​EL INICIO DEL ATARDECER

​EL INICIO DEL ATARDECER

Luis Madrid

13/12/2017

EL INICIO DEL ATARDECER

La puesta del sol ya había empezado a tener lugar, sobre aquel entorno caribeño algunos años antes. Soberana necedad seria el no reconocerlo, después de todo lo acontecido. El entusiasmo de los tiempos anteriores, no aparecía de forma genuina en aquellas calles que volvíamos a visitar, después de un casi un decenio. En nuestros distintos países se seguía concibiendo la idea romántica de esa historia, que ya tenia treinta años desarrollándose, en el momento de nuestro último viaje. Pero desde que aterrizamos Andrea, Maria, Fernando y yo en aquella capital antillana, en el verano de 1989, pudimos notar que ya las cosas eran distintas y lamentablemente, en los tiempos inmediatamente próximos, no pintarían demasiado para mejor.

Sin duda alguna los tiempos frescos y claros del amanecer ya habían quedado atrás, para aquel país que en aquellas fechas, se acercaba a encarar horas nunca antes imaginadas, y ni siquiera vistas en sus peores pesadillas. La distensión no se observaba en los rostros de aquel pueblo anteriormente entusiasta como ninguno, pese a las peligrosas adversidades. La expectación se hacia protagonista de la vida diaria, como no podía ser de otra manera en un país, cuya suerte estaba atada directamente y en gran medida, a los destinos de otro mas grande pero altamente confundido y conmocionado, en esos días que transcurrían a finales de la penúltima década del siglo XX. Sucedía y acontecía que el gran aliado al otro lado del mundo, venia cambiando de política y quizás también de principios: al calor de dos palabras rimbombantes definidoras de una época, pero que consiguieron si se analiza con detenimiento, pocas realizaciones verdaderamente útiles.

Las preocupaciones empezaban a dejar el lugar de las cuestiones puntuales para ir tomando el sitio correspondiente a las cuestiones más comunes. Pese a eso aun esta capital, estaba lejos de albergar las penurias que veríamos después. En el bar que visitamos nosotros durante nuestra primera semana de estadía, las conversaciones para nuestra sorpresa, parecían esquivar los temas políticos que inevitablemente estaban de moda, interesando apasionadamente a propios y extraños. Recuerdo que después que pedimos unos tragos ligeros y unos bocadillos para integrarnos a aquel ameno entorno, una hermosa mujer de ébano empezó a tocar un piano de forma tan excelsa, que todos los presentes nos quedamos perplejos con la habilidad de sus manos, sumada a la dulzura de su voz. Finalmente podíamos nosotros aprovechar de un momento de alta relajación, aunque fuera de aquel lugar, las realidades crueles como solían ser, esperaban por nosotros: a las cuales además, como buenos profesores analizarlas debíamos, para trabajar sobre ellas; imprescindible también venia a ser simplemente el no perderlas de vista, apelando al sentido critico que ha de exigirse al que preocupaciones tiene por aprender y enseñar.

Yo puedo confesar que la belleza de aquella pianista tropical provoco que no le quitara la mirada de encima, durante buena parte de toda su presentación. Su presencia resultaría para mi más aleccionadora de lo que en principio me podía suponer. Un amigo de Maria, cuyo nombre no he olvidado, pero que me parece prudente, pese al paso de los años no mencionar, también cayó rehén de la belleza de aquella atípica mujer: miraba con poco disimulo sus labios sensuales y sus formas atractivas, Sus cabellos ensortijados y sus ojos marrones claros, sin duda le encantaban también como a todos los presentes. Me pareció oírle decir respecto a ella: …“¡Debe ser una dama de compañía genial! ¡Una verdadera hembra tiene que ser esa negra! Invitémosle a la mesa y seguro oportunidad tendré de convencerla para que me acompañe esta noche, a cambio de unas prendas menores que aun quedan en mi equipaje del hotel”…

