PETER PAN Y CAMPANITA VIAJAN EN UBER

PETER PAN Y CAMPANITA VIAJAN EN UBER

Nieves Merced

01/10/2017

Poso de madre de familia y de oficinista. Mi verdadera identidad permanece oculta hasta para mí misma por motivos que no voy a detallar ahora.

Estoy en una reunión en el colegio de mi hija, converso con un grupo de madres, un tema emotivo y espinoso que incluso me hace temblar la mandíbula, no solo por el frio de la mañana.

Entonces me llama ella. Me parece poco cortés en sus modales porque sin saludar, me apartó del grupo.

Susurra tres o cuatro frases con su sonrisa llena de encanto a pesar de sus dientes raídos y su ruana pasada de moda que esconde sus senos enormes.

Como estoy convertida en un pozo de amabilidad, consideración y respeto, la escucho y deduzco que me está dando el privilegio de abandonar la reunión en que la estoy para llevarla a ella y a varias niñas a su casa, así en medio de la jornada escolar.

La cosa no podía ser más desalentadora, pero como entre las niñas está mi hija y la suya, no tuve corazón para negarme. A poco salía cumpliendo su cometido con mi carro lleno de niñas, imperceptiblemente contrariada.

Ya había pasado. Con motivo de otra reunión nos pidieron -ella y su esposo- que los trajéramos de regreso a la ciudad pues el lugar donde nos habían citado era apartado y ellos no tenían auto. La mujer había murmurado, como si se tratara de una eventualidad que era preciso explicar:

  • – “Estoy furiosa” -me dijo hablando entre dientes- “El tonto de mi marido no pudo conseguir prestado con su hermana un carro para venir hasta aquí” de lo que se deducía que nos tocaba a nosotros llevarlos de vuelta a casa.

De paso aprovecharon para hacerse invitar a desayunar, que los lleváramos a ver fincas que les gustaría comprar y a hablar de autos que les gustaría tener. Todo ello de precios astronómicos e inaccesibles, pero a los que aspiran acceder, una vez se recuperen de la quiebra en que están.

A ella la había conocido solo un mes antes cuando fui a recoger a mi hija que había salido con la suya a una tarde de viernes a uno se los sitios más prestigiosos de la ciudad, en la cotizada “milla de oro”, a una franquicia gringa que yo ni siquiera sabía que existía, en una ciudad como la nuestra donde se produce el mejor café del mundo y donde hay cafés en cada esquina, me pareció de un esnobismo subido. Pero bueno. Es el mundo que le está tocando a mi hija y yo debo estar, ahí cerca.

Allí me habló sin pausa y sin reposo, durante horas, usando ese tono sibilante, con una suerte de encantamiento, como el que esparce campanita, la del cuento de Peter Pan a su alrededor, del supuesto mundo en que se mueve, de marcas, de consumo, de posicionamiento social a base de apariencias y de lujos.

Allí supe que su hija y la mía ya habían estudiado juntas cuando tenían 5 años en un colegio del que yo había salido volando cuando me sentí inmersa en un mundo banal, de mucho roce social, una mascarada permanente de los que quieren tener más, un mundo excluyente y exclusivo al que no me hizo gracia pertenecer y del que ella había salido porque no habían podido pagarlo y “¿Sabes que le dijo la directora, maldita, la muy tonta que vive en una parte que desdice de ella, a mi marido cuando fue a explicar porque teníamos mora en los pagos?

– Mira Sergio- le dijo en la cara la muy descarada “ Es que si uno no tiene para vivir en el Poblado, pues se va a vivir a otra parte”. Maldita. Que se cocine en el infierno, maldita, maldita” decía retorciéndose en su fuero interno.

Luego me habló de su Fundación (con su mismo nombre).” Estoy haciendo una campaña para recoger cuadernos”. Me instó a que donara. No le dije ni que sí ni que no. Habló de becas y medias becas que conseguía en instituciones privadas “porque tenemos reconocimiento de la ONU”. Nombró sus muchos contactos, uno tras otros con cargos nombres y apellidos, como si fueran conocidísimos por todo el mundo y me invitó a visitarla a su oficina en un centro comercial.

Ahí quedó todo. La olvidé. Pero ella no a mí, con su hija se consiguió mi teléfono y me asignó citas para verla, que yo nunca cumplí,

Un día me escribió un mensaje de watsap:

  • -“Estamos reunidos en la diez. Te esperamos”
  • -¿De qué estamos hablando? le pregunté por el mismo medio.
  • – Estamos trabajando en algo. Te estamos esperando.

