Ha pasado un año ya, desde aquella conversación con la muerte que terminó por desatar esta maldición. Ahora veo morir a las personas que quiero. El reloj no se detiene. Las rosas negras serán mi sello por siempre. Me otorgo la vida eterna, eterna de sufrimiento.

No logro percibir cómo estos personajes le temen a la muerte. La he provocado, nombrado y engañado. Ahora destierro el pájaro de mi corazón a una vida descorazonada, repleta de enigmas desastrosos. Desperté esa madrugada, un perro oscuro me observaba, me mostró la senda hacía ti; te encontrabas sentada en la antecámara, como si de alguna película de terror se tratara. Tienes unos ojos que proclaman vida y unas manos tan frías que daban deceso.

SUSURRO:

“Hasta este instante no había podido frenarte, te mofas de la muerte cómo si no podría tocarte, tengo el rollo perfecto para cesar tus gritos. A partir de ahora estás maldito, no es un juego, no te explicaré las reglas, te oiré gritar a todo pulmón quedarte por aquellas personas que amaste y por aquel sentimiento que no volverás a estimar. Tu afecto ha sido cortado de raíz, no habrá día feliz, tu pesimismo gobernará; serás a diario atormentado por la ansiedad. Hasta el día que decida llevarte”.

He intentado quitarme la vida, he intentado que alguien me la quite, no encuentro respuesta a este nauseabundo destino. Han muerto muchos sujetos que ni reconocía.

Te extraño, te necesito acá. Sé que no puedes leerlo desde allá; quizá tras la muerte existe otra vida, espero llegar y tenerte aunque sea un momento a mi lado. Esta vida se ha vuelto insignificante, despreciable, innecesaria de vivirla sin ti, ya no deseo tomar tu foto y con tus recuerdos hechos nubes en mis ojos.

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