Dónde me quieres

Dónde me quieres

Patty Saavedra

23/10/2017

Katherine busca eliminar su pasado, cambiar su vida y salir adelante sin pensar en hombres, sexo y satisfacción. Cuando la suerte le gira como una moneda y el dinero llena sus cuentas bancarias el amor se abarca en un juego intenso de lujuria y pasión.

Una historia donde encontrarás más que sexo, prostitución y placer.

Y mucho más que una típica novela romántica dónde el amor sale ganando.

¿Termina en un final feliz?

¿Estarás dispuesto a vivir la vida de Katherine?


1

19 de Enero, 2008

Alguna canción suena a mi espalda, llevo cinco copas bebidas, no es que lleve la cuenta de las que he tomado en todo el día, perdería mi tiempo. Sé que a esta hora, las diez con vente de la noche llevo cinco bebidas en el barra, lo sé porque tengo cinco dedos en una de mis manos. También sé que apenas llegue a la habitación me avente en la licorera hasta bebérmela por completo importándome poco lo endeudada que estoy.

Luego estuve nadando en la piscina mientras bebía por tiempos de una botella de ginebra pura, tire el trago por la ventana y grite algo que ni yo me explico.

  • -Trágate mi culo – había lanzado las copas hasta escuchar el estrellar del cristal romperse a lo lejos de los pisos del hotel Palms y cabe aclarar que estoy en el piso más alto y caro de todas las Vegas.
  • -Un Adán y Eva, para la rubia – La tomo entre mis dedos.
  • Sabes si tuviera amigas sabría mejor, tal vez estaríamos riendo de las bobadas que haremos en toda la noche, nos burlaríamos de algunos hombres mientras bebemos hasta perder la conciencia. Y al final terminamos casadas con vejetes adinerados – él barman hace una mueca, no soy la única que habla sin sentido esta noche – Necesito el dinero. También amigas y un hombre sin importar su edad.
  • -¡Hey Guapa! a dónde vas – Me giro pero no logro ver demasiado al dueño de esa voz. Entrecierro los ojos y encuentro un collar grande, al parecer de cadenas de oro que trae colgado en el cuello – ¿Estás sola?
  • ¿Fumas? – Veo el rugoso papel blanco hecho a mano, tardo en tomarlo y en aspirar fuertemente. Ellos ríen – Eres toda una experta.
  • -No es en lo único – aparto el trozo y él se niega a volver a tomarlo – no soy adicta – Los hombres se tornar serios y lo entiendo – Debo marcharme – trato de parecer buena y agradezco secamente.

Mantuve la visión centrada en aquella nube a lo lejos mientras empezaban a bullir las burbujas de la piscina, muevo los pies y me imagino teniendo otra vida y aunque la mia no está mal desearía tener más dinero.

¡Pero no! sigo sola.

La aglomeración de personas bailando es ajena a mis palabras, se mueven como trompos, dan giros y se sonríen entre sí mismo. Levantan los brazos y yo también lo hago ante el grito histérico que hace el DJ. No me estoy divirtiendo y menos ahora que me he caído del taburete.

Con lastima algunos hombres me miran tambalear al levantarme por si sola y tras pagar los tragos bailoteo para marcharme de la discoteca, he tomado bastante y mañana he de comprar un vuelo para volver a España. La canción tiene un ritmo echa polvos y mueve culos.

Sonrió con cobardía. Él no me agrada y menos con los hombres altos tras su espalda. Digo que no un con un rotundo ánimo de librarme de él. Insisto que no vengo sola al ver su duda. Busco unas mujeres picoteando el piso, no es difícil encontrarlas, el paraje está lleno de ellas, con faldas cortas, con pequeñas prendas, otras con vestidos cortos y tacones.

Me sorteo entre la multitud oteo hacía atrás por tiempos, los estafadores y extorsionadores son inteligentes, buscan que me endeude por un par de porros de Marihuana y pueden que lo consigan.

Una mujer bien calada a mi lado grita que es su canción favorita antes de que me invite a moverme. Su cabello corto está húmedo, se le mueve de lado a lado mientras su sonrisa se amplia. Los labios los trae brillantes ante el aplicador de brillos escandaloso que se compró.

  • -No bailo – le digo al oído mientras ella me toca y me sube los brazos para que me divierta.
  • -¿Y a que vienes? – se sube el vestido lentamente hasta que se le ve la pequeña y casi sin tela tanga negra – ¡Súbele! – le grita al hombre tras la cabina – Muévete rubia.

Me quedo de piedra al ver que un hombre le dice algo al oído y le ayuda a recomponer las prendas. Miro cada lado posible. Todos tienen pareja. Sintiéndome más sola de lo que estoy pongo en táctica: movimiento de zorra.

