Aquello que no entendemos

Aquello que no entendemos

Lady Lioness

05/11/2017

Aquello que no entendemos

No era la primera vez que escuchaba a los chicos reírse de Abril. Ella eligió su propio camino. Nunca sirvió de nada, en nuestra infancia solía pasar todo el día afuera con su cuaderno dibujando todo aquello que admiraba perdiendo su tiempo volando en su inmensa fantasía. No me arrepiento de mis horas de estudio en mi habitación, ponía música clásica para aumentar mi rendimiento como recomendaban en una propaganda.

Estábamos cenando en la Bourgogne. Era un viernes a la noche con mis compañeros de piso festejando el ascenso de Vicente cuando llego el mensaje de Abby (Abril). Hacía mucho tiempo que no hablaba con ella. Me invito a su casa para festejar el cumpleaños de papá. El viejo siempre estuvo orgulloso de ella, había una especie de fanatismo entre ellos por la vagancia. Ellos obviamente no admitían su inutilidad, solo afirmaban ser diferentes.

Durante mi adolescencia pude entender la diferencia de ideología entre mi hermana con el viejo y mamá conmigo. Papá se la pasaba haciendo chistes con Abby de cualquier cosa insignificante, hablaban de un montón de libros de ficción. Discutían de películas que no logre nunca comprender. Tenían gustos raros que jamás juzgue pero que con mamá sabíamos que eran una pérdida de tiempo. Mi primera lectura por mi cuenta fue «La administración del tiempo» por Ross A. Weber que lo encontré tirado en la biblioteca de la casa. Matilde organizaba los libros de manera extraña, aún no lo comprendía. Normalmente se ordena alfabéticamente, pero ella lo organizaba por temas, así podía diferenciar sus libros de los de mi padre, Salvador. No sé cómo terminaron juntos, es decir, Matilde era una mujer de negocios importante que no apreciaba nada de la cultura de papá. Sus padres o mis abuelos eran italianos y como ellos decían «piano piano si va lontano»(poco a poco se llega lejos). Ella lo repetía todo el tiempo para que entendiera cómo llego a su posición, siempre la admire.

Llegar a un puesto tan elevado es mi objetivo de vida, allí encontrare mi felicidad.

En el mensaje de texto que ya no se usaba, estaba la invitación. Trate de ser cauteloso para responder, pero Gonza, mi mejor amigo y secretario, se dio cuenta. Me preguntó quien era casi gritando interrumpiendo a Marce que contaba sobre sus vacaciones a California la semana pasada.

– No es nada. Dije titubeando

– Dale Lich, te conozco.

Gonza sabía reconocer cuando quería esconder algo, lo conocí en la secundaria y crecimos juntos en la empresa. Los dos siempre fuimos muy ambiciosos. Se llevaba muy bien con mamá las pocas veces que estaba. Generalmente iba yo a su casa porque papá cuando venia él lo trataba en su «modo intimidación» como decía mamá. Le pasaba muy seguido y me resultaba insoportable ese comportamiento.

La secuencia era muy simple, iniciaba preguntando sobre algo. Esas cosas para probar qué tanto sabe el otro. Dos posibilidades, que responda o no. Si responde puede que diga lo correcto o, como sucedía generalmente, se mandaban un chamullo grande. El viejo buscaba que no respondan, que le pregunten para mandarse un discurso. Gonza cuando vino por primera vez a casa, fue en una cena que trate de evitar, pero Mati se puso firme, como era ella y me obligo a invitarlo. Sabía qué iba a pasar.

Mamá llego tarde ese día. Era una noche hermosa, papá preparo su famoso pastel de papa que todos amábamos. Gonza había vuelto conmigo de la escuela, pero no fue hasta la cena que vimos al viejo. Siempre lo escondí de todos. Papá observaba las estrellas desde la ventana de la cocina. Teníamos un amplio ventanal dividido en tres sobre la mesada que lucía el cielo. Note su cara cuando se aproximaba a la mesa con el pastel, miraba fijo a Gonzalo. Se sentó y en el silencio mientras nos servíamos le preguntó.

