En un rincón de ensueño y maravilla,
donde el tiempo se detiene y brilla,
existe un paraíso encantador,
el Edén, jardín del primer amor.

Sus ríos de cristal, susurros de plata,
corren por praderas de esmeralda innata,
flores que jamás conocieron ocaso,
viven eternas, sin signo de fracaso.

Bajo la sombra de árboles frondosos,
danza el viento con susurros amorosos,
la brisa lleva aromas celestiales,
fragancias puras de flores inmortales.

Los frutos cuelgan en ramas doradas,
manjares divinos de las hadas,
sabores que el hombre nunca probó,
en ese Edén, donde todo empezó.

En su centro, el árbol de la vida se alza,
con hojas que al alma dan la esperanza,
un símbolo de promesa y destino,
en el Edén, hogar divino.

Allí, ella y el se encontraron,
en un mundo puro, su amor desearon,
pero el Edén, con su belleza y paz,
guarda un secreto que el tiempo no deshace.

La serpiente, sutil y tentadora,
trajo consigo la manzana traidora,
y el Edén lloró, sus puertas cerraron,
cuando la inocencia y la pureza se quebraron.

Hoy el Edén vive en nuestro recuerdo,
un sueño eterno, sin un final certero,
espejo de lo que pudimos tener,
un paraíso que anhelamos volver a ver.

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