EL LIDER DE LA NADA

EL LIDER DE LA NADA

Luis Madrid

04/10/2017

EL LIDER DE LA NADA

Debemos confesarlo aunque sea puertas adentro del politburó: nuestro gobierno a día de hoy es inmensamente impopular en las calles. Hasta tú que eres funcionario medio y no estas tan secuestrado como el resto de nosotros por las tareas burocráticas del gobierno y del partido debes saberlo bien. Cuando el camarada secretario general intenta dirigirse a los hombres y mujeres de a pie, ni remotamente estos corresponden sus gestos de acercamiento con vítores. Todo lo contrario: solo abundan las recriminaciones y las quejas. Atrás quedaron los días de las miradas esperanzadas y amables para con nuestro Joven Líder. Cuando llego al poder y desplazo de su sitio de privilegio a ese grupo de ancianos: amos y señores a la hora de entender y practicar el socialismo desde hacia no menos de dos décadas, la gente mayoritariamente creyó que nuevos tiempos de mayor participación y equidad estarían llegando para los habitantes de esta Super potencia: la misma que a las claras desfallece después de tanto heroísmo y tanto sacrificio, tras el paso de siete décadas de dulce y amarga existencia.

Ayer después de llamarte fui a la oficina del secretario general. Se me informo quería hablar conmigo hace días, pero yo estaba fuera del país atendiendo una reunión con los aliados de Varsovia. A la mayoría de ellos no les gusta nuestro acercamiento con los americanos. Hicieron énfasis en que nosotros debíamos defender al bloque de las amenazas imperialistas. Su mera necedad anclada en los tiempos del inicio de la guerra fría les impide ver que tenemos que entendernos con ellos, aunque a ti te diré también que en lo personal, las formas de las negociaciones actuales tampoco me convencen. Yo entiendo que el pragmatismo puede dar réditos ocasionalmente, pero sigo siendo de aquellos que cree que los principios son para defenderse, aunque para muchos esto actualmente no sea cosa que importe. Por eso y más, a penas llegado a la capital, decidí dirigirme al palacio presidencial convencido de que allí se me esperaba. Se suponía que respecto a estas conversaciones diplomáticas informaría directamente al secretario general. Pero equivocado estaba yo. Ellíder no quería tocar esos asuntos de momento. Pese a su importancia había decidido delegarlos en el canciller con el que se reuniría después. En esos momentos era este uno de sus pocos leales de forma incondicional. Muchos otros personajes de importancia ya lo habían abandonado. En los días siguientes la desbandada oportunista brindaría a propios y extraños un espectáculo mayor.

“Esos imbéciles están en mi contra y actúan a mis espaldas” — fue lo primero que me dijo apenas me saludo en su despacho–. La preocupación que le embargaba pude notarla a simple vista. Supongo que como solo estábamos nosotros dos en ese lugar no había necesidad alguna de disimular. Miro un momento por la ventana y después se dirigió nuevamente hacia mi para mencionar los nombres de tres conspiradores: “Guennadi, Valentín, Boris”. Inmediatamente agrego: “Tan diferentes y hasta opuestos entre si, pero los une el deseo de ver pronto mi eventual caída. ¡Quien lo diría hace unos años atrás! Al primero lo hice vicepresidente de la unión y al segundo lo nombre ministro de economía para que se pusiera al frente de las reformas económicas. Con esos nombramientos le di espacio en el gobierno a la línea más tradicional del partido: los más resistentes respecto a los cambios anunciados pero solo parcialmente practicados. Al último no debería ni mencionarlo: Ayer era mi más firme aliado y hoy mi principal enemigo. A veces pienso que debí enviarlo a Siberia cuando empezó a criticar públicamente mis esfuerzos y los del partido. Me falto valor, y eso tiene su costo en política. El precio a pagar no será meramente mi defenestración, ni siquiera el ostracismo de mi proyecto, sino elfin mismo de nuestro país tal como lo conocemos. Ahora la gente idolatra al que no es mas que un charlatán, eso si, con un gran sentido de la oportunidad. El compañero Boris es un peligro pues no tiene convicción alguna, tan solo persigue elpoder no como instrumento sino como fin ultimo. Sea como fuere a día de hoy, creo que en buena medida nos tiene en sus manos. El panorama es este amigo mío. La verdad es la verdad. No es de hombres decentes apostar a subestimar la inteligencia de los demás”.