– ¿Qué son las estrellas fugases?

– No arranques con eso por favor.

Mamá conocía muy bien la secuencia, fue una de las tantas tácticas de papá para conquistarla, me había dicho.

-¡Son para pedir deseos! – Dijo Abby entusiasmada, solía hacer comentarios para emblandecer la secuencia.

– ¿No son asteroides con un gas raro? – Preguntó Gonzalo y se armó un silencio.

-¿Alguien más?

Interrumpió el viejo después de lo que pareció una hora de miradas.

-Una estrella fugaz es un meteoro, una pequeña piedra que golpea lo que llamamos atmósfera, produciendo luz por su gran velocidad.

Y ahí la respuesta correcta para terminar. El viejo no volvió a hablar más con Gonza, lo etiqueto como “tuerca”. Eso hacia cuando alguien sirve sólo como parte de un sistema. No entendía por qué concluía eso, hasta que crecí.

Tenerlo como secretario era el puesto ideal para él. Ahí estábamos en la mesa, todos centraron las miradas en mi boca.

– Es Abril.

Gonza entendió todo con solo escuchar su nombre.

– Pensé que era Gabriela. El otro día llamo a Lich al último piso.

dijo mirando a los otros

– Creo que lo va a ascender finalmente.

– Gabriela nunca va a ascender a nadie, prefiere a los nuevos para los puestos altos, estamos fijos en el octavo piso hasta la jubilación.

Pilar siempre fue pesimista, aunque se interpretaba como realista.

– Claro y a mí me ascienden al noveno porque soy la excepción.

Dijo Vicente con su tono sarcástico tan particular.

– Vos porque te estas juntando mucho con Gabi.

Dijo Gerónimo riéndose. Lo invitábamos sólo por esos comentarios rompe hielo, disimulaba el comportamiento careta de todos.

Noté la risa falsa de Gonza antes de que interrumpa.

– Vamos afuera con Lich a fumar un cigarro.

Supuse que quería saber más sobre el mensaje, no dude en salir con él. Se quedaron discutiendo sobre Gabi. Agarre mi paraguas y salimos.

En las calles de Bs As estamos acostumbrados a llevar paraguas por las constantes gotas de los aires acondicionados, son tantos que a veces hace semejanza a la selva amazónica entre el calor que nos obliga a encenderlos y las abundantes gotas como resultado.

– ¿Qué quiere?

– Me invito al cumpleaños del viejo.

– Nunca se lo festejan, y si lo hacen no te invitan. Tenes que estar enfocado en la reunión del lunes.

– Gonza parecía exagerar la situación.

Cumple 60 años. Es una década, imagino que le hacen algo importante.

– Sin Matilde yo no iría.

Mamá había fallecido cinco años atrás. Luego de tantos años tomó un tipo de adicción al trabajo. Cometió suicidio después de enterarse de su jubilación. Lo único que la mantenía viva era la empresa. Me hubiese gustado heredarla, pero nunca fui suficiente para ella. La decepcione de algún modo.

Eran las 8 am del sábado, me levante como todas las mañanas a apagar la alarma. No la dejo junto a la cama porque la apago dormido y no me levanto. Me puse mis pantuflas e hice la cama. Me dirigí a la cocina para poner la cafetera italiana.

Alimente a Tos, mi pez. Abby le puso tos por sus movimientos raros con la boca que expulsan burbujas y según ella pareciera que se ahoga bajo el agua. Eso decía en la tarjeta del regalo. Me lo envió para mi cumpleaños.

