Alas de águila frente al Sol.
Cruzamos juntos el cielo para llegar a un mundo sin tiempos.
Fuimos pioneros del aire, rompiendo barreras de sonidos en silencio.
Atravesamos el umbral del mundo ordinario al mundo extraordinario.
Llegamos al cielo para colgar sus alas de águila frente al Sol.
Era alrededor de 5:00 pm cuando nos aproximamos a la pista a buscar el avión. Un gigante de alas delta camuflado Mirage V, DV Bi-place siglas 5471 nos esperaba. Cuando nos acercábamos sentía la euforia de una alegría explosiva, todo giraba dentro de mi, como miles de astas de molinos de vientos dentro de mi.
El momento tan esperado de volar con mi padre había llegado. Caminábamos juntos hacia el avión, sentía que le estaba pisando los pies de un sueño, o quizás, era el sueño que me estaba abrazando como molinos de vientos.
Y le dije a mi papa:
-Papi, ¡abrázame para saber que todo esto es verdad.!
Cuando nuestras miradas se cruzaron sus ojos estaban poblados de brillo, veía el espejo de sus ojos en los míos. Ese rostro repleto de bondad y a la vez de orgullo de volar con su hija por primera vez. Nos abrazamos, y en aquel abrazo ya el viaje había comenzado.
-Mariu, ¡vamos por el sol, él nos esta esperando., vamos!
Entré a la cabina para hacer los últimos chequeos de seguridad junto al Coronel Rodríguez Espinoza, al finalizar los chequeos se seguridad y con un apretón fuerte en el hombro me dijo: “Suerte pichón de piloto. Suerte!”
Se cerró el canopy, sentía que estaba sentada dentro de una cabina de cristal con una enorme visibilidad. Adentro del avión, el espacio era mucho mas pequeño de lo que había imaginado. Tenía un bastón de mando entre mis piernas, un panel de instrumentos repletos de botones y relojes por todas partes. Unos arneses o cinturón de seguridad bien ajustado a la silla; y mi traje anti G o anti gravedad, cubría desde la cintura hasta los tobillos y iba conectado al avión para regular el flujo sanguíneo del cuerpo durante las maniobras.
Sabía que iba a estar expuesta a un vorágine de fuerzas y gravedades presionando todo mi cuerpo, y podían llegar hasta 7 gravedades, o sea 7 veces el peso de mi cuerpo. Mis 50 Kilos, equivalían a soportar 350 kilos sobre mi. Media tonelada en mi cuerpo.
Llevaba un casco blanco que se ajustaba bien a mi cabeza y bajo este, portaba la máscara de oxigeno sobre mi cara tan grande que cubría casi todo mi rostro.
Cuando estábamos en la cabecera de pista esperando el permiso de salida del despegue, cada segundo de espera se hacia eterno, tan eterno como los 20 años que tenía esperando para vivir este gran momento.
Transpiraba litros de sudor en segundos, no sabía si era por el calor de la cabina, o por las toneladas de emociones que cruzaban por mi mente.
-Permiso de despegue aprobado mi general: dijeron de la torre de control.
En ese momento comenzó la explosión del rugidos de mil de leones. Una ola de sonidos indescriptibles iban en aumento, como gritos de fuego aprisionado dentro del vientre del avión, pidiendo a gritos salir de las entrañas de la tierra.
El vibrante rugir del fuego de la turbina me abrazaba, como si estuviese vivo dentro de mi cuerpo. Era como una ola gigante que vibraba y me envolvía llegando hasta mis propios huesos, mis propias entrañas. El rugido crecía y crecía con una fuerza indescriptible. Este aullido de mil leones despertaba todos mis recuerdos de niñez, salían de mi memoria y se expresan en mi piel.
Sobre una turbina de fuego alzamos vuelo.
Comenzó el despegue y la fuerza bestial de la aceleración se hizo presente. Sentí un gigante golpe que me empujaba bruscamente y me dejaba inmóvil en la silla. Esa fuerza era implacable cuando se hace presente.