Esas palabras de nuestra conversación me impactaron mucho. Yo se que los funcionarios en los distintos niveles ya conocían de la debilidad del liderazgo presidencial aunque su corte se empeñara en ocultarlos. ¿En tu dependencia se llego a hablar al respecto? Un gran escritor dijo alguna vez que lo esencial no escapa a los ojos. Su corta frase trocada en sentencia aplicaba con exactitud en esos momentos pero con un inusitado dramatismo mayor. Lo que acabo de contarte lo decía un líder que parecía admitir su derrota en unos tiempos que eran sin duda alguna supremamente difíciles. Hasta donde alcanza mi memoria recuerdo que mucho más no me dijo. Ya que estaba en su oficina, aproveche para dejar en su escritorio algunos informes de los representantes de Rumanía y Checoslovaquia. Se que no los reviso. Los documentos diplomáticos no llamarían su atención en aquellos momentos. Su mente se ocupaba o se atormentaba con asuntos más importantes y trascendentes. El orden y la quietud de aquel despacho donde le encontré contrastaban grandemente con elque existía en nuestras calles desde que la situación empezó a salirse de nuestras manos. Para ese momento el ya debía tener claro que desde dentro se planeaba como deshacerse de su figura, a la cual hasta ayer la propaganda oficial, con cierta resonancia en la prensa mundial, buscaba venderle como al gran reformador de algo que en sus formas vigentes no podía tener salvación.

¡La política y sus despiadadas ironías! Aun recuerdo cuando en uno de sus primeros discursos, ya siendo secretario general del partido, al anunciar sus famosas medidas para fomentar la transparencia pública y reestructurar nuestra rezagada economía; me parecía ver a un líder capaz de generar confianza y buenas expectativas en un pueblo cansado de vivir de sofismas y de digerir obligatoriamente consignas pomposas. Era para mí el líder de las esperanzas: su rostro afable parecía invocar los nuevos tiempos que no deberían tardar en venir después de tantos azares traumáticos que la historia nos hizo transitar desde el triunfo mismo de la revolución. Hoy en cambio las cosas son distintas. No veo al líder que apoye en ese hombre envejecido con el que recientemente tuve una conversación que parcialmente te revelaba en algunos pasajes momentos antes. La indecisión era su principal característica respecto a la toma de medidas que no aguardaban demoras. Ni el politburó, ni el alto mando militar, ni siquiera los funcionarios de gobierno le guardan la consideración debida, aunque puedan fingir decorosos saludos o sonrisas forzadas ante su presencia. Parecía el líder de algo que fue y que forzosamente ya no era, aunque siguiera temporalmente en pie el edificio que mas pronto que tarde sucumbiría. Era sin duda el líder de la nada. Era el líder con una burocracia enorme tras el, pero sin suficiente escucha genuina en las masas. Era el líder que tenia el poder que otorgaba el sistema vigente, pero no aquel que contase con el respaldo consecuente del enorme aparato que a si mismo le correspondía encabezar. Era el líder a quien retocaban bien en televisión para dirigirse a una ciudadana exhausta, pero no el que podía redimirla de tantas carencias y tantas frustraciones después de tantas energías invertidas. Era el líder de una potencia que había dejado de serlo y que perdía casi un imperio en sus manos. El que llego siendo un líder para renovar muchas creencias y esperanzas, terminaría siendo de forma irónica, el líder que certificaría el fin de una unión que objetivamente sin reflexionar profundamente sobre si misma ya no podía ser.

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