Recuerdo entrar a la casa…

Era la hora cercana a la cena. Una noche fría de julio. Venía de comprar una bebida.Tenia tanta ropa que, no podia caminar. Al pasar la entrada ,se sentía que venía de la cocina, un aroma especial.

Retrocedí guiada por ese aroma, que atravesaba los sentidos, te detenías a inspirar por un segundo, con los ojos cerrados para poder plasmar, ese momento único en tu memoria.

Cuando abrí los ojos, mi madre maría así se llamaba, estaba allí parada, con su sonrisa marcada. Porque se la veía feliz, que sentía un verdadero logro.

Al lado de la olla, vigilante, orgullosa como sí hubiera ganado algo, que deseaba tanto.

Pero tengo la certeza que eso ella quería, deleitar a su familia. A pesar de su cansancio de todo el día, ella con su delantal amarrado a la cintura. Dispuesta estaba a servir a su familia.

La gran olla esperaba que todos juntos podamos disfrutarla, aquello no era solo una sopa sino todo lo que representaba. La mesa lista, el mantel puesto, con los platos hondos que eran con paisajes azules, Los vasos y cubiertos estaban listos.

La familia junto a la mesa, éramos siete, Papá a la cabecera, mis hermanos los rodeaban alrededor de la mesa. Todo compartíamos la sopa en silencio, tratando que nada se escapara de nuestros sentidos, que se despertaban cuando la saboreábamos.

Nada se decía, todos comíamos quietos y disfrutábamos.

Recuerdo mirarlos a todos alrededor, y me detuve en la quién, nos había deleitado con la sopa. Mi madre, mi madre, querida.

Nunca olvidaré esa sonrisa, marcada en su rostro, bella, cálida, pura. Como aquella sopa, a todo ponía su amor, tiempo, dedicación por su familia. ¡Gracias madre querida!

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