Carta a un esquizofrenico

Carta a un esquizofrenico

Juliana Oquendo

29/07/2020

El recuerdo descifra una vez más el rompecabezas. En esta habitación blanca solo tengo la compañía de un cálido brillo que entra por la ventana en las mañanas y un resplandor que cae en las noches, la emoción de las piezas unidas me impulsa a declarar en voz alta: Raymont, soy Raymont, Raymont. Miró mis manos que no paran de temblar, giro la cabeza con un brusco gesto como si estuviera negando algo, y aquí estoy, rodeado de estos insoportables muros de goma. Llevo demasiado tiempo en este lugar, mis manos siguen en lo suyo, no se porque no paran de moverse, las escondo para no verlas. Me da vueltas la cabeza, siento como se desprende de mi cuello a viajar a otros lugares, lugares nublosos y tristes.

Sentado en mi cama, encima de la sabana pienso en que no las aguanto, no aguanto los sonidos de mi mente que se creen voces, pero yo se lo que realmente son, son monstruos que desean hacerme olvidar quien soy, quiero que se callen, que se alejen, que no tengan razón. Miro el techo y no tolero que no haya nada en el, ni siquiera una estrella colgando de un hilo; Recorro una vez más los muros de la habitación como si buscará algo, no esta, no hay nada y no le encuentro sentido, todo parece cobrar vida, todo se mueve, pero se que no es real, ya no se que es real. 

Un rayo de luz entra por la ventana y un recuerdo me invade, me invade el recuerdo de aquel día. Era una mañana como la de hoy, la ráfaga del sol paso inadvertida por el cristal y en el escritorio estaban las orquídeas frescas, las favoritas de… ella estaba ahí, a mi lado. Mia Maquensli con su piel tan suave, cabello oscuro como la noche y sus bellos ojos que se estaban entre abriendo para verme, parpadea varias veces, se los oprime con las manos para aumentar la claridad de su visión, regresa la mirada a mi, me sonríe y pienso que sus pupilas transmiten un «te amo.» De repente todo se torna oscuro, la veo caer y sosteniéndola en mis brazos note las lagrimas y el temor que se plasmaron en las pupilas, ella estaba pálida y no dejaba de verme, le escuche su último respiro y sentí su cuerpo frígido,vacío, hueco en ausencia del alma.

Se quedo pasmado de haber hecho un viaje en el tiempo y esto le consumió todo esfuerzo por pestañear, en eso escucha el sonido de la puerta abriéndose, el recuerdo se quedo siendo consolado por uno de los cubos de espuma de los muros.

-Señor Raymont es hora de llevarlo a la estancia con los demás pacientes, espero no lo olvide que mañana tenemos la cita con el doctor para su revisión cardíaca.
 Tomo asiento en esa espantosa silla de ruedas y la señora Margaret toma el control de mi destino.

Mi mente comienza a colapsar y la veo, veo a Emily, mi dulce Emily, vuelve a mi memoria pequeños fragmentos de tu niñez; Cuando Mía y tu hacían galletas las dos en la cocina, yo llegaba del trabajo y tu untada de mezcla en tus manos corrías para abrazarme. Una sonrisa se escapa de mi rostro. Pero ya no estas Emely, es por mi culpa, te arrebate lo más importante para ti, por eso ya no estas. Entró en llanto y cientos de miles de lagrimas caen al suelo, dejando un camino de tristeza mientras avanzó a la estancia; Margaret me escucha gritar y empiezo a patalear, porque no quiero estar aquí, quiero estar con ella, comencé a gritar su nombre, ¡Emilyy! ¡Emilyy!¡Emilyy! en mis pensamientos solo veía su rostro, podía ver que alguna vez la rose con una caricia y eso me duele, siento frustración, porque no se si en verdad pazo, quizás una vez más mi mente juega conmigo. En eso uno de los doctores se acerca con una jeringa y la inyecta en mi.
Margaret agradece el apoyo y continua hasta dejarme al lado de otro paciente.
Me quedo concentrado en un árbol que se ve por la ventana, no pienso en nada, solo miro el árbol. Después de varias horas, me siento mareado, un tanto confundido, miró al hombre de que se encuentra a mi lado y le pregunté:

-¿Comó te llamas?

