Hay atardeceres que la gente se detiene a ver, así rezaba la frase en las repeticiones de aquella mujer.

Algunos me preguntan por qué escribo a la mujer, ¿acaso hay algo en el mundo más interesante para escribir?, el mundo no está mal, tú estas distraído. El mundo no va a acabarse, acabara con nosotros por inocentes e insulsos, cuales detractores de esta naturaleza, la más calmada y destructiva la femenina.

Vive en la ausencia de luz y muere por la pertenencia, dichosa existencia regenera mi virtud de acariciar los pies de Odiseo, para ser fraternal con la razón, majestuosa vida cuanto te valoramos, ¿qué haríamos sin saber que existe la opresión?, quizás no tanto como pidas. Esta era la repetición de aquella mujer, que cruel fuiste conmigo que distendiste en tu amor mi amor el crudo y triste error de ver mis atardeceres desde la soledad, con un silencio sepulcral, un ruido desértico, un tacto frío y amoroso de bisturís.

Mujer nadie va a entender esta conversación, pero del otro lado del rio están los ojos que sienten para ver y la manos que ven para sentir, mujer, obtuso quien te ama, ofendido quien te busque, celoso quien te tiene, ya que tú no perteneces y es tu manera de tener existencia.

Me quede esperando en el banco del parque — del otro lado del rio — a ver si así los atardeceres podemos ver.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS