Oda al silencio

Oda al silencio

Pau González

13/10/2017

1. Lo concreto

Paso de mucho a nada en cinco segundos,

estoy atenta y luego me distraigo con el tumor constante del pensar,

dibujo orillas de reminiscencias que me saltan como ampolleta vibrante.

Me siento y me estiro en el perplejo eterno de la manzana mordida,

del envenenamiento de las palabras dadas para ser leídas o escuchadas.

Doy vueltas al unísono de la música de fondo, con acordes y voces magistrales,

me intensifico con señales inexistentes, con mensajes más que pasados, con emociones transitorias.

Sí, todo es transitorio.

2. Sueños extraños con extraños

Me siento segura en ese lugar, estoy convencida de que es real,

que lo real está donde quiero, donde mi aturdido cerebro quiere que esté.

La falena que me persigue en sueños es infalible, se desenvuelve entre cenizas atizadas por un fuego de siglos pasados. ¿O días, semanas, meses?

El reloj no existe, sólo la muerte o el despertar son mi fuente de percepción,

lo veo pasar, recoger un papel, mirarme a los ojos y darse la vuelta sin decir adiós.

Esa figura estuvo ahí, lo sé, lo sentí, lo vi cruzarse ante mis pupilas no dilatadas.

Observé imágenes paganas de lugareños antiguos que visitaron mi fuente de amor, más, desaparecieron en cuanto cerré los ojos o pensé que los cerré en algún instante.

Llega la luz altanera, recoge las alucinaciones¿? y me para de golpe ante el espejo sin reflejo.

3. El verdadero misterio

Estoy aquí, erguida ante los hechos y deshechos, simulando la mortífera existencia.

Sólo el sigilo es la llamarada que me mantiene viva, que me hace moverme de aquí para allá en laberintos de pasiones.

La muerte cercana es la verdadera luz, es la esclarificadora de todas las verdades y mentiras que circulan por el aire contaminado.

¿Me será adjudicada la naturaleza del sopor ante el dolor alguna vez?

Las latencias siguen en pie, me siento tranquila aquí en este cubículo de amor desapegado, las latencias siguen su curso.

Nunca todo se resuelve del todo, nunca se puede decir todo a los ojos, a los labios, al corazón.

Conservar ese misterio hace de la conexión un flagrante desafío a los sentidos,

guardar silencios con el otro, con los otros, seguirá siendo un placentero manojo de enternecimientos. No podemos, entonces, decir realmente todo.

Y, como final alterno, la mejor de las promesas es no prometer nada.

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