Cuándo esa infusión traicionera, que le servia de refugio por momentos, se liberaba de las venas: volvía.
Este tenebroso amigo regresaba nuevamente y mas fuerte, ya se sentía la tensión en el pecho, se notaban sus pupilas dilatadas y fácilmente retornaba su falta de aliento y de vida en cada palabra.
Regresaba con crudeza: ¡burlándose! Con una ímpetu propia de la arrogancia y le susurraba que «no importa donde corriera o escondiera #él siempre iba a encontrarla.»
Parecían el uno para el otro. Ella insípida, carente de fuerza. Solo un deposito donde el tiraría toda su mierda.
Su alma pendía de un hilo.
Gritaba de rabia, y moría de vergüenza. Su espejo reflejaba una visión muerta de si misma.
Se presto a la resignación y seguido a eso a la desilusión. Se escondió dentro de su cuerpo ya desgastado. Caminaba a paso firme y ligero al ritmo de su melancolía.
Nunca pudo poner orden a ese corazón enloquecido.
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