Sentado en el montículo de las cenizas, combustion de la sangre fue inevitable. El piano sigue sonando mientras las rodillas ajenas me arden… por fatiga, por estupidez insignificante de deseos palurdos, son tan vacíos. Resiento las lenguas y la irrigación de labios por la sed cuando hay abundancia, como cuando de tanta sed el mar entero podría ser bebido pero que de nada sirve. Levanto la mirada y veo el cielo encima de mi, las nubes están negras de pupilas que me miran, no hay refugio mas que el interior del túnel de mi corazón. No hay nada nuevo por vivir, nada nuevo para mis ojos. Me duele la espalda, como si hubiera pasado 1500 días en cama, me duelen las yemas de mis dedos; como si en brazas hubieran pasado pernoctando. Me pesan los ojos, he pasado mil días en oscuridad y de pronto me puse de cara al sol. Hablo para que alguien me escuche y me devengo en maldichos, todos ciertos, todos sinceros, dilatando mi pasado y corroyendo el porvenir. El brumario se volvió caótico. La ultima nota de una guitarra extiende un lecho frente mio, y de pronto siento todas las ganas de dormir y aliviarme de todo.

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