Me encanta cuando me mira. Al principio ni me enteraba pero aprendí a darme cuenta. Tampoco es que disimule mucho. Me mira fijamente con sus ojos de melaza; pensativa, con cara de introspección profunda. Como si miles de porqués dieran a luz en su cabeza. Con el tiempo empecé a hacer lo mismo y hoy en día incluso me relaja. De vez en cuando nuestras miradas se entrecruzan intensamente, aunque ya nos conocemos demasiado como para que alguno de los dos se sonroje. En su lugar, una leve sonrisa se dibuja en mi cara. Pero ella sigue igual, impasible. Sin embargo en ocasiones su mirada es más rasgada y sus ojos parecen analizarme desde la desconfianza del que teme algo. Como si oliese que he estado con otra. Seguramente alguno de esos porqués tiene que ver con abandonarme. ¿Quién sabe? Reconozco que cada vez que lo hago me siento más culpable. Es verdad, y no sé cómo puedo seguir mirándola a los ojos. No lo sé…

Imagino que no le da importancia. Simplemente cierra los ojos y se acomoda. En ese momento empieza el apacible ronroneo que me dice que todo estará bien. Que me ha perdonado.

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