El hombre voltea para verme y sin mucha conmoción me responde:

-Tom

En ese momento en el que escuche su nombre, me cuestione y no lo creí, porque ese es mi nombre así que de una manera gentil le reclame, dejado le en claro quien era quien, así que seriamente le dije:

-No es cierto, te llamas Raymont. Yo soy Tom

– ¿Raymont?

-Si, así es, tú eres Raymont

– Tienes razón Tom

Yo soy Tom, miró fijamente el árbol y repitió en mi mente una y otra vez, yo soy Tom, yo soy Tom ,yo soy Tom , Raymont mató a Mia, pero yo soy Tom, soy Tom, soy Tom…

-Tres días antes en Vietnam-

Un vendedor de flores le cobra unas orquídeas a una joven, la joven después de pagar camina hasta llegar al cementerio, de ahí cada pisada era automática, como si se supiera el camino con los ojos cerrados, paro al frente de una lápida, se inclina y organiza las flores en la esquina de la parte derecha. Transpira nostalgia, una lágrima se desliza por su mejilla hasta que se desprende de su rostro a caer en sus zapatillas. El nombre de la Lápida es Mía Maquensli, la joven suspira y se va; En el camino entra al departamento de mensajería y solicita un envío para el hospital psiquiátrico en las afueras de bangkok, entrega la carta y desaparece.

-Actualmente en el hospital psiquiátrico-

Entra un señor preguntando por Raymont Maquensli, Margaret le pregunta ¿para que lo necesita? el señor amablemente le dice que es para entregarle una carta, en ese momento Margaret es solicitada a atender un problema, así que lo señala y se va, el señor se dirige donde él, le pregunta si él es Raymont Maquensli y el dice que si, le hace entrega de la carta y se va.

– ¿Qué dice la carta Raymont?

– Dice:

Tal vez no te acuerdes de mí, pero en los últimos años he pasado por mucho y has estado siempre presente en mi mente, en mis incógnitas, sueños, pesadillas, dibujos, diario, canciones, has estado en todo lo que he hecho. Es porque eres mi padre, siempre creí en ti, cuando me cargabas, me acariciabas, me decías con ternura «yo te protegeré», cuando llorabas y reías conmigo al ver películas, cuando me perseguías por la casa mientras jugábamos; Esos fueron los momentos más felices de mi vida. Se que te sientes culpable por haber hecho lo que ante mis ojos fue un accidente. Sé que la amabas y que también me amabas a mí; lamento nunca haberte escrito, lamento no haberte visitado, pero es que tenia miedo de que al hacerlo, no encontrara a la persona que me protegía de los relámpagos en las noches de tormenta, temía que tus ojos atormentados se quedaran en mí memoria y que al recordarte ya no viera tu cálida mirada de cariño si no esas pupilas de terror, sufrimiento y miedo. No quiero verte así, porque a pesar de todo este tiempo, a pesar de haber tenido momentos en los que te odié, en serio te odié por haberme abandonado, por no haber estado ahí en mi graduación, por no acompañarme el primer día a la universidad, por simplemente no haber estado ahí cuando más te necesité, cuando más necesité un abrazo y un «no te preocupes, todo estará bien» a pesar de todo por lo que pasé, por lo que sufrí, me di cuenta que…te amo, y siempre lo haré, solo quiero ser esa voz que se repite constantemente en tu subconsciente.

Atentamente: Tu hija.

Raymont medita y después de un momento piensa (No conozco a ninguna Emily, yo nunca tuve hijos) mi nombre es Tom y entonces ¿quién es Raymont?…

Tom arruga la carta y la tira al suelo.

Las palabras se quedaron como si estuvieran en casa; Él se encuentra en calma, analizando todas esas letras juntas, comienza a relacionarlas con sus recuerdos, sentimientos, les encuentra significado. Se aclara lo que antes estaba manchado, esto lo hace sentir una impotencia inexplicable. Se encuentra en desesperación, hace fuerza en las manos, en silencio sin decir un sola palabra pero con un caos por dentro, una que otra lagrima logra escaparse de la destrucción de su alma, la gota salada se desliza infragante por aquella mejilla maltratada, finalmente cae al vació. «Raymont» soy «Raymont» fue lo ultimo en reconocer su espíritu, entonces su corazón dejó de latir.

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