Entre cuatro paredes

Entre cuatro paredes

Alicia Cros

26/11/2017

Entre cuatro paredes perdí seis años de mi vida. También escribí canciones de odio y rencor. Entre rejas sentí que la vida limitaba mis sueños y los reducía al color gris de los muros de mi celda. Estirado en la cama y con los brazos cruzados detrás de la nuca, repasé una y otra vez cada noche el porqué de lo que hice, el motivo de vivir encerrado en esa gran fortaleza llamada prisión. Me culpaba a mí mismo, “¡qué estúpido e inconsciente!”, después acusaba a la familia (de pequeño me entregaron a la calle y ésta me crió), acto seguido se lo achacaba a las malas influencias y amistades, a veces tan unidas y otras tan traicioneras, y solo al final, si no conseguía dormir, condenaba a Dios, por no hacerse cargo de mí en esta vida. Pasé las horas en el gimnasio, hice clases de Pilates y yoga e incluso teatro; todo aquello que nos ofrecía penitenciaría y libraba a la mente de momentos vacíos en los que querer morir. Conversé con los compañeros que también cumplían condena e intercambié opiniones en torno a la vida compartiendo las historias por las que cada uno pasó. Empecé a leer sobre política, guerras, historia y actualidad. Después, descubrí la literatura de la mano de uno de los cocineros que, cada día a la hora de la comida, nos servía el plato en la bandeja acompañándolo de un buen golpe seco y de la frase de inicio de un libro distinto cada semana, que a su parecer deberíamos haber leído ya: “El cerebro es el parásito, o el pensionista, de todo el organismo” Schopenhauer, “ Hoy ha muerto mamá. O quizás ayer” Albert Camus, “¡Es cierto!. Siempre he sido nervioso, muy nervioso, terriblemente nervioso. ¿Pero por qué afirman ustedes que estoy loco?” Edgar Allan Poe. Todos aquellos personajes de aquellas historias en las que empecé a bucear en la biblioteca, eran personas que tenían vidas miserables, otras vivían cuentos llenos ostentación y lujo. Pero en esos relatos también había asesinos, ladrones, psicópatas que daban vida a narraciones pensadas y creadas por escritores brillantes que en apariencia y según la sociedad, eran personas comunes. Hoy termina mi condena y después de seis años camino perdido por las calles de la ciudad en busca de un cuento que me absuelva.

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