La chica se rompió.

Encontré a una chica que trataba de recomponer los pedazos de su alma rota.

Se hacía fuerte día tras día. Luchaba consigo misma a cada minuto, encajando las piezas del puzle tan complejo que era ella.

Ella era lo que yo buscaba. Un reto a todos los niveles.

Mi objetivo fue robarle el corazón, formar parte de su vida y conseguir ver nacer en sus ojos un amor sin reglas, apasionado e intenso.

Quise robar un corazón a medio armar, un corazón que aún sangraba debajo de una coraza de acero.

Quise encontrar a aquella chica en medio de la oscuridad en la que estaba sumida por el muro que ella misma había construido para alejarse de todo cuanto pudiera herirla.

Quise que naciera un amor que murió al día siguiente.

No supe ver la lucha constante, no vi la batalla que ella libraba en solitario contra su rival más fuerte: ella misma.

Fue demasiado tarde cuando vi el daño que podía causar.

Su coraza empezó a quebrarse, me convertí en la grieta que derribó su muro, dejándola indefensa… y sola.

Ella se arriesgó por mí, sacrificó sus escudos por darme la oportunidad de descubrirla. Vi más allá de las apariencias, conocí su vida y su pensamiento. Llegué hasta donde se puede llegar, y una vez allí… me aburrí.

Resolví el rompecabezas. De repente lo sabía todo de ella, ya no había reto, ya no había puzle. Me odio por ver mi interés menguar, pero qué puedo hacer si mis sentimientos se apagaron al no tener más misterio que resolver.

La curiosidad murió y con ella la estabilidad que ella había tardado años en desarrollar.

La chica se rompió. Se rompió de nuevo, y en más pedazos de los que se podían contar.

El fuego de mi curiosidad logró abrasarla hasta hacerla cenizas.

A ella, al Ave Fénix.

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