Al rato la amable mujer accedió a lo que parecía un pedido cordial. Yo fui feliz al poder admirarla más de cerca. Andrea y Maria simpatizaban con su desmedida sencillez; mientras el amigo de esta ultima, apenas podía disimular delante de la hermosa pianista de la hora pasada, sus verdaderas intenciones. Poco después a una pregunta mía, medio inocente aunque de trasfondo provocador, ella con una con una honradez que aun puedo recordar, de mejor manera no pudo responder: “Yo soy hija de una sirvienta y nieta de una ex esclava. Los tiempos que vivimos son duros sin duda. Parecen traer consigo cambios casi impensables y definitivos. A la revolución alguien como yo le debe mucho. Yo soy una mujer negra que inevitablemente aun hoy atrae muchas miradas, carentes no pocas veces del decoro deseable, dentro del marco del respeto que todos deberíamos aspirar obtener de los otros. En este bar canto y toco el piano a modo de entretenimiento voluntario. No esta de más regalar un poquito de amenidad a los que nos visitan desde el exterior. Aquí donde me ves tu caraqueño amable, yo soy física nuclear. Posiblemente sin el advenimiento de la revolución de la que algunos despotrican, y que ciertamente otros tantos en sus procederes han olvidado, no hubiera tenido oportunidad para realizarse en esa área del conocimiento alguien como yo, tomando en cuenta el mundo saturado de prejuicios que tenemos aun hoy”.

A su amable alusión para conmigo, lo único que pude hacer fue sonreír comedidamente. Sus palabras ultimas, correctas a la vez que sencillas, me parecieron un tributo a la dignidad: la misma que algunos ignoran pueda existir con solidez, en aquellos a quienes ven por debajo del hombro, siguiendo tradiciones banales, donde la inteligencia y la razón no han de tener demasiada figuración. Al quitarle un momento la mirada de su agradable rostro, volví sobre quienes estábamos en esa mesa y me percate que solo las chicas seguían allí. El amigo de Maria al parecer se había incomodado, al punto que no pudo hacer la petición que calculaba con excesiva confianza, obtendría positiva contestación. Al preguntarle por el a Maria, no pudo disimular una contenida sonrisa, en demasía irónica. Mientras tanto Andrea, lo recriminaba duramente con su mirada, aunque alejado estuviese en un rincón, donde intentaba fingir conversar con otros extranjeros. A Andrea nunca le han gustado los patanes. Quizás por eso prefirió sentarse junto a mí para compartir largas conversaciones que nos debíamos y que tocaría abordar y disfrutar en aquella caliente ciudad.

*

De vuelta nosotros en la calle notamos que el avance del atardecer no había menguado. Mientras caminábamos rumbo a una parada de transporte público, oímos un avance del noticiero de la televisora del estado. Se anunciaba próximamente una intervención pública del Comandante. Motivada estaba por la visita que estaría por realizar a la mayor de las Antillas, en cercanas fechas, el líder de la Unión Soviética. Pese a la importancia de la noticia, la receptividad para con la misma, no sería la que yo hubiese esperado ver en otros tiempos. Ya era sabido en las calles capitalinas que ambos líderes socialistas, tenían para entonces, en cuanto a sus criterios más desavenencias que coincidencias. A la mayoría de antillanos politizados, con los que pudimos hablar, señalaban que muy poco gustaban las abundantes sonrisas en Washington de su aliado oriental. “Parece mas un gerente de empresa, que un camarada comprometido con la causa”, dijo alguien mas. Pese a esto, en los días siguientes, se iniciaron los preparativos, para lo que a todas luces seria una visita histórica, la cual en definitiva seria digna y pomposa, solo por esa última vez.

Andrea quería ir a conocer a un buen amigo mío, con el que no nos habíamos podido reunir. Román que es como se llama aquel digno caballero, capaz de complementar la dulzura de las palabras, con la pasión de las interpretaciones artísticas, se encontraba fuera de la capital. Me comento que estaría en Santiago algunos días, pero a más tardar en una semana estaría de vuelta. Sabía bien que Andrea quería entrevistarle, y que además de eso, necesitaba que le ayudara a conseguir varios libros de José Martí, en la Casa de las Américas. Por ende le dije al llamarlo tan solo un día antes de la llegada del reformador socialista a la isla que: “Andrea pacientemente esperara por ti, Creo que empieza a pensar que te haces de rogar un poco amigo mío. Sospecha que ustedes los artistas son algo complicados. Por favor no te olvides de sus libros. Si me quedas mal con eso, seria capaz de levantarte alguna acusación ante el mismísimo Comandante”.

