La falta de respeto al otro en espacios públicos, por ejemplo los que no dejan salir antes de entrar en el metro.

Las cacas de perros en la calle. Aunque traiga buena suerte pisarlas.

No saber reaccionar a tiempo en según qué situaciones. Bien sea para soltar una contestación adecuada en algunos momentos o para auxiliar a alguien.

La gente que escupe en la calle. ¡Por dios, que usen un kleenex si desean liberarse de la flema o lo que sea, como cuando se suena uno!

Los que hablan sin parar, sin escuchar ni siquiera un monosílabo o reparar en un gesto. Cuando no se puede meter baza es frustrante porque al cabo de unos minutos la idea puede puede volado y después ya no viene a cuento.

El arroz con leche. Seré de las pocas personas, supongo; como cuando, siendo español, no te gusta la tortilla española (¡esta sí que me encanta y no lo puse en mi Me gusta!).

Cuando viajo fuera de España y oigo a grupos de españoles hablando muy alto. Pero supongo que es parte de nuestra cultura, ¡qué le vamos a hacer!

Los atascos en la carretera. Sacan lo peor de las personas. Incluso a veces, porras.

Madrugar, y lo peor es que saber que tengo que hacerlo me produce insomnio. ¡Dios no me ayudará nunca!

Llegar tarde o hacer esperar. Pero tampoco tener que esperar yo más de los cinco o diez minutos de rigor. Aunque también es verdad que el móvil ha suavizado algo la espera.

Algunas tertulias en TV, perniciosas, manipuladoras, tendenciosas y chirriantes. El cambio de canal se impone.

La letra pequeña en los contratos, aunque a veces tampoco lea la letra grande.

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