“EL VIVO EJEMPLO”

Cuando don Toño recibió un telegrama con la noticia de que su primogénita Eugenia había robado 4 mil pesos de la escuela en donde trabajaba como secretaria y que además lo aceptaba aunque con lágrimas en los ojos, de inmediato el archivo de su memoria le trajo una serie de recuerdos sobre la educación de sus cuatro hijos, que le obligó a preguntarse: “¿En qué fallé?”.

Ese momento provocó que vinieran a él otras vivencias parecidas, como aquella en que la misma Eugenia se presentó ante él acompañada del novio y de sus padres. La acusaban de haber robado la chequera del padre de su novio; falsificar la firma y cobrar documentos por más de 5 millones de aquellos pesos. Don Toño era viudo y trabajaba todo el día administrando un restaurante de un familiar, quien al presenciar esa escena le brindó su apoyo y pagó el dinero defraudado con la esperanza de cobrarlo algún día. Aún espera.

Otra de sus angustias la vivió con Fernanda, la segunda de sus hijas, quien trabajaba en una compañía arrendadora de autos y que un día le llamó telefónicamente desde una Agencia del Ministerio Público para informarle que estaba detenida junto con su novio sujetos a investigación por el robo de un cheque de la empresa que fue cobrado fraudulentamente por un monto de 30 millones de aquellos pesos. En tanto se le fincaban los cargos fueron puestos bajo arraigo domiciliario, del cual se fugaron aceptando su culpabilidad. De vez en cuando don Toño recibía llamadas de su hija quien le confirmaba que todo iba bien, aunque sabía que andaba como judío errante por todo el país.

Julia, la más pequeña de sus hijas, también tenía su historia. Seguramente la más bella de ellas: alta, irreprochablemente bien formada y de bellas facciones en su morena cara. Esa belleza no pasaba desapercibida para los hombres y al contratarse como recepcionista de un dentista, comprendió que sus atributos físicos le podrían redituar grandes ganancias. El doctor, un galán cincuentón, se prendió de ella y por complacerlo le dejó todas las riendas del despacho. A las pocas semanas, ella disponía de automóvil, teléfono celular y también algo del dinero que entraba por las consultas.

Todo parecía ir muy bien, hasta que uno de los hijos del dentista los sorprendió besándose en el privado. De inmediato le informó a su madre y ésta propició entrevistarse con los amantes para echarles en cara su ilegal relación y como ella era la dueña del consultorio, por respuesta, Paulina fue despedida.

Tras el despido vino la auditoría y con ella los faltantes y el exceso del gasto por celular, salieron a relucir. Julia huyó con su hermana Fernanda quien parecía haber encontrado la tranquilidad con otro hombre con el que había iniciado una relación formal de la cual había nacido su primer hijo.

Don Toño, que seguía apoltronado en su sillón preferido con el telegrama en las manos y la mirada perdida mirando al horizonte se seguía preguntando en que había fallado al educar a sus hijos. Sabía que ser padre y madre no era una tarea fácil y en eso estaba cuando entró al departamento su hijo Antonio.

De Antonio no tenía queja, siempre había sido su mano derecha y desde que dejó de administrar el restaurante de su primo, que por cierto llevó a la quiebra obligándolo a cerrar, don Toño, a quien ya le pesaban los años, se fue a vivir con Fernanda, quien tuvo que aceptarlo junto con Antonio y su esposa, al igual que lo había hecho ya con Julia.

A las pocas semanas que llegaron a ese lugar Antonio apoyado por su hermana Fernanda propició que los vecinos de la unidad habitacional en donde vivían lo nombraran administrador para vigilar el mantenimiento de los edificios, jardines y el pago de vigilancia y de los servicios.

Don Toño observó que su hijo traía un fajo de billetes en la mano derecha, y que tras saludarlo le guiñó el ojo, como si le pidiera autorización para algo, pero al no obtener respuesta su hijo lo dividió en dos partes y guardó cada una de ellas en sus respectivas bolsas de su pantalón, vino a su mente la respuesta a su insistente pregunta provocando con ella que una lágrima resbalara por su mejilla.

— ¿Qué te pasa papá? ¿No te acuerdas de tu frase: “la mitad para el negocio y la otra para mí”?– le preguntó su hijo.

Don Toño recordaba perfectamente esa frase. Desde el primer hasta el último día en que administró el restaurante de su primo, la repitió con cada cliente, hasta que el negocio quebró. Sus cuatro hijos siempre supieron de esa frase.

Fin.

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