Oídos ciegos sobre el tren

Oídos ciegos sobre el tren

NOTA: Utilización de Lengua de Señas Chilenas dentro del relato.

Mientras todos corrían, yo miraba el cielo e iba despacio como si el viento se detuviera frente a mí y no se atreviera tocar mi rostro.

Sentía que el mundo estaba acelerado y yo perdido en el tiempo, puedo ver su movimiento correr a través de mis ojos, mientras ellos sonríen y gritan yo sigo en el completo silencio sin poder alcanzarlos.

Se acercan por el pasillo con el carro de los dulces, mi estómago se siente con cierta pesadez desde la noche anterior, el viajar solo en tren siempre me ha puesto nervioso, pero hoy aún más.

Se detiene frente a mi asiento y comienza a hablar.

Sus labios son rosados como el pálido color de las flores, y cada cuanto los mueve puedo ver lo bello que sería besarla. Esos mismos labios que moldean cada una de sus palabras, emiten sonidos los cuales no logro escuchar, pienso; estoy seguro que debe tener una dulce voz… quisiera poder escucharla.

Espero a que termine de enunciar sus palabras para poder mover la cabeza en señal de un «no», ésta vez prefiero declinar la oferta, el comunicarte con alguien que no entiende tu lengua es muy difícil y engorroso, por lo tanto me limito a los movimientos de cabeza, aunque esta vez quise hacerlo distinto…decirle gracias en mi lengua formando un gracias con mis manos.

Ella se sonroja y se retira haciendo un pequeño movimiento de vergüenza con su cabeza. Sí, creo que se ha percatado. Soy sordo.

La sordera me ha hecho viajar a través del tiempo sin la necesidad de apurar mi paso, siempre que miro a mi alrededor la gente corre deprisa, tropezando unos con otros y no logra percatarse lo bello que es el paisaje que les rodea.

Sigo mirando a través de la ventana del tren, el parpadeo de la luz del sol contra el reflejo del ventanal provoca que mis ojos no puedan seguir observando el exterior, así que prefiero disfrutar de la gente que está cerca de mí.

Una niña de aproximadamente de 3 años, está sentada en el asiento de la fila de enfrente, juega y ríe mostrando sus dos pequeños dientes – suspiro – sus ojos quizás se posaron en mi un segundo, pero en un instante ella desaparece de mi vista, y al otro siento que golpea mi mano tan cuidadosamente que casi no le percibo.

Sonrío y ella me devuelve la sonrisa, acomodándose en el asiento frente a mí comienza a hablar.

Cada tanto que sucede esto, cuando un niño pequeño habla me pregunto; ¿Cómo será la voz de un niño? ¿Qué cosas les gustará decir? Intento mirarla fijamente para entender lo que dice pero sus articulaciones son tan rápidas que no puedo entenderlo. Ella era astuta, al percatarse que no respondo a lo que ella dice simplemente lo señala, mientras respondo con un «sí» al mover mi cabeza de arriba hacia abajo, ella contenta se baja de su asiento y vuelve al lado de una mujer rubia y rosto tosco.

Mientras, unos niños corrían por el pasillo, un padre los perseguía con el rostro enojado. Ellos pisoteaban todo a su paso, las palomitas de maíz que a algún joven se le cayó mientras caminaba a su asiento, el jugo de la niña, a quien se le cayó y mientras intentaba recogerlo el líquido salpicó sus ojos. Comienza a llorar y la mujer rubia despierta de su sueño para darle otro jugo a la niña y luego seguir durmiendo.

Alguien, mueve sus manos de manera exaltada gritándole a quien está a su lado ¿Quizás son una pareja? – Pienso –

Sé que de alguna manera él mueve sus manos rápidamente, de tal forma que no las podría ver, pero al mismo tiempo, siento que el tiempo transcurre lentamente. Sus manos comienzan a hacer su vaivén de arriba hacia debajo de la misma manera que lo hace su boca, abriendo y cerrando. La saliva sale de ésta como si quisiera escupir en el rostro de su compañera y ella solo cierra sus ojos mientras las lágrimas corren despacio por su rostro.

Los niños que recientemente corrían, ahora lo hacen de tal manera que los pequeños rizos de sus cabellos saltan a medida que avanzan, provocando que el resorte de sus ondas se extiende y recoge de manera pausada.

Volteo mi rostro y la niña que una vez sonrío para mí, ahora duerme plácidamente en los brazos de la mujer rubia de rostro tosco, quien la observa y le acaricia. Sosegadamente las yemas de sus dedos recorren la mejilla ligeramente rosada de la niña mientras tranquilamente respira como diciendo: «estoy bien».

Suspiro de manera profunda sintiendo que mis pulmones llenos de aire contenido se liberan, mirando que a cada palpitar de mi corazón, el exterior da un paso y yo sigo inmóvil sin poder comunicarme o poder hacer algo por ellos. Ellos corren y yo sigo de pie.

No logro apreciar de manera certera cuánto es el tiempo que ha transcurrido pero él quiere estar siempre mostrándome cosas distintas, ya que al momento en que nos detenemos en la siguiente estación todo vuelve a la vida, a su ritmo normal, la pareja que una vez estaba peleando, bajan tomados de la mano sonriendo, pero a la vez, un dejo de tristeza de la mujer queda detrás de sus pisadas y lágrimas secas. En ese momento, me cuestiono si podría haber hecho algo mientras ellos aún permanecían en el tren – suspiro – pero ya no lo hice ¿verdad?

El padre que perseguía a los pequeños traviesos pudo hacer que se sentaran un momento, pero ellos seguían riendo como si el mundo no importara; su alegría contagia a quienes les rodean y entre ellos a mí, no me había dado cuenta que ya estaba sonriendo al ver cuán animado era este viaje.