Mientras las gravedades iban en aumento en el ascenso, el traje anti-G, comenzaba a hacer presión sobre mi cuerpo, como si me estrangulaba cada vez más y más fuerte. Aplastada al respaldo de mi asiento, sentía que la piel de mi cara se deformaba violentamente en todas las direcciones: mis mejillas se caían, mis ojos exaltados giraban dentro de mis orbitas, mi cuerpo se hacia pesado en apenas segundos, tan pesado que no podía ni moverme.
La presión de la aceleración ya me tenía totalmente hundida en el asiento, como si mi cuerpo se hiciera cada vez mas pequeño y me estaba fundiendo en la silla. No me podía mover. La aceleración del ascenso se hacia interminable. Comenzaba la aventura y la lucha al mismo tiempo.
Una fuerte descarga de adrenalina se arremolinaba en todo mi cuerpo, tal cual un huracán que iba creciendo sin cesar, pero, dentro de este pequeño caos que sabía que apenas comenzaba, tenía una sola convicción: ¡sabía que estaba en el lugar donde siempre soné estar! ¡Estaba renaciendo dentro del vientre de un Mirage!.
Seguimos el ascenso y cuando llegamos sobre los 25 mil pies, oí la voz de mi papa que me decía: :
-¿Mariu, esta todo bien? Vamos a llegar a la velocidad supersónica y vamos romper la barrera del sonido. Vamos a superar a Mach 1.6
Volar a la velocidad supersónica era sobrepasar la barrera del sonido, era desafiar una frontera física omnipresente y superar los 343 metros por segundo, y sabía que iba a generar una onda de choque y con ella una explosión sónica detrás de nosotros.
Escalando Altura.
En la medida que ascendíamos hacia los 50 mil pies de altura; tenía la sensación que franqueábamos juntos la frontera de lo visible para llegar a lo invisible. Abandonábamos el mundo sensible de lo material, para adentrarnos al mundo inteligible de lo sagrado. Dos dimensiones recubiertas por el velo trasparente de una misma realidad.
De alguna manera sentía que la percepción sensorial de mi cuerpo cambiaba en la medida ganábamos altura, como si mis neuronas se comunicaban entre ellas con un lenguaje diferente, como si aquellas neuronas que están despiertas en la tierra, aquellas que te permiten ver, sentir y vivir todo tu mundo sensorial, se quedaran en silencio, para abrir paso a otra dimensión no sensorial.
Ascendíamos hacia a los 50 mil pies: algo inexplicable despertaba dentro de mi abriendo paso a la antesala a una comunicación no verbal. Mi cuerpo sentía diferente, respiraba diferente, Como si la velocidad distorsionara no sólo el tiempo, sino también, todo un mundo de información invisible que corre a través de cada segundo del reloj del universo.
Ascendíamos a 55 mil pies: Salíamos del dominio de la tierra para aventurarnos al imperio de horizontes sin barreras. Los espacios abiertos e infinitos de los cielos estaban frente a nosotros. Las nubes dormidas quedaban debajo del avión, como si ellas no tuviesen el derecho a entrar a la altura sagrada donde vive el sol. La plenitud se expandía dentro de mi, no había espacios vacíos en mi mente.
56mil pies. Pisando umbral del sueño a la realidad.
Volábamos juntos en dirección al gigante sol invencible, desde la distancia nos miraba en silencio, como dándonos el permiso de participar en la ceremonia de colores de los grandes dioses.
El cielo se vestía fiesta con su mejor gala para darnos la gran bienvenida. Era el primer vuelo padre e hija cruzando los limites de un sueño, pioneros de un cielo sin limites que se postraban ante nosotros. Hubo un silencio sin tiempos, la magia del sol viviente nos abrazaba.
Parados frente al umbral de la magia mi padre comenzó a hablar:
-Bienvenida al cielo de los pilotos de combate.
-Este cielo ha sido testigo mudo de los mejores momentos de vida.
Compartir contigo estos cielos Aragüenos es un gran privilegio para mi. Estos cielos que un día te vieron nacer, ahora son nuestro testigo de vuelo, solo que antes te cargaba entre mis brazos y ahora te llevo entre mis alas.
-Mira hacia el frente Mariu, a esta altura ya podemos ver la redondez de la tierra-. ¿Puedes ver los bordes? ¡Mira los colores como cambian, parecen que estuvieran vivos!. ¿Lo ves?
