Luis llevaba tiempo sintiendo que todos se alejaban. Sus timbres de voz sonaban cada vez más lejanos, como si éstos le rehuyeran. Le costaba interpretar lo que decían y, con ello, las emociones que arrullaban sus palabras. Pero, lo peor, es que lo desconocía; su cerebro, en proceso de formación, asimilaba todo aquello como algo normal en un niño de su edad.

Luisito, recuerda que esta tarde vendrá tu padre a buscarte a la salida del colegio– le indicó su madre atropelladamente–. En cuanto llegues a su casa me llamas y me cuentas cómo te ha ido el día. ¿De acuerdo? — La pregunta es lo único que oyó y asintió taciturno.

— Adiós mamá — le dijo mientras subía con paso cansino las largas escaleras de acceso. Su madre, siguiéndole con una mirada desolada, se quedó como una estatua de cera; cuerpo apocado por no saber qué hacer para cambiar la conducta de su hijo, brazos abiertos de quién espera un abrazo, aunque éste no sea verdadero, y semblante dolorido al no recibir el beso de despedida que siempre tuvo y no sabía cuándo ni cómo perdió.

María no se culpaba del todo. “¡Él me forzó a hacerlo! Fui fiel a mí misma.”, se decía una y mil veces. “Afronté el problema con valentía y ya no puedo retroceder ni un ápice; el calvario pasado no quiero revivirlo nunca más.”. “¡VETE, NO TE AGUANTO MÁS!” y los daños colaterales saltaban a la vista e inundaban sus oídos.

Luisito, tras finalizar su jornada estudiantil, decidió irse a casa caminando; no solía hacerlo pero un impulso descontrolado le empujó. Siguió a unos compañeros que llevaban su misma dirección a una distancia prudencial para paliar, que no eliminar, la sensación de inseguridad, hasta que estos se percataron de su ingrata presencia; así le percibían.

— ¡Luisito, mamón! ¿Por qué nos sigues? — refunfuñó uno de los seguidos ¿Es que no hay otro camino para llegar a tu casa? — Luis se paró en seco pero, al comprobar que sus predecesores seguían andando, reanudó el paso tras ellos. De nuevo el que le reprobó se giró y le gritó:– ¡ES QUE ESTÁS SORDO! TE HE DICHO QUE NO QUIERO QUE NOS SIGAS.

Al comprobar que no le hacía caso empezó a apedrearlo. Luis, asustado, decidió recular, dobló la esquina y se dirigió a su casa por una calle paralela; para él le supuso acceder a un mundo totalmente desconocido. Su mirada aterrorizada se posaba en los transeúntes; rehuyéndoles cuando sus miradas se cruzaban. Apretó el paso y un sudor frío le envolvió.

— ¡Menos mal que estás aquí! — los nervios de su madre se apaciguaron ligeramente al ver a su hijo sentado en la puerta de casa; tenía la cabeza entre sus rodillas y no se inmutó –. Pero, ¿no te dije que tu padre te recogería hoy? — le recriminó mientras lo cogía de los hombros. Luis al sentir su contacto levantó sus enrojecidos ojos sin decir una palabra — ¡Venga, levanta! ¡No sé qué voy a hacer contigo!– abrió la puerta y le invitó a que entrara. Luis obedeció y se fue a su habitación con los hombros caídos arrastrando la cartera.

— ¡LUISITO, A MERENDAR! — le gritó su madre desde la cocina — LUISITO, ¿ME OYES? — al confirmar que su hijo no atendía a su llamada fue a su cuarto llevándole la merienda en una bandeja. Le encontró tumbado boca abajo en la cama; tras poner la bandeja en el escritorio se le acercó y le mesó sus rizados cabellos. Luis se giró y la atravesó con una mirada perdida — Pero, ¿qué te pasa? — no recibió respuesta –. Acabo de hablar con tu padre, bueno hablar… Está muy disgustado contigo, ya es la segunda vez que le haces esto.

María al comprobar su rostro sin expresividad alguna le dijo dulcemente:”Venga cariño, merienda y te pones a hacer los deberes”. Luis, casi como un robot, se levantó y se puso a merendar en silencio. La madre, por su parte, comprobó cómo la imagen de su hijo se empezaba a enturbiar; las lágrimas le brotaban y los labios le temblaban sin control.

Al día siguiente María solicitó una cita con el tutor de Luis; éste le confirmó sus sospechas: su hijo, en los últimos meses, había cambiado radicalmente. Sus palabras fueron: “Está como ausente y muy triste; no atiende a los profesores y los deberes casi nunca los hace. Al margen del problema de tu separación, creo que debe tener un problema de audición.”.

— Efectivamente, su hijo tiene un problema… — comenzó diciendo el doctor a los padres de Luis mientras éste permanecía cabizbajo sentado en una esquina de la consulta.

— NO TE LO DIJE, Y TÚ, COMO SIEMPRE, NI CASO — increpó a gritos el padre de Luis a María.

PUES, SI ESTABAS TAN SEGURO, ¿POR QUÉ NO LO TRAJISTE TÚ? SIEMPRE ESCURRIENDO EL BULTO, ESO ES LO QUE SE TE DA MEJOR le respondió con acritud ésta. El ambiente se podía cortar en aquella sala.

— Por favor, cálmense — les interrumpió el doctor con tono sosegado. Tanto María como su ex marido se abochornaron ¿Puedo proseguir? — asintieron sin rechistar mientras que Luis les observaba con parsimonia –. Bueno, como decía, su hijo tiene un problema, pero su problema no es físico; tiene lo que denominamos “sordera selectiva” — los padres de Luis fruncieron el gesto al unísono. El doctor les miró duramente y les dijo conteniendo su mal humor con una fuerte inspiración:– Si me permiten decirles algo, sin ánimo de ofenderles: aquí los únicos que están sordos y sobre todo ciegos son ustedes. Piénsenlo.

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