Qué pasaría si…

¿Qué pasaría si un día te levantaras de la cama y nada fuera como el día anterior? Si ya no vivieras en la misma casa. Si tu familia fuera otra. Si tus sentimientos estuvieran dormidos. ¿Qué pasaría si creyeras que todo eso es real? ¿O que todo lo anterior había sido real? ¿Qué pasaría si de la noche a la mañana toda tu vida, real o soñada, hubiera cambiado?

Natalia caminaba por la Gran Vía de Madrid cuando de repente se dio cuenta de que algo había cambiado. Esa no era su ciudad. No conocía esa calle; la gente que pasaba a su lado parecía diferente a la de todos los días… Caminó unos pasos más y llegó hasta una tienda con espejos en los escaparates. Miró a la persona que se reflejaba en esos espejos. Debía verse a sí misma, pero no era ella. La persona que se reflejaba no era ella. Al menos no era la Natalia con la que había compartido cuerpo y mente durante treinta y cuatro años.

Entró en una cafetería y pidió un café solo, necesitaba un estímulo en forma de cafeína para entender lo que estaba pasando. El camarero tardó unos segundos en entender lo que le estaba pidiendo. Dijo unas palabras en un idioma que Natalia no conocía, al menos por el momento, y finalmente le habló en su idioma. Le dio su taza de café y Natalia se dirigió a una mesa donde se sentó pesadamente. Sin entender qué pasaba.

Bebió un sorbo de café. Cerró los ojos. No recordaba nada raro. Ningún accidente. Nada que pudiera hacerla pensar que estaba en un sueño, en coma… Cogió su móvil del bolso. Desbloqueó sin problemas la clave de seguridad, al menos recordaba eso. Abrió la agenda del teléfono. No reconocía ninguno de los nombres que había en ese teléfono, pero el terminal sí era suyo. Estaba esa pegatina que su hija pequeña había pegado unos pocos días antes.

¡Su hija! Abrió el álbum de fotos en el móvil. No había ninguna foto de su hija. Recordaba perfectamente su cara; sus ojos verdes y sus rizos castaños. Recordaba la sonrisa idéntica a la de su marido. Tampoco había fotos de él… No había fotos de su casa, ni de sus padres… Las fotos de ese teléfono no eran de su vida. Había fotos de dos niños gemelos o mellizos, no lo sabía distinguir, eran muy parecidos. Sonreían. La miraban a ella desde la foto. Pero no los reconocía. Era la primera vez que los veía.

Subió una persona de la cafetería para recoger las mesas de esa planta.

—Perdona —dijo Natalia a la joven camarera—. ¿Podrías decirme que día es hoy? Ando un poco despistada… demasiadas horas sin dormir… ya sabes.

—Claro, a todas nos pasa a veces. Hoy es martes, 29 de febrero.

—¿29 de febrero? —repitió Natalia—. ¿De qué año?

—Vaya… de 2024…

—Gracias…

Natalia volvió a abrir su bolso. Siempre usaba una agenda física. A pesar de todos los avances, no se fiaba de las aplicaciones de su teléfono. Prefería usar lápiz y papel. La agenda estaba ahí. Bien. Abrió la agenda por donde estaba el marcador. Día 28 de febrero de 2024… ¿Qué había pasado?

Un hombre se acercó a ella sonriendo abiertamente. Se inclinó y la besó fugazmente en los labios.

—Pensé que no llegaba, está todo lleno de gente —dijo él. Natalia se quedó parada. Esa cara no le resultaba extraña del todo. ¿Dónde la había visto antes?… ¡Las fotos!… Cogió su móvil y buscó la foto de ese hombre—. ¿Qué te ocurre? ¿Ha pasado algo?

—Perdona, pero estoy un poco confundida…

—Tranquila, es normal, siempre te pasa lo mismo.

—¿Siempre? ¿Qué quieres decir?

—Cada vez que haces este viaje llegas un poco confusa. Es normal. A todos os pasa.

—¿A todos? ¿Viaje? No sé de qué estás hablando. De hecho, sé que te conozco porque tengo fotos tuyas en el móvil, pero no sé quién eres.

—Verás… El viaje que realizáis todas las personas que en vuestra vida real no os sentís satisfechos pero no podéis hacer nada por cambiar. No eres tú sola la que llega cada 29 de febrero hasta aquí.

