Entre ella y yo no habían citas perfectas ni mucho menos romanticismo. No había tiempo para eso. 
Se nos iban los segundos dejando nuestra ropa desordenada por el piso con la prisa de comernos rápidamente la boca del otro. Con las ganas de olvidarnos del mundo. Con la casualidad de sentirnos refugio.
No queríamos mas que nuestras frenéticas idas y venidas. Entre nosotros no había espacio para eso que llaman amor, no había dudas entre el »me quiere o no me quiere» aquí solo había fuego y no dulzura.
Solo eramos dos solitarios haciéndose compañía, solo dos pirómanos jugando con fuego, sabiendo que las llamas no duran mucho y que el fuego te duele cuando se te escapa de las manos.
Eramos amantes. Quid pro quo en su máximo esplendor. 
Ella fue mía y yo suyo, pero solo mientras duro. 

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