Tumbas de inconformistas

Los que sabemos mirar, podemos afirmar que el mundo está, digamos, retrocediendo en el tiempo. No porque esté triunfando la extrema derecha en gran parte de Europa, o porque el racismo está asomando de nuevo las orejas, o porque el machismo y el feminismo estén de vuelta en las preocupaciones del día, ni si quiera porque las clases sociales estén volviendo a dividirse en ricos y pobres como hace cien años. Hablo de un cambio algo más sutil, un cambio que si no queremos ver, pasaremos toda nuestra vida sin notar.

Supongamos que eres un joven (sin especificar género, puesto que al referirme a un colectivo no es necesario hacerlo) de unos 20 años, nuevo en esto de ser adulto y mucho más en la práctica de lo supuestamente maduro. Digamos que eres inteligente y te interesas por asuntos sociales y políticos, es más, tus aficiones están directamente relacionadas con estos campos. Consideremos que eres un “humanista”, y como ser humano (como diría Terencio), todo lo relacionado con este te importa y te acontece.

Teniendo todo esto en cuenta, vamos a ponernos en situación: la sociedad de tu entorno está disconforme. Y te preguntarás: ¿con qué está disconforme la sociedad? Bien, pues la respuesta es bien sencilla, incluso se podría decir que evidente: con todo. Sí, la sociedad, ese gran organismo, ese ente ambiguo que todo lo quiere y todo lo puede, vive y pervive completamente disconforme, inconformista. Pero, ¿qué hay de malo en eso?, ¿dónde está el problema de querer más de lo que se tiene, de aspirar a más? El problema como tal no existe, no es realmente ese inconformismo lo que hace que el mundo esté dando pasos de espaldas, es la actitud que afronta el propio inconformista.

Antes de continuar, me gustaría especificar qué es un inconformista, según la Real Academia de la Lengua Española: “dicho de una persona: que siente o demuestra inconformismo”, es decir, “la actitud o tendencia de la persona que no se conforma con lo establecido y lo rechaza”. No obstante, de acuerdo con el perfil del inconformista contemporáneo: dícese de aquel que, aún esperando grandes y exigentes cosas de los demás, no se levanta del sofá mas que para ver un partido de fútbol en otro sofá. Bueno, supongo que es un poco brusca la afirmación que acabo de hacer, y que exagerar sabemos todos, pero no quiero que pase por alto el matiz que espero quede claro: creemos (y me incluyo) tener las respuestas para todo y sobre todo, sin embargo, no consideramos que nos acontezca a nosotros mismos llevar a cabo dichas soluciones, puesto que “ese no es nuestro trabajo”.

Volvamos al joven comprometido con la sociedad y atento a los acontecimientos de su entorno. Habíamos dicho que, alrededor tuya (joven de 20 años) encuentras personas de todos los tipos, clases, profesiones e intereses; pero nadie está conforme, a ninguno parece agradarle su propio mundo: ni a los políticos que imponen las leyes, ni a los votantes que colocan a dichos políticos donde se encuentran, ni mucho menos a los jóvenes que no tienen ni voz, ni voto. Tiene delito ¿no?, que todos, habiendo tenido un poco de “culpa” en lo que está ocurriendo a su alrededor estén “disconformes”.

Supongamos, que por un día, el presidente de un país, el que sea, se dedica escuchar las opiniones y soluciones de unos cuantos ciudadanos, y que entre estos te encuentras tú, recién estrenado en el ejercicio del voto y del mundo de la política, pero con muchas ideas. Tú, con todo el arrojo de la juventud, sueltas un monólogo ante el presidente de tu país, exponiendo todo aquello que has aprendido e interiorizado durante todos los años que has estado estudiando el campo de la política: nombras ejemplos de otros países en los que las medidas que propones funcionan y pones sobre la mesa otros problemas que crees que el jefe de Estado está pasando por alto. Tras esto, crees haber realizado un trabajo excelente, digno de una matrícula de honor en una tesis doctoral, digno de reconocimiento por todos lo allí presentes. Sin embargo, el presidente realiza el mismo ejercicio que tú, aunque cambiando la perspectiva, y una vez terminada su intervención, te das cuenta de que para solucionar todos los nuevos enigmas que han puesto ante ti, necesitarías un curso escolar completo para ser capaz de solucionarlos. No obstante, es imprescindible destacar que el presidente, en realidad, no ha expuesto nada nuevo, no ha planteado más problemas de los que tú ya habías planteado. Entonces, ¿cuál era el enigma? Pues bien, esta vez, no es un joven estudiante amante de la sociología y la política quien plantea todas aquellas cuestiones, sino que, en esta ocasión, han sido planteadas desde el punto de vista de un obrero residente en un pueblo, o de una camarera que vive en un pequeño estudio de la capital, o de un padre que trabaja a tiempo completo…

Con todo esto, lector, puedes volver a tu identidad, y considerar, si el verdadero problema de la sociedad reside en la mala gestión política, fiscal o internacional de los países que gobiernan nuestro globalizado y superpoblado mundo; o si por otro lado, son los propios ciudadanos que viven su día a día como si cada esquina mal pulida fuera un gran problema que solo los demás pueden arreglar. Personalmente, y convirtiendo mi tesis en un argumento aún más subjetivo y propio, creo que el inconformismo egoísta y vago es el mayor de nuestros problemas. La apatía, la creencia de que los problemas son de todos menos de uno mismo, son los grandes surcos que estamos cavando en nuestro camino, con los cuales, tarde o temprano, vamos a tropezar. Aunque para entonces, ya no habrá hueco que tapar, o peor aún, lo taparán contigo dentro.

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