Me respondió con una foto de un grupo lo más encantador, en las afueras de un café y me decía el nombres de sus acompañantes. Artimañas de su seducción, nombrar personas, nombrar proyectos, hacerlos ver valiosos y transmitir la idea de que uno no se lo debería perder.
Le dije -lo más delicadamente que pude- que tenía mil cosas que hacer, que con mi propio trabajo y mi propia vida tenía suficiente, por lo que no me era posible trabajar en su fundación.

  • – De todos modos te espero el próximo sábado en mi oficina y te cuento- fue su respuesta, pues no estaba acostumbrada a obtener un no por respuesta.

Así que el día en que me abordó en el colegio, tenía una idea más o menos clara de lo que de ella se podía esperar. Pero para estar pendiente de mi hija, acepté patrocinarle que retirara a su hija, mi hija y dos amiguitas más, anticipando el fin de semana.

La idea era que estaba invitando a las niñas en cuestión a una finca en la pintada, con el motivo de la celebración de los quince años de su hija. Accedí de manera forzada, porque pronto serían los quince de mi hija y pretendía celebrarlos de una manera más bien osada, entonces, necesitaba darme a conocer e inspirar confianza, pues se trataba nada más y nada menos que un viaje a la playa, Debía entonces mostrarme accesible para la ocasión.

Al fin ese día se canceló la ida a la finca, no sé por qué motivo pero yo quedé más que comprometida (muy a disgusto de mi hija que quería verse libre de mi tutelaje) a pasar por ellos al día siguiente a las dos de la tarde para transportarlos hasta la Pintada en mi carro y por ahí derecho a quedarme con ellos en el paseo de fin de semana.

  • -Pero es lo que menos quiere mi hija -dije anticipándome a su reacción-
  • – Pero yo si quiero. No voy a dedicarme a hacer de niñera. Te quiero para que converses conmigo. Repuso, voluntariosa.

Mis dudas sobre lo adecuado de esa salida iban en aumento. ¿Y si la finca era de algún mafioso? Me atreví a pensar ¿y si dejaban desprotegida a mi hija?

A lo hecho, pecho, pensé y muy puntual al otro día me presenté para servir de conductora y de dama de compañía de la anfitriona.

Cuando llegué por ellos a la hora pactada y a pesar de haberle avisado que ya estaba en camino, no estaban listos.

Campanita me tenía otra sorpresa.

Como me había quedado afuera con mi cauto escepticismo, sale ella y me suelta esta otra perla : Que necesitan contratar otro carro, que llamó a UBER y acaba de enterarse de que como es un viaje inter-urbano lo cobran de manera anticipada y sólo se puede pagar con tarjeta de crédito y que como ella no tiene ninguna activa, pues me solicita que pague con la mía.

-De ninguna manera -digo sin considerarlo siquiera- mis tarjetas están completamente llenas.

Al fin llamaron de manera particular a un señor que la había transportado desde la plataforma de UBER pero que ella logró embaucar con alguno de sus consabidos trucos.

Estuve tentada, ante tanto desorden, a decir que no iba e irme con mi hija a casa. Que se me había presentado un inconveniente de última hora y que optaba por no ir, pero eso hubiera sido insufrible para ella que a sus catorce años lo que más amaba en el mundo era la aceptación de sus amiguitas. Aún así, yo estaba abiertamente incómoda y mi malestar iba de hito en hito. Así me suelo endurecer hasta el límite cuando me lo propongo, por eso cada vez que salían con una de sus parrafadas como que tienen una hermosa camioneta doble cabina donde todos podrían haber viajado cómodamente, no escatime en preguntar:

– Y esa camioneta, ¿dónde la tienen?

Para qué él tuviera que contestar

– Es esa que esta parqueada frente a la casa, pero está varada y no la podemos mover por falta de seguros.

-. ¡Ya! -Respondo yo visiblemente fastidiada-. Es como tener una tía, pero muerta.

– Es que aquella no anda sino en UBER, y yo. Yo ando por ahí a pie. Dice él conciliador, para zanjar mi mala actitud.

Desde ese momento empecé a llamarla “Campanita” y a él “Peter Pan”. Como los personajes del cuento infantil.

