
Nieve sobre las montañas, escarcha en el césped, vapor en el cristal tras una ducha caliente. Agua en la botella, hielo en la nevera y una olla hirviendo. Todo es agua. Es lo mismo, pero en nuestra percepción sensorial no lo es. Antes de plantear cómo nos expresamos cabría preguntarse cómo experimentamos el mundo que nos rodea. ¿Es lineal? ¿Una experiencia unívoca? ¿Es acaso universal?
Ramón C. propone en su texto fundacional de Club de Escritura que al cambiar la forma varía también el significado pero es muy pretencioso suponer posible la creación de significados nuevos. Entendiendo por significado el concepto o representación mental, sí que hemos tenido que dar cabida a los avances tecnológicos y científicos pero la mayoría de los conceptos mentales que conforman nuestra experiencia humana siguen siendo los mismos a nivel planetario.
Sí, la invención de la imprenta trajo un nuevo medio con el que trasmitir ideas, pero esas ideas ya existían previamente.No era el mecanismo de la imprenta el que generaba esas ideas sino el engranaje por el que se difundían. Era un medio diferente, no un significado nuevo.

La escritura comenzó en la piedra y luego siguió en el papel, pero el impulso humano de narrar historias había surgido mucho antes en esa necesidad de dotar sentido al mundo que rodeaba a nuestros antepasados. La oralidad fue el instrumento que tenían a su disposición para crear un imaginario colectivo que les permitiría avanzar en la misma dirección al mismo tiempo que se protegían de los peligros que amenazaban su supervivencia.
Una historia es una historia. En eso sí estamos de acuerdo, pero no es lo mismo la que te cuentan en el dispensador de agua del trabajo que la de Interestelar con gafas de realidad virtual. No procesamos la información igual. A esto hay que sumarle las diferencias en la escolarización de una persona hace cincuenta años con una niña que ahora lleva a clase el libro de la asignatura en un dispositivo móvil. Aún así, la pregunta sigue siendo la misma: ¿cómo procesamos los seres humanos la información? ¿Es acaso de forma lineal como aprendimos a leer y a escribir en el colegio?¿Es nuestro cerebro capaz de poner un orden a todos esos fragmentos de información que recibe? Sin duda es capaz, porque si no hace tiempo que nuestra especie se hubiera extinguido.
Si hemos aprendido a leer de manera lineal, ¿es eficiente contar una historia de otro modo aunque los modernas herramientas de edición de texto lo permitan? ¿Qué quiero lograr cuando me comunico de manera lineal o escojo por otro lado una comunicación más basada en estímulos, como si de diferentes descargas eléctricas se tratara?
Quizás esta fragmentación tenga más sentido en cualquier otra expresión artística, una más visual y desligada del significado unívoco que en la mayoría de las veces un autor intenta transmitir. La transición que Ramón C. propone pasa por una necesaria alfabetización de los símbolos, sobre todo para incluir a todos los inmigrantes digitales que han tenido que aprender a marchas forzadas a navegar en este nuevo océano de oportunidades para expresarse, comunicar y conectar con otros.
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