Emprendo el baile lanzando mi cabello hacia atrás al mover provocadoramente mis caderas anchas. El vestido negro que traigo se ajusta perfectamente a la temática de la esfera. No hago mucho esfuerzo antes de que sienta unas manos sobre la tela.

Aparto el cabello largo de la parte de atrás y lo acomodo a un lado. Veo sus manos, tiene los dedos largos y uñas muy bien cuidadas. Se frotan en mi estómago haciendo un masaje fuerte para apretarme más a su pecho. No pierdo el tiempo en divisar al hombre. Miro sobre mi hombro, y aprecio su sobresaliente altura y musculatura. Y sé con certeza que me ocultaría si me quitara los tacones. Tiene una chaqueta oscura y una camisa de algodón. Subo las manos y muevo más fuerte el trasero para meterlo en su cintura.

Sus manos me abrigan, suben en dirección a mis pechos, acaricio su cuello, trae la camisa abierta y está demasiado frio dado el clima que emergen todos los bailarines. Sus manos vuelven a descender y ascender en mi torso pero sin tocar nada privado. La canción se mezcla y empieza otra de tono más lento y apasionado. Las luces cambian de color y al momento en que se apagan me giro.

No me sorprendo al conocerle, es demasiado atractivo, su cabello sube elegantemente en finos cabellos que bien pueden ser de un rubio o tal vez castaño claro. Su rostro es suave, es joven pero no exorbitante, su nariz es justa y perfilada. Los ojos son originarios de un color claro, pero no descifro que color exactamente, las fluorescencias de la discoteca que no ayudan para acertar con su tono. Y a pesar de mi ceguera lo que si noto es que está bien dotado de unas pestañas negras y largas que le combinan a excelencia con su apariencia.

  • -¿Qué haces aquí? – su espesor de voz me sobrecoge extrañamente.
  • ¿Qué haces tú aquí? – Su meneo es moroso y arremete en buscarme el cuerpo entre cada agitación de cadera. La estabilidad de sus manos me mantienen en un lugar cómodo y suave. Me deleito en tocarle cada centímetro posible hasta que la música se calle.
  • -Aun no encuentro la razón – su respuesta sale con un poco de resequedad, al detallar el sabor natural que emerge en mi alma. Me vuelve a dar un par de vueltas.

Sus ojos se clavan en mis pechos y luego en mis labios. Evito engendrar una sonrisa al encontrar su cadera trabajada y suavizar su espalda baja. No desciendo las manos para tocar lo que quiero, y aunque no lo hago, la forma que hace su columna rebela el gran trasero que le han concedido los dioses.

Me da un giro 360 y mis brazos vuelan a su cuello. La canción se combina y le reconozco fácil. Soy Colombiana, la salsa es lo mio.

Dejo caer mi cabeza cuando me encuentro en sus brazos. No es una pareja defectuosa, tiene un buen tiempo y movimiento. Y sin duda me maneja bien.

Y en eso caigo en cuenta en la conversación, de seguro es un hombre trabajador, con esposa hermosa, atlética y encantadora como él. Ella es demasiado bella, pero le ha sido infiel con otro hombre, y ahora él está aquí, buscando eliminar el mal recuerdo, se niega a que la consorte con quien deseo pasar toda su vida este con otro. Sonríe en cuanto le reacomodo el cuello de la camisa. Es inútil que alguien le pueda hacer algo similar a este hombre, es como tener todo en uno. El vuelve a darme un giro sobre mis tacones y aprecio que no tiene argolla y tampoco parece infeliz.

  • -¿Y que buscas en la vida? – preguntó acariciando su cabello entre el baile y el coqueteo. Esta suave y húmedo, tal vez por la ducha que tomo hace algunas horas, su piel sigue fresca y huele a la suavidad del jabón de baño y perfume varonil.
  • -Amo esta canción – el hombre en la consola mezcla Walking up in Vegas en un remix amplio.
  • -Una mujer – dice con duda al darme vuelta.

Sus ojos desenmascaran lo que en años no he vuelto a ver en la mirada de mi padre. Hace décadas Ángel traía ese brillo, y esa pasión de tener al lado una mujer como madre. No había vuelto a ver ese ofrecimiento en alguien más. Sin duda eso contesta mi pregunta. El desconocido tiene la esperanza de anclarse al matrimonio casarse y después de una fornicación prolongada tener hijos por montón, ¡Claro! Y después de ello ser la familia ejemplar, con dinero, casa tipo mansión donde vivirán la eternidad. Y hasta tendrán un final feliz.