El esposo se limitaba a mascullar reproches “No! pero qué desorden. Esta no planeó nada” pero no se aprestaba a dar soluciones. De hecho él no trabajaba, llevaba la casa, hacía de comer y cuidaba los hijos mientras ella se despellejaba frente al computador presentando proyectos para conseguir fondos sustentados en su fundación y de lo que ellos vivían, según me fue él explicando.

Según entendí su único trabajo -el de él, el de Peter Pan- era ser adorable. Iba por ahí con su abundante y entrecana cabellera hasta los hombros, vestido en tono rosa y mocasines sin medias, sonriendo y dejándose adorar por todo el mundo. Especialmente pretendía parecerme seductor.

Es tal la cosa alcance a pensar- Que ella permite que él me seduzca en su propia cara con tal de obtener algún provecho de lo que en su inopia e ignorancia me atribuían.

Y así como hacía de copiloto en mi carro, de vez en cuando me rozaba la pierna y me ofrecía taimadamente sus servicios de galán empedernido

-Pero que bonito – pensé yo. Eso también lo deben tener planeado.

En el camino no faltan los comentarios de los lugares lujosísimos en que habían vivido y que me iban mostrando: en ese edificio de allá –señala ella con su sonrisa en el colmo del deleite y el ensueño -vivíamos nosotros y al lado vivía el actual gobernador. Era un recorrido por sus nostalgias, en que padres e hijos –tenían además un muchacho, que era hijo de ella y no de él- se imbuían en el tiempo feliz en que nadaban en las comodidades y lujos que da el dinero.

Esto y los carros lujosos que alguien tenía y que sin venir a cuento mencionaban, fue el tema de conversación durante el camino, de manera mortificada.

Pretenden invitar a otros familiares, pero no les abren, ni con la promesa de una invitación a la finca ajena. No tengo ni idea a dónde pensaban acomodarlos, pues ambos carros van al tope.

Alargan la partida como si no lleváramos ya tres horas de retraso y como si no nos esperaran otras tantas de camino y después de deambular y parar en un supermercado de barrio a comprar agua y mecatos que se ofrecen solo entre ellos, el marido se acomoda en la silla delantera de mi carro, dándome indicaciones de cómo tomar la vía

– ¿Por qué viaja él conmigo y no la esposa? Me pregunté . El motivo me inquieta porque me parece que el marido se hace el sexi y temo que suscite celos a su esposa. Pero el motivo es otro.

-Ya le habló? Le pregunta el marido a la mujer cuando hicimos una parada para que ellos cambiaran de carro

“Si ya le hablé” contestó ella.

Ahora es ella la que se sienta a mi lado. Me cuenta que le acaba de ofrecer al conductor un posible jugoso contrato para servir transporte a importantes políticos de la ciudad que ellos conocen en un proyecto con la fundación que lideran y que en cuanto se empiece a formalizar el proceso de paz, tendrán amplia participación –porque tiene reconocimiento de la ONU y jugosas ganancias, que según entendí era de lo que vivían.

Al fin llegamos. La finca era hermosa, cómoda sin lujos. Era de la hermana rica del marido y fue atención de la tía para con su sobrina prestarles la finca, con menajes y menú incluido.

Los mayordomos nos esperaban con jugo de naranja recién exprimido, rebosante de hielo picado, Toda una delicia en el calor asfixiante de ese cañón del río Cauca.

El conductor del otro carro no se quiere demorar y empieza a cobrar.

Ella le recuerda que como le va a ayudar para un contrato con los políticos que están negociando la paz, pues que no le va a pagar

– Ahí van. Mejor me aparto de esta zona de fuego -pensé -y fui a guardar mi maleta. Cuando volví el marido le estaba extendiendo al hombre el dinero convenido.

-“Tomá hombre que no somos de problemas, no nos gustan los malos entendidos.

– Espero que entienda que este es mi trabajo y una carrera tan larga no se la puedo hacer de gratis. El hombre se metió el dinero al bolsillo, salió libre de ese entuerto, nuevamente rumbo a Medellín.

– Como mínimo habrán bajado del dinero a la tía que recogimos en el camino -dije para mí, mientras remolcando las cosas de mi hija que no se había dignado llevar consigo.

Volví a revisar mi monedera, pero sin contar su contenido. No sé por qué me inquietan. Pensé asegurando el carro y llevándome las llaves conmigo.

Ya en la piscina la anfitriona se dedica a nosotras

-“Si se inscriben en la fundación tienen la visa americana asegurada- decía mientras se acomodaba en ese tono de susurro y persuasión que tan bien le van.

