A contratiempo

A contratiempo

Santi Caeiro

05/10/2017

Primero un movimiento. Una pequeña oscilación de la superficie sobre la que me encuentro reposado. Algo sacude mi cuerpo como un monedero repleto de chatarra sin valor. Después, acompasando el silencioso traqueteo, un líquido humedece mi áspero dedo meñique. Mi brazo apoya el codo sobre la balsa y mi mano cuelga al aire. Frágil, moribunda, sin alma. Las piernas están tan doloridas que no puedo desdoblarlas. Sobre ellas, inertes, las dos madres que ayer intentaban reanimar a sus hijas. En el lado opuesto de la balsa, a contraluz, la mirada adulta de un niño contempla perdido el infinito. Serio. Frío. Absorto en la nada mientras sostiene petrificado, el cuerpo sin vida de su padre. La silueta de esta penetrante piedad interrumpe la erupción del ardoroso amanecer. Admiro ahora el desierto de sal que disfraza de belleza este caos calmo. No hay corriente en esta Balsa de la medusa. Inmóviles, nos hemos quedado solos. Hace tiempo, en tierra firme, tuve la misma sensación de soledad e indiferencia.

A la deriva, el tiempo vuela y las horas no pasan. Intento cruzar la mirada con el único chico vivo de la balsa, pero no lo veo. Trato de incorporarme. Sin fuerzas, veo como su cuerpo flota en el agua boca abajo. Es el penúltimo en irse. La suave corriente nos hará compañeros de viaje en este interminable purgatorio.

Matar el tiempo. Solo necesito matar el tiempo.

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