Y gracias a Dios que lo hizo, porque no soportaría escrutar en la cursilería de su romanticismo. No permanece continua la canción de Katy Perry antes de que coloquen otra que todos conocen. Gritan al saltar, mueven los brazos de lado a lado con emoción.

Me aparto del desconocido porque no se bailar de ese son tan alocado, aunque pongo en duda ¿cómo bailaría eso con una pareja, si es saltar y levantar los brazos? Llego a la barra y pido un Aviation. El barman que no me perdía de vista al caerme de la silla, hace unos cuantos minutos, me expande su iris oscuro, y en silencio trata de decirme que de ninguna manera me preparará otro trago. Sin embargo llega un compañero suyo vestido de traje al igual y acepta a prepararme el trago. Se mueven receloso entre el pequeño espacio tras la barra antes de terminar la copa alicorada.

  • -Invita la casa – echo la vista encima de mi hombro para ver al hombre al final de la barra.
  • -Gracias, pero lo pagaré – entrego la tarjeta y cierro los ojos al momento en que él la recoge.
  • -Un Negroni, por favor – el mortal que hace unos segundos bailaba conmigo a un estilo intenso, se reacomoda a mi lado y espera paciente a que le retorne la plática.
  • -Lo siento, me han informado que no tomarán su bebida, insisten en que la casa invita – permanezco inmóvil al ser el centro de la noche. Diviso al hombre del collar moverse incomodo mientas da indicaciones a sus gorilas.
  • -Gracias, pero no la quiero. Puedo pagar – tomo la tarjeta y ando con gran ligereza.
  • -Al hotel Palms – le digo al conductor.
  • -No te puedo perder de vista.
  • -¡Estoy de puta madre! – grito al ver que no tengo argolla en mi dedo.
  • Ciega, borracha y ahora con la nariz mallugada – divulgo mi ira contra la silla de madera que salió de repente.
  • -¿Qué tal Adonis?
  • -¡Oh mierda! A esto no era a lo que me refería. ¡Por Dios! Cuando te pedí que disfrutaras de la vida era de otro modo, ¡no sé! conseguir amigas, por ejemplo – Su mano se apodera de mi codo y me expulsa fuera de la habitación más costosa del mundo – Ocúltate.

Cuando retorne a Madrid asumiré que debo atarme el estómago porque me estoy gastando todo el capital de la comida del mes.

Empiezo a trepidar briosamente al ponerme en pie sobre el suelo. Lamento en quejido tomando en cuenta de que pronto me desmayaré y perderé la razón si no salgo de aquí.

Busco la salida soslayando el público para que los hombres con cara de matones no me sigan de camino al hotel. Me detengo a escasos metros de entrada al centro de recreación para adultos para avistar algún movimiento incauto de alguien pero no percibo nada. Salgo para detener a uno de los taxis que pasan por la calle principal. Una nueva canción latina suena de fondo pero insisto en marcharme.

Cierro la puerta pero antes de que el hombre tire de la palanca de cambios del auto, el caballero que bailo conmigo tres canciones se sentó a mi lado. Sus ojos efectivamente eran claros. Grises y dilatados.

Las punzadas de una noche calurosa, ardiente y fogosa se ven reflejadas en este momento en la resaca infernal que me pesa. Cubro el sol con una de mis manos.

Se supone que tras una noche de locura excesiva y de perder la conciencia en las vegas, resultas casada con algún vejete. Pero he roto la tradición. Rio contra la almohada mientras el luengo generoso de mis hebras de hilos dorados se esparce por todo el lugar. La puesta de sol esta fuerte simulan ser las doce o una de la tarde, quizá. Tocan la puerta por mil enésimas veces y giro sobre toda la grandiosa cama de la suite.

Salto de la cama para abrir la puerta torturadora de cerebros dormidos por las dosis de alcohol. Suelto una pequeña risa cuita al tropezar con una silla.

Doy un traspié alejándola de una patada. Volveré a casa no con un matrimonio si no con una vendita en el puente de la nariz. Los dedos los manejo fríos mientras que la cabeza y la nariz las traigo como un cráter a punto de soltar caldera. Empujo la puerta hacia delante y me rio por lo estúpida que estoy siendo al abrirla hacia afuera. Jalo de ella y mi jefe se conserva con la cara lívida, yo lo imito no solo por la hora, si no por las prendas que me rodean y el fastidioso olor alcohol que me acompaña; trato de sonreír con la mano en el puente de la nariz pero él resopla.

