finalmente, Enya tecleó una serie de dígitos en la pantalla de la entrada y la puerta se desbloqueó.

Abrió tímidamente y asomó la cabeza.

—¿Qué hacías? ¿Por qué no me abrías? —preguntó molesta mientras hacía el amago de pasar con una cajita bajo el brazo.

—Es que … — dijo Enya sin moverse del umbral. —no me encuentro muy bien últimamente…

—Enya, llevas dos días sin aparecer por el laboratorio sin dar ninguna explicación. No sé nada de ti; te he llamado varias veces antes de venir y no estabas en la red, te he dejado mensajes y ni siquiera te llegaban. Tienes la casa completamente desconectada. ¿Qué está pasando?

Enya resopló. Isel no se iría de allí sin llevarse respuestas.

Apretó los labios y finalmente abrió por completo la puerta dejando entrar a su amiga.

Cerró suavemente tras de sí y cogió de nuevo su taza de té aún templado.

—¿Qué pasa? —Volvió a preguntar Isel, pero esta vez su pregunta no sonaba a enfado, más bien la formuló con un tono de preocupación mientras tomaba asiento con total confianza.

Enya miraba la taza, respondiendo mentalmente con la verdad.

—Ya te lo he dicho, no me encuentro muy bien… —volvió a mentir.

Isel la observaba desde el sillón de la sala de estar, siendo consciente de que su amiga y compañera le estaba ocultando algo.

—Eso, hubiera colado si me hubieras abierto la puerta la primera vez que llamé, si no tuvieras la casa entera inhabilitada y desconectada de la red y si hubieras avisado en Eclipta de tu ausencia. Pero, no me tomes por estúpida Enya. Soy tu compañera y tu amiga y te conozco bien. Si no quieres contármelo vale, pero no me mientas.

Enya recibía las palabras de Isel como bofetadas. Ella no era así. Nunca le había mentido en nada. O al menos no de esa forma.

Isel y ella eran amigas desde que se conocieron en el área de microbiología en su etapa de estudios. Habían compartido muchos momentos tanto personales como laborales y juntas habían construido una amistad que solo ellas entendían. No se pasaban el día de charla, ni compartían secretos inconfesables. No lo necesitaban.

Tenían una amistad sana. De las que sabes que están. Que no exige explicaciones ni presencia constante. Donde ninguna juzgaba a la otra y bastaba con una mirada para entender lo que la otra callaba. Era una conexión silenciosa, sólida y real. Por eso dolía más mentirle.

—Isel, no he sido sincera del todo contigo —comenzó confesando Enya de forma cautelosa.

—¿No me digas? —replicó Isel con sarcasmo.

Enya se sentó a su lado. Dejó la taza de té sobre la mesa y miró a su amiga con seriedad.

Suspiró.

Isel la miraba impaciente.

Sus ojos se desviaron a Niva, que observaba desde su pequeño nido elevado, quieta, como si también supiera que algo importante estaba a punto de revelarse.

Finalmente, después de sopesarlo unos instantes, comenzó a hablar:

—Creo que he descubierto algo importante.

Isel no respondió. Solo la miró, expectante, con esa mezcla de temor y curiosidad que precede a las verdades grandes.

—El fragmento del otro día — continuó Enya—. ¿Lo recuerdas?

—Sí, me dijiste que no habías encontrado nada y que posiblemente era una aleación muy den —

—Nada de eso — se apresuró a interrumpir Enya. No quería volver a escuchar su propia mentira—. En realidad… descubrí que se trataba de un material que no está clasificado.

—Eso es imposible.

—Ya. Pues no lo es. —Su voz se quebró un instante, pero la recuperó de inmediato—. Es cierto que se trata de una aleación, pero no sé de qué.

—¿Lo analizaste en Eclipta?

—No — Hizo una pausa—. Ese día… cuando dije que lo llevaría a la sala 3… lo escondí entre mis cosas y me lo llevé.

—¿Lo has robado?

—¡No!… Bueno… no lo sé… tal vez…

—Enya…

—Isel, escúchame —pidió, más seria que nunca—. El fragmento reaccionó aquí, en mi casa. Se conectó al servidor como si hubiera desbloqueado un sistema antiguo que no pertenece a ninguno que yo haya visto nunca. Y créeme, he visto muchos…

Isel la miraba con un ápice de desconfianza. Pero siguió sin pronunciar ninguna palabra.

Con el ceño fruncido, continuaba mirando a Enya mientras le relataba una historia que parecía sacada de una película de ciencia ficción.

—¿Por qué no volviste con el fragmento a Eclipta? —preguntó finalmente Isel con algo de reproche.

Enya no contestó enseguida.

Tomó su taza de té, dio un sorbo y meditó su respuesta.