Yo no podía creer lo que estaba ante mis ojos, ver la redondez de la tierra era el mejor espectáculo viviente nunca imaginado, gigantescos espacios abiertos frente a nosotros. En estos espacios abiertos estaban repletos de silencios, como si fuese una ceremonia en el cielo.
-Mariu, mira hacia arriba, el cielo cambia de color, ya no es azul, es cada vez mas oscuro, casi negro. Estamos frente a las ventanas donde comienza a vislumbrarse el universo. Aquí el tiempo se mide diferente. Este es el refugio de todos pilotos de caza y hoy tengo el honor de compartirlo contigo.
-Nosotros los pilotos llevamos este cielo viviente desde que entramos en él por primera vez. Nacemos el primer día que alzamos vuelo solos, y el cielo nos bautiza para hacernos parte de él. El primer vuelo nunca se olvida.
-Aquí, en estos bastos horizontes, los pilotos encontramos siempre una maniobra nueva que aprender, un nuevo reto a desafiar. Encontramos respuestas a las preguntas nunca hechas. Aquí el piloto encuentra su verdadero hogar.
-El cielo nos va formando en cada vuelo, no es el mismo piloto el que despega que aquel que aterriza. Cada vuelo es diferente y nos hace diferentes. Todas las miles de horas que he acumulado en mis 30 años de vuelo, no hay una sola hora igual a otra. No hay salario que pague estos momentos.
-Aquí aprendemos a forjar nuestras alas temerarias apuntando al norte, siempre en la búsqueda de la excelencia. En cada vuelo confrontamos la aeronave y al hombre, también nuestras debilidades y con ellas nuestras fortalezas.
Hubo una larga pausa de silencio, esos silencios que caminan de puntillas sobre un tapiz de nostalgias.
-Treinta años volando como piloto de caza ha sido el mejor regalo de vida que Dios me ha regalado. Mi historia esta escrita en estos cielos, entre las estelas blancas que va escribiendo el avión.
Hubo una pausa de silencio y continuó.
-Los pilotos nos formamos toda la vida cumpliendo diferentes misiones de combate, pero…no existe ningún manual de vuelo donde te expliquen: qué hacer el día de tu ultimo vuelo, cómo renunciar a éste cielo y seguir viviendo sin él.
Después de ese momento, se pobló el cielo de silencios…el tiempo de un segundo corría diferente
Sentía como mi papa se estaba despidiendo de ése cielo que él tanto amó. Estaba dejando colgadas sus alas de águila frente al sol.
Era un combate de nostalgias encontradas cara a cara. Era el final de una carrera de honor, donde su gran pasión era su avión.
Veía desfilar en sus recuerdos cada vuelo sobre estos cielos, dentro de un radar de ecos y nostalgias.
Después de algunos minutos de silencios, lo interrumpió diciéndome:
-Vamos a comenzar las acrobacias, estas preparada?-
-¡Si, si vamos, respondí!.
Mi papá viró el avión violentamente a la derecha, y en cuestión de segundos, sentía que el avión había caído en pérdidas y veníamos en toneles cayendo a la deriva, como si nadie pudiese detener el avión en ese momento, como si hubiese perdido el control. El traje anti G volvía a estrangular mi abdomen y mis piernas, como anunciándome que comenzaba la fiesta de gravedades en mi cuerpo.
La caída era violenta e implacable. Todo giraba alrededor en 360 grados, como si estuviéramos dentro de los bordes de un huracán.
Veía la tierra aproximarse a nosotros a una velocidad vertiginosa. La brújula giraba y giraba en un panel de instrumentos que no dejaban de temblar. Sentía un ejercito de emociones que desfilaban por mis venas: euforia, alegría, pasión y terror. Sin embargo, dentro de este caos, nacía una sensación de plenitud total que cubría todos los espacios de mis sentidos.