O sea que este era un viaje de negocios. Me invitó no solo para que hiciera de conductora sino para obtener de mí un no sé qué con su fundación, Conmigo y con la otra señora que nos acompañaba y que era como yo, tiene un salario fijo o sea, trabajábamos y teníamos para vivir e incluso para pequeños lujos como un apartamento o viajar. ¿qué significará exactamente hacer parte de la fundación?- pensé- pero no quise preguntar nada.

Luego supe que los mecatos que nos estaba ofreciendo le había sido donados por un supermercado experto en importaciones para supuestamente ser repartidos en las comunas.

  • -Es que no sabes el trabajo que tenemos en allá. Tienes que ir.
  • – Inés- llamaba Campanita desde la piscina.
  • – llama constantemente – se quejó Inés- Como si no estuviera a gusto con el marido. Y así era. A mí ya no me llamaba. Yo no tenía a esa hora nada de encantadora.

Ella estaba desconcertada, se había cambiado del bando de Santos para el de Uribe, con tal de empatizar conmigo, pero no lo había logrado.

Los políticos no son lo que deben. Hacer política como en la antigua Grecia consistiría en ser lo mejor posible, para hacer lo que convenga a todos –le dije cuando mencionó el tema- Los políticos ahora son como ratas, solo piensan en su beneficio, sólo andan pendiente de cuánto pueden robar. Proclamaba yo con ira, por el placer de ofenderla. Al final del paseo ya no teníamos nada que decirnos.

El chico, el hijo de ella, es un muchacho hermoso de rasgos amables y mejor disposición aún. Nos ofrece jugo, nos sirve con solicitud y atiende con presteza las demandas de la madre y la hermana.

Era en verdad encantador. Él estaba sobrellevando lo que para él y su familia era una humillación: Estudiaba en una universidad de poca monta (todos sus amigos estudian en EAFIT se lamentaba ella como de un mal vergonzoso) y trabajaba, estaba haciendo negocio fabricando ropa de imitación de marcas. “Uno puede estar muy bien vestido con una camiseta de treinta mil” decía ella, como si fuera algo que antes no se les hubiera ocurrido, Antes cuando tenían dinero, o sea cuando estaban a mano con algún político que les concedía jugosos contratos, pero que como ellos, había caído en desgracia.

Pero que muchacho tan atento! -No paraba yo de exclamar- El día en que mi hijo interrumpa lo que está haciendo para hacerme un favor…

La finca a producía naranjas a racimo lleno. Montones de naranjas pendían de los árboles,

– Mañana llevamos. Afirmó el marido.

-¿No será improcedente’ -pensé- tratándose de una finca prestada me pregunto pero no digo nada, igual estoy de pega, soy invitada aunque haya servido de conductor elegido, haya tanqueado de mi bolsillo, haya pagado el peaje y además invitado a comer en el camino.

Nos quedamos en el agua hasta que nos pusimos arrugados. Los calambres la cogieron conmigo y resolví irme a dormir temprano.

-Ustedes hagan el primer turno, que yo descanso un rato y luego me les uno. -les dije- con la verídica intención de hacerlo.

Pero realmente no había por qué. Las niñas eran grandes, la finca totalmente segura. Así que no me molesté en levantarme otra vez. Igual llevaba muchas horas de actividad y estaba cansada.

La cama era una delicia de colchón blando sábanas limpias y cobertores.

En cada habitación estaba el menaje. Todo limpio y ordenado en armarios

Me escogí la cama más pequeña, dejé a mi acompañante la más grande y sin despedirme de mi hija, para ser lo más invisible posible y lo menos molesta, me fui a dormir.

Desperté temprano, caminé descalza por el pasto cercano a la casa muy bien podado. Lo mismo que los árboles y jardines muy bien cuidados, cogía una naranja de la mata y me la comía. Todo un paraíso tropical a tres horas en auto, desde La ciudad.

Al rato se levantaron todos. El marido es quien cocina y pone la mesa. Ella desde la piscina ordena.

Se hace servir también de la casera. Con aire sofisticado espera sentada a que le sirvan y da además órdenes adicionales para marcar la diferencia.