Durante mi hora diaria de bici, escuchaba la radio. Anunciaban tráfico pesado y llovizna. Me bañé y salí a tomar el colectivo, no saco nunca el auto si esta fea la calle. Y tenía que ir hasta Ezeiza, al barrio Vicente Melazi. Google indicaba que la línea del 8 me dejaba en la puerta. Y me lo tomaba a unas cuadras.

No me vestí muy formal, una camisa celeste con mi pantalón beige preferido. Me puse el saco negro largo, mis botas de lluvia y tomé el paraguas. Baje con Luisa, la portera que justo se encontraba en el ascensor.

– Buen día sr. Hernando

– Llámeme Lisandro por favor, ya nos conocemos.

– Lisandro entonces, ¿A dónde va hoy?

– Reunión familiar

.- Ja, no se olvide que «al mal tiempo hay que ponerle buena cara».

Dijo riendo. La mina la tenía clara, en los pocos momentos compartidos tenía una frase para acompañar.

Caminaba hasta la parada cuando Gonza me llamó.

– ¿Todo bien Lich? ¿Seguro no querés que vaya? Ayer nos quedamos preocupados porque te fuiste muy temprano.

– No pasa nada. Después te cuento todo.

– Pilar me llamo preguntando por vos ,¿Les digo?

– No, no quiero que sepan del viejo. No creo volver después de hoy para allá.

– Nos vemos en la reunión del lunes, suerte ahí.

En el viaje una nena se empezó a pelear con su hermanito, ella quería cantar y el hermanito la interrumpía, la madre los reto a los dos porque quería que se callen. Me recordó a mamá solía callarnos para hablar por teléfono. Papá se hubiese sumado a la canción de los nenes, me avergonzaba.

Me bajé, Vicente Melazi era mucho más tranquilo.

Me abrió Rosa, mi tía. Una mujer grandota. No te dejaba irte hasta que vaciaba la heladera basándose en su típica frase «La bolsa vacía no se queda parada”. Se caso de jóven y tuvo unos cinco hijos que crecieron para darle unos ocho nietos, y no dejaba de hablar de cada uno de ellos. El ambiente familiar que provoca era algo que extrañaba.

Me saludo con un beso en cada cachete mientras gritaba

– Lisandro! Tanto tiempo sin verte por acá, no hacía falta tanta formalidad amor.

Pase titubeando, no esperaba llegar tan temprano para no encontrarme a todos. Apenas eran las doce y ya no faltaba nadie.

– ¿Lich? ¡Viniste! Vení así te ve papá. – dijo Abby.

Me llevo hasta la sala de estar.

Ahí estaba, el viejo. Tirado en el sillón rodeado de familia, riéndose. Después de quedar viudo, festejando. Sin logros.

Abby se acercó primero. Le dijo algo al oído. Se paro rápidamente y me miro fijo. Una vez más un silencio, pero este era incómodo.

Me abrazó. Sentí la fuerza de los brazos rodeando mi cuerpo, no demasiada para lastimarme y la suficiente para sentirme seguro. No pude evitar estirar mis brazos sobre él.

En ese preciso momento, recordé. Recordé quien era mi papá.

Preparaba panqueques en el desayuno cuando estaba de humor, y si no eran tostadas con dulce de leche. A la noche nos contaba historias inventadas llenas de conocimiento. Nos llevaba a la escuela en la camioneta y jugábamos a la ronda de chistes. Un chiste cada uno, siempre diferentes cada día. Nos daba un beso en la frente a cada uno antes de entrar a la escuela. Nos pasaba a buscar y volvíamos en el subte, cantábamos con los que tocaban ahí, lo que interprete como ridículo era un papá que amaba.

Cuando crecí se volvió más callado, la pasaba más con Abby. Conmigo hablaba de cosas que no entendía, jamás le importo mis notas elevadas. Decía que las notas no importan, lo que importa es saber. Mamá decía que buenas notas era un futuro exitoso, por eso a Abril no le hablaba mucho. Con “mucho” me refiero a más que a mí. Lo poco que decía Matilde para mí era todo.

