Santa Engracia, 107

― No quiero, mamá

― Paco, deja de protestar por favor, tu padre se va a enfadar. Acaba de ponerte los zapatos

― Este traje es ridículo, no quiero que me hagan la foto con él.

Una voz grave y fuerte, en tono enfadado:

― ¡Paco! El fotógrafo ya está aquí y no va esperar por ti. ¡Ven ahora mismo!

― Vamos, anda. Está muy guapo.

― Me llevo la raqueta

Compungido, de la mano de su madre y medio a rastras entra en el salón, sin querer mirar a su padre.

― Buenos días, ¿solo son tres? ―pregunta el fotógrafo mientras coloca la cámara.

― Sí, nosotros tres, ¿Dónde colocamos la silla?

El fotógrafo observa la luz de la habitación para colocarla en el mejor lugar.

― Paco, ven aquí, delante de mí y de tu padre.

― ¿Podría poner las manos, una sobre cada hombro de ellos? ―dice el fotógrafo dirigiéndose a mi abuela.

― Es perfecto, no se muevan hasta que yo se lo diga y miren al pajarito ―dice el fotógrafo mientras se oculta bajo la cortinilla.

Transcurre no más de medio minuto pero a mi padre le parece un sigo.

― ¡Ya está!

El fotógrafo vuelve a aparecer y extrae la placa de la cámara.

― Mañana la tendrán, ¿cuántas copias quieren?

Mi padre había salido corriendo en cuanto pudo moverse, está encerrado en su cuarto, ha tirado la raqueta y entre sollozos masculla:

Si mis amigos ven esa foto, se van a reír de mí. Voy a tener que pegarles

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