Esperé pacientemente a que decidieran la hora del regreso

  • – Cuando le partamos la tortica a la niña -decía ella-
  • – !Ay verdad, no compramos la torta! . Decía él. Pero para qué torta si ella no cumple años sino hasta el martes (sin contar que era al otro día, pues era lunes festivo)

Y la tía: ¡ay! no sean crueles, camine y le compramos la tortica a la niña

  • -Vaya fiesta de quince- decía la niña. – No te esfuerces tanto mamá.

Parecía que nadie estaba con celebrar su cumpleaños ni a gusto con la niña.

  • – Me sueño un mundo donde una niña gordita y gafufita pueda sentirse a gusto. Repetía ella. por lo que veía estaba lejos ella misma de aceptarla, pues así era justamente su hija.

Le rogué al hermano que se manifestara, que fuera afectuoso con ella, que bailaran el vals.

  • Cualquiera quisiera bailar con un príncipe así. -Lo animaba- entonces él la halaba de la mano con desgana y ella se resistía.

Qué cosa más deprimente, este paseo era para celebrar su cumpleaños pero nada más distante de eso, pensé.

Después de muchos amagues y del mayor destemple se le cantó el cumpleaños a la niña. Pero nada que salíamos.

  • – Cuando se bañen Camilo y Sergio salimos. Pero eso no parecía que iba a suceder.

Y la tía se angustiaba.

  • – Me da mucho miedo viajar de noche, me decía como si fuera yo la que estuviera demorando la salida.
  • – Ellos no tienen ningún problema soy yo la que tiene que manejar a oscuras-me dije-
  • – ¿Y cómo nos vamos a ir? Espeté anticipándome a que dijeran que podíamos acomodarnos todos en el carro.
  • – Sergio y Camilo se van a ir en bus -se apresuró a contestar ella-
  • – ¡Ah con qué si saben que existen los autobuses? ¿Por qué de venida no pensaron en ello? -pensé mordaz- Sí. Porque ahí no cabemos -me limité a decir-

Hasta el último minuto no parecieron convencerse de eso. Porque aparte de que habían llenado el baúl con bultos de naranjas, habían ocupado el espacio de los pasajeros con las maletas de todos. Lo descubrí cuando quise subir mi maletín y el de mi hija-

Me inquieté ¿cómo lo habían abierto? No me habían pedido las llaves, ni me habían consultado. Había dejado mi monedera en la cajuela con el dinero de la pensión del colegio de mi hija que no había alcanzado a pagar el día anterior y había olvidado dejar en casa, pensando en que estaría a buen seguro, mientras mantenía las llaves conmigo.

Revisé la monedera. Faltaban doscientos mil pesos, lo mismo que habían tenido que darle al conductor del carro que había llevado hasta allí parte de la familia.

Porque para ellos gastar su dinero era un hecho totalmente improbable. Lo había visto cuando paramos en el camino y se llegó la hora de pagar y la cuenta: obraban como quien está enseñado a hacer trueques y le presentan por primera vez el papel moneda.

Me vieron contando perpleja el dinero.

Solo dije: me descompletaron la mensualidad del colegio.

Ah!! Eso-dijo el marido- no te preocupes, nosotros no la hemos pagamos hace meses.

O sea que el paseo les había salido perfecto.

De camino a Medellín no musité una palabra. Las niñas iban unas sobre otras, íbamos de todas maneras con sobre cupo y además cargaban sus propias maletas y las de los que viajaban en bus. Estaban cansadas, estaban quemadas por el sol. Se la pasaron muy mal, porque por la tía Inés que fue mi copiloto, manejaba cauta. El viaje se hizo más que largo.

Fue menester llevarla hasta su casa y esperar a que acomodaran y redistribuyeran las naranjas.

Ya llegadas me puse al frente del edificio, pues no quería parquearme en contra vía y para incomodarlas, dejarlas a ellas tan refinadas con bultos en la calle. Se demoraron tanto bajando y acomodando naranjas, que yo pitaba impaciente, ya eran las diez y media de la noche,

– Las niñas tendrían que estar dormidas para madrugar mañana. Dije ya notoriamente impaciente.

-Yo a la mía no la voy a mandar mañana a estudiar- dijo ella-

  • -Mamá, yo tengo que ir? -preguntó esperanzada la mía-
  • – ¡Cómo no! . Usted madruga porque madruga-le dije hecha una furia- Por nada del mundo te quedas sin estudio, que no te parezcas a estos!!

– ¿Y ahora contra quién la has tomado-preguntó mi hija fastidiada-

– Contra mí, por imbécil.

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