Después del abrazo la fiesta estuvo buenísima. Jugamos a la generala, la suerte de Rosa nos dejó a todos muchos puntos atrás. Ella se reía como una cotorra.

Conocí al hijo de mi prima, Joaquín. El primer bebé que tuve en brazos. Me encariñé con él. Y creo que yo también le guste, cada vez que me miraba se reía y pedía mi upa. Tienen un perro, un labrador que se llama hipo porque cuando era cachorro tenía mucho hipo. Obviamente Abby le puso el nombre. Abril mantenía a papá, él no requería de mucho. Trabajaba como escritora y ganaba lo suficiente para mantenerlos. No se encontraban en la mejor situación económica, podrían haberme dicho. Pero no lo hicieron.

Sentí una vibra que me hizo sentir como un nene. Por unas horas volví a tener ocho años. Entendí las ideas originales de Abby. Me reí con los chistes simples de papá. Hice el ridículo en el juego de mímica, me tocó la palabra gallinero. Y no me negué como el tío Hugo.

En la mesa todos empezaron a hablar de series y libros con cosas increíbles como una mujer con el pelo infinito, un mundo de pepinos, y una calle que tenía escrita una canción, y para leerla tenías que viajar por ella.

Al principio pensé que eran ideas raras, hasta que vi las imágenes, y comentaron las mejores frases.

La mujer con el pelo infinito representaba a la eterna belleza de una mujer que se la paso cuidando su imagen toda su vida, el mundo de pepinos era una ciudad de gente trabajando constantemente sin ver que eran un conjunto de vegetales, y la calle escrita es una canción que el personaje debe escribir para salir adelante de sus problemas. De alguna manera lograron tocar mi curiosidad.

Rosa, que estaba viviendo ahí con mi viejo, y Abby me invitaron a quedarme en la habitación de huéspedes. Acepte una noche.

A la mañana papá preparaba el desayuno, Rosa barría las hojas de la galería. Abby se levantó más tarde dándonos un tiempo al viejo y a mí para ponernos al tanto. Hable de todos mis logros en la empresa y de mis compañeros de trabajo. Pero preferí que hable papá, parecía tener más tema de charla que yo.

– Hoy hay que juntar las hojas, y talar el ligustro del fondo.

– ¿Ligustro? -pregunté

– El árbol que está atrás. Vamos a hacer un garaje ahí.

– ¿Para qué un garaje?

Se puso la taza en la boca y me miro fijo. Sabía lo qué se venía.

– ¿Sabes qué es una bujía?

Tome una medialuna, la mordí y mire al techo. Pero antes de pensar qué era, pensé en que quería que responda.

– ¿Qué es papá?

Lo note medio impactado. Y dijo con entusiasmo y hasta un poco de orgullo.

– Es una parte fundamental en los motores que no son Diesel, produce una chispa eléctrica que enciende el gas.

– ¿Y en los Diesel por qué no? – Decidí aprender algo de él finalmente.

– Porque el combustible que usa con la presión aumenta solo de temperatura y se enciende, por eso es importante que calienten unos minutos antes de arrancar.

La mecánica me pareció muy interesante, por primera vez me platee estudiar algo fuera de mi carrera. Llego Abby con mi prima Isabel y nos miró sorprendida. Me levante.

– ¿Qué les sirvo? – Les pregunté para que se descolgara Abril.

– Eh, ¿mate cocido hay? – Me dijo Isabel

Les serví y se sumaron a la charla.

– Va a ser un taller de mecánica Lich – dijo Papá para terminar con mis dudas.

Las chicas hablaban del trabajo de Isabel, es dermatóloga en el italiano. Había tenido un caso serio de psoriasis, una enfermedad de la piel muy dolorosa. La habían llamado a ella en especial por el caso extraño, afecta a un 2% de la población, en verdad era muy raro.