Seguíamos descendiendo y mi papa comenzó a nivelar el avión y tuve la sensación que íbamos a aterrizar, nos aproximamos a la pista de aterrizaje, y cuando estábamos justo a la altura de los hangares, en ese preciso instante paso lo inexplicable: el avión dio dos giros de 360 grados en cuestión de segundos, dos toneles a tan baja altura que pensé que el ala delta chocaría contra la tierra no saldríamos vivos de la maniobra,
En ese instante, la adrenalina brotaba por mis ojos, por mis brazos y por todos mis poros. Yo era literalmente “un paquete de adrenalina viviente” entre toneles rasantes!!
La violencia y la fuerza extrema del tonel a tan baja altura era alucinante y estremecedor porque cada tonel iba acompañado de un golpe seco de todo el cuerpo por la aceleración feroz, ¡además veía que no tenía de donde agarrarme!, sentía que la fuerza me despegaba del asiento para salir volando a través del canopy.
Una vez terminado los dos toneles, me pregunto mi papa:
-Te gusto?
Le dije con mi voz estrangulada en mi garganta:
-Si, si, papi me gustó!!
Y me dijo: -vamos a dos toneles mas!-
Ganamos otra vez altura donde la aceleración del ascenso se me colaba hasta la médula, para volver a descender vertiginosamente y recomenzar los toneles.
La fuerza del avión era titánica, y la lucha dentro de él también, como si estuviésemos metido dentro de un gigante animal de acero que ruge bajo el fuego y que te hace parte de él. La pasión es imponente, se vive, se siente. Los segundos toneles llevaban unas fuerzas colosales, dentro de una avalancha de la furias de un Mirage retando la ley de la gravedad.
El bastón de mando que estaba entre mis piernas, veía como mi papa lo movía con fuerza y una precisión bestial. Tac Tac, un sonido seco salía en mili-segundos del golpe del movimiento derecho a izquierdo del basto de mando. Era la mano profesional y temeraria de mi padre, el Águila, que dominaba aquel animal de acero que rugía tan fuerte como podía.
Como un acto de honor a nuestro vuelo, y para mi total sorpresa, dos Mirage, piloteados por el General Roberto Gruber y el General Justo Saavedra se integraron en el vuelo para escoltarnos de lado a lado, como celebrando juntos nuestro vuelo final. Se cruzaban frente a nosotros entre toneles y piruetas, para unirnos los tres en las acrobacias finales.
Bailamos juntos entre laberintos de tiempos cruzados, desafiando las barreras del espacio, y, como un acto de magia, nos hacíamos invisibles y visibles a la vez. Vivíamos todas las escenas de maniobras acrobáticas posibles, donde veía como se cruzaban en segundos varios hilos infinitos de espacios, entrelazando las estelas del tiempo y tejiendo una alfombra de vientos que quedaban flotando en el cielo.
Los últimos minutos finales volamos juntos en formación, escoltada de ambos lados, hasta en momento del aterrizaje.
Ese día, el cielo me bautizaba como la “Dama del Aire por un Día” sobre las alas del caballero del aire que me dio la vida. El Águila.
Cuando aterrizamos bañados de cielo, ése cielo viviente que aun llevábamos dentro, descendimos del avión y yo corrí a abrazarlo con todas nuestras fuerzas con mi rostro cubierto de lágrimas. En ese abrazo, sentía que, no éramos las mismas personas las que despegamos de la tierra de las que aterrizamos de los cielos, porque nuestros corazones palpitaban al mismo ritmo del corazón del universo. En ese abrazo, mi padre me regaló la eternidad en un segundo, y también sus alas de Águila que había dejado colgadas frente al sol.
Ese 20 de Junio volvimos a llorar juntos, pero también eran otras lagrimas, eran lagrimas de alegría que se quedaron guindadas en los cielos Aragüenos que me vieron nacer, el mismo cielo que fue testigo de un vuelo sagrado y bendito por el brillo del sol.
Hoy, cuando contemplo el cielo, miro el pasado en el presente, porque el hilo del tiempo corre entre hilos de colores diferentes.
Hoy, en el cielo veo el espejo de sus alas que se quedaron volando alto, pero que nunca me ha abandonado, porque, mientras haya cielo, él siempre seguirá volando y me seguirá mirando a través del opaco cristal de la distancia, mas allá de la vida, mas allá de la muerte, mas allá en la eternidad.
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