—No lo sé — dijo sin más—. Tuve un presentimiento con esto y busqué respuestas cerca de la excavación del norte. Hablé con Royh la misma mañana en que me llevé el fragmento y me dijo que no habían encontrado nada parecido, así que decidí investigar por mi cuenta…

Tuve una intuición. No sé cómo llamar a eso, pero, me acerqué a la zona del límite del velo.

Hubo un silencio expectante.

—Me permitió atravesarlo Isel. El fragmento es una llave —dijo finalmente.

El rostro de su amiga palideció.

Se levantó suavemente del sofá y tragó saliva con dificultad.

Miraba a Enya con una mezcla de miedo y desconcierto, como si de pronto no la reconociera.

—Isel, por favor —dijo Enya agarrándole las manos—. Mírame.

Los ojos de Enya buscaban con desesperación a los de su amiga. Isel le sostuvo la mirada unos segundos y, finalmente, volvió a sentarse junto a ella.

—Esto es muy serio —susurró Enya, pero Isel ya no escuchaba esa frase.

—¿Has atravesado el velo…? —pudo preguntar por fin Isel ignorando lo anterior.

Enya asintió con suavidad. Aún con las manos de su compañera entre las suyas —parecía que temía que aquella confesión pudiera hacerla huir—, prosiguió:

—El mundo está vivo ahí fuera —dijo suavemente Enya con fascinación —. No hay devastación. El bosque continúa creciendo más allá de una forma extraña, con árboles y vegetación que nunca antes había visto…

Isel, Nos han mentido.

Y ahora, necesito saber el porqué.

Isel la miraba atónita y sin saber qué decir. Enya le había confesado algo que para cualquiera sería impensable. Atravesar el velo suponía no sólo desafiar al orden impuesto por la UEG, sino, a la misma suerte. Podría haber muerto ahí fuera, no haber sido capaz de volver, contagiarse de algún microorganismo desconocido o de radiación…

—¡¿Estas loca?! —estalló Isel de repente mientras se ponía de pie de un salto—. ¡Enya, podrías haber muerto! ¿Lo sabe alguien mas? Deberíamos hacerte un estudio por si has contraído algo…

—Isel, cálmate. Mírame, estoy bien.

—Pero… —enmudeció al aceptar que a pesar de que su amiga había cruzado un limite supuestamente peligroso donde no era posible la vida mas allá, estaba sentada a su lado contándole todo como si nada.

Andaba de allá para acá por la estancia con una información que no sabía si debía haber recibido.

Pero, si aquello era cierto, Isel necesitaba también saber más.

—¿Un bosque dices? —dijo por fin mientras volvía al lado de Enya.

Enya sonrió al ver esa curiosidad tímida que asomaba en su amiga y que empezaba a sustituir al pánico.

—Ven.

Enya se levantó y se dirigió a la pared que ocultaba su habitación. Tocó un pulsador que no se apreciaba a simple vista en el muro y la estancia de extendió tras él.

Niva se desplazó hacia la habitación de Enya y se posó sobre la mesa, parecía no querer perderse nada de lo que sucedía.

Con todo el trabajo expandido sobre la superficie, Enya le explicaba a Isel todas las pruebas que había estado haciendo sobre el fragmento.

Le contó todo, lo que vio cuando atravesó el velo pero, decidió obviar la parte del recuerdo de Zairen y su encuentro fugaz con él. Eso lo sentía demasiado íntimo y no lo encontraba del todo relevante. Al menos de momento.

—¿Has hecho escáner espectral de composición? —preguntó Isel sin apartar la vista del fragmento.

—Sí. Y los datos son irrelevantes — respondió Enya con tono de derrota —. También he probado con varios análisis de Bio frecuencia y ha sido con lo único que he sacado algo concluyente y es que reacciona conmigo…

Isel observaba detenidamente aquel trozo de metal. Meditó durante unos segundos sin dejar de mirarlo, como si quisiera leerle la mente.

—¿Puedo? —preguntó a Enya dirigiendo su mano hacia la pequeña pieza.

—Claro.

Enya la miraba con algo de recelo, como si estuvieran invadiendo una parte de ella que en el fondo no quería compartir con nadie.

Isel pasó la mano por encima del fragmento y no ocurrió nada.

—Haz lo mismo.

—Enya obedeció sin pensarlo y cuando deslizó la mano por encima del metal, un leve pulso alteró la línea recta que se proyectaba junto con otros datos en la mesa.

Las dos se miraron sintiéndose cómplices.

—¿Has probado con una tomografía de geometría interna? —preguntó Isel casi en un susurro. Parecía temerosa de asustar a lo que fuera aquello y que se perdiera esa señal que ella misma acababa de ver.