Bruno, el marido de Isabel llegó en el auto de Rosa. Se había levantado antes para hacer las compras.

Más tarde estábamos todos afuera, juntamos las hojas mientras Abby se tiraba en las montañas de hojas, la nena interior nunca moriría en ella. Isabel y Bruno se sumaron al juego riéndose, una imagen muy hermosa de ver. Rosa llevaba la carretilla para quemarlas en el pozo. Papá estaba adentro cocinando puchero, que vino perfecto para el día frío. Lavé los platos para ahorrar trabajo. A la tarde noche estábamos todos junto al hogar escuchando música en el reproductor de discos de papá. Cuando empezó a sonar «por una cabeza» de Carlos Gardel, Isabel y bruno empezaron a bailar. Se veían tan enamorados que llegó a darme envidia. Abby se levantó e invito a papá a bailar. Rosa estaba leyendo, puse la mano sobre la hoja. Me miró y se levantó a bailar conmigo. Cambiamos de pareja, baile con Abby e Isabel.

Pienso que es el mejor domingo en familia que tuve. Me dirigí a la cocina donde papá limpiaba los restos.

– Gracias.

– ¿Gracias por qué? – respondió papá mirándome con el trapo en la mano.

– Por invitarme.

– Gracias a vos por venir. – me sonrió.

A la noche. Rosa no me soltaba, decía que si quería me podía quedar.

Mi prima Isabel se ofreció a llevarme a casa, iba para el mismo lado con su marido.

Cuando llegue a CABA, no veía las cosas igual. Mi departamento moderno con sus paredes blancas estaba vacío, la estantería era inútil. Nunca estaba en casa porque me la pasaba en la oficina. Ni siquiera conocía a ninguna mujer con la que compartía experiencias. Soy una persona ridícula para cualquiera.

Sonó mi teléfono, era Gonza. No le conteste. Tome una copa de vino mientras cenaba unos Giacomo con tuco y queso rallado.

Un rato más tarde sonó la puerta. Escuché una voz familiar y abrí, era Gonzalo hablando por teléfono.

– Ahí me abrió, te dejo. – Lich, me asustaste. ¿Por qué no contestaste?

– Me tome la noche. ¿Por qué? ¿Paso algo?

– Mañana es la reunión y Marce quiere que te ponga al tanto. Es un paso importante en la carrera de todos.

– Lo tengo en cuenta Gon – dije cerrando la puerta.

– ¿Cómo te fue? – dijo mientras me detenía.

– Bien, muy bien.

– ¿El viejo? Siempre te pones raro después de verlo. Es como si te olvidaras de lo importante. – dijo evitando el contacto visual.

– Hablamos mañana.

– Chau, nos vemos mañana. ¡No te olvides! – cerré la puerta antes de que terminara.

Me pareció mucho que venga hasta mi casa. Un poco obsesivo. «Lo importante» ¿Qué significa eso?

Me desperté en una habitación con olor a jazmín. Sábanas viejas color verde inglés. La ventana a mi derecha y a mi izquierda otra, sobre salían de la pared. Las dos paredes se juntaban al final formando un triángulo en la pared de enfrente. Rústico como la casa de Vicente Melazi. Me sentía en casa. Me levanté y estaban mis pantuflas. Bajé a la cocina. Ahí estaba papá haciendo panqueques. Abby se reía sentada en la barra. Miré por el ventanal de la cocina a el patio, el garaje estaba listo y había tres autos para arreglar. Todo el jardín estaba lleno de flores, era primavera y se notaba al calor.

Rosa estaba afuera sacando los yuyos de las flores para que no las maten. Abby me vio y puso música en el toca discos mientras me sonríe. No puedo escuchar la música, mamá llega desde la puerta hablando por teléfono, me mira y sube arriba. La imagen se vuelve oscura, papá está llorando mientras Abby lee con auriculares. Todo se torna de gris. Hasta que suena la alarma.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS