Un robot que «toma» la palabra

Fragmentos de la carta de Ramón Cañelles, co-director de Fundación Escritura(s) y Talleres de Escritura Fuentetaja a la escritora Marta Sanz sobre la lectura de la versión digital de su artículo “¿Es posible una literatura de urgencia?”, publicado en Babelia el sábado 25 de Agosto de 2017 y que recibió protagonismo en la portada del diario El País de ese mismo día. Con esa carta se alertaba a la escritora de lo que parecía ser la intervención de un robot modificando aspectos sensibles de su escritura.

(…)

Me parece imprescindible que los creadores normalmente llamados escritores —yo, habituado a escribir usando fotografías, sonidos e imágenes en movimiento obviamente no sería un escritor “normal”— , aquellos que toman a la palabra escrita como reducto exclusivo de su expresión y de sus intencionalidades artísticas se interroguen hasta el extremo sobre lo que les ocurre a las palabras —reducto en muchos sentidos sagrado a la materia básica del pensamiento y por el que yo no puedo sentir más que el máximo de los respetos—. Y sobre todo, claro, a sus propias palabras.

Lo que le hayan podido ocurrir a tus palabras desde que las escribiste hasta que llegaron a mí es el centro de este intercambio al que te invito.

(..)

Para centrar mi interrogatorio quizás convenga tener muy presente la importancia del escenario en el cual mi lectura entró en contacto con tus palabras: la prensa digital de gran difusión. Es decir, el lugar en el que hoy se están jugando muchos de los destinos del lenguaje escrito del futuro.

Heredera de la prensa escrita, la digital tiene hoy un alcance incomparablemente mayor en número de lectores, pero también en su capacidad de abolir fronteras espaciales, y se encuentra en tránsito hacia un nuevo orden (de lenguaje, que es nuestro asunto) que nadie puede anticipar aún en qué acabará —¿acabará con todo?— pero que ya sabemos que será radicalmente diferente a lo que fue hace tan solo unos pocos años.

Centrado el meollo de la cuestión, te voy a reconstruir enseguida lo que a un lector como yo le sucedió el sábado con tu texto. Aclarar que dada la mutabilidad permanente que es condición natural de un texto en su versión digital, conservo una copia en PDF de la versión que leí, para el caso de que por cualquier motivo hubiese podido incorporar alguna modificación en el entretiempo, evitar así confusiones sobre mis citas; con esa precaución te adjunto ese PDF en la presente carta.

Haré la reconstrucción con la esperanza de que pueda ser de tu interés per se, y de que sirva por otra parte para lanzar desde ahí (¡por fin!) las preguntas que quisiera hacerte. Preguntas sobre las que, por cierto, no quiero retrasar el tranquilizarte ante la duda que me has expresado sobre tu capacidad para responderlas. Debería ser sencillo contestarlas pues apelarán sobre todo a tu sensibilidad y a tu pensamiento, a como sientes, reflexionas y vives ese espacio de acción en la escritura que, desde su origen más tradicional y natural —digamos que la escritura con tinta sobre papel—, se desliza hoy cada vez más hacia la máquina, las páginas pantalla, los hyperlinks, eventualmente los robots.

Robots, sí, enseguida te lo aclaro. Aunque ahí sí debo prevenirte pues entiendo que convocará un miedo similar o mayor al que me expresas en tu posdata, y que comparto plenamente. Es el miedo, de hecho, el motor que me ha puesto en contacto contigo: me da verdadero pánico lo que está pasando. Algo, lo que está pasando, que a mi sentir —que quisiera contrastar con tu sentir— es posible percibir tan claramente en la versión digital de tu artículo, donde cobraría aún mayor dramatismo justamente por la importancia y transcendencia de la materia sobre la que trata.

Entonces, la experiencia de lectura. Vamos allá. Ojo que hay curvas.

Ya la cuarta palabra de tu texto está destacada en azul con la invitación a trasladarnos a un espacio exterior a tu texto. Un hyperlink lo destaca. La función de un hyperlink es supuestamente profundizar, expandir un texto, crear una bifurcación alentada por la profundización, una multiplicación.

Como lector atento no puedo pasar por alto algo tan visible, tan impregnado en el propio texto como es una palabra azul que además sé que es una insinuada invitación a la acción. Al igual que ocurre con las notas a pie de página —predecesoras de los hyperlinks—, los lectores tradicionales estamos acostumbrados a ir discriminando cuales consultar en el momento y cuales dejamos para más tarde o simplemente para nunca. Notas a pie de página que, por cierto, el escritor dominicano Junot Diaz ha explorado creativamente con una notable riqueza y sin duda influido por el hyperlink en “La maravillosa vida breve de Oscar Wao”.

Sin embargo, en este caso, al ser la palabra Tentaciones la enfatizada —¿la anotada, la multiplicada?— uno inmediatamente es consciente de un primer quebranto, un primer escalofrío: la autora no ha podido ser quien haya provocado esa intervención en su texto.

Hay pues otro autor en este texto. Otro autor que ha decidido, ya en su cuarta palabra, introducir un hyperlink: un factor de significado potencialmente tan devastador —al menos cuando no es el autor original quien lo decide, cuando no es él quien asume directamente que puede que el lector no regrese nunca a su texto tras interactuar con él. Obviamente la autora, por la que uno siente el mayor de los respetos en su compromiso con el oficio de la escritura, es más, por su consciencia de la necesidad de una literatura comprometida, no ha podido pretender distraernos llevándonos al espacio genérico del suplemento Tentaciones —ni siquiera nos subraya el “número 27”, que, aunque habría sido una distracción del todo innecesaria, al menos habría tenido el posible valor de atestiguar el rigor de una cita—.

A este lector que soy se le hace de inmediato evidente otra cosa en ese momento. Y quiero aclarar que todo eso ocurre muy rápido. Para cuando aún no he terminado la primera línea del texto, donde aparece otro hyperlink destacando-multiplicando las palabras “Cara Delevingne”, a un par de segundos de haber empezado su lectura ya he llegado a una conclusión que me llena de agitación: esta autoría infiltrada en niveles tan sensibles del texto no está operada siquiera por la figura de un corrector de texto tradicional. Y con “tradicional” aquí ni siquiera quiero decir el especialista de la prensa tradicional, figura que al menos en su dimensión de “especialista” hace tiempo he interpretado que ha debido desaparecer del todo de las plantillas de los periódicos, dado el número de erratas y gazapos que se escapan por doquier en noticias y artículos de fondo. Con ese “tradicional” solo pretendo decir “al menos humano”.

Es decir, concluyo, ese otro autor que se ha infiltrado en el texto no puede ser otro que un robot.

Conclusión que se apoya en que me consta que la prensa mayorista ha decidido acoger robots como eficaces colaboradores en todo tipo de tareas. Como la medicina, que ya prepara una oleada de robots doctores teóricamente más eficientes que los médicos humanos. Por no hablar del ciego entusiasmo de las instituciones militares con lo que se avecina en ese ámbito. Claro que en principio no deberíamos espantarnos, a fin de cuentas el buscador Google es un robot que usamos todos los días desde hace tantos años que ya estamos del todo acostumbrados a que tome muchas decisiones por nosotros…

No ha podido ser sino un robot, me digo, quien haya decidido de repente excluir a Stephen Dewaele de la profundización/multiplicación que supone un hyperlink mientras sí se le conceda de inmediato a Naomi Rapace, Tom Sachas y Lana del Rey.

 

Uno termina el primer párrafo del texto y asume ya que la arbitrariedad es total.

Así que sigo leyendo en la asunción inquietante de que un robot ha sido el responsable de decisiones como crear destacados/multiplicaciones a palabras como “Austchwitz” o “Hitler”. ¡Ay del imprudente que haga clic en ellas pensando que el resultado de esa acción estará a la altura de la indudable inteligencia y fina sensibilidad de la autora original del texto!

Y enseguida se ratifica en esa conclusión cuando presencia como Altolaguirre no alcanza el rango de significación que el subrayado azul sí le concede a Alberti, Hernández y María Teresa León por delante de él y a Neruda y Huidobro a continuación. Algo que luego le ocurre a Vallejo, despojado también de la jerarquía azulada, condenado a un rincón pálido de toda referencia —sin duda el mejor lugar para estar, al menos a tenor de a donde nos llevan en este texto la mayoría de sus azulados hyperlinks. Tampoco merecido (echémosle humor) por la mención a “El Mono Azul”: el robot es espabilado y ha considerado que ya tiene suficiente color.

Y menos mal que el robot, incapaz de detectar erratas peligrosas como la posible confusión entre Raimon, el cantautor —que junto a Lluís Llach, de niño escuchaba cada mañana de domingo gracias a una arraigada costumbre musical de mi padre, para más señas combativo y clandestino comunista catalán— y Raymond, cantautor ultraderechista preferido de los mitines de Fuerza Nueva y al que nuestra trabajador máquina afortunadamente omite azular. Desliz este de Raymond esta vez sí de la autora (desliz, ojo, del todo comprensible, al menos para mí: yo los cometo a patadas cada día, soy un consumado despistado de preocupantes proporciones disléxicas).

Valga este último apunte —Raimon versus Raymond en el contexto descrito— para insinuar las dimensiones auténticamente catastróficas que hubiese representado eso para tu texto y sus intenciones si el robot hubiese decidido actuar en la línea que lo venía haciendo.

No creo necesarios más detalles —que podría haberlos— sobre mi experiencia de lectura de tu artículo. Artículo por lo demás y como ya te he aclarado, necesario e interesante. Baste la alerta bien documentada de la más que probable figura del robot en régimen de co-escritura —quizás esté equivocado y me aclares que en realidad hay una persona detrás de todo esto; aún así valdría la pena seguir adelante con esta carta—. Me parece más que suficiente para justificar la seriedad y dramatismo desde el que te escribo.

Una cosa: te sé inocente. No quiero que quede la menor duda de que pudiese yo pretender un reproche en todo esto. Te escribo con sentimiento de simpatía y desde el miedo —siempre hijo de la impotencia—. También desde la necesidad de, llegados a este punto, hacer una foto fija del momento en el que está el oficio de escritor hoy en su tránsito a esa convivencia con las páginas pantallas, que es ya más que complicada para tantas/os de vosotras/os. Y lo que queda.

Conste que yo vivo entre máquinas, hace años que estoy familiarizado con el trabajo con programadores y que a veces me pregunto si no me habré convertido ya en un subproducto de la especie humana que debería ser etiquetado como Homo Máquina Sapiens.

(…)

 

Los fragmentos de la carta a Marta Sanz han sido editados corrigiendo alguna erratas sobre la carta original, incorporando algunos fragmentos ilustrativos del propio artículo de la autora y añadiendo un par de detalles aclaratorios y algunas ilustraciones de imagen y video sobre el robótico asunto de la misiva. Para esto último se ha hecho uso de bocadillos contextuales, un tipo de enlace marcado en verde, más similar a las notas a pie de página que a los enlaces azules tradicionales: al hacer clic en ellos no te sacarán de esta página ?, prueba este para saber más.

Puedes revisar los enlaces verdes del texto para profundizar en algunos aspectos citados en el escrito o leer las respuestas de Marta Sanz a la entrevista que incluía la carta. Si ya la habías leído, quizás te interesen las respuestas de sucesivas/os invitadas/os a responder cuestionarios similares.

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