—No. No tengo el escáner adecuado para poder hacerlo…

Isel dudó un momento.

—Habrá que volver a Eclipta.

—No, Isel… no voy a arriesgarme a llevarlo allí.

Las dos se quedaron en silencio un momento.

Isel, reparó en las gafas arcaicas de transcripción de datos que Enya tenía encima de la mesa.

—Eny, tengo una idea.

Enya la miró con ansias de saber qué se le había ocurrido a su amiga.

—Pedí unas lentes nuevas el día que te dejé la muestra en el laboratorio. Las mías me fallaban a veces y era un rollo para hacer el trabajo bien del todo así que ahora uso las nuevas, que por cierto, son una pasada.

—¡Isel!

—¡Vale! —dijo Isel retomando la explicación de su idea—. Las antiguas, aún funcionan.

—Pero están conectadas al sistema de Eclipta

Isel negó con la cabeza y con una sonrisa pícara dibujada en su boca.

—Las di de baja ayer. Siguen funcionando, un poco mal, pero para hacer ese escáner, servirán perfectamente.

—Y no enviarán datos de registro a Eclipta… —Enya dio un salto de euforia y abrazó a su amiga enérgicamente— ¡Eres maravillosa!

—Ya… si… pero, hay un problema…

La euforia de Enya despareció de un plumazo.

—¿Qué…?

—Las lentes siguen en Eclipta… y no tengo autorización para sacarlas.

Enya hizo un chasquido con la lengua, decepcionada.

—Esa prueba es arriesgada, pero nos permitirá ver el interior del fragmento sin dañarlo— pensó Enya en voz alta.

—Tendremos que improvisar en Eclipta.

—No, Isel, esto es cosa mía. Me encargo yo— dijo Enya rotunda.

—Ya, eso haberlo pensado antes de contarle todo esto a tu amiga la cotilla.

Ambas se miraron y se dedicaron una sonrisa cómplice.

—¿Un café? —dijo Isel mientras volvía a la sala de estar.

—El café de la RSI es malísimo… — dijo Enya con un gesto de asco en la cara —además, la tengo desconectada. Y el natural en el mercado, no lo hay últimamente… Es difícil de encontrar.

—Toma, hazme uno bien cargadito —le dijo Isel mientras le tendía la cajita con la que había llegado.

Enya abrió el paquete y dentro había una bonita lata llena de granos de café.

—¿De dónde lo has sacado?

—Lo tenía en casa. Me lo trajo mi madre de Velora y, como yo no suelo hacer mucho café… pues decidí traerte un poco porque sé que te gusta y pensé que estabas mal…

Con una sonrisa, Enya abrazo a su amiga y mientras tomaban un reconfortante café, diseñaron —como si fuera un juego inocente— el primer paso hacia el mayor secreto de su tiempo.

Decidieron acudir a Eclipta temprano. Isel se había quedado a dormir en casa de Enya y aunque, después de todo, ninguna de las dos pudo disfrutar de un sueño reparador, ambas se pusieron en marcha con más avidez que nunca.

Niva las esperaba también impaciente en la puerta. Parecía inquieta y deseosa de ver qué acontecía el día.

Enya guardó el fragmento en un bolsillo oculto de su pantalón, se colocó su brazalete y salió acompañada de Isel.

La calle estaba casi vacía, el sol aún no había subido lo suficiente como para iluminar del todo la ciudad.

Ambas anduvieron unos metros hasta que llegaron a situarse sobre un carril extraño.

Isel activó Zeek con un gesto sutil. El sistema, integrado en sus botas, se inició al detectar el carril conductor bajo sus pies. En cuanto la señal fue estable, su cuerpo se deslizó con suavidad por las calle como si flotara sobre patines invisibles.

Aquellos carriles —delgados, y trazados por toda la ciudad— generaban un campo magnético para ciertos dispositivos de transporte como el de Isel, que lo encontraba eficiente, rápido y discreto.

Enya la seguía a la misma altura sobre Nómada.

—Nos vemos allí —dijo Isel mientras aumentaba la velocidad y observaba cómo Enya se elevaba poco a poco.

Las puertas de Eclipta parecían la entrada a una prisión, donde vivían encerrados secretos y verdades que ahora sabían que eran reales.

La UEG, ese sistema de unidad y equilibrio que velaba por una sociedad ideal, no solo protegía a una población sumergida en una perfección impuesta, sino que también resguardaba una mentira minuciosamente construida. Tanto, que nadie —jamás— se hacía preguntas.

Pero ella… había atravesado mucho más que el velo. Había mirado donde quizás nadie lo había hecho en mucho tiempo —nadie que viviera dentro de él, claro—.

Y ahora, con la verdad escondida dentro de un fragmento, estaba dispuesta a llegar hasta el final.

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