Ante mis ultimas palabras, mi amable interlocutor, rio gustoso no menos de treinta segundos. Detecto fácilmente las intenciones irónicas de un caraqueño como yo, poco dado para las amenazas. Después de eso me dijo: “Si me lo hubieras dicho antes le hubiera dejado los libros con Zule, pero tranquilo que yo tengo un par de ediciones de lujo de “La Edad de oro” para tu amable amiga rioplatense oriental. Si te quedo mal mejor acúsame con los rusos. Después de todo han sido ellos los otros dueños del país, aunque ahora vienen menos dogmaticos y más liberales. Esto sobre todo no le ha de gustar nadita al comandante. Me imagino que estas al tanto de algunas propuestas que traen los burócratas soviéticos para nuestra isla rebelde: Adopción de la perestroika y liberalización del sistema político destacan entre otras. Esa reunión que de cerca me voy a perder a diferencia de ti y Andrea, va a tener mucho de escena teatral, con toques de comedia, aunque la adorne la cordialidad. Te acordaras de mi cuando hablemos de esto después. Te acordaras de mi cuando el tiempo me vuelva a dar la razón estimado caraqueño.

El no reconocer que las últimas palabras de este caballero de las Antillas, me dejaron altamente pensativo, seria a lo menos mentir. Pese a ello, el día esperado llego con alguna nubosidad en los cielos y con bastante alegría en las calles. No tenía la claridad de una mañana prometedora: me seguía pareciendo un atardecer maquillado para que no fuera del todo clara su percepción por parte de los otros. Con todo y mis necias observaciones, Andrea y yo fuimos a visibilizar la caravana preparada, para que los líderes bien pudieran recibir el aplauso de las masas. Estos como podía esperarse no faltaron: fueron numerosos sin duda, pero eran diferentes. La espontaneidad para con los saludos y consignas acompañaron en su recorrido por la capital a Breznhev o a Palme, pero en esta ocasión parecían calculados fríamente los saludos, para agasajar al secretario general de una unión que parecía cada vez más difícil sostener. El gesto de las manos juntas de ambos líderes en el carro pareció medianamente forzado. Otra señal inequívoca del declinar de las mejores épocas. Aunque si se apela a la ecuanimidad, quizás corresponda decir que era útil para las cámaras. Las portadas de la prensa reseñarían ese momento para la posteridad. Pero todos sabíamos que no significaba el relanzamiento de una amistad menguada. Sino la ultima muestra de amabilidad de una historia que, con importantes cuotas de contradicción y decepción desfallecía, para poco tiempo después firmar su triste final.

*

El atardecer de ese día era particular. Ya cuando dejamos el sitio por donde vimos pasar a la caravana, el sol empezaba a caer. No abundaba la alegría pese al ruido reciente de la orquesta militar, que formo parte de los homenajes en la recepción, para el ilustre invitado del que muchos esperaban, planteamientos y posiciones novedosos. Cuando aun se supo que se desarrollaban las reuniones en el palacio del gobierno, ya el crepúsculo copaba la escena principal, al mirar al despejado cielo de las Antillas, mientras caminaba rumbo al hotel con Andrea. La noche no tardaría en llegar. Recuerdo que llegamos a la habitación y encontramos a Maria y a Fernando esperando por nosotros, para bajar a cenar con unos amigos rusos que deseaban conversar. Nos disponíamos a bajar cuando se oye el teléfono y me informan que preguntaban por mí. Mientras me dirigía a atender, noté que ya había caído la noche y solo el brillo de algunas contadas estrellas, contradecía limitadamente el dominio de la oscuridad en aquella escena. Al tomar la bocina del teléfono y preguntar por mi interlocutor, este me respondió: “Y bien caraqueño, ¿que le cuenta de su politizado y agitado día a este amigo suyo de Santiago? ¿Se atreverá a reconocer usted que se acordó de mí, respecto de mucho de lo que de cerca le toco ver hoy? Interpretare su silencio como una afirmativa respuesta. Casi se me olvida: Hoy conseguí unos libros escasos de Marinello y Vitier sobre la vida y la obra de Martí para su especial amiga de Montevideo. Así que como puede ver, no tardare en cumplir con mi promesa. No hará falta después de todo que me denuncie ante el comandante”. Reí ruidosamente al oírle decir esto ultimo a Román. Andrea noto mis risas y se acerco a ver que sucedía, un poco extrañada también por mi demora. Su mirada y la mía se cruzaron. Cuando eso sucedía intercambiar sonrisas con ella era mi única opción. Me hizo una seña y rápidamente bajo con los demás. Unos minutos continúe hablando por teléfono y después seguí a mis compañeros, rumbo al restaurant del hotel. Una vez llegado a la mesa no pude reír. Seguí pensando en las palabras de Román y en lo que estaría por venir, tras este ultimo atardecer, que si bien hacia poco tenia lugar su puesta, en el fondo para todo un pueblo no hacia mas que empezar.

Luis Samuel Madrid R

Caracas, 3 de mayo de 2017

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS