— ¿Estás bien?
—Sí, muy a gusto.
— ¿Y estas pastillas?
— Calmantes.
— ¡Diablos! es lo que creo…
— Sí, no hay problema.
— ¿Qué? ¡Llamaré a una ambulancia!
— ¡Detente! No lo hagas. Respeta mi decisión.
— ¿Es que acaso estás loco?
—Lo estuve. Ahora le digo adiós a esta vida amorfa.
—Todo es mi culpa, no noté tus bajones.
— ¿Qué? Eres una excelente persona. Llevo tiempo dañando mi cuerpo; cortes, drogas y golpes, por decisión propia.
— ¿¡Por qué!?
—Luego de experiencias imborrables, lecciones de vida pasajeras que me han convertido en un ripio y misántropo. Una cosa conlleva a otra, y con aquellos reumas en mis ojos no volví a ver esta vida con la misma intensidad. El peaje se hizo difícil de pagar e imposible de recaudar.
— ¡La ambulancia está en camino! ¡Tú puedes!
— «Así que eres tú». Muchos se jactan de haberte burlado, hueles a café recién preparado, y que hermosos labios tienes. Comprendo, sólo me estoy despidiendo.
— ¿¡Con quien hablas!?
—Llegó el ansiado momento, diles a todos que ella es preciosa y tienes unos suaves labios. Para aquellos que te señalen por mi suicidio ofrece tu mejor cara, muchos dirán: “fue el camino más fácil”. No creas en palabras que al pronunciarlas ellos no las sienten.
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