Constantemente tengo el deseo de viajar, esta vez di mi primer paso… voy hacia la gran capital.

Estaba asustado, por supuesto, nada se compara con la sensación de enfrentarse a lo desconocido y bueno… en mi caso al gran muro de las multitudes. Estoy asustado, muy… muy asustado.

Para una persona que no camina al ritmo de los demás es complejo el poder estar atento a cada una de las señales que dan, especialmente en el conglomerado que se forma en la capital, ya que su ritmo es acelerado, siento que tan sólo al verles el mareo me persigue, porque no puedo detenerles en ningún momento.

Respiro, profundamente, pensando si podré soportarlo, ya soy «todo un hombre» – según mi madre – de veinte años y debo enfrentar la vida – según todos – pero, eso no quita el hecho de que estoy aterrado. No sé en qué momento cerré mis ojos, creo haber estado soñando cuando siento una delicada mano tocar la mía, sobresalto y pestañeo rápido.

Ahí están… esos labios color rosa.

Sonrío.

La luz del sol hace que el brillo de su pelo sea intenso como cuando ves un ángel sonreír justo frente a tus ojos.

Ella con un leve sonrojo de sus mejillas comienza articulando un «hola» fácil de entender, noto que levanta sus hombros, cierra sus ojos y expira ¿podrá estar nerviosa? Luego de ello sonriendo dulcemente, estira su mano izquierda y posa la derecha sobre ella, con su palma mirando hacia abajo, para luego esta última darla vuelta dejando que su palma mire hacia arriba. En ese simple movimiento me pregunta «¿Cómo estás?» Estoy extasiado.

Con solo ese movimiento logró comunicarse conmigo, logro tocar mis fibras y a la vez dejarme soñar un poco más.

Este viaje que tomaba más tiempo del que suponía, estaba siendo el más interesante de todos los que he tenido. Aunque, mi sorpresa quedó en ese minuto, ella toma del suelo un plumón y hojas del tamaño un block, y comienza a escribir. Por dentro, río diciéndome a mí mismo que debería suponer que solo sabría un par de señas, aunque por esas pocas merece mi admiración. Alzando mi vista comienzo a leer:

«Señor pasajero, disculpe las molestias. Ha ocurrido un error en la venta de pasajes y se ha subido una persona reclamando que usted está en su asiento. ¿Podría, por favor, reubicarse en el asiento A – 21?»

Claramente, decir todo eso para una persona que no es sorda es complicado, así que sonriendo levanto mi dedo meñique derecho y moviéndolo digo «sí», ella hace un gesto de gracias y se retira.

Mientras la veo caminar, sus hombros bajan unos centímetros dejándome saber la tensión que sentía al esforzarse por comunicarse. «Es una linda chica» sigo pensando mientras camino hacia mi nuevo asiento.

Mientras camino al asiento, pienso que debo estar loco, ya que unas simple par de señas me han conquistado… muchas personas en este país deben saber lenguas de señas… pero ella… ella era algo distinto sin lugar a dudas.

Extrañamente, hoy quería que el viaje durara un poco más.

Las personas de esta parte del tren son mucho menos, pero me divierto mirando como un par de chicas canta alegremente, mientras que la persona que va a en el asiento detrás de ellas lee detenidamente sin que nada le distraiga, pero en un momento frunce su ceño y cierra su libro con fuerza. Vaya extraño, pienso.

Un chico de cabello verde se sienta a mi lado y le miro para sonreírle diciendo «hola» pero creo que no quiere sonreír en este momento, toma sus audífonos y comienza a mover su pierna, cierro mis ojos dejándome llevar por el ritmo del golpeteo de manos y pies, es un ritmo constante, que luego de un tiempo acelera y creo entender cómo es la música que escucha, la cual se pausa en un momento para luego volver a su anterior ritmo.

Así paso un tiempo en que me dejé llevar por el constante de las ondas hecha por los golpes del chico, quizás si pudiera escuchar no podría percatarme de lo hermoso que es el mundo, quizás mis ojos no serían expertos en leer expresiones, quizás habrían pasado muchas cosas.

De repente el joven deja de moverse y yo abro mis ojos, observando que hemos llegado a la capital. Tomo el bolso que he preparado y me dispongo para poder bajar, la gente acelerada nuevamente comienza a moverse para poder dejar del tren.

Las mismas personas, que una y otra vez observe y admiré en este viaje están sonriendo o están somnolientos dejando un viaje más pasar, siendo esta una gran aventura para mí, así que les veo alejarse uno de otros, entretanto van bajando, con mi corazón les digo «adiós, ha sido un grandioso viaje».

Sólo quedan dos personas para que pueda descender y encaminarme hacia mi destino cuando unas manos delicadas que ya conocía me tomaban como diciéndome «adiós» la miro a los ojos y articulando lentamente le digo «adiós» y entre líneas un «espero volver a verte» no supe su nombre pero la señorita bajo la cabeza y mientras esbozaba una sonrisa se retira para ayudar a los demás pasajeros.

Una vez fuera del tren, me retiro unos metros para no molestar a la gente que viene próxima a tomar un viaje en el, decido revisar los bolsillos de mi abrigo, percatándome en ello que mis dedos tocan un papel, lo saco y al leerlo no puedo contenerme.

La alegría recorre mi cuerpo.

– «Espero volver a verte».

Decía mientras por detrás de este mismo dejó su número y nombre «Amanda» ese era su nombre. Es perfecto para ella, pienso.

Sonriendo me volteo para caminar hacia donde me lleve el viento, mientras en mi mente las ideas iban y venían con un «yo también»

Hoy mientras todos corrían, yo a mi paso lento, en este viaje grandioso viaje, pude observar lo bello que es el mundo y lo bella que eres tú.

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