Me extiende su chaqueta con olor a ginger de Madagascar que se proyectan muy bien con el olor lujoso del cuero italiano. Al entrar en el cuarto busca como un maniático rastro de alguna cosa, no lo entiendo hasta que toma mi teléfono. Cuando coincide con mi vestido de la noche anterior lo mira con repulsión y lo expele lejos. Agarra un tacón bajo la cama y luego el compañero que está cerca a la mesa de noche. Levanta algunos objetos y topa un par de prendas ajenas. Tiene en sus manos mi teléfono, mi tarjeta de débito y la llave de la habitación.

  • -¿Dónde está tú equipaje? – jadeó megalómanamente.
  • En el aeropuerto – hablo tras aclarar mi garganta.

Le oigo gruñir y me cierro la chaqueta que me queda generosamente larga y monstruosamente grande. Me hago sombra con la chaqueta en la única prenda diminuta que me oculta de la desnudez completa. La tanga es de color crema. Trato de arreglarme el cabello porque lo traigo alborotado. Me tira de la mano y me saca a grandes pasos.

  • -¿Katherine, está pago el hotel? – Asiento al encontrarnos en recepción – Y con qué dinero. Explícamelo.
  • -Tengo dinero – digo ante la negativa de que estoy en quiebra, los tacones resaltan, son de Versace Fall – venderé algunas cosas.
  • -¿Qué, tus zapatos? – se ríe al momento en que cancela la habitación a mi nombre con su dinero.

En el avión me trenzo el cabello mientras que mi jefe no para de tambalear el pie, por tiempos levanto la vista, pero aún tengo vergüenza. No tengo miedo alguno por mi puesto como secretaria de presidencia. Sé que la liare en la oficina, pero nunca me despedirá, o de eso estoy completamente segura.

  • -Sabes, cuando fui joven nunca viajé a las vegas y menos a hacer el ridículo que me hiciste pasar – miro por la ventana pero aun así él sigue detallándome desde el asiento del frente – Ahora apareces en la prensa como la asistente más cachonda de la historia.
  • -¿Me pase verdad? – acicale mi trenza – ni siquiera puedo sostenerme en un palo de pole.
  • -Según dice el enunciado te enseñaron en solo palabras – se tapa la boca con un dedo evitando volver a reír.
  • -Te tomaste mi vino – coloca las manos colosales sobre sus rodillas – Qué haré contigo te has bebido 145 mil dólares, dime.
  • -Me vas a decir que no eras consciente hacia dónde volabas, acaso… – se coloca de malgenio y luego se ríe – ¡Ay dios! No puede ser que un error tan grande pasa delante de tus ojos y no te diste de cuenta.
  • -Pues… Simplemente no le vi intención de leer el tiquete, solo lo compre y ya. Confié en la venta.
  • -Y como te diste de cuenta de que el boleto no era – coloca los ojos en blanco.
  • -Cuando dijieron el destino al emprender vuelo.

Lanza el periódico sobre la mesa de madera y trato de no sonreír al ver mis imágenes en la lejanía. Leo una de las frases: Secretaria echando fuego. Rio fuertemente y él parece relajarse ante mi nada didacta postura en el tema.

Él se desternilla de la risa y no puedo evitar acompañarlo, las imágenes son explicitas, bailo con el palo como una maniática, sin duda tengo talento. No me veo mal, claramente, pero es raro vislumbrarme tan sonriente y experta en ese tubo, cuando en verdad no suelo sonreír y tampoco estar relajada.

Adonis es majo y su pongo que en su época era mucho más airoso. Ahora aunque ya entro en la vejes se conserva asaz, es alto, 1,96 de altura según su cedula, trae el cabello rubio y a mi dictamen aparenta ser alemán nato, aunque él es de origen irlandés con inicios franceses. Sus ojos son azules, son grandes, de igual manera que los míos. Tiene rasgos faciales mansos que le hace ver más joven de lo que en verdad es, aunque tiene 48 pero parece que entrará en los 30.

Lo miro y no contradigo nada, no es que vague como una alcohólica día y noche. Si no fuera porque la estúpida taquillera encargada de hacer efectiva la compra de un tiquete de avión, me facturo en destino las vegas en vez de España, no hubiera terminado en la ciudad más pecadora del mundo. Incita a joderte.

Él no vuelve a decir nada en el regreso a casa, almorzamos y comemos en la tarde/noche en el avión, y aun así no me vuelve a dirigir la palabra. Quisiera pedirle perdón por el desastre que le cuse a su imagen pura de un hombre de negocios, pero las palabras no me salen dado que no recuerdo las horas de perdición y desfachatez que tuve. Intento recordarlo, pero no hay nada. Solo tragos y una madrugada aturdidora.

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