La fotografía

La fotografía

Yerson Cruz

04/08/2020

Contemplaba con llanto y dolor esa maldita fotografía. En el papel, la mujer que amó y él, Charles, hombre modesto y honesto, más que de moral, de sentimientos. Casi que recreaba ese 14 de abril de hace año y medio como si hubiera ocurrido la noche anterior, remembraba cada instante, cada detalle, cada carcajada producida por alguna superflua tontería. La memoria le había constituido desde el fin de la relación una barrera para entregar amor, también para recibirlo. También el gusto de admirar la beldad. Esa mujer reunía todas sus carencias, todos sus gustos, todos sus deseos, y esa era la razón para que no pudiera amar a otra mujer.

Amanda, hermosa dama de un poco más de dos décadas de edad, había llegado a la vida de Charles, ella brillaba más por sus palabras que por su cuerpo, su lenguaje revelaba una inteligencia en estado puro, una sapiencia envidiable, a decir verdad, en sus conversaciones, él siempre se sentía inferior ante sus comentarios tan bien estructurados y pensados. Aunque Amanda transformaba cualquier situación en un instante afable, nunca pudo exteriorizar hacia ella los sentimientos infinitos que la mujer de la fotografía alguna vez en el pasado despertó. Valdrá la pena añadir, que después de una noche de vinos y letras con Amanda, Charles arribó a su casa, deseando resolver ese asunto que la traviesa memoria le brindaba. Pensó en quemar todos los recuerdos visibles, todo aquello que le trajera una evocación. Pasaron cuatro largos días tratando de ejecutar ese pensamiento, tratando de desligar las reminiscencias agudas del corazón, pero cuando prendía el encendedor y se empezaba a desmoronar por los bordes aquella fotografía, el miedo a perder esos ojos y el arrebol de los labios de la mujer, le instigaba a soplar desesperadamente sobre la tenue llama. Lo que no quiso con la fotografía, si lo permitió en el cigarro que se devoró en aspiraciones profundas y voraces, de esas que colman a cabalidad los bronquios. Ya arrasado por el cansancio quiso reposar, arrojó la colilla y se arrellanó en el sofá. Cuando despertó, quiso atormentarse de nuevo con la imagen de papel rutilante, pero no pudo, la colilla del último cigarro de la noche anterior había trasvasado la fotografía a cenizas. Charles sollozó dejando caer las boronas entre sus dedos, anhelando que en el trayecto antes de tocar el suelo se reconstruyese la imagen que lo perturbó por tanto tiempo. Al borde de la pena y el temor, recobró sentido, y concluyó que la síntesis de todas sus penurias se había quemado horas antes y quedaban resumidas en el hollín que manchó su tapete persa.

Minutos antes de su muerte, Charles escribió: “Amanda de mi corazón, aquí dejo el sufrimiento que precedió mi amor…mi amor por ti, en esta carta, profesándote todo el respeto, te confieso, que todo lo que entregué por ti, fue la estela de un pretérito fracaso en el amor”. Con lágrimas selló el sobre y murió.

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