– ¿Y tú quién eres?
– Soy tu hija mamá
– ¿De verdad?!!!! ¿Y yo tengo hijos?
– Sí, mamá, tienes seis
-Ahhhhh
Pero esa novedad parece importarle poco y de inmediato regresa al mundo en el que quiere vivir, o en el que le tocó vivir. Allí sigue siendo una niña por eso no puede verse en un espejo, la señora canosa y arrugada que refleja no se corresponde con la inquieta que juega en el conuco de su papá recogiendo café hasta que un día le saltó una culebra del canasto y gritando no volvió a esa diversión ¡Cuanto le gusta su campo! Comer frutas y también cosecharlas. Eso sí, la tarea de recoger la sangre que emana el cochino luego de un palazo certero, ésa nunca le ha gustado y siempre, siempre deja caer la sangre del tazón impresionada por la cantidad. Y por el grito del cochino.
También cuenta divertida una canción con la que molesta a su hermano. Que su hermana Clemencia es una floja que solamente quiere estudiar mientras ella no sale de lo verde, de las aguas del río, del fogón y del maíz pilao.
Así que tengo por madre a una niña que no logra llegar a su memoria adolescente. Que amanece de un humor terrible en un mundo que no reconoce. Que no sabe donde y con quienes vive. El otro día le dije bromeando -señora Teresa usted no nos reconoce porque la verdad nosotros la secuestramos pero nadie quiso pagar el rescate y no pudimos regresarla y ahora no sabemos que hacer- . Ella sonríe pícara porque sabe imposible que no la quieran.
Ella pelea y canta, ella tiende su cama y canta, ella barre y canta, ella olvida y canta.
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