—¿Dónde es “aquí”?

—“Aquí” es vuestra vida soñada, y…

—Espera, espera, espera… ¿Quieres decir que en mi vida real no soy una mujer satisfecha y he creado un mundo paralelo?

—¡No! No tienes tanto poder. Esta realidad solo está en tus sueños.

—Entonces… ¿de qué viaje me hablas?

—No estás dormida. Al menos no estás dormida como vosotros entendéis ese acto. Estás… cómo decirlo… en un estado de ensoñación inducido por fármacos muy fuertes; tan fuertes que solo puedes hacer este viaje una vez cada cuatro años.

—Los años bisiestos… el 29 de febrero…

—Sí, así es. Esto es lo que realmente te hubiera gustado tener en tu vida normal.

—¿Gemelos?

—No, jajajaja, esos son mis hijos. Pero no son tuyos.

—Perdona, pero me he vuelto a perder, ¿tus hijos?

—Claro, yo vivo aquí todos los días de mi vida. Tengo una vida al margen de tus sueños y deseos. Estoy casado. Nunca te importó…

—Entonces, entre tú y yo ¿qué tipo de relación hay?

—Bueno, yo soy tu… profesor de equitación.

—¡Profesor de equitación! ¿Quieres decir que en mi vida insatisfecha de la realidad echo de menos la equitación?

—Sí.

—¿Me estás tomando el pelo?

—No.

—¿Y por qué no estamos en un centro de equitación o en medio de la montaña?

—No lo sé. Es tu vida soñada, no la mía. Mi trabajo es satisfacer tus sueños… Esta vez te noto más afectada que otras veces por el viaje. Deberías hablar con la empresa programadora de vidas.

—¿Empresa programadora de vidas?

—Sí. Claro. Este viaje no se puede hacer sin un control… ¿De verdad no recuerdas nada de esto? Normalmente te cuesta un poco recordarlo todo, pero hoy me estás preocupando.

—¿Llevo muchos años viniendo?

—Este es el tercero.

—Entonces… tenía pocos más de veinte cuando hice mi primer viaje…

—Sí, veintidós.

—Y… ¿cómo nos conocimos?

—Yo ya estaba en tu mente cuando llegaste. Me dieron los datos y me presenté donde tú querías.

—¿Quién te los dio?

—La empresa programadora. ¿Quién si no?

—Claro… quién si no… —susurró Natalia.

—Has perdido casi la mitad de tu tiempo con esta pérdida de memoria. ¿Recuerdas por qué me has citado aquí?

—Sinceramente, no recuerdo absolutamente nada.

—Ven. Vamos. Creo que ya estás lista.

—¿Lista para qué?

—Confía en mí Natalia…

—Señor, creo que Natalia está lista para empezar con su trabajo.

—¿Tiene recuerdos? —preguntó una voz que salía de la oscuridad de un habitación a la que su marido soñado la había llevado.

—Sí, pero no son reales. Cree que está casada y tiene una hija.

—¿Estás seguro de que no va a haber problemas con ella?

—Sí. Totalmente seguro.

—De acuerdo. Es tu responsabilidad.

—Claro…

—Perdón —interrumpió Natalia—, para qué se supone que estoy lista…y, ¿de qué problemas hablan? ¿Quién hay detrás de esa voz?

—Tranquila Natalia. Todo saldrá bien.

—¿El qué? ¿Qué va a salir bien?

—Ven. Túmbate aquí. Tranquila. Cierra los ojos…

—Hola cariño, ¿cómo estás? ¡Tenía tantas ganas de verte! ¿Te encuentras bien? Pareces un poco aturdida. ¿Ha pasado algo?

—No. No sé…

—¿Ha sido muy cansado el viaje?

—¿Qué viaje?

—Tranquila Natalia. De momento no hay necesidad de tener más información… Poco a poco. Ven. Esta es nuestra nueva casa. Vamos a ser muy felices. He preparado todo para que estés a gusto y no eches de menos nada.

—¿Qué debería echar de menos? Perdona, pero no sé si te conozco de algo. Tienes razón. Estoy aturdida. ¿Quién eres?

—Mi amor —dijo sonriendo aquel hombre—, vamos a empezar una nueva vida… eres la mujer de mis sueños…

©Irene Muñoz Serrulla

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